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Índice de documentos presentados sobre el Dr. Fernando Altamirano

viernes, 17 de diciembre de 2021

30 de junio de 1892. El Dr. Fernando Altamirano es sinodal en examen profesional del Dr. Francisco Bulman.

30 de junio de 1892. El Dr. Fernando Altamirano es sinodal en el examen profesional de médico cirujano de Francisco Bulman Olaguibel (11 de agosto de 1867-17 de julio de 1943), cuya tesis se tituló: El Desagüe del Valle de México. Los otros maestros sinodales en el examen profesional de Francisco Bulman son Manuel Domínguez, José Ignacio Capetillo, Luis E. Ruiz y José María Gama. Esto lo informará el Dr. Alfonso Pruneda, secretario perpetuo de la Academia Nacional de Médica de México, en su escrito Elogios Académicos: El Dr. Francisco Bulman. Su vida y su obra, que fue publicado en la Gaceta Médica de México, tomo LXXVI, números 3 y 4, páginas 283 a 289, del 31 de agosto de 1946. En el mismo escrito, Pruneda añadirá que el Dr. Francisco Bulman será colaborador del Instituto Médico Nacional en 1897, donde quizá sea donde despierte su vocación por los estudios de farmacología y terapéutica.

Fuente: Elogios Académicos: El Dr. Francisco Bulman. Su vida y su obra





sábado, 13 de noviembre de 2021

Ensayo para la formación de un foto-herbario botánico y médico de la flora mexicana: Fernando Altamirano. 29 de enero de 1904.

29 de enero de 1904. La revista semanal Science publica una presentación del Dr. Fernando Altamirano titulada Ensayo para la formación de un foto-herbario botánico y médico de la flora mexicana. Este artículo se presenta en junto con el informe de la sección G, de botánica, de la convención o encuentro que se llevó a cabo en San Luis (St. Louis), Misuri, en los Estados Unidos de América, entre el 28 de diciembre de 1903 y el 1 de enero de 1904. El encargado del encuentro fue el profesor Thomas Huston Mcbride. La revista menciona que durante esa semana se realizaron las diversas presentaciones, entre ellas la del doctor Altamirano, que fue expuesta en español, y el viernes por la mañana, los convencionistas visitaron el Jardín Botánico de Misuri («Missouri Botanical Garden»), bajo la guía del Dr. William Trelease y su equipo. La presentación del Dr. Fernando Altamirano se encuentra así en las páginas 168 y 169, del número 474, volumen XIX, de esa revista Science, de 1904, y es la siguiente:


Ensayo para la formación de un foto-herbario botánico y médico de la flora mexicana: Fernando Altamirano.*

Contendrá una colección de 6000 fotografías tomadas de los especímenes del Herbario de Plantas Mexicanas del Instituto Médico Nacional. Cada fotografía será de y llevara dos etiquetas: una corresponderá al colector y tendrá los datos de clasificación, lugar de vegetación, etc., y la otra corresponderá al instituto, conteniendo los nombres vulgares, las rectificaciones que se hayan hecho a la clasificación, etc. Cada lamina del foto-herbario, que contendrá 4 fotografías, ira acompañada de una hoja de igual tamaño (0.20 por 0.25 próximamente), conteniendo datos descriptivos, aplicaciones y la distribución geográfica con su mapa respectivo. Las plantas del herbario serán fotografiadas en orden de familias naturales, comenzando por las Ranunculáceas. Cada lamina contendrá solamente especies de un mismo género, especies que irán numeradas progresivamente, tal como se representa en la muestra que se remite, la cual comprende 100 fotografías. La impresión del texto y el tiro de las láminas, lo hará el Instituto, en numero de 1,000 ejemplares, que repartirá en toda la República y a las corporaciones científicas extranjeras. El objeto de la publicación de este foto-herbario es facilitar el conocimiento de nuestras plantas a toda clase de personas, aun de aquellas que sean menos versadas en la botánica. Para eso se presenta la figura de la planta que atrae la atención y facilita las descripciones; y por eso también se dan a conocer las aplicaciones y el lugar donde vegeta una planta, lo cual aumenta el interés por conocerla y facilita su adquisición a los colectores. Formará pues, este foto-herbario un catálogo como el que acostumbran publicar los botánicos de sus herbarios; pero con la ventaja de que el Foto-herbario es un catálogo y un herbario a la vez, podríamos decir, acompañado de otras muchas noticias que no se acostumbra poner en los simples catálogos. Este foto-herbario puede tener una aplicación más amplia todavía, y ese es mi deseo, que comprenda las fotografías de todas las plantas mexicanas conocidas. Para conseguirlo me propongo que también sean fotografiados los especímenes de los herbarios extranjeros que no tengamos en los de México. Así, por ejemplo, procuraremos fotografías de aquellas plantas mexicanas, de los herbarios de los Estados Unidos, de los de Europa, etc. A la vez que trabajemos en México se procurara que también se trabaje, sobre el mismo asunto, en los herbarios de fuera, siguiendo un plan determinado para que cuando al fin de algún tiempo (dos años probablemente) que se haya completado le colección de las fotografías de la flora mexicana, no resulten desordenadas ni haya repeticiones. Si pues se considerare útil la publicación del catálogo del herbario del Instituto, según la manera que he indicado, y que sea aplicable a toda la flora mexicana, procuraremos fotografiar cuanto antes, todas las plantas de los herbarios que haya en México, y yo me atreveré a pedir desde ahora la valiosísima cooperación de los botánicos de todas las naciones. Ojalá que esta autorizada asociación tuviera a bien iniciar el nombramiento de una comisión que se sirviera dictaminar sobre cual sería la mejor manera de llevar a cabo la formación de un catálogo general de la flora de cada nación o sea un foto-herbario Pan-Americano.

* La palabra foto-herbario será substituida por otra si se considerare inadecuada.

Enlace de la fuente: https://www.biodiversitylibrary.org/item/97802#page/186/mode/1up





miércoles, 6 de octubre de 2021

7 de octubre de 1908. A última hora.— Fallecimiento de un distinguido queretano.

 7 de octubre de 1908.

A última hora. — Fallecimiento de un distinguido queretano.

El telégrafo acaba de comunicar el triste acontecimiento de la muerte súbita del Sr. Dr. D. Fernando Altamirano, ilustre hijo de Querétaro, director del Instituto Médico Nacional.
El funesto suceso acaeció a las seis de la mañana de hoy en la ciudad de Guadalupe Hidalgo, Distrito federal.
En el número próximo nos ocuparemos de los méritos del distinguido finado.

(La Sombra de Arteaga, del 7 de octubre de 1908).


28 de octubre de 1908.

Boletín de "La Sombra de Arteaga".
El Sr. Dr. D. Fernando Altamirano.


El día 7 del próximo pasado octubre, dimos la noticia de última hora del fallecimiento de nuestro distinguido compatriota, el Sr. Dr. D. Fernando Altamirano que, en la mañana de ese día, abandonó súbitamente la vida en la ciudad de Guadalupe Hidalgo. Al dar la fatal nueva, ofrecimos ocuparnos de la personalidad de tan ilustre queretano, y, al efecto, procuramos recabar datos, que no pudimos obtener, para trazar con exactitud la biografía del sabio médico que dio honra al estado en donde nació*, a la ciencia y a la patria.
En 1861 conocimos en el Colegio de San Javier de Querétaro, hoy Colegio Civil del Estado, a un adolescente como de quince a dieciséis años**, bien medrado de estatura, robusto, blanco, de semblante serio y apacible, y de ojos claros de profundo mirar. Estudiaba filosofía en la cátedra del Sr. su padre, Lic. D. Manuel Altamirano, bajo cuyo magisterio teníamos el honor de encontrarnos también nosotros.
Muy poco tiempo estuvo el joven Altamirano en la cátedra, pues como a los dos meses del curso falleció su respetable padre, víctima del tifo, motivo por el cual, sin duda, suspendió sus estudios el huérfano escolar, quien debe haberlos reanudado como por el año de 1864 en el mismo colegio; creemos que con el estímulo del Sr. su tío, el honorable y bondadoso jurisconsulto D. José M. Rodríguez Altamirano.
Por el año de 1868, terminados en esta ciudad sus estudios preparatorios, lo vimos despedirse de Querétaro, lleno de nobles esperanzas, para ingresar a la Escuela Nacional de Medicina de la capital de la República, y allí se hizo notar por su talento y las relevantes prendas de su carácter moral, modesto, bondadoso y altruista.
Al separarse de Querétaro, ya dejaba aquí encendida una lámpara de amor, en el corazón de la que, a poco tiempo de titularse de profesionista el Dr. Altamirano, hizo su compañera de hogar, la respetable y virtuosa Sra. Da. Luisa González de Altamirano, hoy su atribulada viuda.
Después de concienzudos estudios escolares y desde que el ilustre médico recibió el título profesional, su vida científica fue una incesante e ingente labor, ya en su clínica provechosísima, ya en sus variados y fecundos estudios de ciencia a que se dedicó.
Pero en donde más se nota la interesante labor del sabio Dr. Altamirano es en el Instituto Médico Nacional, que por disposición del Gobierno, fundó, parécenos que en 1888, cuando desempeñaba la Secretaría de Fomento el general D. Carlos Pacheco, quien tenía en alta y justa estima al inteligente y abnegado médico, al que debe eminentes servicios esa institución oficial, de la que fue alma. Muchas labores de profunda observación científica llevó a cabo el Instituto Médico, entre ellas, amplios estudios sobre la botánica nacional, para los cuales emprendió largas y penosas excursiones en varias regiones de nuestro país, con provecho de la terapéutica y de la industria, y queda mucho escrito de sus importantes investigaciones científicas, que sentimos no poder detallar.
El gobierno general le confirió repetidas veces honrosísimas comisiones científicas en el país, en los Estados Unidos y en varias naciones de Europa.
El Sr. Altamirano, como hijo de Querétaro, conservó siempre una reverente afección a su tierra natal y un vivo entusiasmo por todo lo que significara el progreso de nuestro estado, del cual desempeñó fielmente las comisiones que se le encomendaran; y en 1900 fue un activo e inteligentísimo partícipe en el concurso científico con que en esta ciudad fue saludado el siglo XX; iniciando entonces aquí proyectos prácticos de progreso de suma utilidad.
Y, si el sabio y el hombre público cumplieron debidamente una sagrada misión en la tierra, no menos fue simpática y atractiva la personalidad del Dr. Altamirano como jefe de un hogar sagrado, en el cual todo fue amor, discreción y bondad, y que significó la protección de muchos jóvenes queretanos que se dedicaron a las tareas científicas.
Al bajar, pues, a la tumba, el modesto y bondadoso sabio, dejó en el mundo una estela de ejemplo luminoso y una memoria de honor y bendiciones.
La Redacción (al parecer, a cargo de José M. Carrillo, el redactor del periódico oficial del estado de Querétaro, La Sombra de Arteaga).

*El Dr. Fernando Altamirano nació en realidad en Aculco, estado de México, el 7 de julio de 1848, pero por ser de familia queretana, a muy corta edad volvió para educarse y formarse en Querétaro. **En 1861, Fernando Altamirano tenía 13 años de edad, pero era relativamente alto y fornido y por eso tal vez pudo parecer un adolescente de 15 o 16 años.


Nota de La Sombra de Arteaga del 7 de octubre de 1908.

Nota de La Sombra de Arteaga del 28 de octubre de 1908. 


jueves, 2 de septiembre de 2021

2 de septiembre de 1933. Fallecimiento de Luisa González, viuda del Dr. Fernando Altamirano

2 de septiembre de 1933. Fallece Luisa González Mancera, viuda del Dr. Fernando Altamirano en la Ciudad de México. El acta de defunción de Luisa menciona lo siguiente:

    En la ciudad de México, colonia Gustavo A. Madero, Distrito Federal, a las 10 diez horas del día 3 de septiembre de 1933 mil novecientos treinta y tres, ante mi Clodoveo Valenzuela, oficial séptimo del Registro Civil, compareció el señor Rosalio Camacho, soltero, de 50 cincuenta años, empleado, de esta ciudad, donde reside en avenida Hidalgo 13 trece; y entregó un certificado que se archiva con las anotaciones de ley, suscrito por el médico Leopoldo Flores, en el que consta: que ayer a las 8 ocho horas 35 treinta y cinco minutos, en la casa 48 cuarenta y ocho de la avenida Madero, hoy Ángel Albino Corzo, de esta jurisdicción, falleció de cáncer uterino la adulta Luisa González, viuda del Doctor Fernando Altamirano, de 87 ochenta y siete años de edad, sin ocupación, de Querétaro, y con el mismo domicilio donde falleció, hija de los finados Gabriel González y Josefa Mancera de González. Se dio boleta de 1ª. Primera clase con bóveda para el Panteón de Guadalupe. Fueron testigos de este acto los señores Guillermo Zamora y Efraín Luna, no parientes de la finada, casados, mayores de edad, empleados, de esta ciudad donde residen con el compareciente. Leída esta acta, la rarificaron y firmaron. Rúbricas. Clodoveo Valenzuela, Rosalío Camacho, Guillermo Zamora, Efraín Luna.

    Nota: El acta señala que Luisa tenía 87 años de edad al fallecer, pero al parecer tendría unos 83, si nació en 1850, como se deduce por lo escrito en su acta de matrimonio.

    *Luisa nació en la ciudad de Querétaro, alrededor de 1850. Fue hija de Gabriel González y de Josefa Mancera. Sus hermanas y hermanos fueron María del Refugio Vicenta Abrahamna, bautizada el 16 de marzo de 1840, María Marcos Brígida, nacida el 6 de octubre de 1846, Soledad, nacida en 1847, María Lucía Paulina de los Dolores, bautizada el 22 de junio de 1849, José Germán de la Trinidad, nacido el 27 de mayo de 1851, José Sotero Vicente Gabriel, bautizado el 22 de abril de 1853, José Rafael Francisco, nacido el 20 de octubre de 1855, José Miguel Vicente, nacido el 14 de septiembre de 1857, y José Adalberto Vicente, nacido el 23 de abril de 1859 .

     El 21 de febrero de 1868, cuando Luisa tenía dieciocho años de edad, su hermana mayor María del Refugio, de veintisiete años, contrajo matrimonio en la ciudad de Querétaro, con Manuel Villaseñor y Frías, de veinte años de edad. Luego, el 30 de enero de 1863, su hermana Soledad, de dieciséis años, contrajo matrimonio en Querétaro con el licenciado Antonino Hernández Olvera, de treinta y cuatro años de edad, e hijo de Vicente Hernández y de Bárbara Olvera.  Con el tiempo Soledad y Antonino se trasladaron a vivir a San Juan del Río, también en el estado de Querétaro.

     El turno le llegó a Luisa el 9 de noviembre de 1873, cuando, con veintitrés años de edad, se unió en matrimonio con joven doctor, recientemente titulado, Fernando Altamirano Carbajal, dos años mayor que ella. La boda se llevó a cabo en Querétaro, aunque pronto la pareja se traslado a vivir a la ciudad de México, donde Fernando iniciaría una carrera ascendente en el mundo de la investigación médica y botánica

     Luisa y Fernando tuvieron al menos diez hijos entre 1874 y 1890. Curiosamente, dos de los embarazos de Luisa fueron gemelares: Esto es, tuvo mellizos en dos ocasiones. Como era la costumbre en la época, casi todos sus hijos tuvieron nombres compuestos de más de dos o tres nombres, algunos de los cuales se repetían de hermano a hermano. Así sus primeros hijos fueron: José María Fernando Alfonso Felipe (José Fernando), nacido el 7 de noviembre de 1874 pero fallecido de gastroenteritis siete meses después el 16 de junio de 1875, Josefa María de Lourdes Josefina de la Santísima Trinidad (Josefina), bautizada el 22 de febrero de 1877, y José Guadalupe Rafael Francisco de Sales (Rafael), nacido el 23 de febrero de 1879 y bautizado el 9 de marzo de 1879. Después vino su primer par de mellizos: Domingo Fernando Guadalupe del Santísimo Sacramento (Fernando)  y Luisa Domitila Guadalupe del Sagrado Corazón de Jesús (Luisa), bautizados el 19 de mayo de 1881. Siguieron María Amparo de Guadalupe (María), bautizada el 22 de mayo de 1883 y  José Ignacio Felipe Ricardo (Ricardo), bautizado el 5 de febrero de 1885, pero fallecido de tosferina once meses después, el 14 de enero de 1886. Un año después, Luisa y Fernando tuvieron otra pareja de mellizos, esta vez integrada por Alberto María Rafael Francisco (Alberto) y por Carlos María Rafael Juan (Carlos), los cuales fueron bautizados el 23 de octubre de 1886. Por último, el 29 de mayo de 1890, su último hijo fue bautizado como Salvador José. A pesar de que sus hijos tuvieron nombres tan extensos, en casa ellos eran llamados simplemente como José Fernando, Josefina, Rafael, Fernando, Luisa, María, Ricardo, Alberto, Carlos y Salvador. 

     Fernando fue nombrado director del recientemente creado Instituto Médico Nacional en 1888.  Al parecer, aproximadamente en ese tiempo fue cuando Luisa, Fernando y sus hijos se trasladaron a vivir a la Villa de Guadalupe, en el entonces municipio de Guadalupe Hidalgo, a una casa ubicada en el número 147 de la calle del Mirador (o Mirador de la Alameda).  

     Algunos de los hijos de Luisa empezaron casarse. La primera fue su hija Luisa Altamirano González, quien contrajo matrimonio con el Dr. Federico Fidencio Villaseñor González el 16 de julio de 1897. El matrimonio se realizó en la capilla de Nuestra Señora de la Luz en la Villa de Guadalupe. De este matrimonio nacieron al menos cinco hijos, entre ellos su primera nieta, María Luisa Josefina Villaseñor Altamirano, nacida el 27 de abril de 1898 y bautizada el 8 de mayo del mismo año.

    El 30 de mayo de 1902, su hijo Rafael, quien había estudiado en la Escuela Nacional de Agricultura, y ya era perito agrícola y preparador interino de clases de historia natural en la misma escuela, se unió en matrimonio con Dolores Zaldívar Villaseñor, hija de Ramón Zaldívar y de Dolores Villaseñor. A partir de agosto de 1905, Rafael empezó a trabajar también en el Instituto Médico Nacional.

     El 7 de octubre de 1908, su esposo, Fernando Altamirano Carbajal, quien aun era director del Instituto Médico Nacional, falleció de un infarto al corazón en su casa de la Villa de Guadalupe.  Fernando fue sepultado luego en el Panteón del Tepeyac. A partir de entonces, Luisa inició los casi interminables trámites para obtener el dinero que el Instituto le adeudaba a su esposo. Existen documentos en el Archivo General de la Nación que muestran que dos años después, Luisa seguía pidiendo aún ese dinero.  

     Posteriormente, el 7 de mayo de 1910, su hijo Carlos, quien había obtenido el título de ingeniero agrónomo, contrajo matrimonio con la señorita Antonia Velasco Sánchez-Armas, hija del pintor José María Velasco y de la señora Luz Sánchez-Armas. Carlos y Antonia edificaron su casa también en la Villa de Guadalupe, cerca de la casa de Luisa. Ellos tuvieron al menos ocho hijos, de los cuales seis llegaron a la adultez.

     A finales de ese mismo año de 1910 inició el movimiento armado de la Revolución Mexicana, y, en este contexto, otra de las hijas de Luisa, María, de veintiocho años de edad, contrajo matrimonio con Natalio Pichardo Durán, hijo de Francisco Pichardo y de Matilde Durán. La boda se llevó a  cabo en la Ciudad de México el 29 de julio de 1911. Fruto de este matrimonio nació Matilde Pichardo Altamirano el 25 de abril de 1912, quién se casaría posteriormente con Bernardo Ameneyro Máñez.

    Unos años después, el 7 de agosto de 1923, su hijo, el industrial Alberto Altamirano González, de treinta y seis años de edad, contrajo matrimonio civil en la Villa de Guadalupe con Elena Reynoso Giraud, de veinticinco años de edad, nacida en Querétaro el 17 de agosto de 1897, quienes no tendrían hijos. 

    El otro hijo varón de Luisa, Fernando, se casó con su prima segunda María Luisa Altamirano y González, nacida en Saltillo, Coahuila, en 1886, e hija de Manuel Altamirano Alcocer (primo del Dr. Fernando Altamirano e hijo de Austacio Altamirano y Téllez y su esposa Agustina Alcocer) y de la señora Ignacia González Pepi (a su vez hija de José Ignacio González y de Luisa Pepi). Fernando y Luisa tuvieron al menos dos hijos, Gonzalo y Fernando. Fernando y Luisa al parecer recibieron antes el sacramento del matrimonio, pero su matrimonio civil se celebraría hasta el 22 de mayo de 1937.

    *Escrito tomado del libro Álbum Familiar escrito por Carlos Altamirano Morales en 2010.

Acta de defunción de Luisa González, viuda del Dr. Fernando Altamirano.

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Fotografía de Luisa González (ca.1850-1933), viuda del Dr. Fernando Altamirano (1848-1908), durante la boda del su hijo Alberto el 7 de agosto de 1923 (Cortesía de Antonio Carreño Altamirano).


Fotografía perfilada y con color agregado de Luisa González (ca.1850-1933), viuda del Dr. Fernando Altamirano (1848-1908), durante la boda del su hijo Alberto el 7 de agosto de 1923 (A partir de fotografía original cortesía de Antonio Carreño Altamirano).

Animación de fotografía, con aplicación de MyHeritage, de Luisa González Mancera (ca.1850-1933).

martes, 24 de agosto de 2021

24 de agosto de 1887. El Dr. Fernando Altamirano en el examen profesional de la Dra. Matilde Montoya, primera mujer médico de México.

24 de agosto de 1887. El Dr. Fernando Altamirano es sinodal en el examen profesional de la Dra. Matilde Montoya, primera mujer médico de México, según lo informan los diarios La Patria y El Tiempo. El periódico La Patria del 24 de agosto indicó que ese mismo día el examen profesional se llevaría a cabo a las seis de la tarde. Posteriormente. el mismo periódico la Patria, del sábado 27 de agosto de 1887, y El Tiempo del domingo 28 de agosto de 1887, mencionaron que, en el examen, la señorita Matilde Montoya (Matilde Petra Montoya Lafragua) obtuvo la aprobación del jurado para ejercer la medicina, cirugía y obstetricia. La nota señala además que al acto solemne  «concurrió el señor Presidente de la República, el Secretario de Gobernación y muchas damas y caballeros de lo más escogido de la sociedad. Los sinodales fueron los profesores Bandera, Galán, Altamirano, Gutiérrez Lobato y Ramírez Arellano»

    Los sinodales mencionados fueron así los doctores Maximiliano Galán, José María Bandera, José Gutiérrez Lobato, Fernando Altamirano, y Nicolás Ramírez de Arellano (algunas otras fuentes incluyen también a Ignacio Capetillo, a Manuel Gutiérrez, y a Tomás Noriega).

    No obstante lo anterior, en el acta del examen, presentada en la página 12 del libro de 2002 «Matilde Montoya: primera médica», de Ana María Carrillo, no se observa la firma del Dr. Altamirano.





sábado, 31 de julio de 2021

Tesis: «Breve estudio sobre la alimentación y el iodo en las heridas». 1873

1873. Fernando Altamirano presenta su tesis Breve estudio sobre la alimentación y el iodo en las heridas para el examen profesional en medicina y cirugía y así obtener su título de médico y cirujano en la Escuela Nacional de Medicina. La tesis muestra la manera en que se produjo una notable mejora en el tratamiento y curación de pacientes con heridas en el hospital de Santa Rosa en Querétaro, a cargo del Dr. León Covarrubias. 

Las prácticas y observaciones que Altamirano señala para prevenir y tratar las infecciones son muy interesantes, pues las escribe 55 años antes del descubrimiento de la penicilina, y los antibióticos, por parte de Alexander Fleming, aún en la época en que los primeros descubrimientos y aportes de Louis Pasteur sobre el papel de microorganismos en varios procesos seguían difundiéndose por el mundo (de hecho Altamirano cita un artículo de Pasteur publicado ese mismo año de 1873) y apenas ocho años después de que Joseph Lister sistematizara la práctica aséptica en la cirugía.

Altamirano dedica su tesis a la memoria de sus padres (Manuel Altamirano y Téllez y Micaela Carbajal)  ya fallecidos, a sus tíos José María Rodríguez Altamirano y Gregoria Noriega (segunda esposa de José María por el fallecimiento de la primera), a la Escuela de Medicina y a sus maestros.


BREVE ESTUDIO SOBRE LA ALIMENTACION Y EL IODO EN LAS HERIDAS. 

TESIS 

PARA EL EXÁMEN PROFESIONAL EN MEDICINA Y CIRUJIA
DE

FERNANDO ALTAMIRANO,


ALUMNO DE LA ESCUELA NACIONAL DE MEDICINA DE MÉXICO.


MÉXICO.- 1873.
IMPRENTA DE I. CUMPLIDO, REBELDES NUM. 2.


A LA MEMORIA 

DE MIS AMADOS PADRES, 

COMO TESTIMONIO DE MI CARIÑO Y RESPETO.



A MIS QUERIDOS TIOS 

LIC. D. JOSE MARÍA RODRÍGUEZ ALTAMIRANO 

Y

SRA. GREGORIA NORIEGA: 

RECIBID ESTA PEQUEÑA MANIFESTACIÓN DE MI FILIAL AFECTO 

E INMENSA GRATITUD.



A LA 

ESCUELA DE MEDICINA 

Y A MIS 

HONORABLES MAESTROS 

QUE ME ILUSTRARON CON SUS SABIOS CONSEJOS.



    Entre las diversas cuestiones medicas que merecen un estudio detenido, no hay ninguna ciertamente que no deba llamar la atención cuando es tratada con espíritu investigador y los conocimientos profundos en la muy vasta y difícil ciencia de la medicina. Careciendo yo de estas cualidades, el trabajo que tengo la honra de presentar no tendrá el interés que me proponía; pero el indulgente jurado dispensará los errores en que incurriré, y habré cumplido con el penoso deber que el Reglamento me impone. 

    Fluctuando entre las numerosas materias que me ocurrían para esta disertación, adopté por fin la que tuvo la bondad de indicarme el Sr. D. León Covarrubias, a cuyo digno cargo se encuentra el hospital de Santa Rosa, de la ciudad de Querétaro, y consiste en el método que observa generalmente en la curación de las heridas. 

    Comprendo muy bien que no una, sino repetidas veces, en esta capital y en otras muchas, ha de haberse practicado el método de que voy a ocuparme; comprendo, por lo mismo, que nada nuevo va a salir de mi pluma, y que tendrá, como todo sistema, sus adictos y sus adversarios; más al hacer el presento estudio, en el que mi única norma ha sido deducir las consecuencias que mejores me parecían, explicarme los fenómenos conforme a los principios fisiológicos y las nuevas observaciones físico-químicas que han podido venir a mis manos; en una palabra, relatar los hechos tales como se me han presentado, muy lejos estoy de insistir en mis reflexiones como en una verdad inflexible, si me enseñasen lo contrario la práctica y el saber, no solo de mis maestros, sino de cualquier otro profesor. 

    Al encargarse el Sr. Covarrubias del mencionado establecimiento en 1868, advirtió las pésimas condiciones en que se hallaban los heridos. 

    Presentaban los unos, en grande extensión, los tejidos carcomidos por la podredumbre de hospital; sufrían otros los efectos de la infección purulenta; notábase la erisipela en los más; el hambre atormentaba casi a todos; el treinta por ciento, pues, era el número de los que sucumbían. 

    Bajo la dirección del Sr. Covarrubias, y en poco tiempo, ese guarismo se reduce al de veinte, con solo haber introducido el aire libre a todas horas del día en las salas de los enfermos. 

    Respectivamente habíase obtenido un inmenso bien; pero la mortalidad era grande todavía; y recurriendo entonces a la alimentación, los heridos comenzaron a salvarse, hasta llegar a ser del ocho al diez por ciento la cifra de los que morían: medio que, usado con la debida prudencia en varias enfermedades, produce maravillosos efectos; porque la dieta absoluta en ellas, y según las circunstancias del caso, hace que los dolientes se consuman a sí mismos. 

    Un hombre de sesenta años, a quien el filo de una espada dividió el cráneo en dos puntos diversos, fue en el que primeramente pudo experimentar el director aquel medio. 

    Tenía cada herida como seis centímetros; y temíase con razón que el cerebro o sus cubiertos fuesen invadidos por una flegmasia que los destruyese. 

    El médico desesperaba ya de los recursos de la ciencia, cuando advirtió que el enfermo se reanimaba y salía de aquella postración y estado general, como los de un tifoideo, siempre que no estaba sujeto a una dieta rigurosa-

    El herido, sin embargo, se abstiene de comer, creyendo así librarse de la muerte; la mencionada observación indica lo contrario, y el facultativo se ve en la necesidad de prescribir que aun usándose de violencia se le obligue a pasar los alimentos. 

    Cumplióse su mandato y el organismo del enfermo recobra vigor; las heridas comienzan a cicatrizar; la sangro cargada de combustible, hace brotar la vida por donde pasa, y el anciano llega a encontrarse con la más completa salud. 

    Seria fastidioso referir cada uno de los muy numerosos casos parecidos a éste, que han exigido del director del hospital el uso del método alimenticio. Este, a pesar de lo expuesto, no es el único agente de tan brillantes resultados, sino también la curación diaria con solución de iodo, que no es menos eficaz; agregándose a estos auxiliares poderosos, los paseo en el jardín del hospital, que entran en el régimen curativo del Sr. Covarrubias. 

    He hablado, pues, de los heridos, de la experiencia solamente, y ahora procuraré desarrollar estos dos puntos. ¿Son debidos tales hechos al método alimenticio y a la aplicación del iodo? ¿De qué manera obran? 

    Procede mi afirmativa, en cuanto a lo primero, de la comparación manifestada entre el número de heridos que fallecen en la época del Sr. Covarrubias y el de los que morían en las épocas anteriores, no existiendo en el hospital otra reforma que la de habérseles proporcionado a las salas mayor ventilación y construídose un jardín; y de los muchos que también sucumbían bajo la dirección del Sr. Covarrubias, siguiéndose aún el régimen dietético. 

    La vida, ocupándome del otro punto, es la nutrición, y ésta consiste en un movimiento incesante de composición y descomposición de los elementos del organismo. 

    Para que esta fuerza vital gobierne la materia inerte que la obliga a cumplir con sus leyes, es preciso que haya un estímulo constante que excite al sistema nervioso, quien a su vez trasmita su influjo a cada uno de los órganos de nuestra máquina para que desempeñe con regularidad sus funciones. 

    Los estímulos que pueden poner en acción los principios vitales, se dividen en fisiológicos, físicos, químicos y mecánicos. 

    Cada uno de ellos produce ciertos fenómenos, obrando sobre las celdillas elementales, que son otros tantos seres independientes, donde propiamente reside el misterio de la vida y la facultad de propagarla para llegar a constituir el organismo entero por medio de un conjunto de órganos diferentes, pero sujetos a un grupo de layes constantes. 

    De los estímulos fisiológicos el que nos interesa considerar es la sangre, por ser el que excita al sistema nervioso y al mismo tiempo modera sus acciones. 

    El fluido sanguíneo es el vehículo general que lleva a las celdillas lo que necesitan, y quita lo que desechan; y es bañada cada una de ellas en particular momento a momento por una nueva onda sanguínea que las fortalece. A su vez cada onda que pasa de este fluido vivificante, habiendo atravesado por el pulmón, lleva consigo nuevos principios nutritivos, con que fecunda ese gran campo celular y vuelve a cargarse de ellos para repetir su misma tarea. 

    Si se suspende por determinado tiempo la alimentación, la sangre no recibirá nuevo quilo, los nuevos glóbulos no tendrán material para formarse; los principios ya existentes comenzarán a destruirse, y las celdillas, en fin, se irán devorando unas a otras. Las primeras que se presenten a servir de alimento a las demás, serán las adiposas, luego los glóbulos sanguíneos, en seguida vendrán las musculares, las huesosas, etc., etc., y solo las nerviosas permanecerán inalterables, hasta que venga nuevo quilo o sucumban con el todo en medio de la inanición. Ocho días, sin duda alguna, serian bastantes para esto último, prescindiendo de las variaciones que dependen de la edad, constitución, sexo, temperatura; en una palabra, de la actividad de la absorción del individuo.

    Si tal es lo que pasa en el hombre sano, ¿qué sucederá en el enfermo activada la destrucción por la enfermedad? ¿y qué, con más razón, respecto de los heridos? 

    Estos, al recibir la herida, pierden de sangre generalmente una cantidad de importancia; viene la calentura que aumenta las pérdidas; sigue la supuración en más o menos abundancia, cuyos elementos son tomados de la sangre que debe reponer las partes perdidas; considérese la falta de condiciones higiénicas normales que no prestan su ayuda para la rápida formación de nuevos glóbulos; y además de todo esto se suprime la alimentación, ¿cuál será Ja consecuencia? 

    Que la suma de los elementos perdidos será mayor que la de los elementos ganados; que puesto que todos salen del organismo, éste disminuye a cada instante sus elementos radicales, y en tales condiciones, la absorción, es muy activa, primero toma lo que no hace parte del organismo viviente, como los diversos productos morbosos, y tal es el motivo de la infección purulenta y pútrida. El pus, bañando las bocas abiertas de las venas y linfáticos divididos, tiende a ser arrastrado al torrente circulatorio, lo mismo que los principios pútridos. 

    Estos elementos morbosos, recorriendo el sistema vascular, destruyen a su paso cierta cantidad de vida hasta acabar con ella; la absorción no solo transporta lo que existe en los puntos divididos, sino todos los miasmas que envuelven al cuerpo, hasta que el individuo sucumbe a estas infecciones o es devorado por sí mismo.

    Citaré las experiencias de varios autores que comprueban lo dicho: 

    Bernard, que nos muestra la necesidad de un ser organizado y un intermedio para que de sus relaciones brote la vida oculta en sus celdillas, y la muerte de éstas cuando no se renueva su intermedio. 

    Beclard nos enseña que los cinco kilógramos de sangre que se calculan en un hombre de sesenta kilógramos de peso, son consumidos por el organismo, que los trasforma en veinticuatro horas en saliva, bilis, jugo pancreático e intestinal, agua exhalada por el pulmón y la piel, albúmina y fibrina que se fijan en todos los tejidos, etc., que la cantidad de estos productos que salen del organismo en un solo día, es de dos y medio a tres kilógramos, donde hay veinte gramos de azote y trescientos de carbono; para que el hombre no disminuya sus elementos, debe tomar cantidades de azote y carbono iguales a las perdidas: esto lo conseguirá tomando diariamente a lo menos un kilógramo de pan y trescientos gramos de carne: en fin, esta relación la puede variar consultando la composición elemental de las sustancias y en las condiciones en que se encuentre. 

    Casper, economista de Berlín, que presenta los tristes efectos de una alimentación insuficiente en el movimiento de la población. 

    En el orden patológico a M. Strube que observa que en un enfermo sometido a la dieta, desaparecen primero los productos morbosos; así es que los bordes callosos de úlceras antiguas se adelgazan; las ulceraciones palidecen, los focos purulentos van desapareciendo; los derrames del tórax disminuyen y que si la dieta en varias condiciones es un medio terapéutico muy útil, en otras es una causa muy poderosa de enfermedad, particularmente cuando hay productos dañosos que se absorban, como pus, y los que originan las enfermedades epidémicas y contagiosas. 

    El Sr. Hidalgo Carpio, que en sus lecciones ha dicho que la infección purulenta es producida en una herida de cabeza por la facilidad con que el pus que baña al hueso y demás tejidos es absorbido por los vasos. 

    En fin, Graves, que en la fiebre tifoidea administra la leche y salva un gran número de estos enfermos, y todos los médicos alemanes que recomiendan como base del mejor tratamiento en enfermos que antes sometían a la dieta, la buena alimentación. 

    Ahora bien, ¿a un herido le bastarán las cantidades de azote y carbono, quo Beclard señala, cuando hemos visto que sus pérdidas son mayores? No, el sentido común está indicando que se destruirá si solo ellas se le administran, y con mayor motivo si se le disminuyen, exceptuándose aquellos de temperamento sanguíneo y constitución vigorosa, en quienes, lejos de faltar los elementos nutritivos, los tienen de sobra, y aumentándoseles seria producir, como dice Trousseau, una indigestión en los vasos que causaría terribles efectos. 

    Examinemos ahora los beneficios que produce el iodo. 

    La química nos enseña que este metaloideo es uno de aquellos cuerpos que gozan de grande afinidad para el hidrógeno, lo mismo que sus semejantes, el cloro, bromo y fluoro. 

    La misma ciencia nos demuestra en general, que los productos que se desprenden de la fermentación pútrida llevan el hidrógeno como componente y que sustraído pierden sus propiedades; infiriéndose de aquí los efectos del iodo al bañar diariamente las heridas que exhalan aquellos gases. Pues el iodo se apodera del hidrógeno y les quita sus propiedades tóxicas aun cuando fueren absorbidos: pero esta explicación antigua no puede aplicarse a todos los casos, y gracias al estudio del microscopio hoy se puede comprender con más perfección estos efectos misteriosos. 

    La física ha prestado al hombre una doble vista y gracias a ella hoy demuestra la realidad de lo que fue para los antiguos una hipótesis; la existencia de seres animales y vegetales que habitan en la atmósfera y producen la destrucción así respecto del hombre como de los animales, las plantas y de todo lo que está organizado. 

    Si un resto de animal o de planta colocado en el aire con cierta humedad y cierto grado de calor, es descubierto por aquellos habitantes de la atmósfera, no pasarán 24 horas sin que hagan de él un mundo que se ocupa en separar los elementos que unió la vida para que vuelvan a formar nuevos seres. 

    Si el hombre lleva descubiertos algunos de sus tejidos, allí le invadirá esta plaga destructora desarrollando la fermentación pútrida. Y aun es bastante para que esto se verifique el abandono de la limpieza; porque formándose un depósito sobre la piel por las secreciones glandulares, restos de epitelio y el polvo que naturalmente se recibe, allí también ocurren las celdillas de fermentación, multiplícanse obrando como fermentos y con la particularidad de que no es necesaria la presencia del oxígeno del aire como generalmente se admite. 

    En efecto, cuando hay un líquido propio para la fermentación, se observa que en la superficie se forma una capa de dichos cuerpecitos que absorben el oxígeno atmosférico desprendiendo acido carbónico sin que haya realmente fermentación, esto es, descomposición del líquido, porque el oxígeno del aire es el único que concurre a la multiplicación de estos cuerpos y a todas sus funciones fisiológicas de respiración y nutrición. 

    Sacúdase, como dice Pasteur, (1) para que la capa se despedace y los fragmentos se sumerjan en el líquido, e inmediatamente comenzará la descomposición del intermedio que habitan; al fin de algún tiempo se volverá a cubrir la superficie, mientras que en el interior se desprenden burbujas que provienen de la descomposición del líquido, notándose también en el centro de las mismas celdillas, burbujitas que indican la modificación que ellas mismas han sufrido. 

(1) Journal de Pharmacie et da Chimie. Janvier 1873.

    De aquí resulta que estas celdillas profundas, están privadas de aire; pues el que pueda disolverse en el líquido es muy poco, a causa de que es tomado por las superficiales, y a la falta de aire es debida la fermentación, porque solo así podrán estos seres descomponer el líquido para tomar su nutrición; resultando varios productos gaseosos que varían con la clase de los animalillos que los producen. 

    ¿Estas observaciones qué utilidad pueden traer a las heridas de que me ocupo? La explicación de los fenómenos pútridos que allí se desarrollan y el medio de combatirlos. 

    Consiste la primera, en que una herida ofrece a estos gérmenes atmosféricos un lugar con todas las circunstancias necesaria para su multiplicación, de manera que aquellos que lleguen a penetrar en medio del organismo y. cuando lleguen a estar privados de la presencia del oxígeno, descompondrán estos mismos elementos orgánicos para mantenerse; que absorbidos por el torrente circulatorio podrán producir en algún punto del organismo fenómenos idénticos: resultando enfermedades diversas, como las de la piel, la podredumbre de hospital, gangrena, erisipela y quizá el tifo, viruela, escarlatina y otras. 

    El preservativo de estos fenómenos, deberá ser un agente que destruya su causa, sus gérmenes, y eso agente es el iodo. 

    Veámoslo; pero demostrando antes la existencia, en las heridas, de los entes atmosféricos. 

    Se sabe por las experiencias de Laimaire, que condensando el vapor de agua de una pieza donde duerman varias personas, aunque no estén aglomeradas y haya ventilación, el microscopio revela que al principio está claro, y al fin de seis horas ya se observan gran número de estos seres con vida como micrófitos, microzoarios, mónades, etc., y que a medida que avanza el tiempo, se multiplican más y más, y aparece en toda su fuerza la fermentación pútrida. 

    Que se multiplican en el hombre, queda probado porque en la superficie de su cuerpo se encuentran estos micrófitos; y haciendo la misma observación en el vapor del aire exterior libre, no aparecen dichos seres, ni tan pronto, ni tan numerosos, ni es tan rápida la putrefacción. 

    Otra prueba de que el cuerpo del hombre es tierra fértil para estos animalillos y plantas, es que la sarna, la tiña y otras enfermedades de la piel son producidas por estos gérmenes; así como respecto del intestino, las solitarias y otras lombrices; más todavía: también las observaciones modernas hacen sospechar que las enfermedades infecciosas son trasmitidas por una clase de estos seres, que según su género producen tifo, fiebres eruptivas, sífilis (1), y cuyos síntomas dependen de los fenómenos de destrucción que va sufriendo este agente en su fermentación, hasta que es expulsado del organismo. 

(1) Según nos dijo el Sr. Barreda.

    Si, pues, como queda demostrado, pueden multiplicarse estos gérmenes sobre la piel del hombre; si penetrando en su interior producen graves alteraciones, ¿qué pasará por la superficie de una herida bajo la influencia de una atmósfera que recibe a millares estos gérmenes y los cuales encuentran allí, en la herida, líquidos y sólidos que los alimenten, presencia y ausencia de oxígeno, y la ayuda de las mismas celdillas que formando aquellos tejidos contribuyen a la destrucción? Pues que, según Pasteur y Fremy no se deben considerar únicamente en el aire el origen de los gérmenes de la fermentación, sino también en las celdillas organizadas, cuando les falta oxigeno del aire para conservar su vida: de manera que aun cuando por el lugar que habite un herido no se depositen en él los gérmenes atmosféricos, los fenómenos de fermentación y el desarrollo de productos más o menos tóxicos, no dejarán de producirse; porque basta para esto que las celdillas del punto dividido no estén ya en relación íntima con la sangre y con el influjo nervioso para que tengan necesidad de conservar su vida por sí mismas; en cuyo momento comenzarán a hacer fermentar, y a descomponer el fluido plástico que les rodea para nutrirse y multiplicarse, hasta que cicatrizado aquel punto se establezcan las relaciones vasculares y nerviosas. Podemos decir que aquí pasa lo mismo que un fruto separado del árbol: en el fruto dicho no se continuará la vida en sus celdillas por los fenómenos generales de la vegetación, sino que la siguen conservando por sí mismas, pero a expensas de la fermentación que hacen sufrir al liquido azucarado. 

    ¿Cómo se demuestra esta fermentación? por la presencia del alcohol en el centro del fruto, donde se ha verificado sin el contacto del aire, y por lo mismo no han concurrido a la formación del alcohol ni el oxígeno ni los gérmenes atmosféricos. 

    Sea cual fuere el mecanismo de la formación de los productos pútridos, lo cierto es que existen y que el iodo los destruye. 

    El iodo, sí, que parece haber colocado la naturaleza en casi todos los elementos que antiguamente se conocían para oponerse a los estragos de esos cuerpos destructores. 

    Con el espectroscopio, en efecto, le hallaremos en el aire, envolviéndonos constantemente, aunque en cantidades pequeñísimas; traspórtalo el agua a grandes distancias, repartiéndolo así a las plantas y animales, y formando un depósito enorme en las aguas del mar. 

    Ocurriendo a la química, en diversas combinaciones más o menos abundantes le hallaremos en la tierra. 

    Cuerpo universal que toca a todos los seres y que constantemente visita a nuestro organismo en sus trasformaciones más intimas, a donde se introduce con el aire, los líquidos y los sólidos. 

    Tan esencial es para la salud, que su falta en las proporciones normales produce el cretinismo y el bocio, según las observaciones de algunos sabios. Debido a esto se usa para combatir dichas enfermedades, empleándose antiguamente bajo la forma de esponja quemada para curar el bocio, unióse después al mercurio, dicho metaloideo para combatir la sífilis, y habiendo producido tan brillantes resultados, comenzó la era científica de este cuerpo tan interesante. 

    Boinet, Duroy y otros se dedicaron a descubrir las propiedades que sospechaban en dicho agente, recurriendo a la experiencia, y de esta resultó: que poniendo iodo en contacto con pus que comenzaba a alterarse, se suspendía inmediatamente la putrefacción y podía conservarse al pus en buen estado durante mucho tiempo. 

    Colocando en un frasco leche o albúmina, fibrina, huevos, etc., y agregándose un centigramo de iodo por gramo, observó Duroy que al fin da un mes estaban perfectamente conservadas dichas sustancias, mientras que sin la presencia del metaloide entraban en completa alteración. 

    Así, pues, de sus observaciones dedujo: que el iodo tiene la facultad de prevenir y suspender la fermentación pútrida; que al producir estos efectos se combina íntimamente con las materias animales como carne, leche, albúmina, sin alterar sensiblemente sus formas y textura; y que sería muy racional aplicarle en el tratamiento de las enfermedades epidémicas y pútridas. 

    Yo quise hacer algunas experiencias sobre esta propiedad, y tomando de un cadáver partes del intestino, coloqué cada una de ellas en un frasco suspendiéndolas del tapón: la fetidez que despedían era insoportable. 

    Deseaba saber si el iodo en estado de gas, obraría mejor que disuelto; y si tendría el cloro la misma propiedad. Pase en uno de los frascos un cristalito de iodo y gradualmente fui calentándolo en una lámpara; se elevaron los vapores envolviendo al intestino; suspendí el calor y ninguno de los que me acompañaban, ni yo, pudimos percibir la fetidez que antes había: solo distinguimos el olor del iodo, pero mezclado a otro que no supimos a qué comparar. 

    En otro frasco, vertí un hipoclorito, y agregué ácido acético; se desprendió al cloro, y el olor pútrido desapareció también en el instante. 

    Coloqué en el tercero también solución de hipoclorito; pero sin agregarle ácido acético, y aunque el olor pútrido disminuyó, no obstante claramente se percibía. 

    Expuse los frascos a una temperatura de veintiocho grados; examinábalos cada día; y al tercero, advertí: que donde había cloro y iodo gaseosos no se notaba mal olor; pero de la solución de hipoclorito se desprendían abundantes gases fétidos, y una capa de lama cubría algunos puntos del intestino que quedaban fuera del líquido. Quité entonces esta solución, lavé el intestino y lo coloqué en otra de iodo iodurada; y aunque en ese momento no había mal olor pero sí al siguiente día y muy repugnante. 

    Terminaré manifestando: que por fin fue preciso arrojar esta solución, y que únicamente en los otros frascos se conservó sin podrirse durante veinte días que observé el intestino. 

    En virtud de esto me ha parecido inferirse que el iodo y el cloro gaseosos, uno y otro, suspenden con seguridad In fermentación pútrida; pero que en combinaciones y disueltos en agua son impotentes para ello; de manera que si en lugar de que se aplicase el cloro en estado de hipoclorito y el iodo disuelto por el ioduro de potasio, se usaran puros en el estado de gas y de una manera apropiada, sus efectos serian más eficaces. 

    Por tanto: el iodo es un poderoso antiséptico que detiene la putrefacción sin destruir las sustancias organizadas; que si suspende este movimiento pútrido, será debido tal vez a que combinado con dichos fermentos los mata y les quita sus propiedades; y no habiendo estas fermentaciones, se evitarán la podredumbre de hospital, la infección purulenta y pútrida, y la multiplicación de fermentos atmosféricos. 

    En resumen, queda demostrado: 

1. Que el mayor peligro que amenaza a los heridos consiste en la absorción que puede efectuarse particularmente en la herida de cuerpos sólidos en descomposición o no, que son arrastrados fácilmente por la sangre a través de las venas, cuyo calibre se va aumentando, hasta que son detenidos por aquellos capilares que no presenten el diámetro suficiente para que puedan circular dichos sólidos, de lo que resulta la formación de les abscesos metastáticos. 

2. Que los gases pútridos y celdillas de fermentación, circulando en el organismo, desarrollan la septicemia. 

3. Que la falta de alimentos, en las proporciones debidas, favorece estos efectos: primero, porque se facilita la absorción de productos tóxicos; segundo, por la debilidad de todos los órganos particularmente del corazón, que no teniendo la misma fuerza que en un individuo bien alimentado, para impulsar la sangre, un débil obstáculo a la circulación en las ramificaciones de los vasos pulmonares, por ejemplo, paralizará la corriente sanguínea con mayor facilidad. 

4. Que la multiplicación de seres destructores, descomposición de tejidos, y trasporte de varios productos, se efectúa en las heridas aun cuando el individuo esté bien alimentado. 

5. Que para evitar estas consecuencias se debe alimentar a los heridos y curarlos diariamente, dos o más veces, con iodo, aunque sea simplemente con solución iodurada. 

6. En fin, los magníficos resultados que hoy obtiene el Sr. Covarrubias en los heridos son debidos en su mayor parto a la alimentación y al iodo.






















jueves, 29 de julio de 2021

4 de marzo de 1900. Algunas observaciones fisiológicas sobre los efectos del alacrán de Jojutla

4 de marzo de 1900. Fernando Altamirano presenta a la Sociedad Científica «Antonio Alzate» su artículo Algunas observaciones fisiológicas sobre los efectos de la ponzoña del alacrán de Jojutla, el cual se publicará en las Memorias y Revista de la Sociedad Científica "Antonio Alzate", tomo XIV, números 7 y 8, y 9 y 10. Ahí, Altamirano menciona que las observaciones las hizo durante el viaje que realizó en diciembre de 1899 con sus cuatro hijos pequeños. Estos cuatro hijos pequeños quizá fueron Salvador, entonces de nueve años, los gemelos Alberto y Carlos, entonces de trece años, y María Amparo, entonces de dieciséis años de edad. 

Como resultado de sus observaciones, él concluye que la ponzoña del alacrán es un tóxico de los centros cerebrales, y que mata por parálisis respiratoria. Indica la manera en que ha logrado conseguir el veneno y conservarlo, y agrega que aún no resuelve si es posible producir la inmunidad en las personas al aplicarles una especie de vacuna que los haga refractarios a la ponzoña, pero que seguirá sus investigaciones.



ALGUNAS OBSERVACIONES FISIOLÓGICAS 
SOBRE LOS EFECTOS 
DE LA PONZOÑA DEL ALACRÁN DE JOJUTLA 


POR EL
DR. FERNANDO ALTAMIRANO, M. S. A., 
Director del Instituto Médico Nacional. 


    En la excursión que hice al E. de Morelos en Diciembre del año pasado, en compañía de mis cuatro pequeños hijos, tuve la oportunidad de visitar la población de Jojutla. Mi excelente amigo y compañero el Sr. Dr. Amador Espinosa, residente ahí, con su amabilidad característica me hizo favor de suministrarme multitud de datos interesantes sobre la flora y fauna de aquella localidad. Debido a su ayuda logré excursionar en los alrededores de Jojutla, colectar abundantes plantas útiles y obtener datos numerosos de los efectos funestos que causa la picadura del Alacrán, en los niños especialmente. Multitud de víctimas de este animal tiene que asistir nuestro amigo año por año y ha notado que los síntomas característicos de este envenenamiento son: sensación especial en la faringe como la que produciría una maraña de cabellos, temblor y sensación de frío, hiperestesia cutánea, sensibilidad excesiva al aire, perturbación de la palabra y de los movimientos y dispnea intensa. La muerte tiene lugar casi en todos los niños en el período de lactancia y es rara en la edad adulta. Con respecto a medios terapéuticos no ha logrado encontrar ninguno de eficacia probada. La medicación se reduce casi siempre a abrir la piel en el lugar del piquete y chupar la herida, aplicar amoniaco o goma de cuajiote, etc., y en el período dispneico, cuando es muy intenso, a cloroformar al enfermo. 

    En vista de esta falta de medicación especial que salvara a tanto infeliz de la muerte o de los crueles sufrimientos que les producen, deseaba que se hicieran algunas investigaciones sobre los animales, que nos dieran cuenta del modo de obrar de esta ponzoña; y buscar si era posible producir la inmunidad en las personas aplicándoles una especie de vacuna que los hiciera refractarios a la ponzoña o que los curase en el estado de emponzoñamiento. 

    Aplaudí sus ideas y sus propósitos y ofrecí ayudarlo en estos trabajos, comenzando por averiguar, si como él me sostenía los conejos y las ranas eran refractorios a los efectos venenosos del alacrán. 

    De las experiencias que practiqué en su compañía haciendo que estos dos animales fueran picados por alacrán, resultó que no son refractarios, sino que al contrario, sufren rápida é intensamente el envenenamiento y les produce la muerte. Vimos también que el veneno había obrado en el conejo como paralizo-motor produciéndose la muerte por suspensión respiratoria. 

    Al volver a México me he seguido ocupando en el Instituto Médico de este asunto de interés público y he recibido del Sr. Espinosa alacranes vivos y ponzoñas, como él las llama. Estas ponzoñas son el último artículo del postabdomen del alacrán que es el que lleva la glándula ponzoñosa y está provisto de su aguijón. Triturados en agua estos artículos ceden su ponzoña al líquido acuoso el que inyectado bajo la piel de un animal produce la misma serie de fenómenos y aun la muerte como lo hace la picadura directa del alacrán vivo. 

    Otro medio de que me he valido para recoger la ponzoña é inyectarla es excitar al alacrán para que pique, pero evitando que no haya algún cuerpo en el que pueda introducir el aguijón. Se consigue así que brote en la extremidad acerada una gotita de un líquido transparente que se puede recoger aplicándole la extremidad de un tubo de vidrio capilar, como el que sirve para recoger la linfa vacunal. Es más práctico el primer método recomendado por mi amigo el Dr. Espinosa. De esta manera he preparado una cantidad de líquido activo que poder dosificar y determinar con él los equivalentes tóxicos y fisiológicos que le correspondan. Para evitar su alteración he agregado formol, que según parece atenúa algo el efecto ponzoñoso pero no lo destruye, y evita la putrefacción. Los caracteres de la solución de ponzoña en formol, son: aspecto opalino, olor como de saliva, sabor nulo, reacción neutra al tornasol, precipitable por el ioduro yodurado de potasio y por el bicloruro de platino y tóxico para la paloma. 

    De las experiencias que he practicado puedo decir por ahora que los síntomas característicos producidos en la paloma, son: inquietud, temblor, paresia motriz, marcha vacilante y después de 30 minutos rigidez de los miembros posteriores que quedan en la extensión forzada de una manera permanente, el animal no puede ya moverse, queda en un lugar con reflejos exagerados, con el más ligero tocamiento o con ruido sufre una convulsión general tetaniforme pasajera. La muerte tiene lugar a las 8 o 15 horas por parálisis respiratoria cuando la dosis es fuerte (una ponzoña). Cuando la dosis es menor, solo se producen los temblores la paresia y la hiperestesia cutánea y después de 4 a 5 horas recobra la paloma su estado normal. 

    En la rana también se produce la parálisis del movimiento y de la respiración. Queda inmóvil durante un día o dos y vuelve a su estado fisiológico. Pero presenta de notable que cuando comienza a recobrar el movimiento ha perdido la facultad de dirigirse. Esta perturbación se hace muy demostrativa poniendo la rana en gran cantidad de agua. Se ve entonces que puede nadar, esto es que mueve bien y fuerte sus miembros y se da impulso pero irregularmente, es incapaz de seguir una dirección voluntaria. Así hace varios movimientos hasta que se queda quieta con los miembros posteriores hacia abajo y la cabeza hacia arriba. Pasadas unas 12 horas de esta pérdida de la facultad directiva, vuelve a sus condiciones fisiológicas. 

    Se ve pues, en estas experiencias que la ponzoña del alacrán es un tóxico de los centros cerebrales, y que mata por parálisis respiratoria. 

    En cuanto a la inmunidad que se pueda comunicar a estos animales aun no lo resuelvo. He comenzado hace poco las experiencias en este sentido inyectando cantidades pequeñas que no produzcan la muerte del animal, pero que le hagan sentir sus efectos tóxicos. Cada 3 o 4 días repito estas inyecciones y aun no he observado resultados dignos de comunicar por ahora. Pero seguiré mis investigaciones y tendré la honra de comunicarlas a esta ilustrada Sociedad. 

    Estas notas de hoy no constituyen mas que el anuncio de una serie de capítulos a cual más interesantes que deseo se escriban por todos los que nos interesamos en bien de nuestros compatriotas. Para facilitar estos estudios lo primero que necesitaba era tener la sustancia tóxica en proporción fácil de dosificar y de conservar. Creo haberlo conseguido con la fórmula que he anunciado y si esto es así los estudios podrán hacerse en varias partes uniformados con una misma preparación. Con esta multiplicidad de acción llegaremos pronto a conocer la naturaleza química de la ponzoña y la manera de combatir sus efectos, sea por medio de agentes químico-farmacéuticos sea por medios biológicos inmunizando el ser humano o curándolo con los mismos humores del alacrán. 

México, Marzo 4 de 1900.