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Índice de documentos presentados sobre el Dr. Fernando Altamirano

martes, 4 de octubre de 2022

15 de octubre de 1908. Semblanza del Dr. Fernando Altamirano y discurso dedicado a él por el Dr. José Ramos.

15 de octubre de 1908. La Escuela de Medicina, periódico dedicado a la ciencias médicas publica, en su tomo XXIII, número 19, una semblanza del doctor Fernando Altamirano, adebido a su muerte reciente, ocurrida el 7 de octubre del mismo año. Esta es la nota publicada en la página 455, y escrita, al parecer, por el Dr. Adrián de Garay, director del periódico:


El Sr. Dr. D. Fernando Altamirano.

El día siete del presente mes, falleció repentinamente, en la Villa de Guadalupe, de un aneurisma de la aorta, este apreciable compañero.

El Dr. Altamirano fue un hombre laborioso y bueno y se dedicó especialmente a los estudios de terapéutica y de botánica.

Fue fundador, y hasta su muerte director del Instituto Médico Nacional, y en el periódico de esa institución, están los trabajos que hizo allí. Por oposición, era profesor de la clase de terapéutica. Fue miembro de la Academia N. de Medicina, de la Sociedad de Farmacia, a la que prestó grandes servicios, ya trabajando en la farmacopea mexicana, ya prestando trabajos propios, ya influyendo con el S. Gobierno para que la Sociedad de Farmacia se transformase en Academia N. de Farmacia. 

Tanto en el periódico de esta Sociedad como en el de la Academia N. de Medicina, están publicados diversos trabajos de este profesor. 

Como delegado mexicano, concurrió a varios Congresos Médicos extranjeros, y entre otros recordamos el Congreso de Higiene y Demografía, reunido en Madrid, en 1898. Fue entonces el presidente de la comisión, de la que nosotros formamos parte, y no olvidaremos nunca el tacto y la corrección con que desempeñó su cometido.

Desempeñó. también, el cargo de médico inspector sanitario y el de presidente del Ayuntamiento, en la Villa de Guadalupe.

Como ciudadano y como padre de familia, el Dr. Altamirano fue un hombre ejemplar. 

A su entierro, que se verificó en el Panteón del Tepeyac, concurrió el Señor Subsecretario de Instrucción Pública, los empleados del Instituto Médico y varios profesores y alumnos de la Escuela de Medicina, así como diversos médicos y amigos del finado.

En la sala de cabildos de la Villa de Guadalupe, transformada en capilla ardiente, el Sr. Lic. Martínez, concejal del Ayuntamiento, hizo el elogio del finado, lo mismo que el señor subsecretario que pronunció una correcta alocución.

Ya en el panteón y antes de sepultar el cadáver, hablaron el Dr. Luis E. Ruiz, por el Instituto Médico, el Prof. J. D. Morales, por la Sociedad de Farmacia, el Sr. Dr. M. Villada, terminando la ceremonia con el sentido discurso del Dr. Ramos, que publicamos a continuación:

 

Señores: 

Una vez más, penetramos a este lúgubre recinto para depositar, en su postrer asilo, los despojos de un ser querido. Una vez más, rodeamos la pavorosa tumba que, abierta todavía, sepultará muy pronto en su negrura el yerto cadáver de un hombre a quien mucho amamos durante su frágil existencia. Y aun cuando en el vertiginoso torbellino de la vida, veamos desaparecer diariamente a personas de todas categorías y condiciones; aun cuando la implacable segadora arranque sin cesar con su potente guadaña los tallos de numerosas existencias, no podemos acostumbrarnos a contemplar fríamente la desaparición de nuestros semejantes. Por más que la ciencia con su serenidad imperturbable, asegure que la muerte es una consecuencia necesaria de la vida; por más que las dulces y consoladoras creencias nos llevan a pensar, a quienes las poseemos, que la muerte es tan sólo el principio de una inmortal y plácida existencia, el sabio y el creyente se entristecen al ver arrebatar de entre los vivos a un ser que atravesó por el planeta, prodigando el amor y el bien a manos llenas.

Por esto, nos invade una profunda amargura, en torno de esta fosa, que presto acogerá en su helado seno los venerados restos del que fuera el filántropo y sabio Dr. Altamirano. Y, sin embargo, no existe la muerte para los hombres de su talla. La verdadera muerte, con sobrada justicia tan temida, significa el aniquilamiento absoluto, la total reducción a la nada, el olvido completo y permanente. Muere sí, el que atraviesa la existencia cual meteoro fugaz que se desvanece en el acto, sin dejar el más insignificante vestigio, o que como efímera estela, desaparece apenas se ha formado. Pero quien deja señalado su paso, con buenas y duraderas obras; el que se ha consagrado al bien de sus semejantes y a la labor fructuosa para los demás, ese no muere sino en apariencia; para él, puede decirse con un pensador francés, que «la muerte no es sino una gloriosa transformación»; él seguirá viviendo entre los hombres, aun cuando sea con una extrahumana existencia; sobrevivirá en sus escritos, en sus trabajos, en los resultados de sus sabios experimentos, o de sus acciones generosas. Vivirá mientras palpiten corazones bien nacidos, y en tanto existan la gratitud y la cultura en la superficie de la tierra. Hay solo un cambio en la forma de la vida, se verifica en ella nada más que una transformación. A esta gloriosa vida, renace hoy el Dr. Altamirano. Sabio modestísimo, prestó eminentes servicios a la ciencia; ciudadano ilustre, demostró el amor a la patria, trabajando en su provecho; profesor distinguido, nutrió con el substancioso pan de la enseñanza a numerosas inteligencias; obrero abnegado del saber, admiró por su laboriosidad infatigable; hombre de bondadosos sentimientos, fue modelo como hijo, como esposo, como padre, y como amigo. Creyente firme y sincero, abandonó esta vida, lleno de inquebrantable fe, despertando el profundo respeto de los que también creemos. Ante esta venerada sepultura, que en breves instantes va a cerrarse, podemos exclamar con justicia ¿En dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Qué has hecho con tu terrible látigo de fuego, que hace estremecer de pavor a tantos seres?

Descansen en paz los restos del varón preclaro; reciba, su espíritu imperecedero, el premio a que se hizo acreedor, según sus creencias; y nosotros, que aun continuamos en la lucha, tratemos de imitar el saludable ejemplo del finado, para que seamos útiles a la patria y a la humanidad.









Fragmento del discurso del Dr. Ramos dedicado al Dr. Fernando Altamirano: «Vivirá mientras palpiten corazones bien nacidos, y en tanto existan la gratitud y la cultura en la superficie de la tierra».