Observó que las semillas de jícama tienen acción bulbar, que determinaba la parálisis de la respiración, que era precedida por una enorme dilatación de las pupilas, notándose que el animal en que se experimentaba perdía la tonicidad muscular y era atacado por un ptialismo, semejante al producido por la pilocarpina. Los fenómenos de intoxicación duraban de cuatro a seis horas, y las dosis variaban entre uno y cuatro gramos.
Sobre el oyocuil notó que tiene una acción cerebral, que era conocida por los indios, quienes hacían uso de esta planta para producir alucinaciones. (Esta planta posiblemente se trataba del ololiuhqui o Ipomea violacea).
Estas observaciones fueron pronto reportadas en Madrid, en la Revista Ibero-americana de Ciencias Médicas, tomo III, número VI, de junio de 1900, en las páginas 414 y 415.
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