RESEÑA
DE UNA EXCURSIÓN A LA CAVERNA DE CACAHUAMILPA
Y
A LA GRUTA “CARLOS PACHECO”
Organizada por el Instituto Médico
Nacional,
escrita por el Ingeniero GUILLERMO B. Y
PUGA
Socio fundador y Presidente de la
Sociedad "Alzate"
y miembro colaborador de dicho Instituto.
Organización del viaje.
Nos despedíamos una mañana del Dr. (Fernando) Altamirano en el
Instituto Médico Nacional, cuando nos dijo: “No se le olvide a usted que hoy en
la tarde estamos citados para concurrir a la casa del Sr. Dr. Govantes, a fin
de arreglar el viaje que ha iniciado a la Caverna de Cacahuamilpa”.
Muchos días antes habíamos hablado ya de ese viaje con el Dr. Govantes
y otras personas del Instituto; pero lo cierto es, que como veíamos los ánimos,
no nos daba muchas esperanzas de que se realizara; de suerte que la noticia de
la junta nos agradó sobremanera y desde luego nos propusimos poner de nuestra
parte todo lo que pudiera facilitar la realización del viaje.
En la tarde de ese mismo día, a las cuatro y media, comenzaron a llegar
las personas citadas a la casa del Sr. Govantes, quien ya nos esperaba para
recibirnos, con las finas maneras que lo distinguen en la mejor sociedad de
nuestra capital. Mucha franqueza reinó en aquella reunión de personas todas de
estudio, que si se proponen hacer viajes, es no sólo por vía de distracción,
sino para ampliar sus conocimientos con las múltiples observaciones que hacen y
variados datos que recogen en ellos.
Podemos decir que comenzó la sesión por remojar los labios con un
exquisito licor que nos ofreció el Sr. Govantes, como para reanimar nuestra
decisión, que debería ser absoluta en el arreglo definitivo de un viaje que,
como el de la caverna, creíamos, presentaba algunas dificultades. Asistieron a
esta junta los señores Doctores Altamirano, Toussaint, Villada y Lozano; los señores
Alfonso Herrera, padre e hijo. Espino Barros y otros; casi todos tomaron parte
en la conversación, dieron su opinión y la mayor parte de ellos proporcionó
datos, lo que originó una calurosa discusión, de la que resultó que lo que
debía de hacerse era comenzar porque cada una de las personas presentes se
subscribiera con una cantidad, para reunir un fondo con el cual poder disponer
todo lo relativo al alumbrado necesario para la exploración de la caverna, que fue
lo que se consideró como de primera necesidad; se aprobó inmediatamente la idea
y en pocos momentos se reunió una parte de lo presupuestado, nombrándose a los Señores
Govantes y Lozano para colectar el resto y mandar hacer los cohetes y demás adminículos
necesarios en este género de excursiones. Muy tarde se despidieron los
concurrentes, saliendo de allí todos sumamente complacidos y alborotados para
un viaje que ya estaba en vías de realizarse.
Posteriormente se desarrolló en casi todos los que debíamos ser de los
excursionistas una actividad notable, pues casi diariamente nos reuníamos dos,
tres o más para comunicarnos nuestras investigaciones y nuevos datos; quién iba
y participaba que había o no medios de comunicación; otros daban datos sobre la
distancia que deberíamos recorrer, proponiendo diversos derroteros; en fin,
transcurrieron así diez o doce días, en los que por el alboroto creciente en
todos, no se hablaba de otra cosa que de la próxima excursión. Con objeto de
arreglar asuntos de interés común, se citó varias veces a juntas en las que o
bien se daba cuenta de lo que se había hecho, o bien se proponían planes y
programas para llevar a buen efecto los estudios que deberían emprenderse
durante la expedición. En una de estas juntas, los señores Govantes y Lozano,
dando muestras de su celo y actividad, comunicaron a sus compañeros que ya
tenían listo lo relativo al alumbrado, consistiendo esto en seis docenas de
fanales, cuya duración es de 5 minutos, de las cuales tres docenas darían luz roja,
y el resto blanca o verde, cuatro docenas de cohetes de luz, entre los que
había igualmente rojos, blancos y verdes; seis paracaídas; además de esto se
contaba con ocho onzas de cinta de magnesio. Muy complacidos quedaron todos por
la actividad de los comisionados y se acordó que además de esos elementos de
alumbrado, llevara cada uno velas de cera con el objeto de alumbrarse durante
el trayecto, y sólo usar de los fanales y cohetes para alumbrar en determinados
momentos y en ciertos lugares de la caverna. Muy entusiasmados estábamos en
estos arreglos, cuando dos cartas que nos mostró el Sr. Govantes vinieron a
entibiar por algunos momentos el entusiasmo general; eran de dos personas
prominentes del Estado de Morelos, a quienes se había dirigido el Sr. Govantes
para tomar informes sobre la manera de hacer lo más fácil posible la excursión;
pero la contestación vino a desanimarnos, como decíamos antes, pues en ambas
nos hacían saber que estando el pueblo de Jojutla en la feria que celebra cada
año, sería muy difícil que encontráramos alojamiento, por ser aquella población
muy corta y no tener sino dos malos mesones, que seguramente estarían llenos
por los concurrentes a la feria; iguales dificultades nos decían encontraríamos
en lo relativo a las bestias, pues son escasos los caballos y pocos los de
alquiler. Un poco meditabundos nos dejaron aquellas noticias; pero ya no era
tiempo de retroceder, pues llevábamos gastados cerca de cien pesos en cohetes y
luces, medio eficaz de que nos valimos, anticipando su costo para obligarnos a
no desfallecer ante las dificultades. Por lo pronto no sabíamos qué decir ni
qué decisión tomar, hasta que paulatinamente fue creciendo en todos el
entusiasmo, al grado que hubo quien dijera que aun a pie iría en caso de no
haber caballos y que dormiría bajo los árboles a falta de mejor alojamiento;
decidimos, pues, no atenernos sino a nuestros propios esfuerzos. Pocos días
transcurrieron sin que nos volviéramos a reunir, pues convocados por el Dr.
Altamirano, celebramos otras juntas en las que definitivamente se arregló el
viaje; una de las decisiones más importantes que se tomaron fue la sugerida por
las noticias que tuvo el doctor al ir a Ayotla, sobre la posibilidad de
conseguir un coche especial en el que podríamos llevar nuestro equipaje y todo
lo de la excursión. Agradable noticia fue esta e inmediatamente se reunió la
cantidad para el arreglo definitivo.
Un nuevo incidente vino a empañar por momentos nuestro júbilo y a
hacernos vacilar en la partida. En los momentos de llegar el Dr. Altamirano de
Ayotla, encontró en su casa noticias muy alarmantes sobre la salud de su esposa
y de uno de sus niños, que a la sazón se encontraban en Querétaro, al grado que
tuvo que partir esa misma noche, para al día siguiente traerse a su familia;
pero eso no valió, pues la salud de su esposa siguió alterada y aun hubo
necesidad de una ligera operación, de cuyo resultado estaba pendiente el doctor
para ir o no a la expedición; todos nosotros, igualmente pendientes, hubiéramos
suspendido o diferido el viaje para mejor ocasión; pero la suerte quiso que la
señora se mejorara ya casi en los últimos momentos y que el doctor quedara en
libertad para marchar.
Entonces pudimos apreciar una vez más la actividad de dicho señor, su
precisión para los viajes y el entusiasmo que lo domina para ellos; en pocos
instantes arregló su equipaje, el de sus dos niños y los de las Señoritas Josefina
su hija y María su sobrina, que deberían acompañarlo. Estas comenzaron a
prestarle importantes servicios, ayudándole en todo lo relativo al
abastecimiento de comestibles; pronto vimos un cajón lleno con botes de café en
polvo, tablillas de chocolate, botes de leche condensada, frascos con
aguardiente, cafeteras, cocina portátil, y en fin, otros muchos utensilios que
nos fueron muy útiles.
Llegó por fin la noche víspera del viaje, en la que todo estaba ya
arreglado; todavía cuando nos despedimos para retirarnos del Instituto, dejamos
allí algunas personas que le daban la última mirada a los catres de campaña que
se habían improvisado con motivo de las noticias relativas a la falta probable
de alojamiento.
¿Durmieron esa noche todos los compañeros? Es probable que no.
De México a Jojutla.
(Por el ferrocarril de Morelos, 196 km., 10 horas de viaje).
Por fin, amaneció el día 1º de Enero de 1892 y a las 7.30 am, llegamos
a la estación de San Lázaro, creyendo ser de los primeros; pero ya casi todos
estaban instalados en el coche especial que nos había de conducir, pues no
contentos con ser puntuales quisieron anticiparse para estar seguros de que no
los dejaría el tren. Difícil nos fue a los que llegamos postreros el podernos
instalar como hubiéramos querido, pues la mayor parte de los asientos estaban
escogidos y otros muchos llenos por los equipajes, que por ser vagón particular
nos concedieron los lleváramos con nosotros mismos, no obstante ser algo
voluminosos. Momentos antes de la partida no nos ocupábamos más que de
saludarnos unos a los otros, presentar a las personas desconocidas y comenzar a
formar comentarios sobre las dificultades más o menos grandes con que podríamos
tropezar en nuestro viaje; estábamos en esto y otros arreglos, cuando una campanada
anunció que se acercaba la hora de partir; entonces echamos de ver que sólo
faltaba el Dr. Villada, y no dejamos de comenzar a recelar que se hubiera
dormido y que no fuera a alcanzar el tren; pero pocos momentos antes, cuando ya
asegurábamos que no venía, vimos aparecer su simpática figura por la puerta del
andén que, precedido de tres niños, se dirigía con pasos mesurados al estribo
del vagón ; no pudimos menos de alegrarnos y con frases y señas indicarle que
subiera cuanto antes, pues el tren iba a ponerse en marcha. Un tercer toque
anunciaba en aquellos momentos que era la hora de partir y lentamente se puso el
tren en movimiento. Por las ventanillas se despedían algunos compañeros de las
personas de su familia o de sus amigos con la pena de que no nos acompañaban
para compartir en nuestros goces o sufrimientos futuros.
He aquí la lista de las personas que formábamos la comitiva:
Sr. Dr. Altamirano, Director del Instituto Médico Nacional.
La Srita. Josefina y los niños Rafael y Fernando, hijos de dicho
doctor, y la Srita. María Cortés, su sobrina.
Sr. Dr. Govantes, Miembro del Instituto Médico,
Sr. Dr. Villada, Profesor en el Museo Nacional y tres niños.
Sr. Dr. Toussaint, Miembro del Instituto Médico.
Sr. Dr. Lozano, ídem ídem ídem.
Sr. Prof. A. L. Herrera, ídem
ídem ídem.
Sr. Ing. Puga, Presidente de la
Sociedad «Álzate».
Sr. Adolfo Tenorio; paisajista.
Sr. García, fotógrafo.
Sr. Schwenghagen.
Sr. Sevilla.
Sr. Prof. Espino Barros y su
sobrino.
Sr. Morales.
Sr. Giovenzzana
y cinco mozos.
Por total éramos veintiocho personas, entre las que había dos señoritas
y cinco niños.
Ojalá y nuestra pluma tuviera frases con que poder dar una idea de cada
uno de los excursionistas, su carácter, su figura, etc., pues serviría mucho
para formarse idea de cómo cada uno de los viajeros contribuyeron a hacer de
este paseo uno de los más gratos que hemos realizado.
Días antes de partir había hecho el Dr. Altamirano un programa de los
estudios que deberían de emprenderse, distribuyéndolo entre el personal de la expedición,
según sus aptitudes y aficiones; propuso además, para servir de estímulo, algunos
premios a los que desempeñaran con eficacia y bajo ciertas condiciones sus
encomiendas.
Quedaron, pues, así divididos los estudios:
Climatología, Sr. Altamirano.
Botánica, Sr. Villada.
Zoología, Sr. Herrera.
Geología, Sr. Puga.
Aguas minerales, Sr. Lozano.
Bacteriología, Sr. Toussaint.
Fotografía, señores García y Giovenzzana.
Pintura y paisaje, Sr. Tenorio.
Crónica del viaje, Sr. Puga.
Poco nos fijamos en la primera parte del camino, pues ya nos es muy
conocida hasta Ayotla, a donde llegamos a las 9.30, nos bajamos un rato; y
mientras el Dr. Altamirano recogía de la estación unos albardones que le había
dejado el Sr. Almazán, nosotros nos desayunamos con chalupitas y tamales de los
muy sabrosos que salen a vender, y el resto del camino, hasta Ameca, lo
entretuvimos la mayor parte en ver unas vistas de la gruta que llevaba el Sr.
Herrera, y en leer una descripción de la misma, hecha por el Sr. Landesio, profesor
que fue de nuestra Escuela de Bellas Artes, y otros libros; el que nos
entretuvo un buen rato fue una geografía del Estado de Morelos, escrita por el
Sr. Róbelo, que la leíamos con interés por saber algo relativo al Estado que
íbamos a atravesar en su mayor parte.
Casi desapercibido pasó, pues, para nosotros el tramo hasta Amecameca;
pero desde este punto en adelante cada vez fue tomando el camino mayor interés,
presentándosenos poco a poco el variado y rico panorama de las extensas
vertientes del Popocatépetl, las cuales con un descenso constante y formando profundas
barrancas y prolongadas pendientes, preparan el terreno para bajar a lo que
propiamente se llama tierra caliente. En este tramo se encuentra inmediatamente
después de Amecameca la estación de Ozumba, población que aunque pequeña y de
poca importancia, por su distribución irregular a uno y otro lado de la
barranca que lleva su nombre, presenta un aspecto risueño, sobre todo, cuando
se le mira desde el magnífico puente por donde atraviesa la locomotora para
llegar a la estación. En este punto es donde se almuerza; por consiguiente la
mayor parte de nosotros bajó a la estación y tomamos asiento en una de las
mesas del mal restaurant que allí existe, encontrándose entre nosotros varios
de los demás pasajeros y el conductor del tren Sr. Sonié, francés de
nacimiento, quien invitado por el Dr. Altamirano, vino a tomar la sopa en
nuestra compañía. Durante la comida reinó la mayor cordialidad entre todos y
sólo hubo un momento en que temíamos que hubiera habido algún disgusto, pues
habiendo descubierto el Sr. Sonié que entre nosotros venía un alemán y que se
hallaba sentado a la mesa nada menos que frente a él, comenzó a iniciar una conversación
patriótica y concluyeron diciendo uno que si no fuera francés quisiera ser
francés, y el otro, que si no fuera alemán nunca quisiera ser francés. Estaba
en este punto la conversación cuando el chasquido de una botella de cerveza que
destapó un mozo detrás de Sonié, lo distrajo y cambió de giro la plática; poco
después nos levantamos y nos dirigimos al tren, que ya poco faltaba para que
partiera.
Con estos y otros episodios de fin de comida y principios de digestión
salimos de Ozumba. Pintoresco y espléndido es el paisaje que comienza desde
este punto ante la mirada del viajero
que con vertiginosa carrera desciende dando vueltas y más vueltas en
todos sentidos y viendo pasar los cerros de su derecha a su izquierda, hasta
que llega un momento en que la mirada tiene que llevarse muy lejos para poder
alcanzar el valle que se extiende al pie de las montañas y que envuelto en
blanquecina bruma, con dificultad se distingue; desde allí es donde comienzan a
contemplarse las planicies del Estado de Morelos; desde allí es donde se mira
el rico Plan de Amilpas, donde se hallan ubicadas las grandes haciendas
azucareras que constituyen la riqueza del Estado; y en fin, desde allí es donde
se ve casi por completo la configuración de su suelo. Por un lado se presentan
hacia el Oriente las últimas vertientes del Popocatépetl que terminan en el
Peñón de Jantetelco, masa rocallosa que aislada se levanta sobre el suelo,
dominando todo lo que le rodea. Por el Poniente se presenta la Sierra de
Tepoztlán, majestuosa en sus masas de rocas cortadas a pico y cuyos picachos sobresalientes
simulan castillos feudales diseminados en la montaña y ocupando lugares
inexpugnables; más allá la Sierra de las Tetillas; y por último, muy lejos al
Sur, los cerros de Tlaquiltenango y Jojutla. Numerosas y quebradas son las
montañas del Estado de Morelos; pero fácil es comprender su distribución,
dependiendo casi todas ellas de la cordillera que une el Ajusco y el Popocatépetl
y que forma los límites boreales del Estado; se dirigen la mayor parte de Norte
a Sur, dejando tres grandes valles: el Plan de Amilpas o sea el Valle de Cuautla,
el Valle de Yautepec y Jojutla y el Valle de Cuernavaca y Tetecala, cuyas
corrientes se unen todas para formar el caudaloso Amacuzac que corre de NW a SE,
al pie de la Sierra que limita el Estado por el Sur. Áridas y casi estériles
son las tierras que forman las montañas del centro del Estado, en
contraposición con la fertilidad y vigorosa vegetación que se desarrolla en los
valles y planicies, y justamente desde las alturas de donde baja el tren se
contemplan las montañas sin vegetación, ostentando solamente picachos
blanquecinos que contrastan con lo verde que de distintos matices alfombran los
valles.
Poco tiempo duramos nosotros en esta contemplación, pues detuvo el tren
su marcha y se nos anunció que llegábamos a la estación de Nepantla. En este
punto teníamos que esperar el tren de subida, y por consiguiente podíamos
disponer de algunos minutos que aprovechamos para tomar fotografías de unos paredones
que existen aún al lado de la estación y que dicen son ruinas de la casa que
habitó en sus primeros años la insigne Sor Juana Inés de la Cruz. Las señoritas
María y Josefina no sólo se contentaron con ir a ver dichas ruinas, sino que
queriendo llevar una prueba o recuerdo de haberlas visto, arrancaron algunas
piedrecitas y unas hojas de las plantas que crecen al pie de los muros. Todavía
algún tiempo después seguimos en la estación, pues el tren que esperábamos
venía atrasado, de suerte que pudimos ponernos a contemplar el panorama de que se
goza desde allí, entablando además sabrosa conversación con el Dr. Altamirano,
que con suma facilidad y claridad nos explicaba lo que se extendía a nuestra
vista.
La estación de Nepantla se puede considerar, nos decía el doctor, como
el balcón desde donde se ve tierra caliente; colocada en la ladera que forman
las ramificaciones de la Sierra del Popocatépetl, es también el escalón que hay
entre tierra fría y tierra caliente. Su altura sobre el nivel del mar es de 2000
metros y justamente por estos lugares es donde comienzan a verse variar los
caracteres de la vegetación para pasar de las especies que viven en tierra fría
a las propias de tierra caliente, y aun se cree que a esta circunstancia debe
su nombre que es de origen mexicano y que significa lugar de la medianía. De
este punto para adelante sigue el camino con más y más vueltas, presentándose
por mucho tiempo el mismo paisaje que desde un principio y sólo comienza a sentirse
un aumento en la temperatura, lo que seguramente originó que la mayor parte de
los viajeros entraran en reposo, tratando de dormir unos, leyendo otros; pero
la mayor parte callados y tranquilos, atestiguando que pasaban por las horas de
la digestión. Nosotros íbamos recargados en una ventanilla cuando escuchamos
que la Srita. María de tiempo en tiempo decía los números de los postes kilométricos
que encontraba el tren; le preguntamos con qué fin lo hacía y nos recordó que
por aquel rumbo debía de encontrarse la barranca de Escontzín, y que según el
Sr. Sonié debía estar en el kilómetro 114. Inmediatamente que se escuchó la palabra
Escontzín, la mayor parte se agolpó a las ventanillas y estuvimos pendientes
para poder ver el kilómetro 114. Por fin, después de un rato, llegamos a la
barranca que está atravesada por un puente que a lo sumo tendrá seis metros de
claro y donde no obstante su poca profundidad perecieron el 23 de Junio de 1881
cerca de 400 infelices soldados que conducía el tren y cuyo siniestro ha dado a
aquel lugar triste celebridad; Una vez que saciamos nuestra curiosidad y que se
alejó de nuestra vista, quedaron todos de nuevo en la mayor tranquilidad, mientras
nosotros recargados contra un vidrio contemplábamos la Sierra de Tepoztlán, que
a medida que el tren desciende y se acerca a ella, toma grandes proporciones y
espléndido aspecto. Transcurrió el tiempo sin sentir hasta que a las tres de la
tarde llegamos a Cuautla. En este punto permanece mucho tiempo el tren, de modo
que pudimos bajarnos y aun ir al zocalito que está frente al ex- convento de San
Diego, en donde algunos compañeros acosados ya por la temperatura de aquellos
lugares, se tomaron algunos vasos de nieve. Muy pintorescas y encantadoras se
presentan aquellas tierras para los que la mayor parte de su vida la pasan en
la ciudad; de modo que mucho gozamos contemplando los extensos campos sembrados
de caña, las grandes huertas tupidas de árboles frutales y toda aquella
vegetación que constituye la riqueza de aquellos pueblos. Mientras el tren partía,
nos pusimos con el doctor a platicar algo relativo a Cuautla, recorriendo
rápidamente su historia desde que fue teatro de los hechos más heroicos del
héroe cuyo nombre lleva, hasta la actualidad, que se puede considerar como
centro de las principales fincas de campo que hay en los distritos de Morelos y
Juárez. Cuautla es la ciudad de mayor población en todo el Estado después de Cuernavaca;
es la cabecera del distrito de Morelos; se encuentran allí todas las oficinas
federales y aun algunas fuerzas de guarnición que contribuyen para mantener
movimiento y animación; posee unos magníficos manantiales de agua sulfurosa y
en sus alrededores se encuentran preciosas y ricas huertas. Cesó nuestra
plática cuando se puso el tren en marcha; nos asomamos a las ventanillas para
contemplar el campo; pues desde Cuautla hasta Yautepec o Tlaltizapán se puede
considerar que el camino está abierto por entre un jardín; por un lado veíamos
extensos cañaverales que se perdían; por otro lado agrupaciones de platanares
que con sus anchas hojas y color verde vivo, constituyen uno de los atractivos
para el que viaja por climas cálidos; de trecho en trecho magníficas fincas que
parecen pueblos y que no son sino las haciendas de caña características por sus
chimeneas y grandes galeras. En fin, un panorama variado que a cada paso nos
arrancaba exclamaciones de admiración por tanta belleza o por ver reunidas en
un sólo lugar grandes riquezas; y recordamos perfectamente que el Sr. García,
entre otros, entusiasmado y platicando con nosotros, llenaba de reproches a los
dueños de aquellas fincas que generalmente no las conocen y sólo gozan de sus
productos, gastando en el extranjero el dinero que produce el suelo de su país.
Casi a las cinco llegamos a Yautepec, después de pasar por calles
extensas de naranjos, cuyas ramas apenas podían soportar sus dorados frutos,
llenando el ambiente de un aroma puro y agradable que todos aspirábamos con
delicia. La estación estaba literalmente llena por, la gente que esperaba el
tren para embarcarse e ir a Jojutla, en donde, como dijimos al principio, se
celebraba una feria; todos los coches se llenaron y comenzaron algunos
pasajeros a querer entrar en el nuestro, lo que nos obligó varias veces a
mostrarles el letrero que llevaba, en el cual se indicaba que era reservado;
entonces fue cuando comenzamos a experimentar la comodidad de un coche
especial, pues mientras en los demás las gentes estaban en apretada confusión,
nosotros íbamos cómodamente instalados. La aglomeración de gente era tal, que
obligó a que se aumentaran algunos coches; y como no había en la estación más
que furgones y plataformas, fue lo que pusieron al servicio de aquella gente,
que entre empujones, dicharajos y porrazos entraban a los furgones donde
quedaban de pie, oprimidos y empaquetados como si fueran comestibles en
conserva. Mucho tiempo permaneció el tren en la estación mientras se hicieron
los aumentos y cambios necesarios, tiempo que nosotros aprovechamos en tomar
una poca de nieve y platicar acerca de Yautepec.
Yautepec es la cabecera del distrito que lleva su nombre; se encuentra
situado casi al pie de la Sierra de Tepoztlán y separado de Cuernavaca por la
de las Tetillas, que depende de la primera. Encajonado como se encuentra el
Valle entre elevados cerros y extensas lomas, corre por su parte media un
caudaloso río que recoge la mayor parte de las corrientes que bajan de la
Sierra del Norte y de las demás que le rodean; esta circunstancia y la de ser
su lecho quebrado y muy pendiente, origina que el volumen de sus aguas aumente
considerablemente en las épocas de las mayores lluvias, habiendo ocasionado en
algunos años inundaciones que han destruido parte de la ciudad y causado
algunas víctimas. Este río lleva el nombre de la ciudad, corre de Norte a Sur y
reúne sus aguas, como casi todos los del Estado, con el río Amacuzac.
La población de Yautepec es de cerca de 9,000 habitantes, que la mayor
parte se ocupan en las faenas del campo. Se encuentran cerca de la población
algunas de las mejores haciendas de caña del Estado, como son Atlihuayan,
Oacalco y otras.
Media hora después de estar parados nos pusimos en marcha, notándose en
todos nosotros el cansancio o la molestia causada por la monotonía y dilación
en el movimiento del tren; de suerte que la mayor parte salimos a las
plataformas para contemplar mejor el campo, y hasta las señoritas no quisieron
dejar de tomar parte en la diversión; pues habiendo permanecido sentadas casi
todo el día, sentían ya necesidad de dar algunos pasos o cuando menos pararse,
así es que colocadas en la plataforma y asidas de los fierros para poder
soportar los movimientos bruscos del tren, contemplaban el panorama encantador
que ofrecía a nuestra vista la tierra caliente, y entusiasmadas conversaban
alegremente con el Dr. Altamirano, manifestando a cada paso con nosotros las
sencillas expansiones de su corazón. Todo era admiración, todo era júbilo y a
cada momento las exclamaciones de ¡qué hermoso! ¡qué bonito! nos anunciaban que
algún platanar, algún campo de caña o alguna hacienda se presentaba a nuestra vista.
Así transcurrió el tiempo hasta que llegamos a Tlaltizapán, en donde otra
multitud de gente esperaba el tren para agregarse a la que ya venía en él. No
muy agradable se presentó a nuestra vista el pueblo de Tlaltizapán, pues sólo
pudimos ver jacales mal formados y diseminados sin orden; la multitud llenaba
la pequeña plazoleta que se ha formado donde para el ferrocarril: unos para
embarcarse y otros con el sólo objeto de verlo llegar y partir, pues acaso es
la única diversión que tienen en dicho lugar. Contemplábamos aquel cuadro,
cuando nos llamó la atención un hombre que sentado muellemente sobre unas piedras
con ademán de indolencia, fumaba un enorme puro sin preocuparse por lo que
pasaba en su derredor y sólo echando de tiempo en tiempo bocanadas de humo;
luego que nos fijamos en él pudimos notar con horror que tenía toda la piel
manchada de azul, como si se la hubieran quemado con pólvora, y cuál sería
nuestra admiración cuando advertimos que en medio de aquella multitud no era el
único individuo con aquel defecto, sino que otros muchos, entre los que había
mujeres y niños, tenían la cara y las manos igualmente manchadas. No pudimos
menos de llamarle la atención al doctor, el que nos dijo que en aquel punto es
precisamente donde comienza el mal del pinto; que a todos aquellos individuos
les llaman pintos, y que no sólo tienen la cara y las manos manchadas, sino
todo el cuerpo; siendo este mal al parecer hereditario, pues pasa de los padres
a los hijos y que igualmente se puede adquirir por contagio, creyendo algunas
personas que basta beber agua en la vasija donde ha bebido un pinto para que se
transmita la enfermedad. Por lo demás, los indígenas que tienen este defecto,
parece que no comprenden su desgracia ni la repugnancia que inspiran, pues
generalmente son los más altivos y los más altaneros, distinguiéndose entre los
demás por su molicie y altivez.
Ya desde este punto, por cada uno de los pueblitos que pasábamos
veíamos algunos pintos, y el doctor nos llamaba la atención sobre la
coincidencia que se nota entre la existencia de este mal y la naturaleza del
terreno; pues generalmente donde el terreno es calizo y las aguas tienen un
color verdoso y una limpidez particular, es donde comienzan a presentarse. Poco
tiempo pudimos seguir en observación, pues el sol se ocultó tras las montañas del
Poniente, y sólo en las pequeñas poblaciones que todavía tocó el tren, podíamos
notar la multitud que venía a aumentar la ya compacta aglomeración que
literalmente llenaba cuanto coche llevaba el tren, al grado de que poco antes
de que llegáramos a Jojutla, vino a nosotros el conductor, sudando y jadeante
por las fatigas y trabajos que le había costado recoger los boletos a todas
aquellas gentes.
En Jojutla, cabecera del
Distrito de Juárez.
Llegamos a Jojutla a las 6h 15m pm; estaba la estación literalmente
llena por la multitud que esperaba el tren, multitud que aumentó con los ríos
de gente que bajaba de los furgones y plataformas que en todo el trayecto
habían recogido numerosa concurrencia para la feria que se celebra en esta
población en los primeros ocho días de cada año. Era tal el gentío que todos de
común acuerdo determinamos quedarnos en el tren hasta que se desahogara un poco;
así estuvimos esperando como media hora, cuando comenzó la máquina a hacer
movimientos para formar el convoy que debía salir el día siguiente y colocar
nuestro coche en el límite de la vía. Ya sea porque teníamos deseo de bajar, o
porque deseábamos ver los movimientos casi todos nos agolpamos a las
plataformas donde a falta de otra cosa comenzamos a contemplar el cielo,
procurando reconocer algunas de las constelaciones visibles, lo que nos sirvió
para orientarnos y formarnos idea de la situación del lugar; por fin, después
de mucho esperar comenzaron algunos compañeros a irse y poco a poco y por
grupos nos fuimos encaminando a la población que está como a un kilómetro de la
estación. La idea predominante en todos era cenar, así es que inmediatamente
nos internamos en la población, mezclándonos con la multitud que llenaba las
calles; a medida que nos acercábamos a la plaza central aumentaba más y más la
gente, al grado que tuvimos que separarnos, quedando sólo grupos de tres o
cuatro personas. Por fin, llegamos a la plaza; estaba ésta llena de vendimias y
tiendas ambulantes, entre las que había fondas, mercerías, carnicerías, ropa, y
en fin, una mezcla, que se podía considerar todo aquello como un bazar
universal, entre el cual apenas se movía una multitud compacta de indios que
sin dirección fija iban y venían al rededor del atrio de la parroquia donde
estaba situada una murga. Diversa suerte corrieron los compañeros, pues unos
encontraron que cenar y otros no, o muy caro; tres de nosotros nos dirigimos a
una accesoria en cuya puerta había un letrero que decía Fonda y Café. Desde la
entrada comprendimos que no había mucho que esperar, pues las sillas estaban
colocadas sobre la mesa, todo lo demás en desorden y en uno de los rincones dos
personas dormidas y acurrucadas bajo sus ropas de noche; no obstante, gracias a
la exigua luz que daba una candileja de aceite, vimos en el fondo una
puertecita por la que se asomaba una muchacha rechoncha que con voz de sueño
nos dijo: “Pasen ustedes”. Esto nos obligó a entrar, pues de otra suerte apenas
nos asomamos hubiéramos retrocedido. Preguntamos si había algo que cenar, y después
de haber esperado mucho tiempo la respuesta, nos fueron diciendo que todo se
había acabado; insistimos y después de varias preguntas y respuestas, fueron
resultando con que podrían darnos unos huevitos y unos frijolitos. El apetito
que llevábamos no nos permitía escoger, de suerte que acto continuo bajamos las
sillas de la mesa y nos colocamos uno frente a otro y el tercero en la
cabecera. Mucho tardaron en venir los huevitos, pero al fin después de algunas carreras
de la criada para la calle y de oír chillar la manteca en la cazuela, vinieron
los consabidos huevos, uno para cada uno, que los hicimos desaparecer de tres
bocados, acompañados de pan que seguramente tenía muchos días, pues estaba como
una piedra; trajeron después unos frijoles que más bien parecían mayates en
plato; pero que corrieron la misma suerte que el primer platillo,
desapareciendo en un santiamén; no nos faltó cerveza, de suerte que un poco resignados
más que satisfechos concluimos nuestra exigua cena, y ya nos disponíamos a
partir, para lo cual preguntamos cuánto era lo que debíamos; cuál sería nuestro
asombro al decirnos la criada que nos había servido que debíamos un peso cada
uno; inmediatamente protestamos, pero todo fue inútil, hasta que al fin nos
resolvimos a pagar 18 reales por los tres; habiendo quedado en que la vieja nos
hacía una rebajita por puro favor. Durante la cena un viejo de unos 60 años que
estaba dormido en un rincón, se enderezó y comenzó a trabar plática con
nosotros, ofreciéndonos entre otras muchas cosas, que al día siguiente nos
servirían un buen desayuno; por supuesto que después de haber salido de allí no
sólo no nos acordamos en volver, sino procuramos encontrar a nuestros
compañeros para referirles lo que nos había pasado y que no fueran a caer como nosotros
en aquel desplumadero.
Poco nos paseamos después de cenar, pues era muy molesto andar entre
aquella bola; así es que poco a poco nos retiramos y llegamos a la estación con
intenciones de acostarnos en el vagón donde habíamos venido; pero no fue posible
porque ya la mayor parte de los compañeros habían dispuesto sus camas,
formándolas con los cojines de los asientos, de manera que cuatro resolvimos
irnos a dormir a otro coche. No bien habíamos comenzado a buscar un rincón,
cuando se nos presentó el guarda-estación con su linterna en la mano,
diciéndonos que tenía orden de cerrar los coches y no dejar que ninguno entrara
en ellos; pero en estas y las otras le deslizamos un tostón en la mano y como
por encanto cambió el hombre, al grado de que no sólo no nos dijo más, sino que
él mismo anduvo arreglando para que durmiéramos de la mejor manera posible. Era
digna de verse la cama en que transformó cuatro asientos del coche de primera:
quedó con colchón, almohada y hasta pabellón se le hubiera podido poner; en
ella se acostó muy ufano el Dr. Govantes, no sin antes habernos hecho tomar un
trago a la salud de su magnífica cama. Tres o cuatro nos fuimos al coche de
segunda y allí armamos nuestros catres de campaña, durmiendo los otros sobre
las bancas, y por último, el Dr. Altamirano y su familia quedaron regularmente instalados
en un furgón. En resumen, convertimos el tren en nuestro dormitorio.
Eran las doce de la noche cuando nos acostamos a dormir, sin desvestirnos;
y apenas comenzaba a querer venir el sueño cuando oímos una voz que por fuera
llamaba, pues habíamos tenido la precaución de atrancar las puertas del coche;
pero la persona que llamaba no esperó que le abriéramos, sino que de un fuerte
empujón abrió la puerta y entró diciendo “¡ah! ¡ah!”, como que le causaba
admiración el que estuviéramos allí acostados. Entonces uno de nosotros se
incorporó y gritó: “¿Quién vive?” “El viejo Uribe”, respondió el intruso, que
era nada menos que el conductor. “¿Qué tal, señores?”, nos dijo después. “¿Aquí
van a pasar la noche?” “Sí señor”, contestamos. “Pues vaya, les haré compañía;
pero antes de dormir acostumbro fumar un cigarro y charlar un poco”. “Pues a
las órdenes de usted”, contestamos, y étenos aquí a la una y media y en
agradable conversación, para el conductor, porque a nosotros se nos cerraban
los ojos y se nos doblaba el cuerpo. No fue mejor la noche que pasaron en el vagón
especial los demás compañeros, pues la mayor parte durmieron encogidos o en
posturas incómodas.
Casi todos nosotros, cansados como estábamos, desvelados y mal cenados,
después de cambiar mil posturas en los asientos incómodos, comenzamos en las horas
de la madrugada a cerrar los ojos; bien sabido es lo delicioso que es ese sueño
de la madrugada cuando se siente que se duerme y cuando algunos ensueños
comienzan a germinar en nuestro cerebro para presentarnos visiones que
generalmente nos son agradables. Estábamos la mayor parte saboreando ese
estado, cuando un vigoroso y prolongado silbido dado por la locomotora nos hizo
abrir a todos desmesuradamente los ojos, creyendo que ya era la hora de marchar
y no eran sino las cuatro de la mañana; media hora después comenzó ci llegar la
gente que se iba en el tren tratando de instalarse desde luego en los mejores
lugares; de manera que los que habían dormido fuera del coche especial, desde
aquel momento tuvieron que emigrar de sus alcobas improvisadas y ceder el
puesto, mal de su agrado, a la muchedumbre que ya invadía las plataformas.
Espléndida madrugada, un ambiente fresco y sereno, colores vivísimos de
púrpura que difundiéndose lentamente desde el Oriente, iban disipando las tinieblas
de la noche, haciendo desaparecer paulatinamente los luceros, hasta que el sol
radiante apareció tras las montañas del Oriente; ni un sólo vapor que enturbiara
la luz, ni una sola nubecilla que evitara a sus rayos dispersarse llenando todo
el horizonte; todo se iluminó y se presentó de lleno a nuestras miradas,
pudiendo entonces contemplar la situación y el conjunto de lo que se podría
llamar Valle de Jojutla. Por el Oriente veíamos en primer término los cerros de
Jojutla y Tlaquiltenango, cubiertos de exigua vegetación que deja descubiertos
grandes tramos donde se ve blanquear las rocas calizas de que están
constituidos; más allá y sirviendo como de fondo por el NE, de color azulado
que se confunde con el del cielo, se levanta majestuosa la mole cónica del Popocatépetl,
que desde estos lugares se ve más agudo y casi terminando en punta. Por el
Poniente estaba perfectamente iluminado el cerro de San Nicolás y de Tetelpa, seguidos
de extensos lomeríos que se pierden poco a poco hasta llegar a los confines
azules donde apenas se distingue la masa irregular y de bordes recortados del Nevado
de Toluca; muy grata impresión nos causó tener a la vista los dos grandes volcanes
de la mesa central, pues era la primera ocasión que los veíamos a la vez. Por
el Sur apenas se distingue entre la arboleda de la población y allá muy lejos,
perdiéndose en lontananza, la Sierra del Sur, al pie de la cual corre el Amacuzac;
y por último, al Norte, los cerros irregulares que forman en esta dirección las
últimas dependencias del Ajusco.
Entre los cerros de Jojutla y de San Nicolás, corren dos ríos, uno que
lleva el nombre de Tlaquiltenango, y el otro de Apatlaco, encontrándose la población
entre ambos, y como a una legua más al Sur se reúnen en uno sólo llamado
Tlateuchi, para después correr juntos hasta reunirse al Amacuzac. Estábamos en
estas reflexiones geográficas y otras consideraciones, cuando la voz del Dr.
Toussaint vino a sacarnos de ellas, recordándonos que teníamos que desayunarnos
y después tratar de conseguir los caballos, pues basta aquellos momentos no había
nada arreglado sobre las bestias que nos debían conducir.
Poco a poco nos dirigimos a la población, distrayéndonos con los
chiflidos de unos pájaros negros que revoloteaban en pequeños grupos por entre
el follaje, que mientras están parados en los árboles no cesan de cantar; cerca
de donde nosotros pasamos había dos: uno de ellos parecía decir “Luis, Luis”, y
su vecino le contestaba “bien te veo”; comenzaba el primero otra vez “Jesús,
Jesús”; “bien te veo”, volvía a repetir su compañero; aun cuando ya nos son
conocidas estas aves, pues las hemos visto mucho en el interior, no pudimos
menos que preguntarle al Sr. Herrera qué clase de animales eran esos. Esas
aves, nos dijo el Sr. Herrera, componiéndose su bigote y viendo al suelo,
pertenecen a la familia de los Cuclillos, género Crotófaga y especie
Sulcirrostris; se llama Crotófaga porque se come las garrapatas, para lo cual
tiene un pico conformado de una manera especial para peinar el pelo del ganado
y alimentarse de los parásitos dichos, íbamos a dar las gracias a dicho señor
por sus datos zoológicos sobre las aves citadas, cuando se presentó delante de
nosotros la simpática figura del Dr. Govantes, que con las manos en los
bolsillos y riéndose de sólo vernos nos dice: “¿Qué les parezco a ustedes? Me
ha costado un real y esto es lo mejor para el sol”; todo esto nos lo decía
señalándonos un sombrero de paja que acababa de comprar y sobre el cual traía
encimado el que le sirvió para el tren. Le pedimos su sombrero y después de
haberlo visto por todos lados como para reconocer su clase, le preguntamos: “¿Con
que un real?” “Sí señores, un real y nada más que un real: vean ustedes al
mayor que también acaba de comprar el suyo y le costó lo mismo”. En efecto,
allí junto al Dr. Govantes estaba el Sr. Valle, que es al que le dicen Mayor,
muy serio, con una blusa de dril muy larga y mostrándonos su compra, a la vez
que nos daba los buenos días; decidimos comprar también para nosotros unos
sombreros, pero antes de irlos a buscar entramos en una fonda de la plaza donde
nos dieron un buen café y buena leche por sólo un real.
Casi todos fuimos a la misma fonda, pues allí nos reunimos la mayor
parte, circunstancia que aprovechó el Dr. Altamirano para decirnos que nos
disemináramos a buscar caballos por varias partes y que a las once nos
reuniéramos para dar cuenta de lo que hubiéramos conseguido. Todos, pues, nos
fuimos por distinto rumbo, quién procurándose uno o dos caballos para sí, quién
diez o doce para los demás; pero no sabemos cómo o por qué circunstancia a cada
uno de nosotros nos despacharon con una misma persona; de manera que después de
mucho andar, de ir y venir, de preguntar y volver a preguntar, nos encontramos
reunidos en la casa de un Sr. Rebollar, que luego que vio la urgencia con que
insistíamos y los muchos caballos que necesitábamos, no dejó de hacerse del
rogar y poner los precios que quiso. Recuerdo que llegamos dos de nosotros a la
puerta que cierra la cerca en medio de la cual está la casa que buscábamos, y
preguntamos: “¿Esta es casa del Sr. Rebollar?” “No señores”, nos responde muy
espacio y como de mala gana un ensarapado que con mucha flojera apenas se movía
del lugar en que estaba medio echado. “¿Y dónde lo podremos encontrar?” “¿Pues
pa’ qué lo querían?” “Queremos saber si nos puede alquilar unos caballos”. “¡Ah!
pues espérese un poco, le voy a hablar”. En efecto, esperamos un buen rato y a
poco salió del mismo jacal el Sr. Rebollar, diciéndonos con muy buenas maneras:
“Yo no tengo más de seis animales; acabaron de venir unos señores y me tomaron
dos; vinieron otros y no nos arreglamos.
“¡Ah! pues esos señores son de nosotros mismos, formamos una sola caravana;
de manera que si usted quiere, con nosotros puede arreglarse de sus seis animales
y otros que nos consiga; necesitamos cuando menos veinte bestias y cuatro mulas
de carga; si usted no las tiene, consígalas con sus amigos del pueblo y eso más
puede ganar”. Parece que con esas palabras le despertamos la codicia, pues nos
dijo después de pensar un rato y de peinarse las barbas con las uñas: “Bueno,
señores, yo les consigo caballos; pero me pagan ustedes a doce reales diarios y
me dan adelantado el importe por los días que los han de ocupar. Poco
discutimos ya sobre eso y entonces el Dr. Altamirano nos comisionó para recoger
de cada uno de los excursionistas el importe de sus cabalgaduras.
Una vez cerrado el contrato, cada uno comenzó a hacer recomendaciones
para que escogieran su caballo; quién decía que fuera manso, otro que fuera de
freno, cuál otro que le pusieran buenos estribos, en fin, una serie de
condiciones, a las cuales Rebollar un poco atarantado nada más decía moviendo
la cabeza: “Pierda cuidado, señor”.
Nos volvimos ya para el centro satisfechos de nuestro arreglo y
comenzamos a recorrer la población; el Dr. Altamirano con su cámara en la mano
fotografiando todo lo que le llamaba la atención; yendo y viniendo pasamos por
la plaza y allí encontramos a las señoritas María y Josefina, muy graciosas con
sus vestidos de percal y sus rebozos graciosamente echados sobre el hombro,
llevaban en la mano un sinnúmero de compras que habían hecho con el objeto de
que no nos faltara nada en el camino.
Nos retiramos acompañándolas y fuimos a la botica del Sr. Espinosa,
fino amigo de los Dres. Altamirano y Villada; allí nos proporcionó unas sillas
fuera del mostrador y estuvimos charlando un rato hasta que llegó la hora de
comer. El Sr. Espinosa se portó perfectamente con nosotros, pues por su
conducto conseguimos seis de los caballos que necesitábamos y una muía de
carga.
Poco a poco nos fuimos acercando a la fonda que está situada en una de
las esquinas de la plaza y que es la de mejor aspecto de todas las de la
población; encontramos allí ya instalados a muchos de los compañeros, algunos
de los cuales charlaban amigablemente con el dueño, que con finas maneras y
atentos modales nos ofrecía servirnos con sólo que esperáramos algunos minutos.
Deseosos como estábamos de tomar una buena sopa, no tuvimos inconveniente en
esperar y nos entretuvimos observando los graciosos movimientos de una ardilla
que tenían atada con una cadena a una puerta; el gracioso animalillo subía y
bajaba y con ojos picarescos nos veía; uno de nosotros se acercó a darle un
pedazo de pan o inmediatamente lo tomó y corrió a la parte superior de la
puerta, donde cómodamente sentada en sus patas traseras, comenzó a comérselo
esponjando cada vez más su hermosa cola como para dar muestras de júbilo; pero
el entretenimiento pasaba y la sopa no llegaba, y lo que era peor, el dueño no
cesaba de platicar sin dar señales de apuración; algunos de los compañeros
comenzaban a impacientarse. En una de las mesas estaba el Dr. Govantes acompañado
del Mayor, y al notar la impaciencia de los compañeros, destapó una botella de
coñac y nos invitó a que tomáramos un trago; todos los presentes aceptamos
gustosos y esto vino a moderar un poco los ímpetus de impaciencia, tanto más,
cuanto que en esos momentos entraban también en busca de alimentos los señores
Schwenghagen y García, que se instalaron en una mesa; pero no bien se habían
sentado, cuando vimos al Sr. García levantarse de su asiento como empujado por
un resorte y con los brazos dirigidos al mostrador, prorrumpir en esta
exclamación: “¡Magnífico animal!” Todos creímos por lo pronto que se refería a
la ardilla, pero luego que nos fijamos en lo que llamaba su atención, no pudimos
menos que echarnos a reír, pues era un pequeño burrito hecho con zompantle, que
servía de adorno al aparador mal provisto donde el dueño de la fonda ostentaba
su exigua bajilla. En efecto, el tal animal no carecía de chiste, lo que hizo
que el Sr. García, al verlo, pensara inmediatamente que podría gustarle a sus
niños tener un juguete por el estilo; pues seguramente en aquellos momentos, en
medio de las distracciones que nos rodeaban y estando muy lejos de nuestro hogar,
consagraba el Sr. García, como padre amoroso, algunos recuerdos a sus tiernos
vástagos.
Pero todo pasaba y el tiempo también y no obstante la sopa no llegaba,
la impaciencia seguía en creciente y aun algunos comenzaron a retirarse, lo que
visto por el dueño lo sacó de su apacible indolencia y entonces dispuso que
comenzaran a servirnos algo; pero cuál sería nuestro desaliento cuando vimos
que como primer platillo nos servían una revanda de mortadela; nosotros que
esperábamos una sopa caliente que tonificara nuestro estómago, no pudimos
soportar semejante comida y nos salimos a buscar donde comer mejor y en último
caso resueltos a comer de las latas de que nosotros íbamos provistos, pues para
comer mortadela, podríamos encontrar en nuestras provisiones cosa mejor.
Al salir encontramos al Dr. Altamirano que con las dos señoritas se
dirigía a la fonda; pero tan luego como supo lo que pasaba, se desvió del
camino y nos fuimos a la plaza a buscar donde pudieran darnos de comer.
Entramos a tres o cuatro jacales provistos al exterior con letreros de fonda, y
aun creo que en uno de ellos decía con no muy buena ortografía; Restaurant,
pero no obstante no había qué comer, hasta que por fin la suerte nos deparó un
figoncillo donde nos ofrecían caldo y otras lindezas por el estilo; no
vacilamos, nos metimos de rondón y nos instalamos sobre unos bancos formados
por vigas no muy derechas, alrededor de una mesa que le faltaba mucho para ser horizontal.
Comimos allí el Dr. Altamirano, las señoritas María y Josefina, los señores
Tenorio, Herrera y el que esto escribe; muy sabrosa estuvo la comida y durante
toda ella sostuvimos agradable conversación, hasta la una de la tarde que nos
levantamos y nos dirigimos a la estación para disponernos a la marcha. Cuando
llegamos ya estaban allí algunos de los caballos, y la mayor parte de los
compañeros afanados en preparar sus maletas; poco tiempo se necesitó para que
cada cual tomara su caballo y lo arreglara convenientemente.
De Jojutla a San Gabriel.
(A caballo, 24 km., cuatro horas y media de camino).
Eran las tres de la tarde cuando todos estábamos montados y dispuestos
a partir; dispuso entonces el Dr. Altamirano que todos se formaran y que se
pasara lista para saber no sólo si estábamos completos, sino cuántos íbamos por
total; a la voz de mando quedaron todos formados. Luego salimos de entre las
filas con un libro en la mano y comenzamos a llamar a cada uno por su nombre,
respondiéndonos éstos a su vez. Componíamos la caravana todos los
excursionistas y mozos que dejamos dicho en otra parte, más cuatro individuos
que iban encargados de las bestias; por total 33 caballos y tres muías de
carga. Apenas se escuchó el último presente
y que nosotros dijimos estamos completos, el Dr. Altamirano dio la orden de
marcha.
Con qué alegría emprendimos el camino, todos íbamos risueños y
contentos, todos alegres y no faltó alguno que simulando las voces de las
cornetas entonara algún toque militar; tuvimos que atravesar algunas de las
calles de la población, y como íbamos en tropel y armando gran boruca, la mayor
parte de las gentes salían a las puertas de sus casas para vernos pasar y
nosotros muy ufanos seguíamos adelante sin preocuparnos por nadie y sintiendo
cierta satisfacción cuando creíamos que aquellas gentes adivinaban que íbamos a
Cacahuamilpa. Bien pronto dejamos las últimas casas y nos encontramos en el camino
que serpenteando por extensos lomeríos conduce a la laguna de Tequesquitengo,
punto a donde llegamos después de dos horas de caminar. En verdad que esta
parte del camino no presenta mucha variedad en su aspecto, pues las lomas que
atraviesa son bastante áridas y no contienen interés mayor, lo cual contristaba
un poco a los naturalistas, pues pudimos observar al Sr. Herrera algo
taciturno, quizá por no encontrar las aves que él deseaba; en cambio los demás
compañeros fueron distribuyéndose poco a poco en grupos según sus afinidades o
según el brío de sus corceles; en todos comenzó a reinar la más franca y
cordial conversación. Cuánto deseábamos en esos momentos tener un caballo
regular para poder haber estado con todos; pero desgraciadamente el animalito que
montábamos apenas se movía y sólo después de propinarle fuertes azotes sobre
sus carnes enflaquecidas, lográbamos con gran trabajo que formara parte del
grupo que iba hasta atrás; pero no hay mal que por bien no venga, pues en ese
grupo iba el Dr. Altamirano que con su buena memoria nos explicaba el camino,
dándonos los nombres de casi todos los cerros que nos rodeaban e indicándonos
las direcciones en que quedaban las principales poblaciones del Estado.
Al llegar a la laguna de Tequesquitengo nos llamó mucho la atención el
relato que hizo el doctor sobre el origen de su formación; pues según nos
decía, en el lugar que ocupan las aguas existía antes un pueblo, el cual fue inundado
por el desvío que hicieron sufrir a las corrientes en algunas de las haciendas
de caña que se encuentran al Norte de este punto; todavía hace tres años, nos
decía el doctor, se asomaban sobre la superficie del agua, en medio del lago,
la cruz de la torre de la iglesia, la que fue desapareciendo progresivamente
hasta ya no verse nada por el aumento que diariamente tienen las aguas.
Poco tiempo pudimos seguir observando el camino, pues ya el sol se
había puesto y el crepúsculo tocaba a su fin. Espléndidos colores de grana y
púrpura tenía el horizonte, destacándose sobre él la luna que en su creciente
brillaba como de plata, y un poco más arriba Venus, que cual diamante nos
enviaba rayos multicolores. Mucho gozamos contemplando aquel espectáculo y
observando los cambios sucesivos que tomaban las coloraciones del cielo, y aun
en algunos compañeros causaba verdadero regocijo, sobre todo, en el Sr. García
que no podía contener los ímpetus de su corazón siempre entusiasta. Si no
hubiera sido por la débil luz de la luna que se hallaba en su cuarto día,
difícilmente podríamos haber seguido; poco a poco comenzamos a ver muy lejos tras
de unos collados una pequeña lucecita que de tiempo en tiempo se perdía para
reaparecer y que según nos dijeron era de Puente de Ixtla. Muy larga se nos
hizo la distancia, pues andábamos y más andábamos y la luz siempre la veíamos a
la misma distancia y del mismo tamaño. Por fin, después de mucho andar y cuando
nuestra luz se perdió tras de una arbolada, comenzamos a oír ladridos de
perros; poco después llegábamos a Puente de Ixtla, punto importante, pues es donde
se reúnen los caminos que de Jojutla y Cuernavaca van a Acapulco; su nombre lo
debe a un gran puente donde en otro tiempo se pagaba peaje y que sirve para atravesar
uno de los afluentes del Amacuzac de los que bajan de las serranías del Norte.
La población de Puente de Ixtla apenas llega a tres mil almas y la mayor parte
de sus habitantes están dedicados a la agricultura. No nos detuvimos en este
punto un sólo momento, sino que seguimos de frente por un buen camino amplio y
parejo que después de una hora nos permitió llegar a la hacienda de San
Gabriel, punto hasta donde habíamos determinado hacer nuestra primera jornada;
Al llegar se adelantó el Dr. Altamirano para hablar con el administrador y
suplicarle nos permitiera pasar allí la noche; mientras tanto los demás
esperábamos fuera de la puerta que sirve de entrada. Pocos momentos
permanecimos allí, pues inmediatamente que supieron qué personas iban formando
la comitiva, se nos permitió la entrada; llegamos, pues, a una plaza extensa que
más que de hacienda parece ser de pueblo, en la que había vendimias y otros
puestos y aún bajo un pequeño portal perteneciente a la finca principal había
una rifa de objetos, a la que según pudimos notar había mucha gente rodeada;
pero sin tomar parte en la diversión. Nos bajamos de los caballos y procuramos
recoger nuestros equipajes para ir en seguida al interior de la casa del
administrador, que nos proporcionó dos amplias piezas para que pasáramos la noche,
teniendo además la amabilidad de llevar arriba a alojar con su familia a las señoritas
María y Josefina. Una vez instaladas y distribuidas nuestras camas y demás
objetos, salimos como en la noche anterior en busca de algo que pudiera
satisfacer nuestra necesidad, pues era imposible que a deshoras de la noche y
sin haber tenido aviso anterior alguno, las personas de la finca pudieran
habernos dado de cenar a los veintiocho excursionistas; así es que con excepción
de las señoritas que cenaron con la familia del administrador, todos nosotros
salimos a la placita para ver qué era lo que nos encontrábamos. Escaso era lo
que había, pero que tomado entré risas y agradable plática nos supo muy bien:
unos vasos de leche con pan no muy de lo mejor habíamos tomado, y ya nos
retirábamos satisfechos, cuando al pasar por una vendimia oímos una voz que nos
decía: “Aquí hay tamales, señor; aquí hay atole; acérquese usted”. Volvimos la
cara y vimos que la persona que nos llamaba era nada menos el Dr. Villada, que
rodeado de sus tres chiquillos saboreaba una buena taza de atole, mientras sus
tiernos retoños comían tamales hasta por los ojos. No pudimos sufrir la
tentación y también tomamos atole que por cierto lo encontramos muy sabroso.
Así, pues, muy satisfechos, mucho más que la noche anterior, nos dirigimos a
nuestra habitación con las mejores intenciones de dormir; pero ¡oh desdicha! no
hicimos más que entrar al corredor que se hallaba iluminado con luz eléctrica,
cuando lo primero que se presentó a nuestra vista corriendo sobre el pavimento,
fue un enorme arácnido que buscaba donde esconderse; ante aquel animal no pudo
menos de soltar una exclamación de horror el Sr. Toussaint, que desde que entró
en tierra caliente no pensaba sino en los alacranes y sus efectos. Quiso
perseguirlo pero no le dio alcance al animal que metiéndose por entre las
hendeduras del enlosado se dirigía con rapidez bajo una mesa junto a la que
estaba sentado el Sr. Giovenzzana, preparando las pieles de las aves que se
habían colectado en el camino. Cuando el Dr. Toussaint vio que el animal aquel
se dirigía al lugar donde estaba el Sr. Giovenzzana, le decía muy apurado que
se quitara, que lo iba a picar una araña, y se pintaba en el rostro del buen
doctor la angustia que sentía creyendo que su compañero iba a ser víctima de
aquel animal; pero aquel señor, naturalista flemático, le contestaba sin
preocuparse ni dejar de preparar sus pieles, mitad en italiano, mitad en
español, demostrando que no había cuidado, que no tenía miedo. Bastó el
encuentro de aquel animal para que el Dr. Toussaint y otros muchos de los
compañeros se pusieran en guardia y no dejaran ni un momento de escudriñar con
ávidas miradas los pisos y paredes, creyendo ver a cada momento y en cada una
de las manchitas de la pared a un enemigo terrible; desgraciadamente el lugar
donde esto pasaba estaba como dijimos antes alumbrado por una lámpara eléctrica
de incandescencia, cuya luz como se sabe atrae en su derredor a gran número de
animales, de suerte que no bien habíamos visto la araña, cuando otro compañero
con voz desarreglada por la emoción anunciaba a una enorme cucaracha, y poco a
poco fuimos descubriendo tanto animal, que al fin decidimos dejar aquel lugar,
aunque a la verdad hasta entonces la mayor parte eran inofensivos y entre ellos
no habíamos visto ningún alacrán. Ya nos retirábamos cuando otro hallazgo nos
detuvo algunos momentos: era una araña de grandes patas color gris y que corría
con suma agilidad. Iban a matarla los compañeros cuando se presentó el Sr.
Herrera, que separando al grupo con los brazos, suplicaba dejaran la vida a
aquel animal. ¿Qué era lo que motivaba aquellos sentimientos de conmiseración
en el joven naturalista, colector furibundo, que en lugar de hundir a la araña
en su enorme frasco de alcohol, le perdonaba no sólo la vida, sino que
suplicaba se la perdonaran? No estuvimos mucho tiempo con la curiosidad, pues
como muchos insistían en matar el animal, el joven Herrera nos dijo: “Esta es
una araña estrella, que en lugar de perjudicar al hombre es uno de los animales
que lo beneficia, pues tiene la propiedad de alimentarse con alacranes, los que
come con verdadera voracidad; y no sólo la debemos respetar, sino que debería
procurarse su propagación en todos aquellos lugares que como Durango y otros
están infestados de alacranes”.
“Muy bien”, dijo el Dr. Govantes. “Respetamos al animalito; pero
fíjense ustedes en que está muy gorda, lo cual prueba que ha comido mucho, es
decir, que hay muchos alacranes”. No
dejó aquella observación de producir su efecto en los compañeros que con caras
semi - afligidas aprobaron en todas sus partes el raciocinio que entre risas y
veras nos presentaba el doctor.
Por fin, todos se retiraron, algunos con la conciencia de que iban a
pasar la noche en vela vigilando a los alacranes. Nosotros permanecimos un
momento con el Sr. Giovenzzana, admirando la agilidad y maestría con que
preparaba sus aves. Nada más se veían moverse sus manos con método y precisión,
y en pocos momentos dejaba una piel lista, sin haber lastimado el plumaje ni
cometido la menor imperfección; en pocos momentos había sobre la mesa
magníficos ejemplares de garrapateros, tordos, verdugos y otros; por fin, a las
diez de la noche nos despedimos del Sr. Giovenzzana para retirarnos a nuestra
pieza creyendo encontrar a todos dormidos; pero no fue así, pues el cuadro que
se presentó a nuestra vista no podía ser más digno de descripción: todos los
compañeros agolpados a un rincón con cerillos y velas en la mano alumbrando un
hermoso ejemplar de alacrán que con la cola retorcida y el aguijón listo para
picar, estaba en acecho del primero que se le acercara. Mucho tiempo estuvimos
contemplando al animalito, hasta que uno de nosotros se resolvió a pulverizarlo
de un zapatazo, y todavía después, no obstante que veíamos la mancha que había
dejado en la pared, lo buscábamos por el suelo con temor de que se nos hubiera
escapado. Aquel encuentro nos puso después en movimiento, pues todos
transportaron sus catres de campaña al centro de la pieza y hubo alguno que
rodeara con mecates las patas del suyo para estar a salvo de que por ellas se
le subiera algún animalejo, y por último algunos de los compañeros, no obstante
el cansancio, se resolvieron a dormir vestidos y además se envolvieron la
cabeza con sus pañuelos. En fin, todos nos dormimos y la noche pasó sin
novedad.
Muy temprano nos levantamos a otro día y fuimos a saludar a los
compañeros que habían dormido en el otro departamento, encontrándonos con que
el Sr. Giovenzzana había dormido en el corredor y no había cenado, así como
también supimos que el Dr. Altamirano había tenido algunas dificultades con los
arrieros y los de los caballos, que con un egoísmo sin límites no querían
hacerse cargo de los caballos que había facilitado el Sr. Espinosa, de Jojutla.
Tan luego como salió el sol fuimos a buscar desayuno y a la verdad que
lo encontramos no tan malo, pues una señora que tenía su puesto de café en la
plaza nos dio a unos chocolate, a otros café y a otros hojas; después nos
fuimos con el Dr. Govantes a visitar las maquinarias que nuevamente han
instalado en esta hacienda. Se encuentran éstas en galeras amplias y bien ventiladas,
con techo de bóveda y todo alimentado y movido por vapor, con excepción del
trapiche propiamente, que está movido por una rueda hidráulica; en pocos
momentos pudimos comprender el objeto de todo aquello, pues el Dr. Govantes, como
si hubiera sido alguna vez administrador de fincas de azúcar, nos explicaba con
precisión el objeto de cada cosa y el uso de cada aparato. Mientras nosotros
visitábamos la instalación comenzaron los preparativos de marcha, no sin haber
tenido antes ligeros altercados con los arrieros que generalmente quieren hacer
su voluntad y en esta ocasión querían cargar a su antojo y sin atender a
nuestras indicaciones; pero por fin a las 8h 17m de la mañana, después de una
cordial despedida por parte de los propietarios y administrador de la hacienda,
salimos rumbo al Poniente ; al pasar por la plaza se formaron en fila los compañeros
y el Dr. Altamirano y nosotros sacamos fotografías de la caravana.
De San Gabriel a Cacahuamilpa.
(A caballo, 35 km., seis horas de camino).
Risueños y contentos salimos todos de San Gabriel, formando pequeños
grupos en los que dominaban distintas formas en la conversación; cuando
queríamos oír risa y plática agradable no hacíamos más que acercarnos al grupo
donde el Dr. Govantes con su jovialidad característica entretenía a las señoritas.
Si queríamos plática entusiasta y admiración de la naturaleza, no hacíamos más
que acercarnos al Sr. García, cuyo corazón en aquellos momentos estaba inundado
de felicidad; y por último, cuando nos acercábamos al Dr. Altamirano, siempre
encontrábamos motivo para instruirnos en la serie de reflexiones que a cada
paso venía haciendo en vista de lo que se encontraba en el camino. La mayor
parte habíamos cambiado de traje, poniéndonos blusas o sacos blancos: el Dr. Altamirano se había armado de su
herramienta de colector y formaba una figura singular con su gran paño de sol,
sus botas hasta las rodillas y rodeado de todos los útiles de caza y colección
de plantas, más su aneroide que nunca se desprende de él. El camino en un
principio se nos presentó ligeramente accidentado por extensas lomas y collados,
todos deformación caliza, donde apenas crecen pequeños árboles de escaso
follaje; el campo de las pozas es el primer tramo que recorrimos, rodeado de
montes calizos y surcado por barrancas de poca importancia. No obstante, tanto
los botánicos como los cazadores comenzaron a hacer colecta. El Sr. Herrera, el
Sr. Giovenzzana y Rafaelito, digno hijo del Dr. Altamirano por su afición al
campo, fueron los que la emprendieron con escopeta en mano a uno y otro lado
del camino en busca de aves, cogiendo en poco tiempo numerosos e importantes ejemplares,
entre los que llamó más nuestra atención un quelele de cabeza blanca que lo
cogieron casi vivo.
El Dr. Altamirano por su parte comenzó a reunir gran número de
ejemplares de plantas, entre los que figuraban algunos que son de importancia,
según los datos que nos daba el mismo doctor: el cacahuananchi (licania
arbórea), árbol grande de denso follaje y que se encuentra diseminado a las
orillas de los barrancos o entre las lomas. El fruto de esta planta, nos decía
el doctor, mostrándonos sus lustrosas hojas parecidas a las del encino,
producen en gran cantidad un aceite que fácilmente se saponifica, da un jabón
duro y con mejores rendimientos que los que se obtienen con otras grasas.
Otras de las plantas que vimos con profusión fue el cuaxiote
(desmodinguim perniciosa) y el cuatecomate (crecencia lata), que forman en
aquellos lomeríos verdaderos bosques, al grado que a la primera debe su nombre
uno de los cerros vecinos que le llaman la cuagiotera.
Vimos tantos de estos árboles, sobre todo, cuando entramos a los llanos
de Michapan, que no pudimos menos de preguntarle al doctor algo sobre sus
propiedades y aplicaciones, y así pudimos saber que al cuaxiote también le
llaman árbol sarnoso, pues de sus tallos se levanta una corteza muy delgada,
dejando a descubierto la madera, su jugo es cáustico, sobre todo en la especie
roja, pues hay otra blanca que no tiene esa propiedad, y tienen además ambas
especies una goma resina con la que se forma un buen pegamento para el cristal
y la porcelana, así como para curar los piquetes de alacrán, según la creencia
de los indígenas.
Durante estas pláticas y casi sin sentir pasamos el campo de las Pozas,
para después de haber atravesado una o dos barrancas, llegar a los llanos de
Michapan: extensa planicie, rodeada de montañas lejanas y toda cubierta de unos
árboles llamados cuatecomates. Triste se presentaba al principio el aspecto de estos
llanos; pero a medida que se penetra en ellos, van haciéndose más y más
abundantes los árboles que forman bosquecillos donde se sombrean numerosos
toros, vacas y caballos que forman los ganados pertenecientes a las rancherías
contiguas. Gozábamos en aquellos momentos de una temperatura agradable, y
habiéndose adelantado nuestros compañeros, nos quedamos atrás un grupo formado
por el Dr. Altamirano, las señoritas y nosotros; no teniendo que apresurar el
paso, íbamos poco a poco en agradable contemplación de lo que nos rodeaba y en
instructiva plática. Contemplábamos a lo lejos el cordón de montañas que
limitaban nuestro horizonte por el Poniente; todas ellas elevadas y presentando
sus picos y puertos en agradable confusión y entre las cuales se destacaba un
peñón enorme de límites acantilados y que según las noticias de los del lugar
era el Peñón de Cacahuamilpa; después nos pudimos cerciorar que no tenían razón
en darle aquel nombre. El nevado de Toluca lo teníamos a la vista y por el
Oriente el Popocatépetl, casi perdido entre la bruma que ocultaba lo más lejano
del horizonte.
A medida que nos internábamos en los llanos que veníamos recorriendo
crecía la agrupación de los árboles y aumentaba también el ganado, causándonos
alguna risa el ver cómo se asustaban las señoritas cuando pasaban junto a algún
toro, que sombreándose y azorado quizá por nuestra presencia, nos dirigía
miradas poco tranquilizadoras, mientras con su cola azotaba sus hijares; no
bien dejábamos aquel animal cuando encontrábamos otro que nos ponía de nuevo en
sobresalto; pero sustos infundados pues parecen ser mansos todos aquellos
animales; de suerte que una vez que las señoritas se hubieron familiarizado con
su presencia, comenzaron a preocuparse de otras cosas, y lo que más llamaba su
atención eran los frutos de los cuatecomates (crecencia lata). Este árbol se
encuentra casi cubriendo todos los llanos de Michapan, su altura es corta pues
alcanza un desarrollo de seis a ocho metros, y en la época en que visitábamos
aquel lugar estaban cargados de frutos, especie de calabaza pequeña de unos
veinte centímetros, cuya pulpa la aprovechan por aquellos lugares para fabricar
pastillas y otras formas de pectorales, así como la parte exterior la utilizan
para formar con ella jicaritas y pequeños bules. Mucho nos llamó la atención encontrar
algunos de estos árboles muy pequeños que sólo se levantaban de uno a dos
metros del suelo y con sus tallos enrollados sobre sí mismos; según nos dijo el
doctor esa variación era debida a que el ganado se comía las hojas y ramas tiernas
cuando comenzaban a nacer, sin dejarlas crecer hacia arriba por aquel
procedimiento de poda, que si no seca a la planta seguramente es por las
condiciones apropiadas para su vida que encuentra en aquel lugar. Muchos de
estos frutos cortamos para las señoritas, que los guardaban con agrado para
tener recuerdos del viaje. Muy cerca de medio día comenzamos a sentir deseos de
tomar algo, pues el aire puro que respirábamos, el ambiente fresco que nos
envolvía y el ejercicio, no pudo menos que despertar en nosotros agradable
apetito que afortunadamente pudimos satisfacer casi tan bien como si lo
hubiéramos podido hacer en casa de Peter Gay por la forma, pero muchísimo mejor
y más agradable por la oportunidad y la compañía con quien lo tomábamos, pues
habíamos tenido la precaución al salir de San Gabriel de meter en las cantinas
de nuestra montura una mortadela, un pan negro y una botella de coñac; de
suerte que cuando se manifestó en nosotros el apetito, hicimos una corta parada
bajo uno de los más frondosos cuatecomates, y en momentos confeccionamos unos
sandwichs que acompañamos con un trago de coñac.
Muy complacidas y satisfechas quedaron las señoritas, y mucho más
nosotros que además de haber saboreado nuestro sandwich recibíamos elogios por
su condimentación.
Después de aquella parada seguimos nuestro camino y a las doce y media
próximamente pasamos frente al rancho de Michapan, es decir, tres horas después
de haber estado recorriendo las llanuras que llevan su nombre. El tal rancho
sólo consiste en una casa destruida y unos cuantos jacales alrededor de un gran
charco que en una depresión del terreno se ha formado y donde llegan algunas gallinas
del agua que generalmente sirven de alimento a los indígenas de aquel lugar. No
nos detuvimos nada en este punto, pues lo dejamos a un lado y proseguimos
nuestra marcha a fin de alcanzar al resto de la comitiva que ya se nos había
adelantado bastante. Casi nada fue lo que tuvimos que apresurarnos, pues a poco
comenzó a descender el terreno hasta llegar a una barranca donde nos esperaban
la mayor parte de los compañeros. La barranca lleva el nombre de Santa Teresa y
sirve de límite natural entre los Estados de Morelos y Guerrero; corre por su
cauce un pequeño arroyo y a la izquierda del camino hay un manantial de agua
cristalina y pura que nace entre rocas calizas. En esta parte pudimos observar
algunas impresiones fósiles sobre las rocas, pertenecientes según el Sr.
Villada al género nerinea, por lo que
comprendimos que nos hallábamos en pleno terreno cretáceo; además, en el lecho
del arroyo vimos dispersos guijarros de mármoles que pueden considerarse
semejantes al alabastro y otros de colores obscuros y veteados; todas estas
observaciones las hacíamos cuando los compañeros tomaban agua o coñac en los
jacales de allí junto y mientras los mozos daban agua a las bestias, concluido
lo cual volvimos a montar y nos pusimos en marcha ya sobre terrenos del Estado
de Guerrero.
Desde este punto cambia por completo el aspecto del camino, pues ya no
va por llanuras sino atravesando las laderas y puertos del núcleo montañoso que
forma el distrito de Taxco. Por fin a las dos de la tarde, después de haber
subido una cuesta algo penosa, entramos al pueblo de Cacahuamilpa. Al principio
sólo encontramos pequeños jacales perdidos entre los matorrales, pero poco
después llegamos a una pequeña placita formada por una iglesia y dos casas de
teja que son las mejores de la población. Luego que los vecinos notaron nuestra
llegada salieron a recibirnos y entre otros el dueño de aquellas casas que era
adonde íbamos a pedir hospitalidad. Pronto supimos que la persona que nos
hablaba era D. Crescencio Rosas, coronel y encargado por el Gobierno del Estado
para vigilar la gruta; acto continuo nos bajamos de los caballos y comenzamos a
hacernos cargo del lugar, mientras otros compañeros tomaban algunas
fotografías, entre otros el Sr. García, que con el entusiasmo que le
caracteriza, armó inmediatamente su cámara y obligándonos a ponernos de pie,
sacó un grupo en el que no sólo figurábamos los excursionistas, sino también D.
Crescendo, sus hermanos y otros muchos del pueblo. Entró después el Dr. Altamirano
en arreglos con dicho señor respecto a nuestro alojamiento, comidas, personas
que nos guiaran y lo demás que necesitábamos para entrar a la gruta. Como no le
pusimos dificultad alguna ni hicimos observaciones a los precios que nos fijó, comprendió
seguramente que éramos gente con quien podía tratar y entusiasmado trabó conversación
con nosotros, de la que resultó que los Dres. Altamirano y Govantes serían sus
compadres, pues en aquellos momentos iba a soltar el agua a una fuente que
acababa de construir en medio de la placita; todos nos dirigimos al centro de
ella y rodeamos a la fuente, esperando que los padrinos soltaran el agua y
pronunciaran el nombre que debería llevar aquella; entonces el Dr. Altamirano
hizo señales de que iba a hablar, a lo que todos permanecimos silenciosos, y
dijo: “El nombre de esta fuente será «María Josefina»”, y al pronunciar
aquellos nombres una nutrida salva de aplausos resonó, mientras el agua libre
ya para salir, brotaba del centro de la fuente en grueso chorro que brillaba
agradablemente con los rayos del sol; grande fue el júbilo en aquellos
momentos, las campanas repicaban a vuelo, tres o cuatro hombres echaban al aire
atronadores cohetes, algunos gritaban vivas, y el entusiasmo llegó a tal grado,
que no contentos con aquel bullicio, sacó el Sr. García las escopetas y disparó
algunos tiros al aire.
Motivos en todos y muy justos había para que nos regocijáramos así,
pues mientras los moradores del pueblo se sentían honrados con que personas que
iban de la capital enlazaran con ellos su amistad, nosotros los excursionistas
dábamos muestras de satisfacción por el nombre dado a la fuente, pues así
quedaba indeleble la memoria de las Señoritas María y Josefina, que fueron para
nosotros el alma de la expedición, pues con su figura simpática, su agradable
conversación y sus modales sencillos y honestos, inspiraron en todos nosotros
sentimientos de profundo cariño y respeto.
Después de concluido lo de la fuente comimos y en seguida subimos a la
torre de la Iglesia para formarnos desde allí una idea del terreno, que se nos
presentaba muy accidentado e irregular. Don Crescencio subió con nosotros y muy
complaciente comenzó a darnos todas las explicaciones que le pedíamos y así
pudimos saber que el pueblo de Cacahuamilpa se halla situado entre tres grandes
montañas, cuyos nombres son Jumil, el Tomasol y la Corona, que forman entre sí
una profunda cañada cubierta por la vegetación y en el fondo de la cual corre el
río Amacuzac que se ha formado por la unión de los ríos de Santiago y de
Chontlacuatlan, que nacen al pie del Jumil al iniciarse la cañada y por dos enormes
bocas abiertas en la roca caliza que constituye aquellas montañas. En la falda
del cerro de la Corona y como a media legua del pueblo, está la boca de la gran
caverna y un poco más arriba y a un lado se halla la gruta «Carlos Pacheco».
Nos pusimos en marcha a las cinco p.m. y nos dirigimos por una vereda
angosta que sigue las laderas del cerro del Tomasol para después bajar a la
barranca que lo separa del de la Corona. En un principio no presentó el camino
ninguna dificultad, pero después llegamos a una bajada estrecha y pedregosa que
con rápida pendiente conducía al punto a que debíamos llegar. La mayor parte de
nosotros nos bajamos de los caballos para poder bajar sin peligro de una caída,
que en aquel lugar podría haber sido de fatales consecuencias. El punto donde
termina esta vereda, como dijimos antes, es una pequeña glorieta perdida en
medio de la barranca y entre frondosa vegetación. Poco a poco fueron llegando
todos los compañeros reuniéndose en aquel lugar, mientras nosotros con las señoritas
trepamos por entre unas piedras y en medio de zarza y matorrales para llegar a
la boca de la caverna que queda de allí como a unos doscientos metros y a la
cual queríamos ser los primeros en llegar. Grata impresión causó en nuestro
ánimo encontrarnos repentinamente frente a un enorme boquerón, abierto entre
grandes acantilados y dentro del cual sólo veíamos la profunda obscuridad; a
decir verdad, esta impresión fue causada porque veíamos el término de nuestro
viaje, porque estábamos junto a lo que tanta ansia teníamos de conocer, mas no
por el aspecto, pues por fuera se presenta como cualquiera otra cueva y no da
ni la más remota idea de las maravillas y grandiosidad que encierra. Las señoritas,
el Dr. Govantes y nosotros llegamos los primeros, uniéndosenos en seguida todos
los demás. Después tuvimos algunos de nosotros que regresar con el Dr.
Altamirano a donde habíamos dejado los caballos, pues nos avisaron que los encargados
de ellos se los estaban llevando para Cacahuamilpa, dejando tirados y
amontonados nuestros equipajes. En efecto, cuando llegamos notamos que la mayor
parte de los mozos se habían ido, no quedando con nosotros más que nuestros
mozos particulares. Mientras esto pasaba ya el sol se había puesto, la obscuridad
comenzaba a reinar en aquellos lugares, y nos encontrábamos con todo lo nuestro
tirado a doscientos metros de la caverna donde debíamos pasar la noche.
Por fin, resolvimos que entre todos nosotros, con los mozos y ayudados
por unos muchachillos que se nos habían agregado del pueblo, subiéramos
nuestros equipajes, y a las seis y media de la noche nos encontrábamos en la
boca de la gran caverna. No obstante lo muy cansados que estábamos,
inmediatamente comenzaron los naturalistas su campaña contra unos inofensivos
murciélagos que asustados con nuestra presencia salían en bandadas por el
interior de la gruta. El Sr. Herrera y el siempre entusiasta y alegre Sr.
García, ayudados eficazmente por los traviesos chiquillos del Dr. Villada, con
grandes varas en la mano azotaban el aire en todas direcciones, maniobra que
por lo pronto no comprendíamos, pero que después se nos explicó: tenía por
objeto coger a los murciélagos, pues saliendo estos animales quizá deslumbrados,
no ven las varas y caen bajo sus golpes; en pocos momentos vimos al Sr. Herrera
con una docena de queirópteros en la mano, que nos dijo pertenecían a las especies
Mormops megalophylla y Chilonictesis rubiginosa.
El resto de los compañeros se recostaron sobre el suelo para descansar,
y a las señoritas tuvimos la precaución de extenderles un sarape y recargadas sobre
unas piedras en pocos momentos se quedaron dormidas; hubo un momento en que
todos descansábamos, menos el Dr. Altamirano, que infatigable no había podido
resistir la tentación de penetrar a la caverna, y con una vela en la mano
bajaba ya por los umbrales del primer salón; en vano fueron nuestras súplicas
de que no se alejara, pues a poco lo vimos perderse tras de unas grandes peñas,
hasta que al fin, después de un momento, lo vimos reaparecer del otro lado y
venir hacia nosotros a darnos cuenta de su exploración, manifestándonos que adentro
había un magnífico lugar donde cómodamente podríamos pasar la noche.
Durante su ausencia, por lo incómodos que estábamos, lo mal situados
entre una barranca y la caverna y lo avanzado de la hora, comenzó a haber
distintas opiniones y pareceres sobre lo que debíamos hacer, lo cual, como
fácilmente se comprenderá, no aliviaba en nada nuestra situación; por el
contrario, venía a establecer entre nosotros diferencias sin objeto; así es que
todos de común acuerdo reconocimos la necesidad de nombrar un jefe que fuera el
que dispusiera lo que creyera conveniente. Entonces recordamos que en aquellos
momentos el Dr. Toussaint decía muy serio al Dr. Altamirano que se declarara
autócrata y que fuera el que ordenara lo que se debía hacer. No fue necesario
aquel golpe de Estado, pues todos nosotros, reconociendo en el Dr. Altamirano
la pericia y experiencia que tiene, gracias a los muchos y largos viajes que ha
hecho, por unanimidad lo declaramos nuestro jefe. Increíble parece lo útil y necesario
que es en estos viajes la disciplina y el orden, pues de otra manera se tienen
disgustos y contratiempos que aparte de lo desagradables que son en sí,
estorban para el mejor éxito de la exploración.
Deseoso como estaba el mencionado doctor de penetrar cuanto antes a la caverna
y junto con él algunos más, propuso que inmediatamente procediéramos a entrar y
que aprovecháramos la noche en su exploración; todos dieron su voto afirmativo,
a pesar de lo muy cansados que se hallaban y sólo hubo un voto en contra, quizá
el que menos se esperaba que fue el nuestro. Y lo dimos en contra, no porque
estuviéramos cansados, ni por falta de deseos para penetrar cuanto antes, sino
porque reflexionamos en lo larga y penosa que debería ser la exploración de la
gruta, sobre todo para personas que como nosotros estaban mal comidas, sin
cenar y con el cansancio de tres días de viaje. Además, en aquellos momentos veíamos
a las señoritas que dormitaban agradablemente, dándole reposo a su cuerpo y por
otro lado a los chiquillos del Dr. Villada, que no obstante su fogosidad se
reconcentraban ya cerca de su padre para buscar un momento de descanso. No
sabemos si aquella nota discordante, aquel no que pronunciamos produjo algún
efecto en el ánimo de nuestros compañeros; pero lo cierto es que no obstante
haber aprobado todos la idea de la marcha, quedó ésta diferida para después.
Una vez que resolvimos pasar allí la noche comenzamos a bajar nuestros
equipajes al primer salón para instalarnos. Era de verse el cuadro que presentábamos
subiendo y bajando por la rampa en zig-zag que conduce al primer salón, unos
con grandes bultos y otros con una vela en una mano y un gran bastón en la
otra. Poco tiempo bastó para que trasportáramos nuestros útiles, procediendo inmediatamente
a buscar los lugares convenientes para la instalación. Lo primero que preocupó
al Dr. Altamirano fue el instalar a las señoritas y afortunadamente encontró un
magnífico lugar. En medio del salón se encuentra un gran promontorio formado
por grandes trozos de roca de las que se han desprendido de la parte alta de la
caverna, y en su parte superior encontró el mencionado doctor un lugar plano y
seco donde con facilidad colocó las camas de las dos niñas y la de sus dos
niños, compañeros inseparables de las primeras. Por lo que tocaba a nosotros,
anduvimos mucho tiempo buscando lugar, pues ninguno de los que encontrábamos nos
convenía, hasta que por fin abajo del promontorio y junto al Dr. Altamirano nos
instalamos. Ya habíamos armado nuestro catre y dejado listas nuestras cosas
cuando aún veíamos
a algunos de los compañeros con su cama a cuestas y yendo de un lugar a otro,
pues no bien se instalaban en algún lugar cuando notaban que caía agua del techo
o que podía haber animales u otras causas que los hacían emigrar; en cambio
otros más despreocupados dormían ya a pierna suelta sobre el suelo o recostados
sobre algunas piedras.
El Dr. Govantes, el Mayor y alguna otra persona se instalaron en un
brasero formado con adobes que se halla a la izquierda de la entrada. Por fin,
a las diez de la noche estábamos todos instalados y algunos ya dormidos; no
hubo quien pensara aquella noche en la cena y resignados o conformes tratábamos
de pasar la noche. Luego que reinó la tranquilidad notamos que nuestra caravana
había aumentado con dos señores y una señora que viéndonos pasar por Jojutla y
sabiendo que íbamos a Cacahuamilpa, nos siguieron y se juntaron con nosotros
para aprovechar la oportunidad que se les presentaba de conocer la caverna.
Silencio profundo reinó por fin bajo aquellas inmensas bóvedas, sólo
interrumpido de tiempo en tiempo por la respiración de los que dormían, por el
volar de algún murciélago o por el pausado y monótono choque de las gotas de
agua que caían sobre el suelo; obscuridad profunda nos envolvía, y solos, bajo
las grandes peñas del centro, nos encontrábamos sentados frente a frente con el
Dr. Altamirano, platicando en voz baja sobre las impresiones que recibíamos y
las que todavía se nos esperaban. Tal parecía que nada vendría a perturbar aquella
profunda calma, que no dejaba de tener algo de pavoroso y solemne, cuando muy
lejos escuchamos y hacia fuera de la gruta el balido de un borrego que nos
llamó mucho la atención; a poco rato vimos aparecer por la boca de la gruta dos
hombres que con velas en la mano conducían un manso corderillo. Nos explicó
entonces el doctor que aquel borrego se lo había comprado a D. Crescendo y que
iba a hacer una barbacoa para que nos la comiéramos a otro día. Acto continuo
mandó abrir el doctor un pozo en la boca de la gruta y un poco afuera, donde se
colocaron grandes piedras y mucha leña, manteniendo un fuego vivo hasta que se
pusieron rojas las paredes y las piedras; inmediatamente después el infeliz
animal fue sacrificado y convenientemente aderezado con una salsa picante que
el mismo compadre mandó; con todo y zalea se le metió dentro del hoyo envuelto
en unos petates y cubriéndolo con tierra. Larga y pesada fue la faena para el
doctor, pues a la una de la mañana andaba aún en estos arreglos.
Mientras tanto nosotros no sólo sin haber podido dormir, sino sin
habernos acostado siquiera, nos ocupamos en hacer algunas observaciones con
nuestro hipsómetro y barómetro, así como en arreglar algo de lo que a otro día
podríamos necesitar. Toda la noche nos la pasamos contemplando por la boca de
la gruta las estrellas que brillaban en fondo obscuro del cielo y que parecían
no moverse; en las primeras horas de la madrugada tratamos de arroparnos, pues
la instalación de la hoguera en la entrada de la gruta produjo seguramente tiro
y comenzó a colarse sobre nosotros un zefirillo medio desagradable que nos calaba
los huesos.
Mucho platicamos a esas horas con el doctor, siempre entusiasta y
contento, y formábamos proyectos para otras excursiones y estudios; así pasó el
tiempo hasta las tres de la mañana, hora en que determinamos despertar a
nuestros compañeros, nos levantamos y fuimos de cama en cama levantándolos,
anunciándoles a la vez que tenían a su disposición una taza de café. En efecto,
el doctor había sacado dos grandes cafeteras en las que se preparó café para
todos, y a poco tiempo de haberles dado el aviso estábamos ya rodeados de la
mayor parte, que deseaban cuanto antes llevar a su estómago algo caliente y que
los reanimase; todos encontraban la bebida magnífica y no cesaban de darnos las
gracias y alabar nuestra manufactura.
Eran las cuatro de la mañana cuando teníamos ya todo dispuesto para
emprender la marcha; entonces al Dr. Altamirano como jefe y de común acuerdo
con los demás, le pareció conveniente que tomáramos algunas precauciones y
medidas para facilitar la exploración y evitar en lo posible accidentes. Y así
se convino en que los excursionistas se dividieran en seis grupos, yendo cada
uno bajo la vigilancia de un jefe para que éste se encargara de ver que su
grupo fuera completo y no se separara alguna persona de la comitiva, pues el
objeto era tratar de evitar que alguno fuera a quedarse perdido en medio del
laberinto que íbamos a recorrer. Respecto del alumbrado, cada uno de nosotros
llevaba una vela de cera y sólo se prendería el magnesio en aquellos puntos que
por su importancia necesitaran mayor luz, y en cuanto a los cohetes y fanales
se determinó no quemarlos sino cuando viniéramos de regreso, a fin de que el
humo que producen no nos molestara.
Una vez que quedaron aprobadas todas estas medidas procedió el doctor
al nombramiento de los grupos y sus jefes, los cuales quedaron organizados así:
En el primer grupo nos colocó el doctor a nosotros, favoreciéndonos no sólo
con nombrarnos jefe, sino honrándonos al encomendarnos especialmente a la
Srita. María.
Del segundo grupo quedó nombrado el Dr. Govantes, a quien el Dr.
Altamirano igualmente encomendó a la Srita. Josefina.
Del tercer grupo quedó como jefe el Dr. Toussaint; del cuarto el Sr. Lozano;
del quinto el Sr. Espino; y del sexto el Dr. Altamirano que quiso cerrar la
marcha.
Antes de partir tuvimos un rato de risa que nos lo proporcionó el Dr.
Govantes, quien cuando se le llamó para que ocupara su puesto, se nos presentó
totalmente trasformado, al grado de que no lo conocíamos, pues mientras
nosotros arreglábamos la comitiva fue a ponerse un traje especial para esta
clase de exploraciones y fue llegando a nosotros con un amplio calzón de manta
y un camisón cuyas faldas flotaban al aire libre; si se agrega a esto que su
sombrero de a real, con la humedad de la gruta se había endurecido y sus faldas
arriscado, se tendrá la figura que no pudo menos que despertar en nosotros
franca hilaridad; pero él muy satisfecho nos decía: «hay verán cómo envidian mi
traje». En efecto, a poco reconocimos lo útil y necesario que es cubrirse la
ropa con un calzón y una blusa para precaverla del lodo, de los excrementos de
los murciélagos y aun de las rupturas que las rocas pueden hacerle.
Por fin se dio la orden de marcha y comenzamos a desfilar precedidos de
uno de los guías que era el que nos daba los nombres de los salones y nos
llamaba la atención sobre lo más notable.
Exploración de la gruta, doce
horas.
Hemos llegado por fin a tener que relatar lo que tanto deseábamos ver,
por lo que tanto ahínco teníamos; pero lo que a la vez se nos presenta más
difícil y casi imposible de poder trasportar al papel, pues si hasta aquí sólo
hemos relatado hechos que gracias a nuestros apuntes hemos podido retener para
exponerlos fielmente, llegamos ahora a un punto en donde no sólo hechos y
episodios debemos relatar, sino también el sinnúmero de emociones que
experimentamos, para las cuales nuestra pluma es muy torpe; y que a pesar de
que se empleen los términos más rebuscados de nuestro lenguaje, sólo nos
permitirá formar pálidas pinturas de todo lo que admiramos, de todo lo que vimos
y de todo lo que sentimos. Quizá los recuerdos de esos hechos, la descripción
imperfecta de algo de lo que vimos y la enumeración de las diversas emociones
que experimentamos, sirvan para avivar los recuerdos en nuestros compañeros;
siendo inútil para las personas que no han visitado la caverna, pues nunca
podríamos dar idea de la grandiosidad en su aspecto, la magnificencia en el natural
ornato, y lo solemne e imponente que se presenta recorrer aquellas galerías que
se hallan en las entrañas de la tierra. Y aun confesamos que en los momentos de
escribir estos renglones, sentimos latir fuertemente nuestro corazón y la
excitación nerviosa con dificultad nos permite reunir las frases.
El primer salón está formado por una inmensa bóveda en medio de la cual
hay grandes peñas aglomeradas que han caído de la parte superior, dejando en la
bóveda un hueco enorme de cuyas paredes cuelgan algunas yerbas. Hacia el
Oriente se halla la entrada que como dijimos antes está separada del piso del
salón por una rampa que en zig-zag obliga a descender cerca de 25 metros; en el
lado opuesto y más allá del promontorio del centro se hallan las primeras estalactitas
y estalagmitas, entre las que se halla la que por su forma le ha dado el nombre
a este salón. Es esta una pequeña estalagmita de cerca de un metro de largo y
que sólo se levanta otro tanto del suelo y por sus contornos y rugosidades
figura un macho cabrío. Hay además otras más esbeltas y alargadas y otras que
aún están en vía de formación.
El límite de este primer salón lo forman dos robustas estalactitas que
bajan desde el techo, muy gruesas e irregulares, de color blanco amarillento.
Sigue después de este primer salón el de las fuentes, del cual
difícilmente podríamos dar razón, pues desde este punto comienza tal
grandiosidad y tanta variedad, que no halla uno ni en qué fijarse y poco se
queda en la memoria de lo mucho que se ve. Apenas recordamos grandes
estalagmitas que afectan la forma de muchos elefantes sobrepuestos y que sólo
enseñan sus trompas. Concreciones formadas de caliza color blanco mate, que al
ser heridas por la viva luz del magnesio destacan con dificultad su enorme masa
de la obscuridad profunda que las rodea.
El suelo de este salón está formado por pequeños surcos endurecidos que
forman diques que seguramente contienen agua, en las épocas de las mayores
filtraciones; se hallan distribuidos alrededor de las estalagmitas o de algunas
de las estalactitas que llegan hasta el suelo. Poco a poco van reduciéndose las
dimensiones de estos diques hasta quedar pequeñas rugosidades del suelo, dentro
de las cuales hay concreciones calizas de formas arredondadas que por sus
dimensiones y aspecto parecen confites, por cuyo motivo le dan a este tramo el
nombre de salón de los confites. Salón muy extenso, muy amplio, de bóvedas muy
altas y todas sus paredes tapizadas de elegantísimas y variadas colgaduras, las
cuales apenas se pueden distinguir en medio de los pálidos rayos de las bugías
que apenas alcanzan a medio disipar las tinieblas en un radio muy corto; no
vale aquí ni la luz de magnesio, pues su lívida luz parece que se difunde en
aquel abismo de obscuridad donde difícilmente se distinguen vagas formas,
siluetas confusas y sombras irregulares que comienzan a fascinar la visión. Por
grados sé van perdiendo los confites y poco después se da vuelta a la izquierda
para llegar a un lugar que se llama el salón de la aurora, por ser en este punto
donde se ven los primeros rayos de luz cuando se sale de la caverna. Después hay
un pequeño pedregal, pasado el cual se llega a un ensanchamiento de la caverna
que aunque más bajo en sus bóvedas no deja por eso de presentarse grandioso y
con adornos espléndidos; pero entre ellos los que más llaman la atención son el
trono y la concha, son éstos, concreciones calizas que afectan la forma del
objeto cuyo nombre les dan. Está formado el trono por un pequeño cono de base
extensa y truncado en su base superior, sobre el cual y a cierta altura cuelgan
formando el dosel hilos de blanquísima caliza que terminan en puntas y
ondulaciones como los pliegues de ricos cortinajes; tanto la parte inferior que
se puede considerar como el asiento, así como el dosel, están formados según
dijimos antes de pequeños cristalitos transparentes y blanquísimos, lo que hace
que el trono se destaque de las demás incrustaciones amarillentas como si fuera
de filigrana o estuviera formado por rayos entretejidos de luz. Cuando estuvimos
en presencia de aquella hermosura no pudimos menos que desear tomar unas vistas
de aquel lugar y obligamos a las señoritas a que se sentaran en el trono para
poder sacar una fotografía; aún recordamos el trabajo que nos costaba atender a
la cámara, por no dejar de ver aquel grupo espléndido de dos niñas con caras
sencillas y risueñas, con sus rebozos en la cintura y sus báculos en las manos,
sentadas en un trono que la misma naturaleza ha formado ¡oh! qué cuadro tan
variado, cuánta belleza ahí reunida. No bien habíamos salido de la admiración
de aquel espectáculo, cuando seguimos nuestro camino después de haber reorganizado
la comitiva con el objeto de no alejarnos unos de otros, entramos por un
pasadizo relativamente angosto y con el piso irregular, para llegar poco
después al salón llamado del panteón. En esta parte de la gruta comienza uno a
familiarizarse con la luz artificial y como que no se nota ya en los compañeros
la indecisión y precauciones al andar, pues al principio casi cada pisada se
estudia y en cada paso se palpa primero el suelo para cerciorarse de su firmeza
o irregularidad; ya en este tramo entregados por completo a los guías, no
sabíamos si adelantábamos o retrocedíamos, pues en este punto, donde perdimos
toda noción de lo que habíamos recorrido, estando seguros que si nos hubieran
abandonado los hombres que nos guiaban, con seguridad no hubiéramos encontrado
el lugar por donde salir. Ya sea por estas reflexiones o por encontrarse en
presencia de mausoleos gigantescos cuya masa más o menos confusa se destaca de
las tinieblas que reinan en aquellas bóvedas, no deja de sentirse una profunda
conmoción en la que se encuentran reunidos sentimientos de admiración y de
temor, que se manifestaban en algunos de nuestros compañeros, por hondos suspiros
apenas perceptibles por haber tratado de ahogarlos en su garganta.
Poco a poco disminuyen las formas levantadas de las estalagmitas é
insensiblemente se llega a un lugar amplio y de piso parejo donde se hallan
diseminados grandes depósitos de caliza arredondados: a este salón le llaman de
los hornos. En este tramo nos separamos un poco de la comitiva los que íbamos a
la cabeza, pues entusiasmados con el espectáculo cada vez nuevo, cada vez más
admirable, nos olvidábamos de la consigna de no separarnos; pero apenas nos
alejábamos un poco comenzaban a gritarnos los de atrás hasta que lograban que
nos detuviéramos, conteniendo nuestro paso hasta que se reunían todos de nuevo
para poder proseguir nuestro camino. Cada una de esas paradas que se repetían
con frecuencia, no dejaba de impacientarnos un poco, pues sentíamos verdaderos
ímpetus de seguir adelante con la avidez del que a cada paso contempla una nueva
maravilla, un nuevo espectáculo, o experimenta una nueva emoción.
Sinuoso é intrincado es el camino que se sigue entre los hornos, dejando
a cada paso a derecha e izquierda enormes masas de caliza de formas fantásticas
e irregulares, entre las cuales sobresale un enorme torreón como fortaleza, por
lo que también le dan a este lugar el nombre de salón del torreón. Poco a poco
disminuyen las masas que se levantan del suelo hasta quedar reducidas a
pequeñas incrustaciones de formas circulares, como discos sobrepuestos, muy
brillantes por su cristalización, presentando en su superficie visos
aterciopelados que dan juegos agradables de luz; una de estas incrustaciones,
larga como de un metro y que se levanta sobre el suelo sólo unos cuantos
centímetros, afecta la forma de un perro echado; pero tan perfecto, que poco
trabajo de imaginación cuesta el figurarse allí un robusto mastín que agazapado
parece vigilar la entrada de sus dominios.
Mucho nos gustó el brillo y matiz de esas incrustaciones, de suerte que
procuramos arrancar algunos pedazos con el objeto de guardarlos; pero apenas
habíamos partido los primeros ejemplares, cuando los guías nos suplicaron que
no cortáramos piedras, que ellos nos darían las muestras que necesitáramos, dándonos
como razón el que si cada excursionista se llevaba un pedazo, con el tiempo se
perdería la belleza de muchas de aquellas incrustaciones. Consideramos muy
justa esta observación y en lo sucesivo cada vez que deseábamos un ejemplar se
lo pedíamos al guía que siempre lo sabía tomar de nuestro gusto y de un lugar
donde no hiciera falta.
Por estos lugares comenzó a oírse entre los compañeros deseos de
descansar, pues comenzábamos a sentirnos fatigados y estábamos además sudando a
chorros; no sólo la fatiga comenzaba a sentirse, sino también alguna necesidad,
pues como se recordará no habíamos cenado la noche anterior y nuestro desayuno
para emprender la exploración había sido sólo una taza de café, de suerte que
comenzaron los compañeros a dar señales de impaciencia preguntando a cada
momento dónde descansaríamos, tanto más que el piso se presentaba pedregoso e
irregular, sembrado por todas partes de enormes peñas que se han desprendido
del techo y que con sus aristas vivas o sus superficies lisas y resbalosas
ocasionaban caídas o cuando menos dificultad para avanzar.
Apenas habíamos llegado a este lugar, la voz del guía nos hizo saber
que llegábamos al pedregal del muerto. Galería larga, poco decorada y cuyo piso
entre enormes y desarreglados peñascos sube formando una cuesta para después
bajar con pendiente rápida; tal es el pedregal del muerto en cuyo sitio se
señala un montón de piedras que según los guías sirven para marcar el lugar
donde se encontró el esqueleto de un hombre, junto al cual había un jarro vacío
y los restos de un perro; el espectáculo de aquellas piedras, la figura confusa
de una cruz de madera colocada entre las grietas de las rocas y el relato de
los guías no pudo menos que conmovernos y hacernos pensar en las supremas
angustias que debe haber sufrido al encontrarse sin luz, sin alimento y perdido
en medio de aquel dédalo, el infeliz que no tuvo más compañero que el animal
que lo acompañaba, tipo de fidelidad. Cuando pasamos por aquel lugar donde la
caverna no presenta atractivo notable y sólo recuerda una tragedia, un noble
recogimiento se notó en todos nosotros y aun pudimos notar que la Srita. María
movía suavemente sus labios elevando al cielo sus preces por el infeliz que
allí había perdido su existencia. Quizá en esos momentos la Srita. Josefina
hacía lo mismo, y casi estamos seguros que en aquel lugar perdido en las
entrañas de la tierra, donde sólo se escucha el choque pausado y monótono de
las gotas de agua que caen sobre las piedras, eran las primeras oraciones que
dos corazones sencillos elevaban a Dios.
Poco duraron en nosotros estas impresiones, pues el descenso del
pedregal nos permitió gozar de un espectáculo fantástico a la par que
espléndido. Los que íbamos a la cabeza de la comitiva nos detuvimos un momento
para ver hacia atrás, pudiendo entonces contemplar todo lo magnífico del cuadro
que presentaban nuestros compañeros descendiendo por entre las peñas, con sus
velas y grandes bastones en la mano y luchando en cada paso para no perder el
equilibrio o no caer al suelo; grandes y enormes rocas nos rodeaban por todos
lados, tras de las cuales desaparecían para luego aparecer las luces, provocando
sombras y reflejos que le daban al cuadro mayor variedad; ante aquel
espectáculo no pudimos menos que figurarnos una cuadrilla de mineros que
escudriñaban las profundidades de la tierra para saciar su sed de oro. Cuadro
digno era aquel para servir de motivo a Gustavo Doré que tan bien ha sabido
interpretar los contrastes de la luz y de la sombra, episodio dantesco que nos
recordó las profundidades del averno. No quisimos dejar de tomar una fotografía
de aquel espectáculo, de manera que acto continuo se dispuso el Sr. Giovenzzana
a operar colocando su cámara frente al grupo; distribuimos entonces entre la
mayor parte grandes cintas de magnesio que inflamadas alumbraban
espléndidamente aquel cuadro.
El tiempo que se necesitó para montar la cámara, tomar la fotografía y
desarmarla de nuevo, lo aprovechamos para descansar unos momentos sentándonos
sobre la superficie irregular y húmeda de aquellas rocas; pero apenas dio por
terminadas sus operaciones el Sr. Giovenzzana, reorganizamos la comitiva y emprendimos
de nuevo la marcha; poco tuvimos que ver por aquellos lugares, pues siguen bóvedas
bajas y estrechos pasadizos con el piso sumamente irregular y pedregoso; pero
bien pronto otra sensación vino a conmover nuestra imaginación, pues en esta
gruta maravillosa no bien acaba uno de admirar una cosa, cuando se presenta
otra que de distinta manera es o más grandiosa o más conmovedora o más
admirable que todas las anteriores. Caminábamos lentamente y con precauciones
por entre las últimas rocas del pedregal del muerto, cuando un sordo y lejano
rumor vino a herir nuestros oídos sin que acertáramos a comprender cuál era su
procedencia: como zumbido en un principio, como repiques lejanos después, cuyos
ecos parecían venir a intervalos llevados por el viento, llegaron hasta
nosotros aquellos sordos rumores que parecían salir de lo más profundo de la
caverna, en vano nuestros ojos buscaban hacia adelante en medio de la
obscuridad profunda algo que pudiera indicarnos la procedencia de aquellos
ruidos; en vano hacíamos esfuerzos para oír mejor y poder distinguir la causa,
sin conseguir comprender qué era lo que producía aquel ruido que ya después se
hacía más perceptible, produciendo en nuestros oídos a intervalos y cada vez
más claros ruidos sonoros como los producidos en una catedral por el repique de
sus campanas. En aquellos momentos no pudimos menos de recordar la escena terrible
y conmovedora de cuando la plebe de París se acercaba lentamente a las Tullerías
para pedir pan a Luis XVI.
Aun no acertábamos a comprender la causa de aquellos ruidos cuando la
voz del guía nos anunciaba que entrábamos al salón del campanario.
Bastante extenso se presenta este departamento, de todas sus bóvedas
cuelgan grandes e irregulares estalactitas y en el centro se levanta una
hermosa estalagmita en forma de piña; sobre las paredes se encuentran multitud
de incrustaciones en láminas de espesores variables y que plegadas o vueltas
sobre sí mismas forman grandes y espléndidos cortinajes que suspendidos como
están por la parte superior y sin ningún apoyo por la inferior, vibran
fácilmente cuando se les toca con algún objeto y son las que producían los
ruidos que tanto nos llamaron la atención; pues antes de que llegáramos a este
punto algunos de nuestros guías se adelantaron sin ser vistos por nosotros y
cuando aún nos faltaba mucho por llegar comenzaron a provocar los sonidos que
tanto nos impresionaron.
Pasamos pronto de este lugar sin habernos detenido sino lo suficiente
para observar las bonitas cristalizaciones que algunas de aquellas láminas
presentan, y precipitamos tanto más nuestra marcha cuanto que los guías nos
anunciaban que llegábamos al lugar llamado del agua bendita.
Difícil sería pintar con palabras la agradable impresión que causó en
nosotros el tener en nuestras manos una botella llena de agua cristalina y
fresca y sólo diremos para que se comprenda la avidez con que la tomamos, que
no reparamos ni por un momento en si podía sernos o no dañosa, no obstante que
nuestro cuerpo estaba cubierto de sudor al grado que ya éste se notaba por el
exterior de nuestras ropas y que las gotas en hilos casi continuados corrían de
nuestra frente, levantamos la botella al aire y de unos cuantos sorbos la
dejamos vacía. De mano en mano pasaban las botellas para volver al manantial donde
uno de los guías agazapado y en postura difícil se encargaba de llenar todas
las botellas y vasos que le pasaban.
A las señoritas nos pareció conveniente ofrecerles el agua con un poco
de coñac para evitar que les fuera dañosa y aun recordamos la cara placentera
con que nos daban las gracias, todavía con la voz entrecortada por la
respiración que habían contenido para beber con mayor rapidez.
Una vez que hubimos saciado nuestra sed, comenzamos a formarnos cargo
del lugar, que es una galería estrecha en cuyo piso se hallan diseminadas
gruesas peñas por entre las que se avanza con dificultad; no se presentan en
las bóvedas y paredes sino escasos adornos y en una pequeña oquedad que se
halla a la derecha es donde se reúne el agua de un pequeño manantial o quizá de
las filtraciones superiores. Escasos momentos permanecimos en aquel punto y
sólo lo suficiente para tomar algún descanso, durante los cuales no dejamos de
estar reflexionando lo adecuado que es el nombre del agua bendita para aquel
lugar, pues generalmente se llega a él muy fatigado y con el cansancio
consiguiente del que ha caminado cinco o más horas por terreno irregular,
desconocido, casi a tientas y con la incertidumbre del que va entre tinieblas.
Irregular y pedregoso sigue después el camino por estrechos pasadizos
cubiertos de grandes encajes y cortinajes de caliza hasta llegar a un punto en
el que ensanchándose la caverna presenta una amplia bóveda quizá la de mayores
dimensiones que descansa sobre altísimos muros; en la parte baja el piso es parejo
y sólo surcado de algunos tramos por rebordes semejantes a los que se hallan en
el salón de los confites, encontrándose además diseminadas con profusión
grandes piedras sobre las que se han reunido incrustaciones de figuras variadas
e irregulares y en las cuales la imaginación cree ver momias cubiertas por
grandes sudarios o esqueletos que se levantan en grupos como saliendo de las
profundidades del suelo y cuyas sombras más o menos recortadas y moviéndose
sobre las demás incrustaciones, conforme avanzan las luces aparecen como grupos
de cuerpos vagos que flotan en medio de aquel antro obscuro. Tal es el aspecto
que se presenta al excursionista cuando entra al salón de las ánimas,
sintiéndose además un ambiente húmedo, así como por sus altísimas y grandes
bóvedas las luces apenas alumbran en un espacio muy corto y parece más obscuro
que los demás, destacándose tan sólo de entre las tinieblas las siluetas vagas
e irregulares de fantasmas más o menos grandes que le dan a aquel departamento
un aspecto tétrico y aterrador. Después de haber atravesado por entre los
diversos grupos que se levantan del suelo salimos de aquellas inmensas bóvedas
para seguir de nuevo por un estrecho pasadizo donde vuelven a encontrarse
grandes rocas con las señas inerrables de haberse desprendido de la parte alta,
de manera que cuando pasamos por este lugar no pudimos menos de imaginar lo
terrible que sería el que una de aquellas grandes piedras cayera sobre nosotros
y nos privara de la existencia o nos cortara el camino por donde habíamos
venido. A medida que avanzábamos encontrábamos más y más grandes peñascos é
incrustaciones que subdividen en aquel lugar a la caverna en muchos é
intrincados pasadizos, constituyendo un verdadero laberinto en el cual sólo los
guías que tienen aquello bien conocido pueden recorrer algunos de sus tramos,
pues hay otros que según nos decía el hombre que nos acompañaba nunca los han
andado. En medio de aquel pasadizo sólo llama la atención una pequeña cavidad
en el centro de la cual se levanta una estalagmita en forma de taza que
constantemente contiene agua; por su aspecto, su situación y el agua, le han
dado el nombre del bautisterio. A medida que se avanza las bóvedas se hacen más
bajas, pues como dijimos antes quizá las del salón de las ánimas son de las más
espaciosas, y comienzan a manifestarse señas positivas de que las filtraciones
se hacen con más rapidez, escapándose el agua de las grietas superiores, no en
hilos tenues que tienen tiempo de depositar su cal, sino en chorros más o menos
gruesos que reuniéndose en el suelo forman charcos y depósitos de agua por
entre los cuales difícilmente se ha de poder pasar en ciertas épocas del año.
Avanzando por un suelo húmedo se llega a un punto donde se forma un pequeño
lago en el que según las huellas dejadas por el agua, puede llegar a tener tres
o cuatro metros de profundidad. El suelo de este depósito está formado por
pequeñas ondulaciones sobre las que se ha depositado una capa gruesa de caliza
amorfa mezclada con arcilla y en medio de cuya masa se encuentran varios
caracolitos y conchas que según el Sr. Herrera pertenecen a la especie Spiraxis Cacahuamilpensis.
Tanto la existencia de esas especies como el carácter y formación de la
toba que tapiza el lecho del pequeño lago, nos hace suponer que los caminos que
siguen las filtraciones para de la parte superior de la montaña llegar hasta el
interior de la caverna, son bastante amplios para dejar correr el agua en considerable
cantidad.
En la época de las lluvias y sobre todo en aquellos años en que
adquieren mayor intensidad, debe penetrar a este lugar gran cantidad de agua
que impide por completo el paso para el resto de la caverna, y no nos cabe la
menor duda que el río que dicen muchos excursionistas haber hallado y más allá
del cual no han podido pasar, o el lago que refieren otros les ha cortado el
paso, se refieren unos y otros a este lugar.
Recordamos entre otras relaciones la que hace el profesor de pintura Sr.
Landesio que visitó la caverna en 1846 y en la que aconseja que se lleven entre
los útiles de viaje un bote o chalupa para poder atravesar el lago que le cortó
a él el paso.
Cortando por mi lado dejamos a la izquierda la laguna, que así le
llaman a aquel departamento, y después de un corto tiempo llegamos a un
espaciosísimo salón, cuya magnitud apenas se comprende por la multitud de
estalagmitas altas y esbeltas que en agradable confusión se encuentran
profusamente diseminadas por todo aquel lugar. Realmente, después de haber
pasado el trayecto de la laguna y los pasadizos que conducen a él, que se
encuentran sin grandes atractivos, es aquí en donde se vuelve a experimentar un
sentimiento de admiración al contemplar altísimas columnas que simulan tallos
de palmeros y cuyas cúspides no se distinguen por estar hundidas en las profundas
tinieblas que ni aun los cohetes de luz alcanzan a disipar.
Pequeñísimos nos sentíamos ante aquellas grandes moles, perdidos entre
columnas majestuosas cuya masa apenas acertábamos a comprender, y debemos haber
sentido una emoción semejante a la de la pequeña hormiga que con sus débiles esfuerzos
tiene que escalar grandes peñas, montañas enteras, perdida en la inmensidad
relativa del camino que recorre. Con paso lento y volviendo los ojos a todos
lados recorríamos aquel salón, sintiéndonos todos los de la comitiva, no
obstante ser tantos, como solos, pues las largas horas de camino, la igualdad
en las fatigas e impresiones nos había unido de tal suerte que ya después casi
pensábamos lo mismo, exclamábamos igual y discerníamos de la misma manera, unificándonos
de tal suerte que a pesar de ser más de treinta nos sentíamos como uno sólo, de
suerte que cuando tropezamos con una enorme piedra sobre la que había grabada
una inscripción, no pudimos menos que sentir gran desahogo al comprender que ya
por allí habían recorrido otras personas y como sintiéndonos acompañados por
sus nombres todos inmediatamente nos apresuramos a leer lo que contenían
aquellas letras que grabadas a cincel y encerradas en un cuadro hecho de la
misma manera, contienen los nombres de los profesores de la Academia de Bellas
Artes que visitaron la gruta el dia 25 de Enero de 1846. Entre los diversos
nombres que contiene la inscripción recordamos los de Vilar, Clavé, Tangassi,
Landesio y otros.
Después de haber leído aquella inscripción, quiso el Dr. Altamirano que
dejáramos también un recuerdo de nuestra visita y se comisionó al Sr. D. Adolfo
Tenorio para que grabara sobre la misma piedra una sencilla inscripción que
quedó así:
Instituto Médico Nacional.
1892.
Aparte de esa inscripción cada uno de nosotros quiso dejar estampado
sobre las rocas un recuerdo, de suerte que hubo un momento que casi todos
estábamos entretenidos y silenciosos escribiendo sobre la piedra nuestros
nombres o el de las personas de nuestro mayor afecto. Un poco solemne se
presentaba entonces la escena, encontrándonos diseminados, y sólo se escuchaban
de tiempo en tiempo los pausados golpes del martillo con que el Sr. Tenorio
grababa su inscripción, perdiéndose sus ecos muy a lo lejos después de haber
repercutido en todas las
anfractuosidades del gran salón. Tratamos después de sacar unas
fotografías de las inscripciones, todo lo cual vino a ayudar para que
permaneciendo en aquel lugar algunos minutos, hiciéramos un ligero descanso que
cada vez se hacía más necesario. Después de unos momentos de reposo seguimos
nuestro camino por entre enormes peñascos todos cubiertos de cristalizaciones y
que deben haberse desprendido de la parte alta hace ya bastante tiempo, pues
una capa gruesa y unida de caliza los cubre a todos ellos, formando una sola
con la que igualmente se extiende por el suelo; durante todo este trayecto que
es bastante sinuoso y accidentado se van dejando a derecha e izquierda enormes
estalagmitas que cada vez van agrupándose más hasta formar grandes obstáculos
que casi cierran el paso, hasta llegar a un lugar donde por su agrupación y
dimensiones parecen formar el límite de la caverna; este punto es otro en el
que generalmente se detienen los excursionistas, ya sea porque a los guías no
les place conducirlos más allá, o porque ellos retrocedan, debido al cansancio
y dificultades con que se logra llegar hasta él. Este departamento lleva el
nombre del imperial por ser hasta el que llegó la Emperatriz Carlota. Y en
efecto, a pocos pasos de donde estábamos uno de los guías nos llamó la atención
para que viéramos sobre una gran roca que se halla a la izquierda la
inscripción dejada por la que fue Emperatriz. Las letras están trazadas con
carbón, son bastante grandes, pero la humedad y las incrustaciones nuevas las
están haciendo desaparecer; en ellas sólo pudimos leer con dificultad estas
palabras : «Hasta aquí se adelantó su majestad Adelaida Carlota;» sin haber
podido descifrar ni la fecha ni otras palabras que se encuentran totalmente
perdidas.
Es inútil recordar aquí las muchas reflexiones que trajo a nuestra
imaginación el ver aquellas letras; hubo un momento en que olvidándonos de
nuestra situación y sin recordar que estábamos en el centro de las montañas, pasó
ante nuestros ojos toda la historia de aquella mujer; vimos a Miramar, al
Vaticano; recordamos los episodios sobresalientes del imperio; contemplamos
después el Cerro de las Campanas; y por último, nos pareció ver la figura de
Carlota, vagando sin sentido por los salones de Bucarest, como segunda víctima
de uno de los períodos de las evoluciones de un pueblo.
Mucho tiempo hubiéramos permanecido en aquellas reflexiones, si la voz
de los compañeros no nos hubiera anunciado que debíamos seguir adelante.
Reorganizamos la comitiva y nos pusimos en marcha atravesando pasadizos
verdaderamente estrechos en los que había puntos por los cuales con dificultad
cabía una persona. Cortos momentos seguimos esa marcha, pues a poco andar se
amplió de nuevo nuestro camino y al salir de una anfractuosidad por donde con
dificultad podíamos pasar, repentinamente nos hallamos en un amplísimo salón al
cual los guías le dan el nombre de salón de los órganos.
Difícil sería poder expresar la impresión tan grata que nos causó el
encontrarnos en este salón que como se sabe es el término de la caverna, pues
más allá no hay sino grietas angostas e irregulares por las que es
materialmente imposible penetrar; a esta satisfacción se añadía el que veíamos
el término de nuestro viaje, pues ya las fuerzas nos faltaban y comenzábamos a
sentir imperiosa necesidad. No admiramos por lo pronto las maravillas que
contiene este salón, sino que nos colocamos sobre unas piedras para tomar
descanso mientras se abrían las cajas de los cohetes y fanales que ya iban a
comenzar a prender; repartimos algunos de estos entre varios de los hombres que
nos acompañaban con el carácter de encendedores y nos dispusimos a contemplar
el efecto quo aquellas luces producían al rasgar con sus rayos las profundas
tinieblas de aquel abismo; se alejaron de nosotros los encendedores y algunos
momentos estuvimos con la incertidumbre de dónde irían a colocarse, hasta que
repentinamente y cuando menos lo esperábamos una pequeña explosión se dejó oír,
seguida inmediatamente de un vivo resplandor rojizo que inundó de luz aquellas
bóvedas; volvimos la cara hacia el punto de donde partían aquellos rayos y un
espectáculo soberbio se presentó a nuestras miradas: sobre grandes y blancas
aglomeraciones de caliza teñidas de rojo por la luz, se levantaba la figura de
un hombre con un hachón en la mano y envuelta en humo denso, empequeñecida su
figura por lo colosal de las columnas y formaciones calizas; lo veíamos como
una imagen del ángel exterminador que se presentaba en la puerta de sus
dominios; todo es ilusorio en esta caverna, todo provoca grandes impresiones, y
cualquier episodio queda revestido de cierta solemnidad y grandeza que llenan
al visitante de admiración. Con las luces de los fanales pudimos contemplar las
mil y mil maravillas que contiene aquel salón, la grandiosidad en las formas y
dimensiones de las estalagmitas y demás formaciones y la distribución
caprichosa y fantástica en que se hallan colocadas.
El lugar donde nosotros nos habíamos instalado es pedregoso e
irregular, pero va elevándose para formar una prominencia que corresponde a uno
de los límites del salón y sobre la cual se levantan hasta cincuenta metros de
altura tubos de blanquísima caliza que por sus formas recuerdan las bocinas de
los órganos, y que uniéndose entre sí forman una robusta columna de algunos
metros de diámetro que cual tabernáculo o santuario, rodeada de galerías
circulares sobrepuestas y cubiertas a los ojos del observador por riquísimos e
incomprensibles cortinajes, formando todo un conjunto cuya belleza y hermosura
supera a toda descripción y que sólo se puede comprender cuando se le está
mirando.
Los guías que nos acompañaban como ya dijimos antes, procuraban
hacernos experimentar las diversas emociones de que se puede gozar en aquellos
lugares, de suerte que alumbraban con los fanales en sitios donde causara mejor
efecto la luz o donde provocara mejores ilusiones, y así internándose por entre
los tubos y cortinajes que dejamos descritos, nos dejaban casi en la
obscuridad, pudiendo sólo percibir los rayos que se escapaban por entre los
espacios de los cortinajes, presentándosenos entonces el aspecto de un edificio
alumbrado por el interior; en aquellos mismos momentos herían además con pequeñas
piedras los tubos que estaban suspendidos del techo y que tienen la propiedad
de producir sonidos muy semejantes a las voces de los órganos. Aquellos ecos
sonoros y graves que con pulsaciones se difundían por la caverna perdiéndose en
su inmensidad, aquella luz rojiza que débilmente permitía contemplar los
objetos, proyectando grandes y confusas sombras, y por último, el aspecto de la
comitiva perdida en aquel dédalo sin fin, contribuían poderosamente para
hacernos creer que nos hallábamos trasportados a otro mundo, a otras regiones
desconocidas; algunos momentos permanecimos silenciosos contemplando aquel
espectáculo, gozando con todos nuestros sentidos y no pudimos menos que dar
gracias a Dios por habernos dotado de grande amor por lo bello y lo sublime.
Entonces pudo haberse observado en el rostro de nuestros compañeros las
múltiples emociones que experimentaban, no obstante que en ellos se podía reconocer
también el cansancio y la fatiga por las huellas que había dejado el copioso
sudor que corría de sus frentes.
Después de haber hecho encender luces de diversos colores para gozar de
los distintos aspectos que presentaba le caverna alumbrada con vivos rayos
rojos, con rayos lívidos de color verde o con los blancos que hacían brillar
las cristalizaciones, nos ocupamos en recorrer con espacio el salón, viendo
detenidamente sus adornos, la caprichosa distribución de las rocas y
estalagmitas y en fin todo lo que llamaba nuestra atención; los naturalistas
por su parte comenzaron a buscar y colectaron varios ejemplares de insectos,
así como unos pequeños hongos que se forman sobre las gotas de cera que han
caído sobre las rocas del piso en excursiones anteriores.
Nosotros por nuestra parte pudimos observar en aquellos puntos donde la
roca está libre de incrustaciones, que los mantos de caliza tienen una muy corta
inclinación respecto al horizonte, presentando una estratificación concordante.
Después que concluimos nuestras observaciones nos reunimos a los demás
excursionistas para comunicarnos nuestras impresiones; todos entusiasmados las
manifestábamos de distinta manera; quién en aquellos momentos ensalzaba la
grandeza de las obras del Supremo Creador; quién admiraba la sencilla a la par
que imponente armonía de las leyes naturales que rigen al universo; cuál otro
evocaba recuerdos tristes avivados en medio de aquella soledad.
Una vez que nos dimos por satisfechos en la contemplación de este último
salón, reorganizamos la comitiva y emprendimos de nuevo la marcha.
Vimos entonces la hora para formarnos idea del tiempo que habíamos
empleado en llegar y poder estimar el que íbamos a hacer para regresar, notando
entonces que la mayor parte de nosotros habíamos perdido por completo la noción
del tiempo, pues nunca nos imaginábamos que pudiera ser la hora que señalaba
nuestro reloj, al grado que creyéndolo parado o descompuesto, lo llevábamos
varias veces al oído, y por último lo comparamos con los de los demás que
marcaban aproximadamente las nueve y treinta de la mañana. Como habíamos salido
de las costumbres habituales de dormir a ciertas horas y distribuir los
alimentos a otras, no teníamos puntos de referencia y no sólo la hora se nos
olvidaba, sino hasta la fecha en que estábamos, y no fue sino después de un
buen rato cuando acertamos con ella, recordando que era 4 de Enero el día en
que habíamos tenido el gran placer de penetrar a lo más profundo de la caverna
de Cacahuamilpa.
Regresamos recorriendo los mismos lugares por donde habíamos venido y
organizados de la misma manera, deteniéndonos tan sólo algunos momentos en cada
uno de los salones y parajes dignos de importancia, para poderlos contemplar
bajo la acción de la luz de nuestros fanales y cohetes. No obstante estas
cortas paradas, regresábamos más rápidamente de como habíamos entrado,
atravesando por muchos puntos sin volver a fijar en ellos nuestra atención,
pues comenzó a predominar en todos el deseo de salir cuanto antes a fin de
descansar y tomar algún alimento para satisfacer no sólo la necesidad que ya
era imperiosa, sino mitigar el estado de debilidad en que se encontraban
algunos de los compañeros.
Muchos de aquellos salones y pasadizos los recorrimos ya sin saber ni
cómo y casi arrastrando los pies, habiendo habido puntos en que reuniéndose a
la dificultad que experimentábamos para andar, lo pedregoso e irregular del
piso ocasionaba el que muchos sufrieran caídas que aunque sin consecuencias nos
obligaban a andar con precaución. En varias ocasiones pudimos apreciar entonces
los servicios de nuestro mozo Mónico, que iba por delante alumbrándonos el piso
y buscando los mejores pasos para indicarnos la manera de pasar, evitándonos el
trabajo de llevar nosotros mismos la vela y dejándonos así libres para podernos
dedicar exclusivamente al cuidado de nuestra compañera la señorita María, que
no obstante su agilidad y destreza algunas ocasiones estuvo a punto de caer.
Curioso era observar en aquellos momentos la fisonomía de nuestros
compañeros, en la que se pintaba la mayor fatiga, realzándose más por la
lividez del alumbrado, por las pupilas dilatadas para ver mejor en la
obscuridad y el desaliento que en algunos se dejaba sentir, Marchábamos
silenciosos de aquella manera cuando repentinamente notamos una luz que se
movía muy a lo lejos, como en la dirección que debíamos llevar; poco después apareció
otra que con la primera se movían de un lado para otro sin que nosotros comprendiéramos
cuál sería su origen. Por lo pronto imaginamos que algunos nuevos excursionistas
venían hacia nosotros, después pensamos que vendrían algunas gentes del pueblo
en nuestra busca y aun llegamos a suponer que podrían ser malhechores que
trataran de sorprenderlos en medio de la caverna. No obstante esa incertidumbre
seguimos avanzando hacia donde veíamos las luces, "las cuales también se
movían como para venir en nuestro encuentro, acortándose así rápidamente la distancia
que nos separaba, al grado que pudimos distinguir dos o tres hombres que se
dirigían a nosotros. Por fin pocos momentos trascurrieron y nos encontramos
nada menos que con Don Crescendo. Nos saludó afectuosamente y una vez que nos hallábamos
reunidos todos, con su voz lenta y como sin darle importancia nos anunció que
nos traía un poquito de café, enseñándonos a la vez unos grandes canastos de pan
que había hecho llevar y unas grandes ollas de las que se escapaban vapores
saturados con las esencias del néctar de las Antillas.
Oír aquella invitación, ver el pan y arrojarnos sobre él todo fue uno,
manifestándose entonces en varios de los compañeros excesos de alegría que verdaderamente
nos hacían reír. Recordamos que el Sr. García con su carácter alegre y siempre festivo,
venía no obstante taciturno y agobiado; pero tan luego como se vio en presencia
de una gran torta de pan que contemplaba entre sus manos como para cerciorarse
que era verdad, no pudo contener los ímpetus de su alegría y sentándose en el
suelo agitaba las manos y los pies gritando y palmoteando.
Todos nos esforzábamos en alabar el café y dar las gracias al buen Don
Crescendo con más o menos dificultad porque en aquellos momentos nos faltaba
boca para comer; pero él comprendiendo el ayuno en que habíamos estado y lo
oportuno de su oferta, se concretaba a sonreírse y ofrecernos a cada uno nuevas
tazas de café. En pocos momentos hicimos desaparecer todo lo que había llevado;
pero en cambio nos sentíamos satisfechos y nos encontrábamos con nuestras
fuerzas completas para proseguir la marcha.
Pocos episodios y de escasa importancia se presentaron después, a no
ser que habiéndonos llevado los guías por camino distinto en parte del que habíamos
seguido a la entrada, no volvimos a pasar por algunos puntos como por el del
agua bendita, lo que originó que algunos compañeros se separaran para tratar de
encontrar dicho lugar a fin de poder abastecerse de agua; temiendo como era
natural que se extraviaran, detuvimos la marcha y estuvimos esperándolos, a la
vez que con silbidos y voces les hacíamos señales para que supieran dónde nos
encontrábamos- Casi nada duraron en sus pesquisas y pronto los vimos aparecer
para reunirse con toda la comitiva. Caminábamos ya con más tranquilidad embelesados
y admirando las bellezas sin número que a cada paso se nos presentaban, pudiendo
además emprender con uno de los guías sabrosa plática sobre las preocupaciones
que tiene, respecto a la caverna, la gente de aquel lugar, pues la creen
habitada por un genio maléfico que siempre procura algún mal a los que osan
entrar. El hombre que nos refería esto no parece nada vulgar y no sólo
criticaba con nosotros las creencias de sus paisanos, sino que eludiendo aquella
plática se puso mejor a referirnos detalles de algunas de las caravanas de
excursionistas que él había guiado para la exploración de la caverna. Recordaba
según nos dijo en la que fue Don Sebastián Lerdo de Tejada acompañado de
numeroso séquito, de la cual nos refirió entre otros casos, que un señor de los
acompañantes les había dirigido a sus compañeros un discurso desde lo alto de
uno de los monumentos que se levantan en el salón del Panteón, cuya persona
según hemos podido averiguar después, fue Don Joaquín Alcalde. Nos refirió
también haber acompañado a la comitiva que en 1878 acompañó al ge-
neral Don Carlos Pacheco y en 1879 a la comisión científica que fue enviada
por el Ministerio de Fomento, y por último estuvo recordando la visita que
hicieron los alumnos del Colegio Militar. Con motivo de esta conversación
tuvimos después deseos de averiguar cuáles eran las principales excursiones que
se habían hecho a la caverna y afortunadamente encontramos ese dato en la
Geografía del Estado de Morelos, escrita por el Sr. Róbelo y que a la sazón
llevábamos; en ella se puede ver que las excursiones principales han sido:
En Abril de 1835, expedición exploradora compuesta de los señores Barón
Gros, Secretarlo de la Legación Francesa en México, Don Manuel Velázquez de la
Cadena, Barón Rene Pedreaville y Don Ignacio Serrano.
Eu 1837, Don Mariano Galván, autor de los calendarios.
En 1850, los profesores de la Academia de San Carlos.
En 1855, el Presidente de la República Don Ignacio Comonfort.
En 1865, la Emperatriz Carlota. Al salir de la caverna tuvo la noticia
de la muerte de su padre Leopoldo, rey de los Belgas.
En 1869, el general Don Pedro Baranda, primer Gobernador del Estado de
Morelos.
En Febrero de 1874, el Presidente de la República Lic. Don Sebastián
Lerdo de Tejada.
En 1878, Sr. general Carlos Pacheco.
En 1879, Comisión nombrada por el Ministerio de Fomento.
Además deben agregarse las que han hecho varios extranjeros,
principalmente alemanes, y la que en 1887 organizó el Colegio Militar.
Compartíamos amigablemente con nuestro guía, cuando repentinamente nos
hicieron detener el paso y nos obligaron a apagar las bujías; por lo pronto
quedamos en la más profunda obscuridad, sin percibir más que esos destellos
fugaces que conserva la retina por algunos momentos y que pasando por todos los
colores del prisma, concluyen por desaparecer para dejar reinar a las
tinieblas. No comprendíamos por lo pronto cuál era su objeto, hasta que uno de
ellos alzando la voz nos anunció que nos hallábamos en el salón de la aurora;
en efecto, es hasta este punto a donde alcanzan las últimas vibraciones
luminosas de las que penetran por la boca de la caverna.
Por lo pronto no percibíamos nada a pesar que con nuestras miradas
queríamos sondear aquel espacio en todas direcciones, hasta que al último
indicándonos los guías la dirección, distinguimos un debilísimo resplandor que
como gases ligeramente fosforescentes parecían vagar por las bóvedas de la
caverna. Profunda emoción experimentamos entonces, pues veíamos aunque apenas
de nuevo los rayos del sol que por contraste con la luz amarillenta de las
bujías entre las que habíamos estado durante horas enteras, se nos presentaba
con un color azulado que recreaba por completo nuestras miradas.
A medida que avanzábamos iba aumentando aquel fulgor, como si el aire
se hiciera luminoso, pero con tanta lentitud y tintes azulados tan hermosos, que
más bien que luz parecía un girón del cielo que se extendía debajo de las
rocas; en aquellos momentos dejamos que los compañeros se adelantaran quedándonos
atrás por consejo del guía y entonces pudimos gozar de uno de los espectáculos
más fantásticos y hermosos de los que podamos haber visto.
Contemplábamos a nuestros compañeros desfilando envueltos en aquella bruma
luminosa que sólo permitía se distinguieran vagas siluetas que sin punto de
apoyo aparente parecían cuerpos que flotaban por la atmósfera. No pudimos menos
que recordar algunos de los cuadros de Gustavo Doré, como en los que pinta
almas que suben al cielo, a los israelitas guiados por los destellos de la
columna de fuego, o a los Reyes Magos cuyo camino estaba envuelto por las
emisiones luminosas del astro que los guiaba. No bien habíamos acabado de
contemplar aquel cuadro, cuando proseguimos nuestro camino con verdadera ansia
para por fin poder ver los rayos del sol; a cada paso que avanzábamos
aumentaban aquellos destellos que ya no como fosforescencia sino como pálida
luz comenzaban a teñir ligeramente uno que otro picacho de los que sobresalían
en las anfractuosidades de las rocas, hasta que hubo un momento en que la
claridad fue suficiente para alumbrarnos el piso, lo que nos permitió apresurar
más el paso y llegar a un pequeño recodo que forma la caverna al cual hay que
rodear para poder seguir. Llegamos a él, volteamos a la derecha y
repentinamente, cuando aún no lo esperábamos, nos encontramos con la boca de la
gruta; de casi todos a un tiempo se escapó un ¡ah! prolongado, a la vez que
admirados permanecíamos inmóviles como fascinados por el panorama que se
presentaba a nuestra vista. Las peñas y rocas que forman el gran arco que sirve
de entrada, limitaban un marco dentro del cual se hallaba un espléndido
paisaje: muy lejos y como envuelto en tenue calina se destacaba majestuoso el
pico del Popocatépetl con su cima cubierta de blanquísima nieve y rodeado de
pequeñas nubecillas que flotaban en el azul purísimo del cielo; un poco más
cerca se presentaba un valle cubierto de verdura é interrumpido por lomeríos y
picachos formando una agradable perspectiva en la que se hallaban todos los
colores. Desde el esmeralda brillante, que formaba grupos de lozana vegetación,
hasta los tintes de sepia y ocre con los cuales estaban revestidos los pequeños
accidentes del terreno por entre los cuales se deslizaba un plateado arroyuelo,
y por último, sirviendo de primer término a este espléndido paisaje, se
hallaban las primeras rocas de la caverna, las primeras estalactitas que forman
el arco entre el primer y segundo salón. Tan agradables colores, tan múltiples
juegos de luz y distribución tan pintoresca se presentaba a nuestra vista con
mucha mayor intensidad por acabar de salir de la luz de la cera, de la luz
rojiza de los fanales o de los rayos lívidos del magnesio. Pero a pesar de eso
no lo veíamos perfectamente claro y quizá podríamos dar una idea de cómo se nos
presentaba aquel paisaje, recordando el aspecto de las vistas proyectadas por
una gran linterna mágica.
Con el interés de contemplar mejor aquel espectáculo, procuramos salir
cuanto antes, y al llegar al primer salón pudimos reconocer que todo lo que habíamos
visto era pura ilusión y aquel paisaje espléndido lo vimos desaparecer como si
se hubiera evaporado, quedando en su lugar las peñas abruptas de la entrada y
bajo las cuales crecían algunos helechos y otras plantas pequeñas, las que
heridas con los rayos del sol y vistas desde el interior, eran las que se
presentaban como las llanuras que tanto admirábamos. Quizá esta ilusión es una
de las más completas que hemos experimentado, pues cuando nos hallábamos en el
interior hubiéramos jurado que era el Popocatépetl el que veíamos y no las
rocas que brillaban con el sol, y aun para cerciorarnos, así como para volver a
gozar con aquel soberbio panorama, algunos compañeros nos internamos de nuevo
en la caverna entre los cuales se contaba el Sr, Tenorio, que con su
imaginación de artista había encontrado en aquel asunto vasta inspiración. El
cuadro que presentamos al principio es copia del que ha formado dicho señor, en
el que agotando por decirlo así los colores de su paleta, ha logrado hacer una
pintura bastante perfecta de aquel paisaje, que a la verdad no creíamos que pintor
alguno pudiera haber reproducido.
Tan luego como terminó el Sr. Tenorio con sus apuntes, nos reunimos a
nuestros compañeros que instalados donde habíamos pasado la noche anterior se
disponían ya para comer. El Dr. Altamirano que nunca siente fatiga y que no
descansa un momento, acto continuo de haber llegado comenzó en unión de las señoritas
a preparar todo lo que traía dispuesto para comen a lo que se unió la magnífica
barbacoa con que nos obsequió y las demás provisiones que D. Crescendo nos
había traído de su misma casa. Así, pues, teníamos ante nosotros una magnífica
comida y como el apetito era más que desenfrenado, no nos hicimos del rogar y
en el momento comenzamos a dar cuenta de aquellos manjares que nos parecían
deliciosos y que convenientemente remojados con buena cerveza, constituían en
aquellos momentos nuestra mayor riqueza.
No obstante el estar diseminados en grupos y por diversos lugares, reinaba entre todos nosotros una cordialidad y alegría que hacía honor al banquete, uniformándose la conversación, que sólo era interrumpida de tiempo en tiempo por el chasquido de las botellas de cerveza.
Por fin tuvimos la fortuna de tomar hasta un poco de café y un buen
dulce del que nunca le falta en el bolsillo a Alfonso Herrera.
La sobremesa, es decir el post almuerzo, porque no había mesa, estuvo
delicioso, pues mientras unos se regocijaban tendidos en el suelo, otros
sentados fumaban tranquilamente su puro y algunos entusiasmados daban vueltas
en dirección del interior de la gruta, haciendo resonar las bóvedas con las
notas de Carmen o Bocaccio. Los únicos que no descansaban eran el Dr.
Altamirano y las señoritas que infatigables, siempre contentas y risueñas,
concluían con las últimas tareas del arte culinario, cuales son las de levantar
el campo.
Nosotros nos habíamos retirado un poco del grupo para ir a descansar
bajo una pequeña estalagmita que se halla a la entrada y sobre la cual han
colocado una cruz de madera; el conjunto que forma aquella roca caliza, cuya
figura recuerda una ave nocturna y el signo de nuestra redención vistos en
medio de la gran cúpula con que principia la caverna, no pudo menos que
invitarnos a la meditación, de suerte que pronto quedamos sumidos en un piélago
de consideraciones de todo lo que habíamos visto, de todo lo que habíamos
experimentado; pero sobre todo lamentando lo pasajeros que son para la
humanidad los pequeños goces que suelen encontrarse.
Estábamos en estas y otras consideraciones cuando el Sr. Tenorio vino a
sacarnos de nuestra meditación, pues acercándose comenzó a interrogarnos sobre
las ideas que podríamos haber adquirido respecto a la formación de la caverna.
Pena nos daba en aquellos momentos el no poder responder al
interrogatorio que con muy noble curiosidad nos dirigía dicho señor; pero la
verdad es que a pesar de conocer las teorías sobre la formación de las cavernas
y no obstante el haber leído la mayor parte de las descripciones que han hecho
de la de Cacahuamilpa, poco, muy poco podríamos decir técnicamente, pues las
horas que permanecimos dentro cortas se nos hicieron para admirar todo aquel
espléndido conjunto. No obstante, algunas observaciones pudimos hacer que son
sobre las que versó nuestra conversación.
La caverna debe tener sobre poco más o menos seis kilómetros de
longitud y además según nuestras observaciones hipsométricas y barométricas, el
piso del primer salón se halla a 178 metros abajo del nivel de la plaza de
Cacahuamilpa; la altura de la montaña bajo la cual se extiende la caverna la
estimamos en 200 metros sobre el mismo nivel; en consecuencia debe haber de la
cúspide de la montaña a la parte baja de la caverna, unos 378 metros por lo
menos; si de éstos descontamos 80 o 90 que deben tener las bóvedas más altas,
quedan cerca de 288 o
290 metros para el espesor de las bóvedas, a través de cuya masa tiene
que atravesar toda el agua que se filtra de la parte superior para salir en la
caverna donde ha depositado toda la cal que disuelve en el largo trayecto que
tiene que atravesar.
Como las grietas y desquebrajaduras de las rocas tienden a tomar cierta
dirección debido a la misma estratificación en que se encuentran las masas que
forman las paredes y techos de la caverna, iguales tendencias se notan en las
incrustaciones que ha dejado el agua que corre por ellas y así es como se
explica el que de trecho en trecho se encuentre mayor número de estas
formaciones afectando cortinajes y otras diversas formas cuyas sinuosidades
corresponden con las líneas por donde pudo correr el agua. En lo más profundo
de la caverna en donde las rocas superiores están totalmente dislocadas y que
las filtraciones se verifican no por grietas sino por diversos puntos
indistintamente diseminados, es donde se han formado esas agrupaciones de
estalactitas, que como en el salón de los Palmeros se hallan en gran cantidad
distribuidas sin orden y en confusa agrupación.
Para que todas estas figuras, esas grandes estalagmitas, esas estalactitas
se hayan formado, debe haber existido primero la caverna, cuya formación generalmente
se atribuye, como a todas las cavernas semejantes, a las acciones del agua que
uniendo su empuje y sus acciones químicas, se abre pase en medio de las rocas.
Por nuestra parte confesamos que dicha teoría no nos satisface, pues si bien es
cierto que de la mayor parte de estas cavernas salen ríos, arroyos o torrentes,
provienen sin duda del agua de las filtraciones que se reúne en su interior y
que al correr sobre las rocas, saturada como se encuentra de sales de cal,
tapizan su lecho con ese barniz agrisado con que están cubiertas todas las
rocas que se hallan en el piso y partes bajas.
Examinando atentamente la estratificación que presentan las rocas en
Cacahuamilpa, se puede notar una tendencia en los mantos a converger en la
línea superior que pasará por todo lo alto de la caverna, pues mientras a la
izquierda se hallan en una inclinación de cerca de 13° en dirección de SE a NW;
las de la derecha se hallan casi con la misma inclinación, pero sensiblemente
con rumbo opuesto; estas observaciones más la de casi corresponder la línea
media de la caverna con la línea de mayores alturas de la montaña, nos hace
suponer que su formación es debida a que en el momento de levantarse aquellas
masas calizas del seno de los mares cretáceos donde se hallaban
horizontalmente, para venir a formar lo más accidentado de una parte de
nuestras sierras, sufrieron en su masa dislocaciones y doblamientos que
semejantes a los que resultan cuando se estruja una hoja de papel entre las
manos, no sólo vinieron a originar la formación de las eminencias y de los valles,
sino que debajo de esas mismas arrugas deben haber que dado huecos y vacíos que
si por algún accidente se ponen en comunicación con el exterior constituyen las
cavernas. Por lo demás la geología nos enseña que después de que las masas calizas
fueron removidas de donde las habían formado los moluscos que pululaban en los
mares mesozoicos, atravesó la tierra por un período en el que predominaron
lluvias de tal suerte que aún se le da el nombre de período diluvial. Las no
sólo continuas sino abundantísimas precipitaciones que caían sobre toda la
tierra en aquella época, están perfectamente caracterizadas por la serie
grandísima de los vastos terrenos cuyo origen sólo se debe al agua, y es
justamente a la época a que debemos referir la formación de todas esas
incrustaciones, de esas estalactitas y en fin, de esa espléndida ornamentación
que sin tener orden arquitectónico ni estilo artístico, causan la admiración
del hombre y embelesan sus sentidos.
En la época presente en que las precipitaciones atmosféricas han
disminuido considerablemente, las filtraciones son relativamente más escasas y
sólo puede observarse una que otra gota que desprendiéndose con dificultad cae
al suelo donde se forman pequeñas estalagmitas que por su tamaño y lentitud en
su crecimiento, contrastan visiblemente con las gigantescas y robustas columnas
que atestiguan a su modo la época diluvial.
Entre las diversas grutas conocidas de las que existen en los terrenos
calizos, creemos puede figurar la de Cacahuamilpa, si no en primer lugar, sí en
el segundo, pues después de la caverna del Mammoth en el Estado de Kentucky, E.
U., que tiene cerca de 15 kilómetros de profundidad y en medio de la cual
existen ríos, lagos y canales, sólo la de Cacahuamilpa sabemos pase a
6 o 7 kilómetros, pues la de Lucy en Istria sólo tiene 800 metros de
profundidad. Además, muy posible es que exploraciones cuidadosas encuentren que
nuestra caverna se extiende más allá de donde se cree es su fin y quizá se
comuniquen con la gruta «Carlos Pacheco» u otras que se encuentren en el seno
de la montaña, aumentándose entonces su longitud considerablemente.
Durante la actual conversación sostenida con el Sr. Tenorio, habían
descansado ya la mayor parte de los compañeros, por lo que nos dispusimos a
marchar. Trabajo nos costó el trasportar nuestros equipajes al lugar donde nos
esperaban las cabalgaduras; pero cuando tuvimos ya que abandonar la caverna,
separándonos de las últimas piedras que forman su boca, no pudimos menos que
echar una última mirada a lo más profundo como queriendo atravesar las
tinieblas para poder ver por última vez las maravillas que quizá no nos sea
dado volver a contemplar.
Eran las cinco de la tarde cuando nos dirigimos a la gruta «Carlos
Pacheco», a donde llegamos después de corto intervalo. La boca de esta gruta es
mucho más pequeña que la de la caverna de Cacahuamilpa y para bajar hay
necesidad de precauciones, pues además de lo pendiente que se halla el descenso,
las rocas que forman el piso no están muy seguras. No obstante, todos bajamos
con intrepidez, pudiendo allí admirar una vez más la agilidad y valor de las señoritas,
pues sin dificultad alguna pudieron escalar aquellos peñascos, tan sólo
ayudadas por el Dr. Altamirano o nosotros, que procurábamos tuvieran el menor
peligro. Inmediatamente después de la entrada se extiende un gran salón
próximamente de N. a S., que debe tener de 200 a 300 metros de longitud, por
unos 20 de latitud o tal vez 30 o más de altura; sus paredes y sus bóvedas
están tapizadas de incrustaciones blanquísimas que como la filigrana sólo dejan
pequeños espacios libres por donde con dificultad se cuela la luz para mostrar
y hacer brillar las últimas cristalizaciones; del techo penden algunas
estalactitas y en el piso se levantan a corta altura algunas estalagmitas; pero
sin alcanzar las dimensiones colosales ni la grandiosidad que se observa en las
de la otra caverna. Este salón lleva el nombre de los Pebeteros. Siguiendo este
salón de S a N y volteando a la izquierda, hay algunos pozos estrechos y un gran
depósito de agua: los primeros conducen a otros salones, para llegar a los
cuales hay que atravesar por lugares verdaderamente difíciles, en los que se han
comenzado a derrumbar grandes masas de la parte superior y que se hallan apenas
suspendidas por las mismas incrustaciones, amenazando venirse al suelo en
cualquier momento, cerrando así el paso a los últimos departamentos, para
llegar a los cuales hay necesidad de bajar, después de este pasadizo, unas
grandes peñas. Este último salón es verdaderamente espléndido por la suma
variedad que contiene en las mil y mil formas que ha tomado el carbonato de cal
al depositarse sobre las paredes; a esto se debe agregar, que como no ha sido
tantas veces explorado como los demás, se encuentra en perfecto estado y presentando
una blancura notable. En el fondo de este salón existe una lápida que recuerda
la fecha en que se visitó por primera vez la gruta y que se dedicó a Don Carlos
Pacheco.
Aun cuando la división en salones es menos perfecta en esta gruta,
consideran los del lugar los siguientes: el de los Pebeteros, que es el
primero, y debe su nombre a la figura que tienen las pequeñas estalagmitas que so
levantan del suelo; el de la Dama Blanca, que se encuentra a la derecha de la
entrada y en el cual se cree ver una esbelta señora con rico ropaje blanco; siguen
a este el del Monje y el del Pabellón, en el último de los cuales se han
desprendido las estalactitas dejando solo un estrecho pasadizo por donde con
dificultad se puede pasar por entre las agudas puntas de las rocas, y por
último, bajando 15 metros por entre grandes peñas se llega al salón de la
Virgen de la Silla, en el fondo del cual se halla la placa conmemorativa de la
dedicación de esta gruta. Este último salón es verdaderamente espléndido y
puede compararse a la nave de un gran templo cuyas paredes mostrando riquísimos
artesonados, forman vistosos juegos con las numerosas y variadas colgaduras que
penden del techo, presentándose un conjunto grandioso y extraordinariamente
bello.
Mucho tiempo después de haberse puesto el sol salimos de la gruta con
las mismas dificultades que tuvimos al entrar, pues como dijimos es peligroso
el paso que da acceso al interior, y hubo necesidad de que unos a otros nos
ayudáramos para poder escalar aquellas rocas que amenazan de un momento a otro
rodar y arrastrar consigo al osado viajero que posa en ellas sus plantas. Una
vez que estuvimos fuera pudimos, gracias a la luz de la luna, encontrar
nuestras cabalgaduras y emprender la marcha rumbo a Cacahuamilpa. Estrecho y
sinuoso es el camino que seguíamos, teniendo a un lado lo más profundo de la
barranca y por el otro lo más elevado de la montaña, lo cual nos obligó a
seguir de uno en uno extendiéndose así considerablemente la caravana, pudiendo
apenas los que íbamos al fin alcanzar a ver con los pálidos rayos de la luna
creciente los que formaban la cabeza de la comitiva; pero sí pudimos notar que
todos íbamos en silencio, quizá rendidos, quizá sumidos en el mar de reflexiones
que nos traía a la imaginación la serie de impresiones que habíamos
experimentado durante el día que finalizaba; impresiones que, como muy bien nos
decía después el Sr. García, sus recuerdos los tendremos durante toda la vida y
quizá formen una de las pocas páginas rosadas que se puedan encontrar en el
libro de nuestra existencia. No recordamos a punto fijo a qué horas llegamos al
pueblo de Cacahuamilpa a la casa de Don Crescencio; pero debe haber sido muy
tarde porque apenas pudimos tomar algún alimento, preparar nuestro catre y caer
sobre él desplomados, exhaustos por completo de fuerzas. No era sólo el
cansancio muscular, era el agotamiento nervioso el que nos había postrado.
Todos quedamos instalados en una galera que sirve a Don Crescencio para
guardar el producto de sus cosechas, excepto las señoritas que fueron
cómodamente colocadas en una pieza especial de la familia, en la que además se
les proporcionó una cama de otates que en aquellas condiciones débeles haber parecido
colchón de pluma, no obstante que por su imperfecta colocación sobre dos
desiguales bancos de madera, estuvo a punto de dar en el suelo con su preciosa
carga.
Una vez acostados no hubo quien se acordara de alacranes ni musarañas,
sino todos rendidos de fatiga dormimos a pierna suelta, siendo tan sólo interrumpido
nuestro sueño de tiempo en tiempo por los sonoros y poco armoniosos ronquidos
de algunos de los compañeros, A otro día muy de madrugada un repique dado a todo
vuelo en la iglesia nos sacó de nuestro sueño, sin que por eso nos sacara de
nuestra cama, pues todavía permanecimos en ella largo rato escuchando el
monótono toque de una tambora que tocada como con máquina no cesó durante toda
una hora de estar dando golpes pausados. Luego que nos levantamos pudimos
averiguar que había una fiesta en la iglesia acompañada de tambora y chirimía,
pero de cuya orquesta sólo llegaba a nosotros el ruido del parche mal golpeado.
Visita del nacimiento del río Amacuzac.
En las primeras horas de la mañana salimos en compañía de los señores
Altamirano, Toussaint y Lozano a recorrer un poco el pueblo y a visitar el
pequeño manantial que surte de agua a la población. Uno de los hermanos de Don
Crescencio nos conducía, dándonos noticia sobre todo lo que le preguntábamos.
El manantial está inmediato a los últimos jacales y sale de por entre unas
rocas; recogen su agua en gran estanque y de allí la reparten convenientemente
para los riegos de las huertas y otros usos, no por tubos ni cañerías, sino por
pequeños arroyos descubiertos que corriendo suavemente por entre una alfombra
de pasto y bajo las ramas de los chirimoyos, limoneros, platanares y otros
árboles, le dan a aquel lugar de la población un aspecto pintoresco y
encantador; cuando nos encontramos en uno de aquellos arroyos cuyas aguas
cristalinas apenas murmuraban, no pudimos menos que sentir vivos deseos de
experimentar su frescura y desabotonándonos la ropa metimos con agrado los brazos
y después nos bañamos la cabeza. Muy contentos regresamos a la casa de Don
Crescencio, quien nos salió a recibir anunciándonos que ya estaba listo el
desayuno y que nos tenía preparada una buena taza de gloriado; cuando oímos
aquel nombre no supimos lo que era, pero luego que nos acercamos a la mesa
vimos varias tazas humeantes de hojas de naranjo, que es a lo que por aquel
rumbo llaman gloriado cuando le han mezclado un poco de aguardiente. No resignados
a tomar sólo aquello, pedimos a Don Crescencio una poca de leche; pero no nos
la pudo conseguir por ser escasas en el pueblo las vacas. Nos acabábamos de
tomar nuestra taza de hojas cuando nos llamaron las señoritas para que pasáramos
a su departamento; fuimos en seguida y cuál sería nuestra sorpresa al
contemplar sobre la mesa una taza de rico chocolate cuya espuma pugnaba por
derramarse; no creíamos lo que nuestros ojos veían y basta que lo probamos y
saboreamos nos convencimos de ello. No dejó de admirarse menos Don Crescencio
cuando no sólo vio el chocolate, sino también un rico vaso de leche, pues el
Dr. Altamirano había destapado uno de los botes de leche condensada que llevaba
entre sus comestibles. Cuánto agradecimos esa mañana aquel chocolate, sobre
todo cuando vimos a las señoritas que sentadas junto a un fogón, con los ojos
llorosos por el humo y las mejillas encendidas por el calor, batían con sus
propias manos aquel chocolate que recordaremos siempre.
Poco después del desayuno nos dispusimos para la marcha y a las nueve
de la mañana emprendimos el camino que conduce a lo que llaman las bocas, el
cual al principio es el mismo que se dirige a la caverna; pero después hay que
bajar a la barranca por una vereda angosta, pedregosa y sumamente irregular que
no es posible pasar por ella sino a pie, por lo que tuvimos que dejar las cabalgaduras.
Por ser unos más ágiles que otros, se dividió la caravana en varios grupos:
nosotros permanecimos en el que formaba el Dr. Altamirano y su familia, acompañados
del Dr. Govantes y del Sr. García que a cada rato nos hacía reír con sus
chistes y buen humor; en cambio nos distrajimos tomando una vereda que no era
la que debíamos seguir y tuvimos después que regresar y pasar por puntos
verdaderamente difíciles para poder seguir el camino. En esta vez pudimos una
vez más admirar la fortaleza y serenidad de nuestras compañeras de viaje, pues
no obstante que hubo momentos en que tuvimos necesidad de descolgarlas por
medio de cuerdas entre breñales, por entre rocas lisas y acantiladas, ellas
siempre imperturbables parecía que no comprendían el peligro o que estaban
acostumbradas a él, y sólo se apenaron cuando vieron que una rama armada de
espinas había herido al Dr. Govantes en la frente. Después de muchos trabajos y
fatigas logramos llegar al lecho del río una hora después de haber comenzado el
descenso. Por lo pronto no pudimos ver sino enormes peñascos diseminados sin
orden, cuyos bordes arredondados y pulidos acusan la acción que constantemente
ejerce el agua sobre ellos; la mayor parte son de roca caliza, constituyendo
verdaderos mármoles, que pasando por negro, gris y azulado, llegan hasta el
blanco alabastrino; otros hay que sobre su masa se destacan dibujos caprichosos
formados por vetas de colores distintos. Todos estos grandes blocks se han
desprendido de la parte superior de la montaña para caer en el lecho del río,
cuyo cauce accidentado e irregular obliga al agua a correr, formando multitud
de accidentes pintorescos en los que no sólo el continuo juguetear del agua
convertida en blanquísimas espumas, sino también el rumor que produce al chocar
contra las rocas, ayudan poderosamente para deleitar al viajero.
Algún tiempo recorrimos el lecho del río, pasando ya por entre enormes
piedras, ya por extensos depósitos de arena, hasta llegar al punto donde se
encuentran las bocas. Son estas dos enormes cavernas abiertas al pie de la
montaña, cuyos muros acantilados y cortados a pico se elevan majestuosos a más
de 200 metros de altura. Dos son las bocas: por una de ellas sale el río de
Santiago, cuyas aguas lechosas parecen cargadas de gran cantidad de cal; y la
más grande por la que sale el de Chontacuatlán, cuyas aguas cristalinas se
reúnen inmediatamente con las del primero para formar el río Amacuzac. La
entrada a estas cavernas es sumamente difícil, pues a medida que se interna uno
en ellas se presenta el agua más impetuosa, las rocas menos accesibles y llega
un momento en que verdaderamente se hace el paso imposible; no obstante,
pudimos entrar en la mayor de ellas como unos 50 metros, pudiendo contemplar
desde allí y hacia el interior, varias estalagmitas y otras formaciones calizas
que dejan suponer que en el interior deben existir salones y toda la variedad y
hermosura en los adornos que caracterizan a estas cavernas, pudiendo quizá ser
esta mucho mayor y más espléndida que la de Cacahuamilpa que tan sólo se halla de
allí a unos cuantos metros. Mientras visitamos la entrada de esta caverna,
todos los compañeros se alejaron del lugar donde nos encontrábamos, de suerte
que cuando salimos sólo pudimos ver muy arriba y por entre la enramada a uno de
ellos; quisimos seguirlo comenzando a encumbrar por un paso verdaderamente
difícil; pero llegó un momento en que perdimos la vereda y perdimos igualmente
la idea de dónde podrían estar los compañeros; no obstante, seguimos subiendo,
pero cada vez con mayores dificultades, pues ya no era solamente lo penoso del
terreno, sino lo espeso del follaje que casi no nos permitía dar un paso; por
fin llegó un momento en que encontrándonos muy fatigados tuvimos que
recostarnos en el suelo para descansar, sin dejar de pensar que mientras los
compañeros se alejarían más de nosotros; luego que tomamos aliento tiramos
algunos chiflidos para poder saber dónde se hallaban y seguir nuestro camino;
pero no fue sino después de un largo rato cuando obtuvimos contestación, escuchando
un lejanísimo silbido que más bien parecía eco de los nuestros; acto continuo
nos dirigimos en la dirección en que los habíamos escuchado no sin grandes trabajos,
pues además del cansancio, llevábamos a cuestas una cámara fotográfica, una
bolsa de viaje y una escopeta, añadiéndose a todo esto que en aquellos momentos
hacía efecto en nosotros una dosis de quinino que habíamos tomado en la mañana
por habernos sentido ligeramente indispuestos: después de muchos trabajos y de
habernos arañado las manos y la cara con las espinas, llegamos a un punto por
donde se veía el fondo de la barranca en donde creíamos ver a los compañeros;
apresuramos el paso y por fin llegamos a la orilla de unas enormes peñas que se
levantan como a unos 80 metros de altura y que se encuentran cortadas a pico;
estando allí pudimos ver al Sr. García que desde abajo nos hacía señas indicándonos
por dónde habíamos de bajar, pues el lugar donde nos encontrábamos era
enteramente peligroso; tuvimos todavía que dar un gran rodeo para descender por
una pendiente en la que más bien caíamos que bajar, pues hubo un momento en que
faltándonos todo punto de apoyo, rodamos basta llegar a la arena que forma el
lecho del río; ya nos esperaba el Sr. García, quien nos manifestó lo muy
apurado que se encontraba por nosotros, ofreciéndonos a la vez una botella con
agua y mezcal, de la cual nos bebimos la mitad.
Descansábamos apenas sobre la arena de las fatigas anteriores, cuando una exclamación del Sr. García nos llamó la atención, haciéndonos volver la cara justamente a los lugares por donde pocos momentos antes habíamos andado casi perdidos; y cuál sería nuestro asombro cuando contemplamos al Dr. Altamirano con las dos señoritas brincando peñas y salvando los pasos más difíciles y peligrosos; hubo un momento de verdadera angustia para nosotros y no pudimos menos de admirar por centésima ocasión la intrepidez y fuerza de ánimo de nuestras compañeras de viaje. Por fin cerca ya de las dos de la tarde nos reuníamos de nuevo en el lugar donde habíamos dejado las cabalgaduras y regresamos a Cacahuamilpa, donde un almuerzo apetitoso preparado por Don Crescencio nos esperaba ya sobre la mesa.
Cuando estuvimos todos sentados pudimos notar que faltaba uno de
nosotros, el Sr. Morales; en vano se le buscó por todas partes; se preguntó a
los guías por él y no pudieron dar razón, hasta que quedamos convencidos que
debería haberse extraviado en la barranca que habíamos recorrido; acto continuo
se mandaron dos guías que fueran en su busca; fue notable la impresión que
causó en nosotros este accidente, sobre todo en las dos señoritas que ya se
imaginaban al Sr. Morales víctima de alguna desgracia mayor.
Concluimos de comer cuando llegó el Sr. Morales casi jadeante y
explicándonos cómo había quedado perdido, sin que le hubieran valido los gritos
que daba para que supiéramos dónde se hallaba.
Regreso.— De Cacahuamilpa a
Tetecala.
Inmediatamente después se procedió al arreglo de los equipajes y a ver
que se ensillaran y cargaran las bestias, de tal suerte que a las cuatro de la
tarde pudimos salir rumbo al Norte.
Cuando ya todos estaban en sus caballos y que la comitiva comenzaba a
desfilar, no pudimos menos de sentir una viva impresión al dejar aquel paraje pintoresco
donde tanto habíamos admirado y al cual tanto trabajo nos había costado llegar;
pero fuerza era volver, y no obstante que habíamos ya saciado nuestra
curiosidad, que habíamos realizado todos nuestros deseos, sentíamos con pena el
que tocara a su fin la expedición.
Durante un trayecto bastante largo seguimos el mismo camino que
habíamos traído a nuestra llegada, acompañados por Don Crescencio que quiso ir
con nosotros hasta los linderos de su distrito. A las cuatro y cincuenta
llegamos a la Barranca de Santa Teresa donde se despidió de nosotros tan amable
persona y a la que estamos muy agradecidos por sus bondades; seguimos después
frente a la hacienda de Michapan a un lugar donde se bifurca el camino,
siguiendo una de sus derivaciones hacia la hacienda de San Gabriel y era el que
se había hecho para llegar a Cacahuamilpa; y el otro que conduce a los pueblos
de Coatlán y otros que se hallan al norte; por iniciativa del Dr. Altamirano
seguimos el segundo y comenzamos a recorrer un terreno desconocido. Después de
haber atravesado algunos collados y lomas que forman la vertiente NW de los
llanos de Michapan, llegamos a las seis de la tarde a una pequeña población que
se denomina Chavarría; no nos detuvimos nada y dejándola a un lado seguimos de
frente. No se crea que durante este viaje por ser ya de regreso se nos había
acabado el buen humor, pues por el contrario veníamos animados del mismo contento
que cuando comenzó la excursión, y sólo uno que otro, cansado o enfermo, venía
quizá algo triste. A las seis y media de la tarde, precisamente a la hora en
que nos faltó por completo la luz del sol, llegamos a la orilla de una gran
barranca muy amplia que tuvimos que seguir en sus bordes para poder bajar y pasar
del otro lado; casi una hora empleamos para llegar al fondo, donde nos
encontramos con un caudaloso río cuyas aguas corrían impetuosas bajo un mal
puente formado de otates que tan sólo tiene dos metros de ancho; uno por uno
pasamos para encumbrar del otro lado y comenzar a penetrar al pintoresco pueblo
de Coatlán del Río, cuyo nombre que es mexicano quiere decir lugar de víboras;
pero la verdad, es que no obstante su etimología a nosotros nos pareció
primoroso, pues tuvimos que recorrer una de sus calles que se encuentra formada
de uno y otro lado por frondosos fresnos de tupido follaje, confundidos y
mezclados con platanares cuyas amplias hojas brillaban a la luz de la luna y
otra multitud de arbustos y árboles frutales que forman de aquel lugar un verdadero
vergel, cuyo ambiente estaba saturado de los diversos aromas que emanan de
aquella exuberante vegetación; a todo esto debe agregarse que por entre el
follaje podíamos ver hacia un lado el río que acabábamos de pasar, cuyas aguas
quebrando los pálidos rayos de la luna, enviaban hacia nosotros destellos
opalinos y argentados que nos permitían percibir a la corriente en medio de la
obscuridad, como una cinta de plata diversamente contorneada y constantemente
móvil. Ante aquel paisaje espléndido todos enmudecimos y cada cual sumido en
sus propias reflexiones, gozaba de la hermosura de la noche; hubo momentos en
los que en medio del ligero rumor de las hojas y del lejano murmullo del río,
sólo se podían escuchar las pisadas de nuestras cabalgaduras; no fue sino
después que pasamos aquel lugar cuando comenzamos a comunicarnos nuestras reflexiones,
precisamente en los momentos en que muy a lo lejos se nos presentaron unas
luces. Por lo pronto creíamos que ya era el punto de llegada, pero luego que
nos acercamos supimos que era la hacienda de Actopan, cuyas máquinas estaban en
aquellos momentos en actividad; no paramos ni un sólo momento pues temíamos que
la luna se ocultara y quedáramos en tinieblas; de suerte que seguimos de frente
hasta llegar a la población de Tetecala, habiendo dado ya las nueve de la
noche.
Gran sorpresa causó en la población nuestro arribo, pues ya a aquellas
horas todas las gentes estaban recogidas, de suerte que no sin alguna
dificultad conseguimos alojamiento en un mal mesón, donde nos proporcionaron
dos cuartos pequeños en que nos pudimos instalar; una vez hecho lo cual salimos
a buscar que cenar, encontrando por fortuna una fonda cerca de la plaza que aún
no cerraba sus puertas y en la que aunque malo pudimos cuando menos satisfacer
nuestras necesidades.
Habíamos concluido ya de cenar y estábamos en la plática de sobremesa,
cuando un accidente vino a impresionarnos bastante.
En la mesa contigua a la que estábamos instalados cenaban otros de
nuestros compañeros, uno de los cuales se levantó repentinamente como para
retirarse extendiendo los brazos en el aire y calló al suelo completamente sin
sentido; acto continuo, los Dres. Altamirano y Govantes fueron a atenderlo,
evitando que los señores García y Schwenghagen lo levantaran del suelo como
querían, creyendo así poderlo aliviar. Determinó el Dr. Altamirano que
permaneciera acostado, y sólo después de un larguísimo intervalo comenzó a entreabrir
los ojos y pudo pasar una cucharada de agua que se le ofrecía.
Júzguese de nuestra mortificación y pena en aquellos momentos, en una
fonda, en un pueblo desconocido y con un accidente que revestía caracteres
alarmantes.
Luego que hubo recuperado un poco las fuerzas el enfermo, se le acomodó
en uno de los catres de campaña que habíamos hecho traer y se le condujo en él
a nuestro alojamiento. Sin mayor novedad se pasó la noche.
Tetecala.
Eran las seis de la mañana del día 6 cuando comenzamos a recorrer las
calles de la población, después de haber hecho nuestras observaciones de
hipsómetros y después de haber tomado un magnífico desayuno con el cual nos
obsequiaron nuestras siempre amables compañeras de viaje.
Para formarnos mejor idea de la población nos dirigimos a la plaza
principal, a la cual llegamos después de haber atravesado tres o cuatro calles
algo irregulares y mal empedradas; la plaza es un gran rectángulo, en el centro
del cual hay un jardín con su consabido kiosco, formando las aceras que la
limitan el palacio municipal, la parroquia, algunas casas de comercio y las
fincas de los principales del lugar. Después de haber recorrido la plaza
penetramos a la iglesia que presenta en su interior un aspecto bien pobre, pudiendo
notar que la mayor parte de sus santos son de lo más desfigurados, de esos que
en lugar de inspirar devoción provocan hilaridad, y no queriendo dejar de ver
nada, recorrimos el cementerio leyendo la serie de epitafios que nos
permitieron conocer los apellidos de las principales familias y los alcances
literarios de la población.
De regreso ya para nuestro alojamiento con el fin de arreglar la
marcha, pasamos frente al palacio municipal donde se hallaba el jefe político Sr.
D. Pablo Ruiz que era del Dr. Govantes un antiguo amigo y acto continuo se puso
a nuestras órdenes y nos ofreció su casa; desde ese momento no se desprendió ya
de nosotros y aun nos ofreció acompañarnos hasta la hacienda de Miacatlán, a la
cual mandó avisar que llegaríamos como a medio día.
El haber trabado amistad con el Sr. Ruiz nos permitió el que tuviéramos
algunos datos relativos al distrito de Tetecala, que es uno de los más
importantes del Estado de Morelos. El número de sus habitantes es de 31,000,
dedicándose la mayor parte a las labores del campo.
Los principales productos de sus fértiles tierras, colocadas todas
entre 800 y 1,000 metros sobre el nivel del mar, son la caña de azúcar, café,
frutas y algunas gramíneas y leguminosas, pudiéndose considerar que los
productos anuales alcanzan a la suma de 947,000 pesos.
Los terrenos de este distrito están casi todos bañados por abundantes
corrientes de agua que en su mayor parte lo recorren de N W a S W o de N a S,
entre los cuales debe citarse el Amacuzac que recoge las aguas de casi todos
los demás.
La ciudad de Tetecala en sí no presenta un bonito aspecto, pues además
de encontrarse en medio de grandes lomas calizas sin vegetación, sus casas son
bajas, irregulares y de no buen aspecto, la mayor parte de teja, no obstante
que el nombre de Tetecala, que es de origen mexicano, quiere decir, lugar donde
hay casas de techo de bóveda. El número de sus habitantes es de 1,600 y es un
punto de tránsito importante entre Cuernavaca y las demás poblaciones
principales del Estado.
De Tetecala a Jojutla, 29
kilómetros.
Salimos de Tetecala a las nueve de la mañana, rumbo al Poniente y por
un camino que no presentaba nada de agradable, pues se encuentra abierto entre los
extensos lomeríos áridos y secos que forman esta parte del Estado; no obstante,
no nos faltaron puntos de estudio de y agradable conversación que nos permitió
pasarnos el rato casi sin sentir, hasta que llegamos a la hacienda de Miacatlán
que sólo dista de Tetecala unos cuatro kilómetros.
Como el Sr. Ruiz había mandado avisar, ya nos esperaban, y apenas nos
presentamos en la puerta de la hacienda nos hicieron entrar al amplísimo patio de
la ñuca, obligándonos inmediatamente a subir a la habitación del Sr.
administrador Don Sixto Sarmina, quien nos recibió de la manera más franca y
cortés.
Luego que consideró el Sr. Sarmina que habíamos descansado, nos condujo
a que visitáramos la finca, enseñándonos de una manera detallada todos los
departamentos y maquinarias de la hacienda: desde el trapiche donde se muelen
las cañas entre dos grandes cilindros movidos por una rueda hidráulica, hasta
el lugar donde cristalizan los grandes panes de azúcar y los alambiques donde
destilan el aguardiente.
Mucho nos agradó a todos nosotros el poder observar el arreglo y
limpieza que reina en toda la finca, notándose en todas sus labores y
departamentos una hábil dirección. Después que hubimos recorrido las enormes
galeras atestadas de piloncillos de azúcar blanquísima y de haber visitado los
grandes depósitos de melaza donde existen millares de metros cúbicos de miel próximos
a convertirse en alcohol, vimos también las máquinas de vapor y en seguida nos
retiramos a la habitación del Sr. Sarmina, donde nos esperaba ya un suculento
almuerzo que nos fue servido con todas las reglas de la buena educación,
haciéndonos los honores de la mesa dicho señor y sus hijos que no dejaron de
.atendernos y llenarnos de sus finezas y atenciones. Después de siete días, era
el primero en que comíamos en forma.
Durante toda la mesa reinó la mayor franqueza y poco tiempo después de
haber concluido nos retiramos a los corredores donde unos en sillones mecedores,
otros en una amplia hamaca, procurábamos tomar fresco y gozar de la
hospitalidad tan espléndida de que éramos objeto.
Como era natural no dejamos de pensar en tomar fotografías de la
hacienda, así como de la familia del Sr. Sarmina, que bondadosamente se prestó
a formar un grupo en el que, acompañado de los señores sus hijos y de las señoritas
sus hijas, formaban el núcleo de todosl os compañeros de viaje colocados en su
derredor.
A las tres de la tarde resolvimos emprender la marcha y después de una
cordial despedida, no pudimos menos que prorrumpir en entusiastas hurras por la
hacienda de Miacatlán y de su digno administrador, el que rodeado de su familia
y desde los corredores nos daba el último adiós.
El camino que conduce de Miacatlán a Jojutla no presenta mucha variedad,
a no ser por el lugar donde se halla la pequeña lagunita de Cualtetelco, en cuyas
aguas revolotean multitud de gallinas del agua, blanquísimas garzas y otras
muchas aves acuáticas que forman graciosos grupos diseminados ya en los tules
que crecen a la orilla, ya en el centro de las aguas. Pasamos por este lugar a
las cuatro de la tarde, y no pudieron menos de bajarse de sus caballos los
cazadores y tratar de coger algunas de aquellas aves; pero con fan mala suerte,
que después de haber hecho varios tiros volvieron a nosotros con las manos
vacías. Luego que hubimos pasado este lugar comenzamos a recorrer lomas áridas
y extensas; pero que no por eso disminuían nuestro buen humor y regocijo, pues
a falta de observaciones o de colectas que hacer, buscábamos entretenimiento en
hacer galopar a nuestras cabalgaduras. No obstante esto llegó la noche sin que
pudiéramos llegar a Jojutla y tuvimos que seguir maestro camino alumbrados tan
sólo por la luna que apenas dejaba pasar tenues rayos por entre las nubes que
la cubrían; pero afortunadamente el Sr. García había guardado algunos de los
fanales que habían sobrado en la caverna y cuando menos lo esperábamos nos alumbró
el camino con una espléndida luz roja, poco después una verde y así continuamos
hasta las nueve de la noche que vimos las primeras luces de la población, a la
cual llegamos pocos momentos después, encontrándola ya en la más profunda
tranquilidad. Acto continuo nos dirigimos a la estación, donde hallamos nuestro
vagón y procuramos instalarnos de la misma manera que cuando habíamos llegado de
México, y la única dificultad que hubiéramos tenido era la de los alimentos
precisos, a no ser por las provisiones del Dr. Altamirano y la amabilidad de
las señoritas que nos prepararon un buen atole de pinole, nos la hubiéramos
pasado sin cenar, pues en la población no había una sola puerta abierta y reinaba
ya la tranquilidad de media noche.
Pasamos ésta sin más novedad que sentir mucho frío en la madrugada,
pues en estos lugares de la tierra caliente hay mañanas en las que el termómetro
baja muy cerca del punto de congelación, para en cambio subir a medio día 33 o
34° centígrados, provocando variaciones que perjudican notablemente a la salud.
A las cuatro de la mañana nos levantamos despertados por el silbato de
la locomotora y comenzamos a disponer nuestras cosas para la marcha.
Regreso a México.
Eran las seis de la mañana cuando se puso el tren en marcha rumbo a la
capital; todos nosotros estábamos alborotados por llegar cuanto antes a nuestras
casas, a la vez que con sentimiento veíamos que concluían los días que habíamos
tenido llenos de regocijo y contento.
La mayor parte del día la pasamos haciendo comentarios sobre nuestra expedición
y admirando de nuevo los paisajes que sucesivamente se presentaban por segunda
vez a nuestra vista; y realmente el camino hubiera sido para nosotros largo y
cansado, si no hubiera sido porque aprovechamos algunos momentos para poder
platicar con los naturalistas y sacar de ellos los datos y noticias que habían
recogido durante la expedición; así es que primero con el Dr. Altamirano,
después con el Sr. Víllada, y por último con Alfonso Herrera, nos entretuvimos
la mayor parte del día.
En la tarde después de comer nos preparábamos para dormir una buena
siesta arrullados por el balanceo y ruido acompasado del tren, cuando las señoritas
recordaron que el día anterior había sido la fiesta de los Santos Reyes y que
nosotros no la habíamos celebrado, proponiendo además que aun cuando fuera un
día después y antes de que se separaran los excursio-nistas, hiciéramos la
consabida rifa: a falta de la rosca que se acostumbra repartir, escogieron unos
grandes panes que habían comprado en Ozumba para introducir en uno de ellos una
moneda que substituiría a la haba.
Se partieron tantos pedazos como personas había en el coche y le tocó
al Dr. Altamirano hacer el reparto; es por demás el decir aquí que todo aquello
lo hacíamos entre risa y alegría, y sobre todo que estalló el entusiasmo en
todos cuando vimos que el Dr. Govantes trataba de ocultar la moneda que acababa
de encontrar en el pedazo que le tocó; todos inmediatamente lo proclamamos rey,
y entre los súbditos que le hacían presente sus homenajes no faltó el Sr.
García que de rodillas y con su burrito en los brazos, pedía a su majestad
protección y amparo para él y su tierno animalito.
Con este y otros chistes que resultaron después, pasamos la mayor parte
de la tarde hasta llegar a la estación de los Reyes, después de la cual la
mayor parte de los compañeros comenzaron a reunir sus cosas y preparar sus
equipajes para desembarcar; por fin, a las cinco y treinta de la tarde del día
7 un silbato de la locomotora anunció que llegábamos a México.
Había concluido nuestro viaje y acto continuo nos dispusimos para
llegar a nuestros hogares, despidiéndonos con efusión de todos los compañeros,
manifestándoles a cada uno de ellos nuestros sentimientos de gratitud y aprecio
por los ratos tan agradables que de diversa manera nos habían proporcionado
durante toda la expedición.
APÉNDICE.
Datos, observaciones y ejemplares recogidos durante la expedición a Cacahuamilpa.
Conforme al programa que había formado el Dr. Altamirano de los trabajos y observaciones que deberían ejecutarse durante nuestro viaje, procuraron los comisionados reunir el mayor número de datos y formar colecciones relativas a sus diversos ramos, habiendo logrado muchos de ellos adquirir datos y ejemplares importantes, no obstante la rapidez con que se hizo el viaje y el poco tiempo que permanecimos en los lugares que visitamos.
Al principio había sido nuestra idea intercalar en los lugares correspondientes de la crónica, los resultados obtenidos por cada uno de los profesores que se propusieron hacer investigaciones; pero posteriormente pensamos sería mejor recopilar en un sólo lugar todos los datos, tanto más que contamos con la buena voluntad de los profesores, que nos han proporcionado apuntes bastante completos de sus memorias y con los cuales hemos formado este apéndice que quizá sea lo más útil de la crónica que se nos encomendó.
Viene en seguida la lista de las memorias o trabajos que presentaron los excursionistas, los cuales se hallan publicados íntegros en el periódico «El Estudio» órgano del Instituto Médico, y de los cuales liemos extractado lo que ponemos más adelante.
1º. Datos geográficos y geológicos por el Sr. Dr. Altamirano y el que esto escribe.
2º. Noticias sobre la flora del camino de México a Cacahuamilpa, por los señores Doctores Altamirano y Villada.
3º. Noticias sobre la fauna cavernícola, por el Sr. Profesor D. Alfonso L. Herrera.
4º. Estudio histológico de algunas de las plantas recogidas en el camino, por el Dr. D. Manuel Toussaint.
5º. Análisis de las aguas de Cacahuamilpa y de los lugares de tránsito, por el Sr. Prof. D. Mariano Lozano.
Datos geográficos y geológicos.
Gran parte de la región que recorrimos es ya conocida por estar atravesada por la línea del ferrocarril de México a Jojutla, cuyos estudios de trazo y nivelación han permitido formar un plano suficientemente exacto en una zona con más de 196 kilómetros de extensión; por lo tanto, de esta región sólo nos limitamos a recordar las alturas que tienen sobre el nivel del mar los principales puntos de la línea, con cuyos datos hemos formado el perfil adjunto y sobre el cual procuramos dar también una idea de la distribución de algunas especies vegetales, ya silvestres, ya cultivadas, que caracterizan los principales climas por los que pasa la línea.
En la segunda izarte de nuestro viaje de Jojutla a Cacahuamilpa, sí procuramos tomar informes sobre las principales poblaciones que atravesamos, su situación, el número de sus habitantes y otros datos entre los que procurábamos siempre comprender la etimología de su nombre, pues habiendo pertenecido la mayor parte de estos pueblos a nuestros antepasados los Mexicanos, casi todos sus nombres son de origen azteca; y como se sabe muy bien dichos nombres que estos ponían procuraban que indicaran alguna de las particularidades, propiedades o situación del punto que denominaban, sirviendo así en muchas ocasiones conocer la etimología de un cerro, un río o una población para formarse desde luego idea de su situación, aspecto o relación que guarda con los lugares que lo rodean.
Para proceder con método, antes de poner de manifiesto las alturas de los puntos por donde pasamos, insertamos las observaciones barométricas y termométricas que hicimos durante la expedición:
Enero 1º de 1892.
LOCALIDAD. Horas. Barómetro mm. Termómetro. Hipsómetro
México. 8.00 am. 588.00. 12°. ....
Nepantla. 1.00 pm. 606.00 25°. ....
Cuautla. 3.15 pm. 660.00. 30°. ....
Jojutla. 6.30 pm. 690.00. 25°. 97.4
Enero 2.
Jojutla. 2.57 pm. 695.00. 30°. ...
Río Apatlaco. 3.10 pm. 695.00. .. ...
Laguna Tequesquitengo 5.02 pm. 689.00. .. ...
Puente de Ixtla 6.43 pm. 692.00. .. ...
Hacienda de San Gabriel 7.30 pm. 695.00. 18°. ...
Enero 3.
Hacienda de San Gabriel. 6.00 am. 696.00. 15°. 97.3
Campo de las Pozas. 9.21 am. 697.00. .. ...
Llanos de Michapan. 11.47 am. 678.00. .. ...
Rancho de Michapan. 12.27 „. 673.00. .. ...
Laguna de Michapan 12.30 „. 673.00. .. ...
Barranca de Santa Teresa. 12.56 „ 677.00 27°. ...
Cacahuamilpa. 2.00 pm. 664.00. 26°. ...
Entrada de la Caverna. 10.37 pm. 671.00. 17°. 96.6
Enero 4.
Primer Salón de la Caverna. 3.30 am. 670.00. 15°. 96.62
Salón de los Órganos 9.35 am. 680.00 .. ...
Enero 5.
Cacahuamilpa 8.40 am. 696.00. 16.5°. ...
Las bocas del Amacuzac 11.08 am. 684.00. .. ...
Cacahuamilpa 3.47 pm. 661.00. 25.8°. 95.7
Barranca de Santa Teresa 4.50 pm. 674.00. .. ...
Laguna de Michapan 5.03 pm. 667.00. .. ...
Chavarría 6.07 pm. 670.00. .. ...
Río Tetecala (cerca de Coatlán) 6,22 pm. 676.00. .. ...
Coatlán del Río 7.35 pm. 680.00. .. ...
Actopan 8.50 pm. 683.00. .. ...
Tetecala 9.15 pm. 683.00. .. ...
Enero 6.
Tetecala 7.30 am. 687.00. .. 96.75
Miacatlán 10.40 am. 686.00. .. ...
Miacatlán 3.07 pm. 680.00. .. ...
Laguna Cualtetelco 3.48 pm. 685.00. .. ...
Texocotla 6.25 pm. 680.00. .. ...
Jojutla 9.00 pm. 695.00. .. ...
Con los datos anteriores son con los que se han calculado las alturas de los puntos comprendidos entre Jojutla y Cacahuamilpa. En cuanto a las distancias, las hemos estimado aproximadamente por el tiempo empleado en recorrerlas, conociendo poco más o menos el andar de nuestras cabalgaduras, de suerte que tanto en el perfil como en el itinerario que va en seguida, sólo deben verse como exactos los datos de México a Jojutla, y como aproximados los de Jojutla a Cacahuamilpa.
Itinerario de México a Oacahuamilpa.
LOCALIDAD Distancia entre sí Distancia a México Altura s.n.m.
México ... ... 2239.30
LosReyes 18 18 2240.0
Ayotla 7 25 2243.0
LaCompañía 9 34 2244.0
Tenango 13 47 2324.0
Amecameca 13 58 2466.5
Ozumba 12 70 2324
Nepantla. 23 93 1968
Yecapistla 27 120 1570
Cuautla 16 136 1216
Calderón 8 144 1258
Yautepec 14 158 1154
Tlaltizapan 27 185 934
Tlaquiltenango 8 193 900
Jojutla 3 196 890
Laguna de Tequesquitongo. 8 204 950
Puente de Ixtla 7 211 970
Hacienda de San Gabriel 4 215 990
Las Pozas 4 219 1010
Rancho de Michapan 13 232 1170
Barranca de Santa Teresa 2 234 1030
Pueblo de Cacahuamilpa 4 238 1180
Caverna de Cacahuamilpa 2 240 1002
Itinerario del regreso,
LOCALIDAD Distancia entre sí Distancia a Cacahuamilpa Altura s.n.m.
Cacahuamilpa ... ... 1180
Barrauca de Santa Teresa 4 4 1030
Michapan 2 6 1170
Chavarría 4 10 1131
Coatláti del Río 7 17 1226
Actopau 4 21 1187
Tetecala 2 23 1000
Miacatláu 4 21 1040
Cualtetelco 3 30 975
Texcocotla 11 41 1037
Jojutla 14 55 890
Respecto a la etimología de algunos de los nombres de los puntos por donde pasamos, la liemos tomado de la Geografía del Estado de Morelos, escrita por el Sr. D. Cecilio Róbelo, y otros los hemos tomado en el mismo lugar con algunas de las personas que conocen el Mexicano. Para que puedan presentar alguna utilidad estas noticias, nos ha parecido conveniente el llamar la atención sobre los puntos en que se hallan de acuerdo los nombres con las condiciones o circunstancias de los lugares:
Nepantla. — Medianía. En efecto, estando colocado este punto a 1968 metros de altura sobre el nivel del mar y además sobre ladera Sur de las vertientes australes del Popocatépetl, se le puede considerar como el lugar en que se encuentra un clima intermedio entre el de las planicies de Morelos y el de las montañas que rodean al Valle de México.
De Nepantla para arriba se encuentra una vegetación en la que predominan las coníferas, caracterizando la tierra templada y más allá la fría; de Nepantla para abajo comienzan a predominar los amates, los huisaches y otras muchas especies que paulatinamente se van mezclando entre sí o apareciendo otras hasta llegar a las alturas de Cuautla y Yautepec, donde los platanares, los cafetos y la caña de azúcar dominan y cubren campos extensos.
Yacapistla. — Yacapitztlan. He aquí lo que el Sr. Róbelo cita a propósito de este nombre, tomando su derivación de la obra sobre Historia de México del Sr. Orozco y Berra:
«Esta villa de Acapiztla se llamó así porque antiguamente se llamaba Xihuitzacapitzalan, porque los señores que la gobernaban traían unos chalchihuites atravesados en las narices, y que eso quería decir y como agora está la lengua corruta se dice y le llaman Ayacapiztla».
Interpretando el jeroglífico el Sr. Orozco y Berra dice que la lectura directa puede sacarse de yacatl, nariz; pitztli, cuero o hueso de cierto fruto y la posposición tlan. Yacapitztlan, los de narices aguzadas o afiladas.
Cuautla. — QUAUHTLA. Arboleda. Viene de quahuitl árbol y la terminación tla que significa abundancia.
Puede también significar lugar abundante en águilas.
Uno u otro significado están enteramente de acuerdo con lo que se observa en Cuautla, pues si es el primero, se encuentra perfectamente comprobado por la frondosa y corpulenta vegetación que crece en este lugar, la que hace que desde muy lejos se destaque por un manchón de verde obscuro sobre los diversos tintes de los campos cultivados que la rodean.
Si es el segundo significado, está también de acuerdo por la existencia en los alrededores de la población de aguiluchos del género Falco.
Yautepec. — Yauhtepec. En el cerro del yauhtli, por existir en el cerro, cerca del cual está la población, mucha de esta planta.
Tlaltizapan. — Sobre la tierra blanca del tlalli, tierra; tizatl tierra blanca y pan sobre encima de.
Y en efecto, Tlaltizapan se halla en medio de una vasta formación caliza y se ha formado sobre aquellos lugares una toba que tiene color blanco, por lo cual seguramente le dieron el nombre que lleva.
Tlaquiltenango. — Tlaquiltenanco. De traquilli, encalado; tenamitl muro y co en. En los muros encalados o pintados de blanco. Quizá este nombre se refiera a que todas las montañas que rodean a la población están formadas de caliza cuyas piedras casi desnudas de vegetación blanquean desde lejos, dándole a aquellos lugares un aspecto triste por su aridez y como que parece que el calor peculiar de aquellos climas aumenta con la reverberación que sufren los rayos casi verticales del sol sobre aquellas piedras blanquecinas o cenizas.
Jojutla. — Xoxotla. Donde hace mucho calor. De xoxotla arder, aumentativo xoxotla, ardiente.
Siendo Jojutla no sólo uno de los puntos más bajos del Estado de Morelos, sino encontrándose también donde principian los extensos lomeríos y llanuras que forman los llanos de las Pozas y Michapan, es uno de los puntos en donde sube más la temperatura, al grado de que los habitantes del Estado, no obstante estar acostumbrados a lo excesivo del clima, temen a Jojutla por lo exagerado de su temperatura, que reuniéndose a la circunstancia especial de estar la población situada entre dos ríos, contribuye para formar un clima húmedo, caliente y malsano, donde reinan constantemente las calenturas y fiebres palúdicas.
Tequesquitengo. — Tequixquitenco. En la orilla del salitre o tequezquite. Existe en realidad en las orillas de la población y en los terrenos humedecidos por el lago o los ríos, depósitos e inflorescencias de sesquicarbonato de sosa.
Istla. — IXTLA. Llanura, vega, llano. Aun cuando realmente el Puente de Istla no se halla en una llanura sino pequeña, quizá por el contraste que forma esa corta planicie con el resto y lo más accidentado de la sierra, se lo haya dado ese nombre; pero en realidad es uno de los que encontramos poco adecuados.
Michapan. — Río donde hay pescados. De michin pescado y apan río. Nosotros no pudimos ni intentamos comprobar si realmente había pescado, pero posible es que exista.
Cacahuamilpa. — De Cacahuatl cacahuate y Milli sembrado. Seguramente debe haber existido en esta localidad sembrado de cacahuates, a lo que debe su nombre; en la actualidad no existe allí tal planta.
Coatlán. — Lugar de víboras. De coatl víbora y tlan lugar de. Existiendo este pueblo en la orilla de un río caudaloso en un terreno pedregoso y húmedo, posible es que abunden estos reptiles, cuyo hecho no pudimos comprobar ni por la observación ni por noticias, al haber pasado por aquel lugar en horas ya de la noche y no haber trabado relación con ninguna persona.
Actopan. — Atocpan. Tierra fértil o sobre el agua enterrada.
Tetecala. — Donde hay muchas casas de bóveda de piedra. Como se comprende seguramente este nombre se refiere a época muy anterior a la actual en la que tal vez las casas tenían bóvedas; pero actualmente no corresponde pues las construcciones modernas en su mayor parte son de tejado.
Miacatlan. — Miacatla. Lugar cerca de las flechas. De mitl flecha, acatl caña y tlan cerca de. Seguramente este nombre se refiere a que cerca de este pueblo existen algunos vegetales de los que tomaban los indios varas para formar sus flechas.
Cualtetelco. — Quautetelco. En el templo de madera. De quahuitl árbol, madera, tetelli, contracción de tlatelli, montón de tierra, pirámide y co en.
Los datos relativos a la configuración y geología son bien escasos y la mayor parte los hemos dejado ya consignados en la descripción del camino y de las cavernas, por lo que para no caer en redundantes tan sólo nos limitaremos a enumerar algunos de los ejemplares recogidos:
Mármol blanco de grano fino de la barranca por donde corre el río Amacuzac.
Mármol gris con vetas negras del mismo lugar.
Caliza compacta de color azulado de la misma barranca, formando las paredes de la caverna de la que sale el río Chontalcuatlan.
Caliza apizarrada en lajas muy delgadas del cerro del Tomasol, uno de los que rodean a Cacahuamilpa.
Caliza compacta con incrustaciones fósiles apenas conocibles de la barranca de Santa Teresa, límite natural de los Estados de Morelos y Guerrero.
Las calizas que forman las montañas de Cacahuamilpa parecen pertenecer al tiempo cretáceo, como ya dijimos en otra parte.
Del interior de la caverna se recogieron diversos ejemplares, no porque sean distintas especies-de roca, pues todas ellas están formadas por la caliza estilaticia, sino por las diversas formas y coloraciones que afecta en los distintos salones.
Respecto a las rocas y formaciones que constituyen el camino de México a Jojutla, apenas pudimos formarnos idea de ellas, de suerte que el perfil adjunto sólo manifiesta de una manera aproximada su constitución geológica.
Noticias sobre la flora de Cacahuamilpa y plantas colectadas por el Dr. Fernando Altamirano.
La flora de Cacahuamilpa es la de la tierra caliente seca análoga a la de los Estados de Morelos y Michoacán. Triste y escasa respecto a la del Estado de Veracruz, por ejemplo, se le ve confinada casi a las barrancas para poder resistir la sequedad ardiente de aquellos terrenos calizos. Por esta causa seguramente encontramos una flora más variada y delicada entre el grupo de montañas donde está la gruta, particularmente en las laderas de la barranca llamada las Bocas. Mientras que en los terrenos que habíamos recorrido de Jojutla a Cacahuamilpa, formados de llanuras y lomeríos extensos, sin abrigo del aire y sin agua, sólo encontramos vegetales arborescentes, de gruesas cortezas, de troncos pequeños y resinosos, en una palabra, con condiciones apropiadas para resistir los rayos de un sol ardiente y la sequedad prolongada. Aunque en corto número las especies de estos árboles, cada una de ellas formaba bosque y caracterizaba perfectamente el terreno y condiciones climatológicas de esos lugares, por eso nos parece útil consignarlas aquí, así como por sus aplicaciones. En primer lugar nos llamó la atención el cuautecomate, bignoniácea del género Crescentia o Parmentieria. Son árboles corpulentos de seis varas y más de altura, de tronco grueso y recto. Sus ramas erguidas, largas y muy delgadas las últimas, le dan un aspecto particular que lo hace distinguir a lo lejos. Produce una madera fuerte y propia para construcciones. Sus frutos más grandes que una naranja y abundantísimos, sirven de alimento al ganado y se usan también en medicina como purgantes y pectorales. Han llamado últimamente la atención de los químicos europeos que han extraído de la pulpa el ácido crescénico, de propiedades drásticas.
Conviene no olvidar las propiedades de esta pulpa para evitar su uso a los caminantes que como los soldados, fatigados por el hambre y la sed, comen con demasía esta especie de conserva halagadora por su jugo y su sabor dulce, pero que causa graves trastornos intestinales y aun la muerte. Se registran muchos de estos casos desgraciados entre los que han atravesado las extensas llanuras de Antunes en Michoacán, donde vegeta también el cuautecomate con profusión.
En los lugares de que hablábamos los cuautecomates forman bosques que cubren y se limitan a los llanos de Michapam, en una extensión como de cuatro leguas que recorrimos. La altura de este plano sobre el nivel del mar es de 1,170 metros, como la que encontramos también para los llanos de Antunes en Michoacán.
Otra especie notable que vive próxima al cuautecomate es el cuagiote, terebintácea que el Dr. Urbina ha identificado botánicamente. Es el Pseudosmodíngium perniciosa; forma bosque, contiguo puede decirse al de los cuautecomates y como con tendencia a extenderse en terrenos opuestos. El cuautecomate ocupa lo plano, el cuagiote lo inclinado y lo escabroso, así es que éste sólo cubre el cerro de la Cuagiotera, próximo a los llanos de Michapam.
El cuagiote alcanza la altura de cinco a seis varas, de ramas muy extensas y torcidas, corteza gruesa lisa y con colgajos grandes de epidermis, hojas compuestas de foliólos coriáceos que desaparecen durante la sequía. Produce en las incisiones de la corteza abundante jugo lechoso, irritante, que se concreta después de tiempo, formando masas irregulares, duras y que constituyen entonces lo que se llama goma archipín. Esta goma resina se usa mucho para pegar tiestos de porcelana y para curar los piquetes de alacrán. Para este último fin llevan consigo constantemente los trabajadores de Miacatlán, un pedazo de goma y en el acto de ser picados se frotan con ella, humedeciéndola con saliva. Se dice que basta que esa masa de goma impregne eL cutis en el lugar picado para evitar los accidentes de la ponzoña. La madera es muy fuerte y la emplean con especialidad como combustible en la fundición del cobre en grandes hornos; produce más calor que otras leñas debido a la gran cantidad de resina que conserva.
Además de estas dos especies forestales encontramos varios copales y leguminosas asociadas a las anteriores en lugares muy restringidos. Las leguminosas dominan sobre todo hacia Jojutla y entre ellas predominan el Brasil, y el huamúchil. Encontramos igualmente una alvaradoa que ha sido identificada por el Dr. Villada. Su porte es muy especial, de poca altura, muy ramosa y sus ramas adelgazadas y flexibles y con hojas compuestas, le dan el aspecto del Tlalocopetate. Es de esperarse que los estudios químicos emprendidos sobre esta corteza permitan llegar a descubrir en ella algunos principios activos útiles para la medicina.
Hasta aquí la flora arborescente de Jojutla a Cacahuamilpa, caracterizada por sólo cinco o seis especies principales. Volvamos a la de Cacahuamilpa comparándola con esta.
Encontramos desde luego el Anacahuite, árbol que llega a seis metros de altura, de tronco grueso, corteza igualmente gruesa y apretada, ramos extendidos, hojas coriáceas y escasas por haber caldo; pero en cambio la encontramos en plena floración. Es probablemente del género Cardio, como el uso en lo general en las boticas. Bien conocidas son por otra parte las aplicaciones médicas de la madera y de la flor para que las recordemos aquí, y tan sólo nos lamentamos de su escasez por poder ser un producto de explotación.
Otro de los árboles que encontramos en Cacahuamilpa es el Girocarpus amerícanus, llamado allí vulgarmente palo hediondo.
Respecto a esta especie se puede asegurar que es exclusiva de la América y se le llama girocarpus por la particularidad de que sus frutos tienen unos pequeños apéndices que como cortas alas lo obligan a moverse constantemente bajo la acción del viento.
El bonete, los pochotes, el ojite, los copales, los cacahuates, las tebetias y muchas especies silvestres y otras cultivadas, forman la flora de Cacahuamilpa. Entre dichas especies deben hacerse notar como importantes el bonete y la thebetia ovata o yoyote: el primero, que se usa para comerlo en dulce y tiene abundante jugo lechoso, y el segundo, por contener un principio activo sumamente venenoso.
De regreso encontramos en Tetecala un árbol ornamental llamado guayacán y en Mexicano tlamahuatl. Es una bignoneácea del género tecoma y que es enteramente distinta del guayacán propiamente dicho.
Como el guayacán verdadero es usado en medicina, podría creerse que éste también era susceptible de las mismas aplicaciones; pero aún no nos dicen sobre esto nada los estudios que de él se están haciendo.
El tlamahuatl o falso guayacán es árbol que llega a tener cinco o seis metros de altura, con sus ramas extendidas y cargadas de follaje, entre las cuales se hallan inmensos racimos de flores moradas que forman del árbol un sólo ramillete de aspecto sumamente agradable y hermoso. La madera de este árbol se busca para emplearla en toda clase de obras en que se necesita gran resistencia, sobre todo en los trapiches, y los antiguos que ya le conocían esta propiedad de suma dureza le llamaron tlamahuatl, que quiere decir árbol correoso.
En Xoxocotla, punto próximo a Jojutla, hay dos árboles característicos de allí que son el ciruelo y el piñoncillo: el primero es una especie de la familia de las terébintácea y el segundo una euforbiácea Curcas multifidae.
Los ciruelos son útiles por sus frutos muy usados en la alimentación y por su madera ligera y suave que se usa para construir, entre otras varias cosas, artesas, etc.
Los piñoncillos crecen o una altura de tres a cuatro metros, muy aglomerados y rectos, lo que permite se les utilice para formar con ellos, cercas. Producen muchas semillas grandes parecidas a las de ricino y cuyo aceite es muy drástico y puede substituir al de croto.
Entre las diversas plantas colectadas se halla la Breiveria mexicana, Hemsley, cuyo estudio ha permitido reconocer en ella una variedad aun no descrita, por lo que el Sr. Dr. Villada ha publicado en «La Naturaleza» un estudio completo de dicha planta, del que hemos tomado la descripción que va en seguida, así como la lámina adjunta que nos fue proporcionada por el mismo Sr. Villada:
«Sus ramas son largas y delgadas, casi lampiñas, estriadas y rojizas. Las hojas alternas, elíptico- acuminadas, algo ondulosas, mucronadas e igualmente lampiñas. Sus numerosas flores se hallan distribuidas a lo largo de los ejes foliares en fascículos racimosos y axilares más cortos que las hojas, hasta once en cada raquis; de pedicelos largos, pubescentes, algo rígidos y flexuosos, provistos de su inserción de dos o tres brácteas pequeñas, lineal -agudas; el cáliz de cinco sépalos, dos exteriores opuestos, que son los mayores y bastante desarrollados, ocultan al principio en gran parte, el segundo verticilo floral, de forma ovada, algo ondulosos en el ápice, claramente mucronados y verde -amarillentos; un intermedio del mismo color, en prefloración imbricada con los anteriores, de tamaño algo menor, también mucronado y reducido casi a la mitad lateral del limbo; dos interiores pequeñísimos, opuestos como los primeros, subavitelados, uno simplemente orbicular y otro orbicular acuminado; la corola blanca, infundibuliforme, algo pubescente en el exterior, con cinco lóbulos ovales y estaminífera; los cinco estambres un poco salientes, de anteras anchas, elípticas y amarillas, y filamentos blanquizcos, dilatados y pelosos en su mitad inferior; ovario ovoide, bilocular y cuadriovulado, velloso (excepto en la base), de estilo delgado, desigualmente bífido y estigma capitado; fruto desconocido.
«Los caracteres principales de esta planta convienen perfectamente con los del género Dufourea, de H. B. K., o Prevostea, de De Candolle, incluidos ambos por Bentham y Hooker en el Breweria.
«En cuanto a la especie la considero como una simple variedad de la B. mexicana, de Hemsley, »
Plantas de Cacahuamilpa colectadas por el Sr. Dr. Manuel Villada.
Palo hediondo, Gyrocorpus americanus.
Palo prieto. Cordia sp ?
Barbas de chivo. Clematis sericea.
Cuautlahuac. Heliocarpus americanus.
Copal. Bursera sp ?
Veneuillo. Asclepias obstusifolia.
Codo de fraile. Thevefia iccotli.
ídem. Id. ovalifolia.
Guayacáu . Tecoma ginisguefolia.
--------- Lerjania racemosa.
Cacahuanauche. Lycania arborea.
Capulín cimarrón. Ardisia revoluta.
Cabellos de ángel. Collandria anómala.
Picosa. Crotón ciliatus glandulosus.
Guáyuma. Guayuma pólybotsia.
Fauna Cavernícola, por el Profesor D. Alfonso L. Herrera.
Animales recogidos en la caverna de Cacahuamilpa.
Mamíferos. — Dos especies de murciélagos, el Mormops megalophylla y el Chilonycteris rubiginosa (figs. 1, 2 y 3, lám. II). Es notable la abundancia de la primera, así como los apéndices táctiles que rodean su boca. En la obscuridad absoluta del salón de los Órganos adonde se ven aún a estos Queirópteros, es seguro que no se guían por su vista, sino probablemente por el tacto: bien conocido es un experimento de Spallanzani, que sacó los ojos a un murciélago y éste siguió volando con facilidad sin chocar con los obstáculos que hallaba a su paso. ¿Cómo tienen noción del tiempo estos animales en aquel lugar perfectamente obscuro, adonde quizá no se resienten ninguno de los efectos del paso de las horas? ¿Tal vez se trata de una sensación fisiológica relacionada con el principio y fin de la digestión? En ambas especies existen parásitos del género Ixodes.
Moluscos. — El Dr. Altamírano recogió dos especies en el salón de la Laguna. Una de Lamelibranquio, que no pudo estudiarse por haber llegado a México enteramente despedazada; la otra pertenece al orden de los Gasterópodos y la hemos llamado Spiraxis cacahuamilpensis (figs. 4 y 5, lám. II). Presenta una aparente contradicción con ciertas leyes biológicas, pues no obstante la abundancia de sales calcáreas en la caverna, sus dimensiones son inferiores a las de otras especies mexicanas.
Coleópteros. — Choleva cacahuamilpensis. Se colectó un solo ejemplar cerca del Agua Bendita (figs. 7, 8 y 9, lám. II).
Dípteros. — Pholeomyia cacahuamilpensis. Mosca interesante por su similitud con las colectadas por el Sr. Puga en las grutas de Ixtapalapa (figs. 10 y 11, lám. II).
Ortópteros. — Phalangopsis cacahuamilpensis, gran grillo de larguísimas antenas que abunda en el salón del Chivo ( figs. 13, 14 y 15). Polyphaga cacahuamilpensis, cucaracha común en varios lugares de México, encontrada en el primer salón (figs. 17, 18 y 19): cuando se ve perseguida permanece inmóvil, fiada en su coloración protectora que le hace confundir con la tierra. Lepisma cacahuamilpensis, el más interesante de los invertebrados de la caverna por carecer totalmente de ojos: fue colectada por el Dr. Altamirano en el salón de los Órganos; es blanca, tiene grandes antenas, palpos muy desarrollados y tres cerdas caudales (fig. 16); parece que en estos animales el tacto se encarga de recibir y transmitir ciertas impresiones luminosas.
Arácnidos. — Phrynus cacahuamilpensis, el invertebrado más grande de la caverna; está provisto de unos apéndices flageliformes compuestos por más de noventa pequeños artejos que sirven como perfectísimos órganos de tacto (figs. 1 a 5, lámina III ). Varias otras arañas se encontraron en la caverna (Drassus cacahuamilpensis (fig. 7 ), Pholcus cacahuamilpensis) y un miriápodo nuevo (Scutigera cacahuamilpensis), muy afine a un Cienpies del mismo género común en el valle de México.
Crustáceos. — Dos Cochinitas (Armadillo cacahuamilpensis y Porcellio mexicanus que viven bajo las piedras en el primer salón (figs. 14 a 20, lám. III).
Bilimek, naturalista alemán que ha muchos años visitó la caverna, dice haber encontrado un Coleóptero (Tachys cacahuamilpensis) y un Lepidóptero ( Ornix cacalmamilpensis ).
Animales recogidos en el camino, especies características
De Jojutla a san Gabriel
Falco sparverius.
Collinus pectoralis.
Sceloporus horridus.
De San Gabriel a Cacahuamilpa
Mormops megalophylla.
Chilonycteris rubiginosa.
Momotus ruficapillus.
Icteridos.
Cyclura articulata.
Scaphorhynchus mexicanus.
Análisis de las aguas de Cacahuamilpa y lugares de tránsito, por el Prof. D. Mariano Lozano.
Composición del agua recogida en el salón llamado del "Agua Bendita" en la Caverna de Cacahuamilpa.
Caracteres físicos y organolépticos.
Ligeramente turbia.
Por el reposo incolora.
Sabor de agua potable.
Densidad 1,000208 a 150 c.
Olor nulo. 1 Reacción ligeramente alcalina.
Cantidad de materias fijas obtenidas por la evaporación de 1000 Ve y desecados a la temperatura de 180 o C. 13 centigramos.
Un litro de agua contiene:
Carbonato de cal 0,0515
Sulfato de cal 0,0250
Carbonato de magnesia 0,0500
Cloruro de sodio 0,0042
Siliza 0,0034
Materia orgánica 0,0050
Carbonato de fierro Indicios
Acido carbónico libre O"*' 003.
Total de las principales substancias 0,1391
Composición del agua que gotea en el salón denominado del "Chivo."
Caracteres físicos y organolépticos.
Transparente.
Incolora.
Sin olor.
Sabor de agua potable.
Densidad (?)
Reacción francamente alcalina.
Cantidad de materias fijas por litro 28 centigramos.
Un litro de agua contiene :
Carbonato de cal 0,1133
Sulfato de cal 0,0560
Carbonato de magnesia 0,0750
Siliza 0,0260
Acido carbónico libre O '''02.
Total de las principales substancias.. . . 0,2703
Por su composición estas aguas entran en la categoría de las aguas dulces potables de buena calidad.
Composición del agua del pueblo de Cacahuamilpa.
Caracteres físicos y organolépticos.
Limpidez completa.
Color nulo.
Olor nulo.
Sabor de agua potable.
Densidad 1,000283 a 14oC.
Reacción ligeramente alcalina.
Cantidad de materias fijas por litro 26 centigramos.
Un litro de agua contiene :
Carbonato de cal 0,1442
Sulfato de cal 0,0070
Carbonato de magnesia 0,0125
Cloruro de sodio 0,0350
Siliza 0,0240
Acido carbónico libre O "'005.
Fierro y materia orgánica Indicios
Total de los principales componentes. . 0,2227
Agua de la fuente pública de Tetecala.
Caracteres físicos y organolépticos.
Transparente.
Incolora.
Sin olor.
Sabor de agua potable.
Densidad 1,000208 a 14 o C.
Temperatura en la fuente a las
9 a. m. 160C.
Reacción poco alcalina.
Cantidad de materias fijas por litro 0,15 centigramos.
Un litro de agua contiene :
Carbonato de cal 0,0618
Sulfato de cal 0,0140
Carbonato de magnesia 0,0350
Cloruro de sodio 0,0225
Siliza 0,0250
Acido carbónico libre O"* 0075.
Fierro Indicios
Total 0,1583
Agua de la fuente pública de la plaza de Jojutla.
Caracteres físicos y organolépticos.
Ligeramente turbia.
Después del reposo, transpa-
rente.
Incolora.
Un litro de agua contiene :
Sin olor.
Sin sabor especial.
Densidad 1,000521 a U^C.
Residuo por litro 49 gr.
Carbonato de cal 0,07725
Sulfato de cal 0,021 00
Carbonato de magnesia 0,06250
Cloruro de sodio 0,05000
Siliza 0,08350
Alúmina 0,00050
Materia orgánica ^0,00100
Acido carbónico libre O '"• 03.
Total de las principales substancias 0,29575
La composición principal de estas aguas hace ver que son potables y por consiguiente propias a los usos a que están destinadas.
La mejor es la de Tetecala, la que toma el segundo lugar respecto a su calidad es la de Cacahuamilpa, y en cuanto a la de Jojutla, se le puede considerar como un agua potable de las malas: se precipita mucho por la ebullición, deja un residuo por litro de 0,49 centigramos y contiene substancias orgánicas.
APÉNDICE.
Datos, observaciones y ejemplares recogidos durante la expedición a Cacahuamilpa.
Conforme al programa que había formado el Dr. Altamirano de los trabajos y observaciones que deberían ejecutarse durante nuestro viaje, procuraron los comisionados reunir el mayor número de datos y formar colecciones relativas a sus diversos ramos, habiendo logrado muchos de ellos adquirir datos y ejemplares importantes, no obstante la rapidez con que se hizo el viaje y el poco tiempo que permanecimos en los lugares que visitamos.
Al principio había sido nuestra idea intercalar en los lugares correspondientes de la crónica, los resultados obtenidos por cada uno de los profesores que se propusieron hacer investigaciones; pero posteriormente pensamos sería mejor recopilar en un sólo lugar todos los datos, tanto más que contamos con la buena voluntad de los profesores, que nos han proporcionado apuntes bastante completos de sus memorias y con los cuales hemos formado este apéndice que quizá sea lo más útil de la crónica que se nos encomendó.
Viene en seguida la lista de las memorias o trabajos que presentaron los excursionistas, los cuales se hallan publicados íntegros en el periódico «El Estudio» órgano del Instituto Médico, y de los cuales liemos extractado lo que ponemos más adelante.
1º. Datos geográficos y geológicos por el Sr. Dr. Altamirano y el que esto escribe.
2º. Noticias sobre la flora del camino de México a Cacahuamilpa, por los señores Doctores Altamirano y Villada.
3º. Noticias sobre la fauna cavernícola, por el Sr. Profesor D. Alfonso L. Herrera.
4º. Estudio histológico de algunas de las plantas recogidas en el camino, por el Dr. D. Manuel Toussaint.
5º. Análisis de las aguas de Cacahuamilpa y de los lugares de tránsito, por el Sr. Prof. D. Mariano Lozano.
Datos geográficos y geológicos.
Gran parte de la región que recorrimos es ya conocida por estar atravesada por la línea del ferrocarril de México a Jojutla, cuyos estudios de trazo y nivelación han permitido formar un plano suficientemente exacto en una zona con más de 196 kilómetros de extensión; por lo tanto, de esta región sólo nos limitamos a recordar las alturas que tienen sobre el nivel del mar los principales puntos de la línea, con cuyos datos hemos formado el perfil adjunto y sobre el cual procuramos dar también una idea de la distribución de algunas especies vegetales, ya silvestres, ya cultivadas, que caracterizan los principales climas por los que pasa la línea.
En la segunda izarte de nuestro viaje de Jojutla a Cacahuamilpa, sí procuramos tomar informes sobre las principales poblaciones que atravesamos, su situación, el número de sus habitantes y otros datos entre los que procurábamos siempre comprender la etimología de su nombre, pues habiendo pertenecido la mayor parte de estos pueblos a nuestros antepasados los Mexicanos, casi todos sus nombres son de origen azteca; y como se sabe muy bien dichos nombres que estos ponían procuraban que indicaran alguna de las particularidades, propiedades o situación del punto que denominaban, sirviendo así en muchas ocasiones conocer la etimología de un cerro, un río o una población para formarse desde luego idea de su situación, aspecto o relación que guarda con los lugares que lo rodean.
Para proceder con método, antes de poner de manifiesto las alturas de los puntos por donde pasamos, insertamos las observaciones barométricas y termométricas que hicimos durante la expedición:
Enero 1º de 1892.
LOCALIDAD. Horas. Barómetro mm. Termómetro. Hipsómetro
México. 8.00 am. 588.00. 12°. ....
Nepantla. 1.00 pm. 606.00 25°. ....
Cuautla. 3.15 pm. 660.00. 30°. ....
Jojutla. 6.30 pm. 690.00. 25°. 97.4
Enero 2.
Jojutla. 2.57 pm. 695.00. 30°. ...
Río Apatlaco. 3.10 pm. 695.00. .. ...
Laguna Tequesquitengo 5.02 pm. 689.00. .. ...
Puente de Ixtla 6.43 pm. 692.00. .. ...
Hacienda de San Gabriel 7.30 pm. 695.00. 18°. ...
Enero 3.
Hacienda de San Gabriel. 6.00 am. 696.00. 15°. 97.3
Campo de las Pozas. 9.21 am. 697.00. .. ...
Llanos de Michapan. 11.47 am. 678.00. .. ...
Rancho de Michapan. 12.27 „. 673.00. .. ...
Laguna de Michapan 12.30 „. 673.00. .. ...
Barranca de Santa Teresa. 12.56 „ 677.00 27°. ...
Cacahuamilpa. 2.00 pm. 664.00. 26°. ...
Entrada de la Caverna. 10.37 pm. 671.00. 17°. 96.6
Enero 4.
Primer Salón de la Caverna. 3.30 am. 670.00. 15°. 96.62
Salón de los Órganos 9.35 am. 680.00 .. ...
Enero 5.
Cacahuamilpa 8.40 am. 696.00. 16.5°. ...
Las bocas del Amacuzac 11.08 am. 684.00. .. ...
Cacahuamilpa 3.47 pm. 661.00. 25.8°. 95.7
Barranca de Santa Teresa 4.50 pm. 674.00. .. ...
Laguna de Michapan 5.03 pm. 667.00. .. ...
Chavarría 6.07 pm. 670.00. .. ...
Río Tetecala (cerca de Coatlán) 6,22 pm. 676.00. .. ...
Coatlán del Río 7.35 pm. 680.00. .. ...
Actopan 8.50 pm. 683.00. .. ...
Tetecala 9.15 pm. 683.00. .. ...
Enero 6.
Tetecala 7.30 am. 687.00. .. 96.75
Miacatlán 10.40 am. 686.00. .. ...
Miacatlán 3.07 pm. 680.00. .. ...
Laguna Cualtetelco 3.48 pm. 685.00. .. ...
Texocotla 6.25 pm. 680.00. .. ...
Jojutla 9.00 pm. 695.00. .. ...
Con los datos anteriores son con los que se han calculado las alturas de los puntos comprendidos entre Jojutla y Cacahuamilpa. En cuanto a las distancias, las hemos estimado aproximadamente por el tiempo empleado en recorrerlas, conociendo poco más o menos el andar de nuestras cabalgaduras, de suerte que tanto en el perfil como en el itinerario que va en seguida, sólo deben verse como exactos los datos de México a Jojutla, y como aproximados los de Jojutla a Cacahuamilpa.
Itinerario de México a Oacahuamilpa.
LOCALIDAD Distancia entre sí Distancia a México Altura s.n.m.
México ... ... 2239.30
LosReyes 18 18 2240.0
Ayotla 7 25 2243.0
LaCompañía 9 34 2244.0
Tenango 13 47 2324.0
Amecameca 13 58 2466.5
Ozumba 12 70 2324
Nepantla. 23 93 1968
Yecapistla 27 120 1570
Cuautla 16 136 1216
Calderón 8 144 1258
Yautepec 14 158 1154
Tlaltizapan 27 185 934
Tlaquiltenango 8 193 900
Jojutla 3 196 890
Laguna de Tequesquitongo. 8 204 950
Puente de Ixtla 7 211 970
Hacienda de San Gabriel 4 215 990
Las Pozas 4 219 1010
Rancho de Michapan 13 232 1170
Barranca de Santa Teresa 2 234 1030
Pueblo de Cacahuamilpa 4 238 1180
Caverna de Cacahuamilpa 2 240 1002
Itinerario del regreso,
LOCALIDAD Distancia entre sí Distancia a Cacahuamilpa Altura s.n.m.
Cacahuamilpa ... ... 1180
Barrauca de Santa Teresa 4 4 1030
Michapan 2 6 1170
Chavarría 4 10 1131
Coatláti del Río 7 17 1226
Actopau 4 21 1187
Tetecala 2 23 1000
Miacatláu 4 21 1040
Cualtetelco 3 30 975
Texcocotla 11 41 1037
Jojutla 14 55 890
Respecto a la etimología de algunos de los nombres de los puntos por donde pasamos, la liemos tomado de la Geografía del Estado de Morelos, escrita por el Sr. D. Cecilio Róbelo, y otros los hemos tomado en el mismo lugar con algunas de las personas que conocen el Mexicano. Para que puedan presentar alguna utilidad estas noticias, nos ha parecido conveniente el llamar la atención sobre los puntos en que se hallan de acuerdo los nombres con las condiciones o circunstancias de los lugares:
Nepantla. — Medianía. En efecto, estando colocado este punto a 1968 metros de altura sobre el nivel del mar y además sobre ladera Sur de las vertientes australes del Popocatépetl, se le puede considerar como el lugar en que se encuentra un clima intermedio entre el de las planicies de Morelos y el de las montañas que rodean al Valle de México.
De Nepantla para arriba se encuentra una vegetación en la que predominan las coníferas, caracterizando la tierra templada y más allá la fría; de Nepantla para abajo comienzan a predominar los amates, los huisaches y otras muchas especies que paulatinamente se van mezclando entre sí o apareciendo otras hasta llegar a las alturas de Cuautla y Yautepec, donde los platanares, los cafetos y la caña de azúcar dominan y cubren campos extensos.
Yacapistla. — Yacapitztlan. He aquí lo que el Sr. Róbelo cita a propósito de este nombre, tomando su derivación de la obra sobre Historia de México del Sr. Orozco y Berra:
«Esta villa de Acapiztla se llamó así porque antiguamente se llamaba Xihuitzacapitzalan, porque los señores que la gobernaban traían unos chalchihuites atravesados en las narices, y que eso quería decir y como agora está la lengua corruta se dice y le llaman Ayacapiztla».
Interpretando el jeroglífico el Sr. Orozco y Berra dice que la lectura directa puede sacarse de yacatl, nariz; pitztli, cuero o hueso de cierto fruto y la posposición tlan. Yacapitztlan, los de narices aguzadas o afiladas.
Cuautla. — QUAUHTLA. Arboleda. Viene de quahuitl árbol y la terminación tla que significa abundancia.
Puede también significar lugar abundante en águilas.
Uno u otro significado están enteramente de acuerdo con lo que se observa en Cuautla, pues si es el primero, se encuentra perfectamente comprobado por la frondosa y corpulenta vegetación que crece en este lugar, la que hace que desde muy lejos se destaque por un manchón de verde obscuro sobre los diversos tintes de los campos cultivados que la rodean.
Si es el segundo significado, está también de acuerdo por la existencia en los alrededores de la población de aguiluchos del género Falco.
Yautepec. — Yauhtepec. En el cerro del yauhtli, por existir en el cerro, cerca del cual está la población, mucha de esta planta.
Tlaltizapan. — Sobre la tierra blanca del tlalli, tierra; tizatl tierra blanca y pan sobre encima de.
Y en efecto, Tlaltizapan se halla en medio de una vasta formación caliza y se ha formado sobre aquellos lugares una toba que tiene color blanco, por lo cual seguramente le dieron el nombre que lleva.
Tlaquiltenango. — Tlaquiltenanco. De traquilli, encalado; tenamitl muro y co en. En los muros encalados o pintados de blanco. Quizá este nombre se refiera a que todas las montañas que rodean a la población están formadas de caliza cuyas piedras casi desnudas de vegetación blanquean desde lejos, dándole a aquellos lugares un aspecto triste por su aridez y como que parece que el calor peculiar de aquellos climas aumenta con la reverberación que sufren los rayos casi verticales del sol sobre aquellas piedras blanquecinas o cenizas.
Jojutla. — Xoxotla. Donde hace mucho calor. De xoxotla arder, aumentativo xoxotla, ardiente.
Siendo Jojutla no sólo uno de los puntos más bajos del Estado de Morelos, sino encontrándose también donde principian los extensos lomeríos y llanuras que forman los llanos de las Pozas y Michapan, es uno de los puntos en donde sube más la temperatura, al grado de que los habitantes del Estado, no obstante estar acostumbrados a lo excesivo del clima, temen a Jojutla por lo exagerado de su temperatura, que reuniéndose a la circunstancia especial de estar la población situada entre dos ríos, contribuye para formar un clima húmedo, caliente y malsano, donde reinan constantemente las calenturas y fiebres palúdicas.
Tequesquitengo. — Tequixquitenco. En la orilla del salitre o tequezquite. Existe en realidad en las orillas de la población y en los terrenos humedecidos por el lago o los ríos, depósitos e inflorescencias de sesquicarbonato de sosa.
Istla. — IXTLA. Llanura, vega, llano. Aun cuando realmente el Puente de Istla no se halla en una llanura sino pequeña, quizá por el contraste que forma esa corta planicie con el resto y lo más accidentado de la sierra, se lo haya dado ese nombre; pero en realidad es uno de los que encontramos poco adecuados.
Michapan. — Río donde hay pescados. De michin pescado y apan río. Nosotros no pudimos ni intentamos comprobar si realmente había pescado, pero posible es que exista.
Cacahuamilpa. — De Cacahuatl cacahuate y Milli sembrado. Seguramente debe haber existido en esta localidad sembrado de cacahuates, a lo que debe su nombre; en la actualidad no existe allí tal planta.
Coatlán. — Lugar de víboras. De coatl víbora y tlan lugar de. Existiendo este pueblo en la orilla de un río caudaloso en un terreno pedregoso y húmedo, posible es que abunden estos reptiles, cuyo hecho no pudimos comprobar ni por la observación ni por noticias, al haber pasado por aquel lugar en horas ya de la noche y no haber trabado relación con ninguna persona.
Actopan. — Atocpan. Tierra fértil o sobre el agua enterrada.
Tetecala. — Donde hay muchas casas de bóveda de piedra. Como se comprende seguramente este nombre se refiere a época muy anterior a la actual en la que tal vez las casas tenían bóvedas; pero actualmente no corresponde pues las construcciones modernas en su mayor parte son de tejado.
Miacatlan. — Miacatla. Lugar cerca de las flechas. De mitl flecha, acatl caña y tlan cerca de. Seguramente este nombre se refiere a que cerca de este pueblo existen algunos vegetales de los que tomaban los indios varas para formar sus flechas.
Cualtetelco. — Quautetelco. En el templo de madera. De quahuitl árbol, madera, tetelli, contracción de tlatelli, montón de tierra, pirámide y co en.
Los datos relativos a la configuración y geología son bien escasos y la mayor parte los hemos dejado ya consignados en la descripción del camino y de las cavernas, por lo que para no caer en redundantes tan sólo nos limitaremos a enumerar algunos de los ejemplares recogidos:
Mármol blanco de grano fino de la barranca por donde corre el río Amacuzac.
Mármol gris con vetas negras del mismo lugar.
Caliza compacta de color azulado de la misma barranca, formando las paredes de la caverna de la que sale el río Chontalcuatlan.
Caliza apizarrada en lajas muy delgadas del cerro del Tomasol, uno de los que rodean a Cacahuamilpa.
Caliza compacta con incrustaciones fósiles apenas conocibles de la barranca de Santa Teresa, límite natural de los Estados de Morelos y Guerrero.
Las calizas que forman las montañas de Cacahuamilpa parecen pertenecer al tiempo cretáceo, como ya dijimos en otra parte.
Del interior de la caverna se recogieron diversos ejemplares, no porque sean distintas especies-de roca, pues todas ellas están formadas por la caliza estilaticia, sino por las diversas formas y coloraciones que afecta en los distintos salones.
Respecto a las rocas y formaciones que constituyen el camino de México a Jojutla, apenas pudimos formarnos idea de ellas, de suerte que el perfil adjunto sólo manifiesta de una manera aproximada su constitución geológica.
Noticias sobre la flora de Cacahuamilpa y plantas colectadas por el Dr. Fernando Altamirano.
La flora de Cacahuamilpa es la de la tierra caliente seca análoga a la de los Estados de Morelos y Michoacán. Triste y escasa respecto a la del Estado de Veracruz, por ejemplo, se le ve confinada casi a las barrancas para poder resistir la sequedad ardiente de aquellos terrenos calizos. Por esta causa seguramente encontramos una flora más variada y delicada entre el grupo de montañas donde está la gruta, particularmente en las laderas de la barranca llamada las Bocas. Mientras que en los terrenos que habíamos recorrido de Jojutla a Cacahuamilpa, formados de llanuras y lomeríos extensos, sin abrigo del aire y sin agua, sólo encontramos vegetales arborescentes, de gruesas cortezas, de troncos pequeños y resinosos, en una palabra, con condiciones apropiadas para resistir los rayos de un sol ardiente y la sequedad prolongada. Aunque en corto número las especies de estos árboles, cada una de ellas formaba bosque y caracterizaba perfectamente el terreno y condiciones climatológicas de esos lugares, por eso nos parece útil consignarlas aquí, así como por sus aplicaciones. En primer lugar nos llamó la atención el cuautecomate, bignoniácea del género Crescentia o Parmentieria. Son árboles corpulentos de seis varas y más de altura, de tronco grueso y recto. Sus ramas erguidas, largas y muy delgadas las últimas, le dan un aspecto particular que lo hace distinguir a lo lejos. Produce una madera fuerte y propia para construcciones. Sus frutos más grandes que una naranja y abundantísimos, sirven de alimento al ganado y se usan también en medicina como purgantes y pectorales. Han llamado últimamente la atención de los químicos europeos que han extraído de la pulpa el ácido crescénico, de propiedades drásticas.
Conviene no olvidar las propiedades de esta pulpa para evitar su uso a los caminantes que como los soldados, fatigados por el hambre y la sed, comen con demasía esta especie de conserva halagadora por su jugo y su sabor dulce, pero que causa graves trastornos intestinales y aun la muerte. Se registran muchos de estos casos desgraciados entre los que han atravesado las extensas llanuras de Antunes en Michoacán, donde vegeta también el cuautecomate con profusión.
En los lugares de que hablábamos los cuautecomates forman bosques que cubren y se limitan a los llanos de Michapam, en una extensión como de cuatro leguas que recorrimos. La altura de este plano sobre el nivel del mar es de 1,170 metros, como la que encontramos también para los llanos de Antunes en Michoacán.
Otra especie notable que vive próxima al cuautecomate es el cuagiote, terebintácea que el Dr. Urbina ha identificado botánicamente. Es el Pseudosmodíngium perniciosa; forma bosque, contiguo puede decirse al de los cuautecomates y como con tendencia a extenderse en terrenos opuestos. El cuautecomate ocupa lo plano, el cuagiote lo inclinado y lo escabroso, así es que éste sólo cubre el cerro de la Cuagiotera, próximo a los llanos de Michapam.
El cuagiote alcanza la altura de cinco a seis varas, de ramas muy extensas y torcidas, corteza gruesa lisa y con colgajos grandes de epidermis, hojas compuestas de foliólos coriáceos que desaparecen durante la sequía. Produce en las incisiones de la corteza abundante jugo lechoso, irritante, que se concreta después de tiempo, formando masas irregulares, duras y que constituyen entonces lo que se llama goma archipín. Esta goma resina se usa mucho para pegar tiestos de porcelana y para curar los piquetes de alacrán. Para este último fin llevan consigo constantemente los trabajadores de Miacatlán, un pedazo de goma y en el acto de ser picados se frotan con ella, humedeciéndola con saliva. Se dice que basta que esa masa de goma impregne eL cutis en el lugar picado para evitar los accidentes de la ponzoña. La madera es muy fuerte y la emplean con especialidad como combustible en la fundición del cobre en grandes hornos; produce más calor que otras leñas debido a la gran cantidad de resina que conserva.
Además de estas dos especies forestales encontramos varios copales y leguminosas asociadas a las anteriores en lugares muy restringidos. Las leguminosas dominan sobre todo hacia Jojutla y entre ellas predominan el Brasil, y el huamúchil. Encontramos igualmente una alvaradoa que ha sido identificada por el Dr. Villada. Su porte es muy especial, de poca altura, muy ramosa y sus ramas adelgazadas y flexibles y con hojas compuestas, le dan el aspecto del Tlalocopetate. Es de esperarse que los estudios químicos emprendidos sobre esta corteza permitan llegar a descubrir en ella algunos principios activos útiles para la medicina.
Hasta aquí la flora arborescente de Jojutla a Cacahuamilpa, caracterizada por sólo cinco o seis especies principales. Volvamos a la de Cacahuamilpa comparándola con esta.
Encontramos desde luego el Anacahuite, árbol que llega a seis metros de altura, de tronco grueso, corteza igualmente gruesa y apretada, ramos extendidos, hojas coriáceas y escasas por haber caldo; pero en cambio la encontramos en plena floración. Es probablemente del género Cardio, como el uso en lo general en las boticas. Bien conocidas son por otra parte las aplicaciones médicas de la madera y de la flor para que las recordemos aquí, y tan sólo nos lamentamos de su escasez por poder ser un producto de explotación.
Otro de los árboles que encontramos en Cacahuamilpa es el Girocarpus amerícanus, llamado allí vulgarmente palo hediondo.
Respecto a esta especie se puede asegurar que es exclusiva de la América y se le llama girocarpus por la particularidad de que sus frutos tienen unos pequeños apéndices que como cortas alas lo obligan a moverse constantemente bajo la acción del viento.
El bonete, los pochotes, el ojite, los copales, los cacahuates, las tebetias y muchas especies silvestres y otras cultivadas, forman la flora de Cacahuamilpa. Entre dichas especies deben hacerse notar como importantes el bonete y la thebetia ovata o yoyote: el primero, que se usa para comerlo en dulce y tiene abundante jugo lechoso, y el segundo, por contener un principio activo sumamente venenoso.
De regreso encontramos en Tetecala un árbol ornamental llamado guayacán y en Mexicano tlamahuatl. Es una bignoneácea del género tecoma y que es enteramente distinta del guayacán propiamente dicho.
Como el guayacán verdadero es usado en medicina, podría creerse que éste también era susceptible de las mismas aplicaciones; pero aún no nos dicen sobre esto nada los estudios que de él se están haciendo.
El tlamahuatl o falso guayacán es árbol que llega a tener cinco o seis metros de altura, con sus ramas extendidas y cargadas de follaje, entre las cuales se hallan inmensos racimos de flores moradas que forman del árbol un sólo ramillete de aspecto sumamente agradable y hermoso. La madera de este árbol se busca para emplearla en toda clase de obras en que se necesita gran resistencia, sobre todo en los trapiches, y los antiguos que ya le conocían esta propiedad de suma dureza le llamaron tlamahuatl, que quiere decir árbol correoso.
En Xoxocotla, punto próximo a Jojutla, hay dos árboles característicos de allí que son el ciruelo y el piñoncillo: el primero es una especie de la familia de las terébintácea y el segundo una euforbiácea Curcas multifidae.
Los ciruelos son útiles por sus frutos muy usados en la alimentación y por su madera ligera y suave que se usa para construir, entre otras varias cosas, artesas, etc.
Los piñoncillos crecen o una altura de tres a cuatro metros, muy aglomerados y rectos, lo que permite se les utilice para formar con ellos, cercas. Producen muchas semillas grandes parecidas a las de ricino y cuyo aceite es muy drástico y puede substituir al de croto.
Entre las diversas plantas colectadas se halla la Breiveria mexicana, Hemsley, cuyo estudio ha permitido reconocer en ella una variedad aun no descrita, por lo que el Sr. Dr. Villada ha publicado en «La Naturaleza» un estudio completo de dicha planta, del que hemos tomado la descripción que va en seguida, así como la lámina adjunta que nos fue proporcionada por el mismo Sr. Villada:
«Sus ramas son largas y delgadas, casi lampiñas, estriadas y rojizas. Las hojas alternas, elíptico- acuminadas, algo ondulosas, mucronadas e igualmente lampiñas. Sus numerosas flores se hallan distribuidas a lo largo de los ejes foliares en fascículos racimosos y axilares más cortos que las hojas, hasta once en cada raquis; de pedicelos largos, pubescentes, algo rígidos y flexuosos, provistos de su inserción de dos o tres brácteas pequeñas, lineal -agudas; el cáliz de cinco sépalos, dos exteriores opuestos, que son los mayores y bastante desarrollados, ocultan al principio en gran parte, el segundo verticilo floral, de forma ovada, algo ondulosos en el ápice, claramente mucronados y verde -amarillentos; un intermedio del mismo color, en prefloración imbricada con los anteriores, de tamaño algo menor, también mucronado y reducido casi a la mitad lateral del limbo; dos interiores pequeñísimos, opuestos como los primeros, subavitelados, uno simplemente orbicular y otro orbicular acuminado; la corola blanca, infundibuliforme, algo pubescente en el exterior, con cinco lóbulos ovales y estaminífera; los cinco estambres un poco salientes, de anteras anchas, elípticas y amarillas, y filamentos blanquizcos, dilatados y pelosos en su mitad inferior; ovario ovoide, bilocular y cuadriovulado, velloso (excepto en la base), de estilo delgado, desigualmente bífido y estigma capitado; fruto desconocido.
«Los caracteres principales de esta planta convienen perfectamente con los del género Dufourea, de H. B. K., o Prevostea, de De Candolle, incluidos ambos por Bentham y Hooker en el Breweria.
«En cuanto a la especie la considero como una simple variedad de la B. mexicana, de Hemsley, »
Plantas de Cacahuamilpa colectadas por el Sr. Dr. Manuel Villada.
Palo hediondo, Gyrocorpus americanus.
Palo prieto. Cordia sp ?
Barbas de chivo. Clematis sericea.
Cuautlahuac. Heliocarpus americanus.
Copal. Bursera sp ?
Veneuillo. Asclepias obstusifolia.
Codo de fraile. Thevefia iccotli.
ídem. Id. ovalifolia.
Guayacáu . Tecoma ginisguefolia.
--------- Lerjania racemosa.
Cacahuanauche. Lycania arborea.
Capulín cimarrón. Ardisia revoluta.
Cabellos de ángel. Collandria anómala.
Picosa. Crotón ciliatus glandulosus.
Guáyuma. Guayuma pólybotsia.
Fauna Cavernícola, por el Profesor D. Alfonso L. Herrera.
Animales recogidos en la caverna de Cacahuamilpa.
Mamíferos. — Dos especies de murciélagos, el Mormops megalophylla y el Chilonycteris rubiginosa (figs. 1, 2 y 3, lám. II). Es notable la abundancia de la primera, así como los apéndices táctiles que rodean su boca. En la obscuridad absoluta del salón de los Órganos adonde se ven aún a estos Queirópteros, es seguro que no se guían por su vista, sino probablemente por el tacto: bien conocido es un experimento de Spallanzani, que sacó los ojos a un murciélago y éste siguió volando con facilidad sin chocar con los obstáculos que hallaba a su paso. ¿Cómo tienen noción del tiempo estos animales en aquel lugar perfectamente obscuro, adonde quizá no se resienten ninguno de los efectos del paso de las horas? ¿Tal vez se trata de una sensación fisiológica relacionada con el principio y fin de la digestión? En ambas especies existen parásitos del género Ixodes.
Moluscos. — El Dr. Altamírano recogió dos especies en el salón de la Laguna. Una de Lamelibranquio, que no pudo estudiarse por haber llegado a México enteramente despedazada; la otra pertenece al orden de los Gasterópodos y la hemos llamado Spiraxis cacahuamilpensis (figs. 4 y 5, lám. II). Presenta una aparente contradicción con ciertas leyes biológicas, pues no obstante la abundancia de sales calcáreas en la caverna, sus dimensiones son inferiores a las de otras especies mexicanas.
Coleópteros. — Choleva cacahuamilpensis. Se colectó un solo ejemplar cerca del Agua Bendita (figs. 7, 8 y 9, lám. II).
Dípteros. — Pholeomyia cacahuamilpensis. Mosca interesante por su similitud con las colectadas por el Sr. Puga en las grutas de Ixtapalapa (figs. 10 y 11, lám. II).
Ortópteros. — Phalangopsis cacahuamilpensis, gran grillo de larguísimas antenas que abunda en el salón del Chivo ( figs. 13, 14 y 15). Polyphaga cacahuamilpensis, cucaracha común en varios lugares de México, encontrada en el primer salón (figs. 17, 18 y 19): cuando se ve perseguida permanece inmóvil, fiada en su coloración protectora que le hace confundir con la tierra. Lepisma cacahuamilpensis, el más interesante de los invertebrados de la caverna por carecer totalmente de ojos: fue colectada por el Dr. Altamirano en el salón de los Órganos; es blanca, tiene grandes antenas, palpos muy desarrollados y tres cerdas caudales (fig. 16); parece que en estos animales el tacto se encarga de recibir y transmitir ciertas impresiones luminosas.
Arácnidos. — Phrynus cacahuamilpensis, el invertebrado más grande de la caverna; está provisto de unos apéndices flageliformes compuestos por más de noventa pequeños artejos que sirven como perfectísimos órganos de tacto (figs. 1 a 5, lámina III ). Varias otras arañas se encontraron en la caverna (Drassus cacahuamilpensis (fig. 7 ), Pholcus cacahuamilpensis) y un miriápodo nuevo (Scutigera cacahuamilpensis), muy afine a un Cienpies del mismo género común en el valle de México.
Crustáceos. — Dos Cochinitas (Armadillo cacahuamilpensis y Porcellio mexicanus que viven bajo las piedras en el primer salón (figs. 14 a 20, lám. III).
Bilimek, naturalista alemán que ha muchos años visitó la caverna, dice haber encontrado un Coleóptero (Tachys cacahuamilpensis) y un Lepidóptero ( Ornix cacalmamilpensis ).
Animales recogidos en el camino, especies características
De Jojutla a san Gabriel
Falco sparverius.
Collinus pectoralis.
Sceloporus horridus.
De San Gabriel a Cacahuamilpa
Mormops megalophylla.
Chilonycteris rubiginosa.
Momotus ruficapillus.
Icteridos.
Cyclura articulata.
Scaphorhynchus mexicanus.
Lámina II |
Lámina III |
Análisis de las aguas de Cacahuamilpa y lugares de tránsito, por el Prof. D. Mariano Lozano.
Composición del agua recogida en el salón llamado del "Agua Bendita" en la Caverna de Cacahuamilpa.
Caracteres físicos y organolépticos.
Ligeramente turbia.
Por el reposo incolora.
Sabor de agua potable.
Densidad 1,000208 a 150 c.
Olor nulo. 1 Reacción ligeramente alcalina.
Cantidad de materias fijas obtenidas por la evaporación de 1000 Ve y desecados a la temperatura de 180 o C. 13 centigramos.
Un litro de agua contiene:
Carbonato de cal 0,0515
Sulfato de cal 0,0250
Carbonato de magnesia 0,0500
Cloruro de sodio 0,0042
Siliza 0,0034
Materia orgánica 0,0050
Carbonato de fierro Indicios
Acido carbónico libre O"*' 003.
Total de las principales substancias 0,1391
Composición del agua que gotea en el salón denominado del "Chivo."
Caracteres físicos y organolépticos.
Transparente.
Incolora.
Sin olor.
Sabor de agua potable.
Densidad (?)
Reacción francamente alcalina.
Cantidad de materias fijas por litro 28 centigramos.
Un litro de agua contiene :
Carbonato de cal 0,1133
Sulfato de cal 0,0560
Carbonato de magnesia 0,0750
Siliza 0,0260
Acido carbónico libre O '''02.
Total de las principales substancias.. . . 0,2703
Por su composición estas aguas entran en la categoría de las aguas dulces potables de buena calidad.
Composición del agua del pueblo de Cacahuamilpa.
Caracteres físicos y organolépticos.
Limpidez completa.
Color nulo.
Olor nulo.
Sabor de agua potable.
Densidad 1,000283 a 14oC.
Reacción ligeramente alcalina.
Cantidad de materias fijas por litro 26 centigramos.
Un litro de agua contiene :
Carbonato de cal 0,1442
Sulfato de cal 0,0070
Carbonato de magnesia 0,0125
Cloruro de sodio 0,0350
Siliza 0,0240
Acido carbónico libre O "'005.
Fierro y materia orgánica Indicios
Total de los principales componentes. . 0,2227
Agua de la fuente pública de Tetecala.
Caracteres físicos y organolépticos.
Transparente.
Incolora.
Sin olor.
Sabor de agua potable.
Densidad 1,000208 a 14 o C.
Temperatura en la fuente a las
9 a. m. 160C.
Reacción poco alcalina.
Cantidad de materias fijas por litro 0,15 centigramos.
Un litro de agua contiene :
Carbonato de cal 0,0618
Sulfato de cal 0,0140
Carbonato de magnesia 0,0350
Cloruro de sodio 0,0225
Siliza 0,0250
Acido carbónico libre O"* 0075.
Fierro Indicios
Total 0,1583
Agua de la fuente pública de la plaza de Jojutla.
Caracteres físicos y organolépticos.
Ligeramente turbia.
Después del reposo, transpa-
rente.
Incolora.
Un litro de agua contiene :
Sin olor.
Sin sabor especial.
Densidad 1,000521 a U^C.
Residuo por litro 49 gr.
Carbonato de cal 0,07725
Sulfato de cal 0,021 00
Carbonato de magnesia 0,06250
Cloruro de sodio 0,05000
Siliza 0,08350
Alúmina 0,00050
Materia orgánica ^0,00100
Acido carbónico libre O '"• 03.
Total de las principales substancias 0,29575
La mejor es la de Tetecala, la que toma el segundo lugar respecto a su calidad es la de Cacahuamilpa, y en cuanto a la de Jojutla, se le puede considerar como un agua potable de las malas: se precipita mucho por la ebullición, deja un residuo por litro de 0,49 centigramos y contiene substancias orgánicas.
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