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Índice de documentos presentados sobre el Dr. Fernando Altamirano

lunes, 9 de octubre de 2017

Teodicea. Composición dedicada al Dr. Fernando Altamirano por el profesor Carlos Espino Barros en 1904.

El 7 de octubre de 1908 falleció el Dr. Fernando Altamirano.  Casi dos años después, el 3 de julio de 1910, el periódico El Tiempo Ilustrado publicó una composición que el profesor Carlos Espino Barros dedicó al Dr. Altamirano en mayo de 1904.

Carlos Espino Barros fue profesor de farmacia y trabajó en el Instituto Médico Nacional como prefecto, por lo cual tenía bajo su cuidado lo relativo a la servidumbre, a los gastos pequeños del establecimiento, a la vigilancia de los laboratorios, etc. Vivía en el mismo establecimiento para que sus cuidados fueran a todas horas. Llevaba varios libros destinados a consignar altas y bajas de los útiles y aparatos en general. Era la persona encargada exclusivamente de rendir a la Dirección y a la Pagaduría de Fomento las cuentas documentadas de la inversión de las cantidades que mensualmente se daban para gastos del establecimiento. Adicionalmente, el profesor Espino realizaba traducciones de varios documentos y artículos para el instituto.

La composición que Espino Barros dedicó al Dr. Altamirano lleva por nombre Teodicea. El mismo profesor Espino la definió como una composición filosófica y en ella expone su razonamiento, como parte de este instituto científico, sobre la existencia de Dios y sobre el ateísmo, con un final que plasma una imagen de redención y misericordia. Parece ser que este era un tema que el Dr. Fernando Altamirano y el Profesor Carlos Espino Barros abordaban abiertamente en sus conversaciones, como científicos, amantes de la naturaleza, y creyentes.

TEODICEA

Composición filosófica dedicada al señor doctor don Fernando Altamirano.

Nemo Deum negat nisi cui expedit Deum non esse. 
(Nadie niega la existencia de Dios, sino aquel a quien conviene que no haya Dios). 
SAN AGUSTÍN.

¿Quién es Dios? No lo sé; mi entendimiento 
Limitado no puede definirle.
¿Dónde está? No lo sé; mas lo presiento
Y sin verle ni oírle
Casi le escucho y su presencia siento.

Le descubro en los vivos arreboles
Que preceden al sol del nuevo día,
En el nublado de plomizas moles,
Y en la extensión vacía
Sembrada de planetas y de soles;

Veo su mano en el florido Mayo
Su pupila en el sol que nos alumbra,
Su gran potencia al desprenderse el rayo
En donde se vislumbra
De su excelso poder como un ensayo;

Oigo su voz en las cadencias graves
Que entona el mar con sus rizadas ondas,
En el gorjeo de las canoras aves
Y entre las verdes frondas,
En el susurro de las brisas suaves:

Otras veces le escucho amenazante
Ya en la estruendosa inmensa catarata,
Y en el encrespado oleaje que pujante
En el mar se desata,
Ya en el fragor del trueno rimbombante.

Yo siento un débil rayo de su esencia
Cuando recorro con ansiosa mente
Las sabias leyes de la humana ciencia,
O cuando interiormente 
Oigo la justa voz de la conciencia.

Y estudiando en el libro siempre abierto
De la naturaleza prodigiosa 
El admirable y sin igual concierto
Que reina, en cada cosa
Se revela su espíritu encubierto:

En una gota de agua se halla un mundo,
En un rayo de luz más de un problema,
Y en una chispa eléctrica un fecundo
Asunto para un tema
Que no agotará el sabio más profundo.

¿Quién al átomo de la misteriosa
Afinidad, y a la materia presta
La fuerza de cohesión y la pasmosa
Gravitación supuesta
Que al cosmos equilibra poderosa?

¿Qué artífice tendió por el espacio
Los rieles invisibles en que ruedan
Esferas de amatista y de topacio,
Sin que desviarse puedan
Ni rodar más aprisa o más despacio?

En la materia organizada, el serio
Fenómeno insondable de la vida
Encierra para el hombre un gran misterio,
En la escala corrida
Desde el pequeño insecto al megaterio:

¿Quién ingénito instinto da al gusano
Que a fabricarse un capullo acierta,
Se sepulta, y en otro azas galano
Se transforma y despierta?
¿No hay para el sabio aquí todo un arcano?

¿Quién adiestra a la araña cautelosa
A disponer sus redes con tal arte?
¿Quién instruye a la hormiga laboriosa
A la vez que le imparte
Diligencia ejemplar tan asombrosa?

¿Quién a la abeja enseña geometría,
Al castor ingenioso arquitectura,
Y a las aves viajeras geografía?
¿Quién da al perro ternura,
Amor, lealtad, instinto y valentía?

Confuso ante la sabia providencia
Que solicita atiende y alimenta
Desde el ser que doto de inteligencia
Hasta aquel que presenta
Rudimentaria y débil existencia,

Imposible es negar la omnipotente
Mano de un Dios, cuyo poder se ostenta
(En la materia bruta, e igualmente
En todo lo que alienta)
Con verdad innegable y evidente.

¿Cómo hay entonces quien a Dios no invoque
Y le niegue negando la evidencia,
Le desconozca ingrato y aún sofoque
La voz de la conciencia,
E inferior al salvaje se coloque?

¿Cuál es el hombre probo, casto y justo
Que la inmoralidad del alma niega
Y dice que no hay Dios? Solo el injusto
Y el malvado reniega
Para calmar su turbación y susto.

¡No existe el ateísmo, no hay ateos!
Para acallar la voz de la conciencia
Y darle rienda suelta a los deseos
De la concupiscencia,
Se hacen de la impiedad convictos reos;

Pero al llegar temblando a los confines
Que separan la vida de la muerte,
Donde se acaban las pasiones ruines
Y se abate el orgullo del más fuerte;
Todos claman ¡Señor, no me abomines!
¡Yo creo en ti, mi Dios, yo quiero verte!
Y en este duro trance, en este acto,
¡Perdóname, Señor, yo me retracto!

México, Mayo de 1904.

CARLOS ESPINO BARROS.