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Índice de documentos presentados sobre el Dr. Fernando Altamirano

lunes, 7 de marzo de 2016

Reseña de una Excursión a la Caverna de Cacahuamilpa y a la Gruta Carlos Pacheco. Escrita por Guillermo B. y Puga. Del 1 al 7 de enero de 1892.

Del 1 al 7 de enero de 1892, el Dr. Fernando Altamirano (entonces de 43 años de edad), junto con sus hijos Rafael (edad: 12), Fernando (edad: 10) y Josefina (edad: 14), así como su sobrina María Cortés, fueron parte de un grupo de 28 personas, principalmente investigadores del Instituto Médico Nacional y de la Sociedad "Antonio Alzate", que realizaron una excursión memorable a la Caverna de Cacahuamilpa, en el estado de Guerrero.  La detallada y divertida reseña de la excursión fue escrita por el Ing. Guillermo Beltrán y Puga, quien colocó al Dr. Altamirano y a las dos señoritas como personajes protagónicos de la misma.  En la excursión también participó el paisajista Adolfo Tenorio, quien registró algunos pasajes en una serie de grabados que acompañaron al escrito, que fue publicado entre otras partes en las Memorias de la Sociedad Científica "Antonio Alzate".    A continuación se presenta la reseña completa.


RESEÑA DE UNA EXCURSIÓN A LA CAVERNA DE CACAHUAMILPA
Y A LA GRUTA “CARLOS PACHECO”

Organizada por el Instituto Médico Nacional,
escrita por el Ingeniero GUILLERMO B. Y PUGA

Socio fundador y Presidente de la Sociedad "Alzate"
y miembro colaborador de dicho Instituto.



Organización del viaje.

Nos despedíamos una mañana del Dr. (Fernando) Altamirano en el Instituto Médico Nacional, cuando nos dijo: “No se le olvide a usted que hoy en la tarde estamos citados para concurrir a la casa del Sr. Dr. Govantes, a fin de arreglar el viaje que ha iniciado a la Caverna de Cacahuamilpa”.

Muchos días antes habíamos hablado ya de ese viaje con el Dr. Govantes y otras personas del Instituto; pero lo cierto es, que como veíamos los ánimos, no nos daba muchas esperanzas de que se realizara; de suerte que la noticia de la junta nos agradó sobremanera y desde luego nos propusimos poner de nuestra parte todo lo que pudiera facilitar la realización del viaje.

En la tarde de ese mismo día, a las cuatro y media, comenzaron a llegar las personas citadas a la casa del Sr. Govantes, quien ya nos esperaba para recibirnos, con las finas maneras que lo distinguen en la mejor sociedad de nuestra capital. Mucha franqueza reinó en aquella reunión de personas todas de estudio, que si se proponen hacer viajes, es no sólo por vía de distracción, sino para ampliar sus conocimientos con las múltiples observaciones que hacen y variados datos que recogen en ellos.

Podemos decir que comenzó la sesión por remojar los labios con un exquisito licor que nos ofreció el Sr. Govantes, como para reanimar nuestra decisión, que debería ser absoluta en el arreglo definitivo de un viaje que, como el de la caverna, creíamos, presentaba algunas dificultades. Asistieron a esta junta los señores Doctores Altamirano, Toussaint, Villada y Lozano; los señores Alfonso Herrera, padre e hijo. Espino Barros y otros; casi todos tomaron parte en la conversación, dieron su opinión y la mayor parte de ellos proporcionó datos, lo que originó una calurosa discusión, de la que resultó que lo que debía de hacerse era comenzar porque cada una de las personas presentes se subscribiera con una cantidad, para reunir un fondo con el cual poder disponer todo lo relativo al alumbrado necesario para la exploración de la caverna, que fue lo que se consideró como de primera necesidad; se aprobó inmediatamente la idea y en pocos momentos se reunió una parte de lo presupuestado, nombrándose a los Señores Govantes y Lozano para colectar el resto y mandar hacer los cohetes y demás adminículos necesarios en este género de excursiones. Muy tarde se despidieron los concurrentes, saliendo de allí todos sumamente complacidos y alborotados para un viaje que ya estaba en vías de realizarse.

Posteriormente se desarrolló en casi todos los que debíamos ser de los excursionistas una actividad notable, pues casi diariamente nos reuníamos dos, tres o más para comunicarnos nuestras investigaciones y nuevos datos; quién iba y participaba que había o no medios de comunicación; otros daban datos sobre la distancia que deberíamos recorrer, proponiendo diversos derroteros; en fin, transcurrieron así diez o doce días, en los que por el alboroto creciente en todos, no se hablaba de otra cosa que de la próxima excursión. Con objeto de arreglar asuntos de interés común, se citó varias veces a juntas en las que o bien se daba cuenta de lo que se había hecho, o bien se proponían planes y programas para llevar a buen efecto los estudios que deberían emprenderse durante la expedición. En una de estas juntas, los señores Govantes y Lozano, dando muestras de su celo y actividad, comunicaron a sus compañeros que ya tenían listo lo relativo al alumbrado, consistiendo esto en seis docenas de fanales, cuya duración es de 5 minutos, de las cuales tres docenas darían luz roja, y el resto blanca o verde, cuatro docenas de cohetes de luz, entre los que había igualmente rojos, blancos y verdes; seis paracaídas; además de esto se contaba con ocho onzas de cinta de magnesio. Muy complacidos quedaron todos por la actividad de los comisionados y se acordó que además de esos elementos de alumbrado, llevara cada uno velas de cera con el objeto de alumbrarse durante el trayecto, y sólo usar de los fanales y cohetes para alumbrar en determinados momentos y en ciertos lugares de la caverna. Muy entusiasmados estábamos en estos arreglos, cuando dos cartas que nos mostró el Sr. Govantes vinieron a entibiar por algunos momentos el entusiasmo general; eran de dos personas prominentes del Estado de Morelos, a quienes se había dirigido el Sr. Govantes para tomar informes sobre la manera de hacer lo más fácil posible la excursión; pero la contestación vino a desanimarnos, como decíamos antes, pues en ambas nos hacían saber que estando el pueblo de Jojutla en la feria que celebra cada año, sería muy difícil que encontráramos alojamiento, por ser aquella población muy corta y no tener sino dos malos mesones, que seguramente estarían llenos por los concurrentes a la feria; iguales dificultades nos decían encontraríamos en lo relativo a las bestias, pues son escasos los caballos y pocos los de alquiler. Un poco meditabundos nos dejaron aquellas noticias; pero ya no era tiempo de retroceder, pues llevábamos gastados cerca de cien pesos en cohetes y luces, medio eficaz de que nos valimos, anticipando su costo para obligarnos a no desfallecer ante las dificultades. Por lo pronto no sabíamos qué decir ni qué decisión tomar, hasta que paulatinamente fue creciendo en todos el entusiasmo, al grado que hubo quien dijera que aun a pie iría en caso de no haber caballos y que dormiría bajo los árboles a falta de mejor alojamiento; decidimos, pues, no atenernos sino a nuestros propios esfuerzos. Pocos días transcurrieron sin que nos volviéramos a reunir, pues convocados por el Dr. Altamirano, celebramos otras juntas en las que definitivamente se arregló el viaje; una de las decisiones más importantes que se tomaron fue la sugerida por las noticias que tuvo el doctor al ir a Ayotla, sobre la posibilidad de conseguir un coche especial en el que podríamos llevar nuestro equipaje y todo lo de la excursión. Agradable noticia fue esta e inmediatamente se reunió la cantidad para el arreglo definitivo.

Un nuevo incidente vino a empañar por momentos nuestro júbilo y a hacernos vacilar en la partida. En los momentos de llegar el Dr. Altamirano de Ayotla, encontró en su casa noticias muy alarmantes sobre la salud de su esposa y de uno de sus niños, que a la sazón se encontraban en Querétaro, al grado que tuvo que partir esa misma noche, para al día siguiente traerse a su familia; pero eso no valió, pues la salud de su esposa siguió alterada y aun hubo necesidad de una ligera operación, de cuyo resultado estaba pendiente el doctor para ir o no a la expedición; todos nosotros, igualmente pendientes, hubiéramos suspendido o diferido el viaje para mejor ocasión; pero la suerte quiso que la señora se mejorara ya casi en los últimos momentos y que el doctor quedara en libertad para marchar.

Entonces pudimos apreciar una vez más la actividad de dicho señor, su precisión para los viajes y el entusiasmo que lo domina para ellos; en pocos instantes arregló su equipaje, el de sus dos niños y los de las Señoritas Josefina su hija y María su sobrina, que deberían acompañarlo. Estas comenzaron a prestarle importantes servicios, ayudándole en todo lo relativo al abastecimiento de comestibles; pronto vimos un cajón lleno con botes de café en polvo, tablillas de chocolate, botes de leche condensada, frascos con aguardiente, cafeteras, cocina portátil, y en fin, otros muchos utensilios que nos fueron muy útiles.

Llegó por fin la noche víspera del viaje, en la que todo estaba ya arreglado; todavía cuando nos despedimos para retirarnos del Instituto, dejamos allí algunas personas que le daban la última mirada a los catres de campaña que se habían improvisado con motivo de las noticias relativas a la falta probable de alojamiento.

¿Durmieron esa noche todos los compañeros? Es probable que no.



De México a Jojutla.

(Por el ferrocarril de Morelos, 196 km., 10 horas de viaje).

Por fin, amaneció el día 1º de Enero de 1892 y a las 7.30 am, llegamos a la estación de San Lázaro, creyendo ser de los primeros; pero ya casi todos estaban instalados en el coche especial que nos había de conducir, pues no contentos con ser puntuales quisieron anticiparse para estar seguros de que no los dejaría el tren. Difícil nos fue a los que llegamos postreros el podernos instalar como hubiéramos querido, pues la mayor parte de los asientos estaban escogidos y otros muchos llenos por los equipajes, que por ser vagón particular nos concedieron los lleváramos con nosotros mismos, no obstante ser algo voluminosos. Momentos antes de la partida no nos ocupábamos más que de saludarnos unos a los otros, presentar a las personas desconocidas y comenzar a formar comentarios sobre las dificultades más o menos grandes con que podríamos tropezar en nuestro viaje; estábamos en esto y otros arreglos, cuando una campanada anunció que se acercaba la hora de partir; entonces echamos de ver que sólo faltaba el Dr. Villada, y no dejamos de comenzar a recelar que se hubiera dormido y que no fuera a alcanzar el tren; pero pocos momentos antes, cuando ya asegurábamos que no venía, vimos aparecer su simpática figura por la puerta del andén que, precedido de tres niños, se dirigía con pasos mesurados al estribo del vagón ; no pudimos menos de alegrarnos y con frases y señas indicarle que subiera cuanto antes, pues el tren iba a ponerse en marcha. Un tercer toque anunciaba en aquellos momentos que era la hora de partir y lentamente se puso el tren en movimiento. Por las ventanillas se despedían algunos compañeros de las personas de su familia o de sus amigos con la pena de que no nos acompañaban para compartir en nuestros goces o sufrimientos futuros.

He aquí la lista de las personas que formábamos la comitiva:

Sr. Dr. Altamirano, Director del Instituto Médico Nacional.
La Srita. Josefina y los niños Rafael y Fernando, hijos de dicho doctor, y la Srita. María Cortés, su sobrina.
Sr. Dr. Govantes, Miembro del Instituto Médico,
Sr. Dr. Villada, Profesor en el Museo Nacional y tres niños.
Sr. Dr. Toussaint, Miembro del Instituto Médico.
Sr. Dr. Lozano, ídem ídem ídem.
Sr.  Prof. A. L. Herrera, ídem ídem ídem.
Sr.  Ing. Puga, Presidente de la Sociedad «Álzate».
Sr.  Adolfo Tenorio; paisajista.
Sr.  García, fotógrafo.
Sr.  Schwenghagen.
Sr.  Sevilla.
Sr.  Prof. Espino Barros y su sobrino.
Sr.  Morales.
Sr.  Giovenzzana
y cinco mozos.

Por total éramos veintiocho personas, entre las que había dos señoritas y cinco niños.

Ojalá y nuestra pluma tuviera frases con que poder dar una idea de cada uno de los excursionistas, su carácter, su figura, etc., pues serviría mucho para formarse idea de cómo cada uno de los viajeros contribuyeron a hacer de este paseo uno de los más gratos que hemos realizado.

Días antes de partir había hecho el Dr. Altamirano un programa de los estudios que deberían de emprenderse, distribuyéndolo entre el personal de la expedición, según sus aptitudes y aficiones; propuso además, para servir de estímulo, algunos premios a los que desempeñaran con eficacia y bajo ciertas condiciones sus encomiendas.

Quedaron, pues, así divididos los estudios:

Climatología, Sr. Altamirano.
Botánica, Sr. Villada.
Zoología, Sr. Herrera.
Geología, Sr. Puga.
Aguas minerales, Sr. Lozano.
Bacteriología, Sr. Toussaint.
Fotografía, señores García y Giovenzzana.
Pintura y paisaje, Sr. Tenorio.
Crónica del viaje, Sr. Puga.

Poco nos fijamos en la primera parte del camino, pues ya nos es muy conocida hasta Ayotla, a donde llegamos a las 9.30, nos bajamos un rato; y mientras el Dr. Altamirano recogía de la estación unos albardones que le había dejado el Sr. Almazán, nosotros nos desayunamos con chalupitas y tamales de los muy sabrosos que salen a vender, y el resto del camino, hasta Ameca, lo entretuvimos la mayor parte en ver unas vistas de la gruta que llevaba el Sr. Herrera, y en leer una descripción de la misma, hecha por el Sr. Landesio, profesor que fue de nuestra Escuela de Bellas Artes, y otros libros; el que nos entretuvo un buen rato fue una geografía del Estado de Morelos, escrita por el Sr. Róbelo, que la leíamos con interés por saber algo relativo al Estado que íbamos a atravesar en su mayor parte.

Casi desapercibido pasó, pues, para nosotros el tramo hasta Amecameca; pero desde este punto en adelante cada vez fue tomando el camino mayor interés, presentándosenos poco a poco el variado y rico panorama de las extensas vertientes del Popocatépetl, las cuales con un descenso constante y formando profundas barrancas y prolongadas pendientes, preparan el terreno para bajar a lo que propiamente se llama tierra caliente. En este tramo se encuentra inmediatamente después de Amecameca la estación de Ozumba, población que aunque pequeña y de poca importancia, por su distribución irregular a uno y otro lado de la barranca que lleva su nombre, presenta un aspecto risueño, sobre todo, cuando se le mira desde el magnífico puente por donde atraviesa la locomotora para llegar a la estación. En este punto es donde se almuerza; por consiguiente la mayor parte de nosotros bajó a la estación y tomamos asiento en una de las mesas del mal restaurant que allí existe, encontrándose entre nosotros varios de los demás pasajeros y el conductor del tren Sr. Sonié, francés de nacimiento, quien invitado por el Dr. Altamirano, vino a tomar la sopa en nuestra compañía. Durante la comida reinó la mayor cordialidad entre todos y sólo hubo un momento en que temíamos que hubiera habido algún disgusto, pues habiendo descubierto el Sr. Sonié que entre nosotros venía un alemán y que se hallaba sentado a la mesa nada menos que frente a él, comenzó a iniciar una conversación patriótica y concluyeron diciendo uno que si no fuera francés quisiera ser francés, y el otro, que si no fuera alemán nunca quisiera ser francés. Estaba en este punto la conversación cuando el chasquido de una botella de cerveza que destapó un mozo detrás de Sonié, lo distrajo y cambió de giro la plática; poco después nos levantamos y nos dirigimos al tren, que ya poco faltaba para que partiera.

Con estos y otros episodios de fin de comida y principios de digestión salimos de Ozumba. Pintoresco y espléndido es el paisaje que comienza desde este punto ante la mirada del viajero
que con vertiginosa carrera desciende dando vueltas y más vueltas en todos sentidos y viendo pasar los cerros de su derecha a su izquierda, hasta que llega un momento en que la mirada tiene que llevarse muy lejos para poder alcanzar el valle que se extiende al pie de las montañas y que envuelto en blanquecina bruma, con dificultad se distingue; desde allí es donde comienzan a contemplarse las planicies del Estado de Morelos; desde allí es donde se mira el rico Plan de Amilpas, donde se hallan ubicadas las grandes haciendas azucareras que constituyen la riqueza del Estado; y en fin, desde allí es donde se ve casi por completo la configuración de su suelo. Por un lado se presentan hacia el Oriente las últimas vertientes del Popocatépetl que terminan en el Peñón de Jantetelco, masa rocallosa que aislada se levanta sobre el suelo, dominando todo lo que le rodea. Por el Poniente se presenta la Sierra de Tepoztlán, majestuosa en sus masas de rocas cortadas a pico y cuyos picachos sobresalientes simulan castillos feudales diseminados en la montaña y ocupando lugares inexpugnables; más allá la Sierra de las Tetillas; y por último, muy lejos al Sur, los cerros de Tlaquiltenango y Jojutla. Numerosas y quebradas son las montañas del Estado de Morelos; pero fácil es comprender su distribución, dependiendo casi todas ellas de la cordillera que une el Ajusco y el Popocatépetl y que forma los límites boreales del Estado; se dirigen la mayor parte de Norte a Sur, dejando tres grandes valles: el Plan de Amilpas o sea el Valle de Cuautla, el Valle de Yautepec y Jojutla y el Valle de Cuernavaca y Tetecala, cuyas corrientes se unen todas para formar el caudaloso Amacuzac que corre de NW a SE, al pie de la Sierra que limita el Estado por el Sur. Áridas y casi estériles son las tierras que forman las montañas del centro del Estado, en contraposición con la fertilidad y vigorosa vegetación que se desarrolla en los valles y planicies, y justamente desde las alturas de donde baja el tren se contemplan las montañas sin vegetación, ostentando solamente picachos blanquecinos que contrastan con lo verde que de distintos matices alfombran los valles.

Poco tiempo duramos nosotros en esta contemplación, pues detuvo el tren su marcha y se nos anunció que llegábamos a la estación de Nepantla. En este punto teníamos que esperar el tren de subida, y por consiguiente podíamos disponer de algunos minutos que aprovechamos para tomar fotografías de unos paredones que existen aún al lado de la estación y que dicen son ruinas de la casa que habitó en sus primeros años la insigne Sor Juana Inés de la Cruz. Las señoritas María y Josefina no sólo se contentaron con ir a ver dichas ruinas, sino que queriendo llevar una prueba o recuerdo de haberlas visto, arrancaron algunas piedrecitas y unas hojas de las plantas que crecen al pie de los muros. Todavía algún tiempo después seguimos en la estación, pues el tren que esperábamos venía atrasado, de suerte que pudimos ponernos a contemplar el panorama de que se goza desde allí, entablando además sabrosa conversación con el Dr. Altamirano, que con suma facilidad y claridad nos explicaba lo que se extendía a nuestra vista.



La estación de Nepantla se puede considerar, nos decía el doctor, como el balcón desde donde se ve tierra caliente; colocada en la ladera que forman las ramificaciones de la Sierra del Popocatépetl, es también el escalón que hay entre tierra fría y tierra caliente. Su altura sobre el nivel del mar es de 2000 metros y justamente por estos lugares es donde comienzan a verse variar los caracteres de la vegetación para pasar de las especies que viven en tierra fría a las propias de tierra caliente, y aun se cree que a esta circunstancia debe su nombre que es de origen mexicano y que significa lugar de la medianía. De este punto para adelante sigue el camino con más y más vueltas, presentándose por mucho tiempo el mismo paisaje que desde un principio y sólo comienza a sentirse un aumento en la temperatura, lo que seguramente originó que la mayor parte de los viajeros entraran en reposo, tratando de dormir unos, leyendo otros; pero la mayor parte callados y tranquilos, atestiguando que pasaban por las horas de la digestión. Nosotros íbamos recargados en una ventanilla cuando escuchamos que la Srita. María de tiempo en tiempo decía los números de los postes kilométricos que encontraba el tren; le preguntamos con qué fin lo hacía y nos recordó que por aquel rumbo debía de encontrarse la barranca de Escontzín, y que según el Sr. Sonié debía estar en el kilómetro 114. Inmediatamente que se escuchó la palabra Escontzín, la mayor parte se agolpó a las ventanillas y estuvimos pendientes para poder ver el kilómetro 114. Por fin, después de un rato, llegamos a la barranca que está atravesada por un puente que a lo sumo tendrá seis metros de claro y donde no obstante su poca profundidad perecieron el 23 de Junio de 1881 cerca de 400 infelices soldados que conducía el tren y cuyo siniestro ha dado a aquel lugar triste celebridad; Una vez que saciamos nuestra curiosidad y que se alejó de nuestra vista, quedaron todos de nuevo en la mayor tranquilidad, mientras nosotros recargados contra un vidrio contemplábamos la Sierra de Tepoztlán, que a medida que el tren desciende y se acerca a ella, toma grandes proporciones y espléndido aspecto. Transcurrió el tiempo sin sentir hasta que a las tres de la tarde llegamos a Cuautla. En este punto permanece mucho tiempo el tren, de modo que pudimos bajarnos y aun ir al zocalito que está frente al ex- convento de San Diego, en donde algunos compañeros acosados ya por la temperatura de aquellos lugares, se tomaron algunos vasos de nieve. Muy pintorescas y encantadoras se presentan aquellas tierras para los que la mayor parte de su vida la pasan en la ciudad; de modo que mucho gozamos contemplando los extensos campos sembrados de caña, las grandes huertas tupidas de árboles frutales y toda aquella vegetación que constituye la riqueza de aquellos pueblos. Mientras el tren partía, nos pusimos con el doctor a platicar algo relativo a Cuautla, recorriendo rápidamente su historia desde que fue teatro de los hechos más heroicos del héroe cuyo nombre lleva, hasta la actualidad, que se puede considerar como centro de las principales fincas de campo que hay en los distritos de Morelos y Juárez. Cuautla es la ciudad de mayor población en todo el Estado después de Cuernavaca; es la cabecera del distrito de Morelos; se encuentran allí todas las oficinas federales y aun algunas fuerzas de guarnición que contribuyen para mantener movimiento y animación; posee unos magníficos manantiales de agua sulfurosa y en sus alrededores se encuentran preciosas y ricas huertas. Cesó nuestra plática cuando se puso el tren en marcha; nos asomamos a las ventanillas para contemplar el campo; pues desde Cuautla hasta Yautepec o Tlaltizapán se puede considerar que el camino está abierto por entre un jardín; por un lado veíamos extensos cañaverales que se perdían; por otro lado agrupaciones de platanares que con sus anchas hojas y color verde vivo, constituyen uno de los atractivos para el que viaja por climas cálidos; de trecho en trecho magníficas fincas que parecen pueblos y que no son sino las haciendas de caña características por sus chimeneas y grandes galeras. En fin, un panorama variado que a cada paso nos arrancaba exclamaciones de admiración por tanta belleza o por ver reunidas en un sólo lugar grandes riquezas; y recordamos perfectamente que el Sr. García, entre otros, entusiasmado y platicando con nosotros, llenaba de reproches a los dueños de aquellas fincas que generalmente no las conocen y sólo gozan de sus productos, gastando en el extranjero el dinero que produce el suelo de su país.

Casi a las cinco llegamos a Yautepec, después de pasar por calles extensas de naranjos, cuyas ramas apenas podían soportar sus dorados frutos, llenando el ambiente de un aroma puro y agradable que todos aspirábamos con delicia. La estación estaba literalmente llena por, la gente que esperaba el tren para embarcarse e ir a Jojutla, en donde, como dijimos al principio, se celebraba una feria; todos los coches se llenaron y comenzaron algunos pasajeros a querer entrar en el nuestro, lo que nos obligó varias veces a mostrarles el letrero que llevaba, en el cual se indicaba que era reservado; entonces fue cuando comenzamos a experimentar la comodidad de un coche especial, pues mientras en los demás las gentes estaban en apretada confusión, nosotros íbamos cómodamente instalados. La aglomeración de gente era tal, que obligó a que se aumentaran algunos coches; y como no había en la estación más que furgones y plataformas, fue lo que pusieron al servicio de aquella gente, que entre empujones, dicharajos y porrazos entraban a los furgones donde quedaban de pie, oprimidos y empaquetados como si fueran comestibles en conserva. Mucho tiempo permaneció el tren en la estación mientras se hicieron los aumentos y cambios necesarios, tiempo que nosotros aprovechamos en tomar una poca de nieve y platicar acerca de Yautepec.

Yautepec es la cabecera del distrito que lleva su nombre; se encuentra situado casi al pie de la Sierra de Tepoztlán y separado de Cuernavaca por la de las Tetillas, que depende de la primera. Encajonado como se encuentra el Valle entre elevados cerros y extensas lomas, corre por su parte media un caudaloso río que recoge la mayor parte de las corrientes que bajan de la Sierra del Norte y de las demás que le rodean; esta circunstancia y la de ser su lecho quebrado y muy pendiente, origina que el volumen de sus aguas aumente considerablemente en las épocas de las mayores lluvias, habiendo ocasionado en algunos años inundaciones que han destruido parte de la ciudad y causado algunas víctimas. Este río lleva el nombre de la ciudad, corre de Norte a Sur y reúne sus aguas, como casi todos los del Estado, con el río Amacuzac.

La población de Yautepec es de cerca de 9,000 habitantes, que la mayor parte se ocupan en las faenas del campo. Se encuentran cerca de la población algunas de las mejores haciendas de caña del Estado, como son Atlihuayan, Oacalco y otras.

Media hora después de estar parados nos pusimos en marcha, notándose en todos nosotros el cansancio o la molestia causada por la monotonía y dilación en el movimiento del tren; de suerte que la mayor parte salimos a las plataformas para contemplar mejor el campo, y hasta las señoritas no quisieron dejar de tomar parte en la diversión; pues habiendo permanecido sentadas casi todo el día, sentían ya necesidad de dar algunos pasos o cuando menos pararse, así es que colocadas en la plataforma y asidas de los fierros para poder soportar los movimientos bruscos del tren, contemplaban el panorama encantador que ofrecía a nuestra vista la tierra caliente, y entusiasmadas conversaban alegremente con el Dr. Altamirano, manifestando a cada paso con nosotros las sencillas expansiones de su corazón. Todo era admiración, todo era júbilo y a cada momento las exclamaciones de ¡qué hermoso! ¡qué bonito! nos anunciaban que algún platanar, algún campo de caña o alguna hacienda se presentaba a nuestra vista. Así transcurrió el tiempo hasta que llegamos a Tlaltizapán, en donde otra multitud de gente esperaba el tren para agregarse a la que ya venía en él. No muy agradable se presentó a nuestra vista el pueblo de Tlaltizapán, pues sólo pudimos ver jacales mal formados y diseminados sin orden; la multitud llenaba la pequeña plazoleta que se ha formado donde para el ferrocarril: unos para embarcarse y otros con el sólo objeto de verlo llegar y partir, pues acaso es la única diversión que tienen en dicho lugar. Contemplábamos aquel cuadro, cuando nos llamó la atención un hombre que sentado muellemente sobre unas piedras con ademán de indolencia, fumaba un enorme puro sin preocuparse por lo que pasaba en su derredor y sólo echando de tiempo en tiempo bocanadas de humo; luego que nos fijamos en él pudimos notar con horror que tenía toda la piel manchada de azul, como si se la hubieran quemado con pólvora, y cuál sería nuestra admiración cuando advertimos que en medio de aquella multitud no era el único individuo con aquel defecto, sino que otros muchos, entre los que había mujeres y niños, tenían la cara y las manos igualmente manchadas. No pudimos menos de llamarle la atención al doctor, el que nos dijo que en aquel punto es precisamente donde comienza el mal del pinto; que a todos aquellos individuos les llaman pintos, y que no sólo tienen la cara y las manos manchadas, sino todo el cuerpo; siendo este mal al parecer hereditario, pues pasa de los padres a los hijos y que igualmente se puede adquirir por contagio, creyendo algunas personas que basta beber agua en la vasija donde ha bebido un pinto para que se transmita la enfermedad. Por lo demás, los indígenas que tienen este defecto, parece que no comprenden su desgracia ni la repugnancia que inspiran, pues generalmente son los más altivos y los más altaneros, distinguiéndose entre los demás por su molicie y altivez.

Ya desde este punto, por cada uno de los pueblitos que pasábamos veíamos algunos pintos, y el doctor nos llamaba la atención sobre la coincidencia que se nota entre la existencia de este mal y la naturaleza del terreno; pues generalmente donde el terreno es calizo y las aguas tienen un color verdoso y una limpidez particular, es donde comienzan a presentarse. Poco tiempo pudimos seguir en observación, pues el sol se ocultó tras las montañas del Poniente, y sólo en las pequeñas poblaciones que todavía tocó el tren, podíamos notar la multitud que venía a aumentar la ya compacta aglomeración que literalmente llenaba cuanto coche llevaba el tren, al grado de que poco antes de que llegáramos a Jojutla, vino a nosotros el conductor, sudando y jadeante por las fatigas y trabajos que le había costado recoger los boletos a todas aquellas gentes.


En Jojutla, cabecera del Distrito de Juárez.

Llegamos a Jojutla a las 6h 15m pm; estaba la estación literalmente llena por la multitud que esperaba el tren, multitud que aumentó con los ríos de gente que bajaba de los furgones y plataformas que en todo el trayecto habían recogido numerosa concurrencia para la feria que se celebra en esta población en los primeros ocho días de cada año. Era tal el gentío que todos de común acuerdo determinamos quedarnos en el tren hasta que se desahogara un poco; así estuvimos esperando como media hora, cuando comenzó la máquina a hacer movimientos para formar el convoy que debía salir el día siguiente y colocar nuestro coche en el límite de la vía. Ya sea porque teníamos deseo de bajar, o porque deseábamos ver los movimientos casi todos nos agolpamos a las plataformas donde a falta de otra cosa comenzamos a contemplar el cielo, procurando reconocer algunas de las constelaciones visibles, lo que nos sirvió para orientarnos y formarnos idea de la situación del lugar; por fin, después de mucho esperar comenzaron algunos compañeros a irse y poco a poco y por grupos nos fuimos encaminando a la población que está como a un kilómetro de la estación. La idea predominante en todos era cenar, así es que inmediatamente nos internamos en la población, mezclándonos con la multitud que llenaba las calles; a medida que nos acercábamos a la plaza central aumentaba más y más la gente, al grado que tuvimos que separarnos, quedando sólo grupos de tres o cuatro personas. Por fin, llegamos a la plaza; estaba ésta llena de vendimias y tiendas ambulantes, entre las que había fondas, mercerías, carnicerías, ropa, y en fin, una mezcla, que se podía considerar todo aquello como un bazar universal, entre el cual apenas se movía una multitud compacta de indios que sin dirección fija iban y venían al rededor del atrio de la parroquia donde estaba situada una murga. Diversa suerte corrieron los compañeros, pues unos encontraron que cenar y otros no, o muy caro; tres de nosotros nos dirigimos a una accesoria en cuya puerta había un letrero que decía Fonda y Café. Desde la entrada comprendimos que no había mucho que esperar, pues las sillas estaban colocadas sobre la mesa, todo lo demás en desorden y en uno de los rincones dos personas dormidas y acurrucadas bajo sus ropas de noche; no obstante, gracias a la exigua luz que daba una candileja de aceite, vimos en el fondo una puertecita por la que se asomaba una muchacha rechoncha que con voz de sueño nos dijo: “Pasen ustedes”. Esto nos obligó a entrar, pues de otra suerte apenas nos asomamos hubiéramos retrocedido. Preguntamos si había algo que cenar, y después de haber esperado mucho tiempo la respuesta, nos fueron diciendo que todo se había acabado; insistimos y después de varias preguntas y respuestas, fueron resultando con que podrían darnos unos huevitos y unos frijolitos. El apetito que llevábamos no nos permitía escoger, de suerte que acto continuo bajamos las sillas de la mesa y nos colocamos uno frente a otro y el tercero en la cabecera. Mucho tardaron en venir los huevitos, pero al fin después de algunas carreras de la criada para la calle y de oír chillar la manteca en la cazuela, vinieron los consabidos huevos, uno para cada uno, que los hicimos desaparecer de tres bocados, acompañados de pan que seguramente tenía muchos días, pues estaba como una piedra; trajeron después unos frijoles que más bien parecían mayates en plato; pero que corrieron la misma suerte que el primer platillo, desapareciendo en un santiamén; no nos faltó cerveza, de suerte que un poco resignados más que satisfechos concluimos nuestra exigua cena, y ya nos disponíamos a partir, para lo cual preguntamos cuánto era lo que debíamos; cuál sería nuestro asombro al decirnos la criada que nos había servido que debíamos un peso cada uno; inmediatamente protestamos, pero todo fue inútil, hasta que al fin nos resolvimos a pagar 18 reales por los tres; habiendo quedado en que la vieja nos hacía una rebajita por puro favor. Durante la cena un viejo de unos 60 años que estaba dormido en un rincón, se enderezó y comenzó a trabar plática con nosotros, ofreciéndonos entre otras muchas cosas, que al día siguiente nos servirían un buen desayuno; por supuesto que después de haber salido de allí no sólo no nos acordamos en volver, sino procuramos encontrar a nuestros compañeros para referirles lo que nos había pasado y que no fueran a caer como nosotros en aquel desplumadero.

Poco nos paseamos después de cenar, pues era muy molesto andar entre aquella bola; así es que poco a poco nos retiramos y llegamos a la estación con intenciones de acostarnos en el vagón donde habíamos venido; pero no fue posible porque ya la mayor parte de los compañeros habían dispuesto sus camas, formándolas con los cojines de los asientos, de manera que cuatro resolvimos irnos a dormir a otro coche. No bien habíamos comenzado a buscar un rincón, cuando se nos presentó el guarda-estación con su linterna en la mano, diciéndonos que tenía orden de cerrar los coches y no dejar que ninguno entrara en ellos; pero en estas y las otras le deslizamos un tostón en la mano y como por encanto cambió el hombre, al grado de que no sólo no nos dijo más, sino que él mismo anduvo arreglando para que durmiéramos de la mejor manera posible. Era digna de verse la cama en que transformó cuatro asientos del coche de primera: quedó con colchón, almohada y hasta pabellón se le hubiera podido poner; en ella se acostó muy ufano el Dr. Govantes, no sin antes habernos hecho tomar un trago a la salud de su magnífica cama. Tres o cuatro nos fuimos al coche de segunda y allí armamos nuestros catres de campaña, durmiendo los otros sobre las bancas, y por último, el Dr. Altamirano y su familia quedaron regularmente instalados en un furgón. En resumen, convertimos el tren en nuestro dormitorio.

Eran las doce de la noche cuando nos acostamos a dormir, sin desvestirnos; y apenas comenzaba a querer venir el sueño cuando oímos una voz que por fuera llamaba, pues habíamos tenido la precaución de atrancar las puertas del coche; pero la persona que llamaba no esperó que le abriéramos, sino que de un fuerte empujón abrió la puerta y entró diciendo “¡ah! ¡ah!”, como que le causaba admiración el que estuviéramos allí acostados. Entonces uno de nosotros se incorporó y gritó: “¿Quién vive?” “El viejo Uribe”, respondió el intruso, que era nada menos que el conductor. “¿Qué tal, señores?”, nos dijo después. “¿Aquí van a pasar la noche?” “Sí señor”, contestamos. “Pues vaya, les haré compañía; pero antes de dormir acostumbro fumar un cigarro y charlar un poco”. “Pues a las órdenes de usted”, contestamos, y étenos aquí a la una y media y en agradable conversación, para el conductor, porque a nosotros se nos cerraban los ojos y se nos doblaba el cuerpo. No fue mejor la noche que pasaron en el vagón especial los demás compañeros, pues la mayor parte durmieron encogidos o en posturas incómodas.

Casi todos nosotros, cansados como estábamos, desvelados y mal cenados, después de cambiar mil posturas en los asientos incómodos, comenzamos en las horas de la madrugada a cerrar los ojos; bien sabido es lo delicioso que es ese sueño de la madrugada cuando se siente que se duerme y cuando algunos ensueños comienzan a germinar en nuestro cerebro para presentarnos visiones que generalmente nos son agradables. Estábamos la mayor parte saboreando ese estado, cuando un vigoroso y prolongado silbido dado por la locomotora nos hizo abrir a todos desmesuradamente los ojos, creyendo que ya era la hora de marchar y no eran sino las cuatro de la mañana; media hora después comenzó ci llegar la gente que se iba en el tren tratando de instalarse desde luego en los mejores lugares; de manera que los que habían dormido fuera del coche especial, desde aquel momento tuvieron que emigrar de sus alcobas improvisadas y ceder el puesto, mal de su agrado, a la muchedumbre que ya invadía las plataformas.

Espléndida madrugada, un ambiente fresco y sereno, colores vivísimos de púrpura que difundiéndose lentamente desde el Oriente, iban disipando las tinieblas de la noche, haciendo desaparecer paulatinamente los luceros, hasta que el sol radiante apareció tras las montañas del Oriente; ni un sólo vapor que enturbiara la luz, ni una sola nubecilla que evitara a sus rayos dispersarse llenando todo el horizonte; todo se iluminó y se presentó de lleno a nuestras miradas, pudiendo entonces contemplar la situación y el conjunto de lo que se podría llamar Valle de Jojutla. Por el Oriente veíamos en primer término los cerros de Jojutla y Tlaquiltenango, cubiertos de exigua vegetación que deja descubiertos grandes tramos donde se ve blanquear las rocas calizas de que están constituidos; más allá y sirviendo como de fondo por el NE, de color azulado que se confunde con el del cielo, se levanta majestuosa la mole cónica del Popocatépetl, que desde estos lugares se ve más agudo y casi terminando en punta. Por el Poniente estaba perfectamente iluminado el cerro de San Nicolás y de Tetelpa, seguidos de extensos lomeríos que se pierden poco a poco hasta llegar a los confines azules donde apenas se distingue la masa irregular y de bordes recortados del Nevado de Toluca; muy grata impresión nos causó tener a la vista los dos grandes volcanes de la mesa central, pues era la primera ocasión que los veíamos a la vez. Por el Sur apenas se distingue entre la arboleda de la población y allá muy lejos, perdiéndose en lontananza, la Sierra del Sur, al pie de la cual corre el Amacuzac; y por último, al Norte, los cerros irregulares que forman en esta dirección las últimas dependencias del Ajusco.

Entre los cerros de Jojutla y de San Nicolás, corren dos ríos, uno que lleva el nombre de Tlaquiltenango, y el otro de Apatlaco, encontrándose la población entre ambos, y como a una legua más al Sur se reúnen en uno sólo llamado Tlateuchi, para después correr juntos hasta reunirse al Amacuzac. Estábamos en estas reflexiones geográficas y otras consideraciones, cuando la voz del Dr. Toussaint vino a sacarnos de ellas, recordándonos que teníamos que desayunarnos y después tratar de conseguir los caballos, pues basta aquellos momentos no había nada arreglado sobre las bestias que nos debían conducir.

Poco a poco nos dirigimos a la población, distrayéndonos con los chiflidos de unos pájaros negros que revoloteaban en pequeños grupos por entre el follaje, que mientras están parados en los árboles no cesan de cantar; cerca de donde nosotros pasamos había dos: uno de ellos parecía decir “Luis, Luis”, y su vecino le contestaba “bien te veo”; comenzaba el primero otra vez “Jesús, Jesús”; “bien te veo”, volvía a repetir su compañero; aun cuando ya nos son conocidas estas aves, pues las hemos visto mucho en el interior, no pudimos menos que preguntarle al Sr. Herrera qué clase de animales eran esos. Esas aves, nos dijo el Sr. Herrera, componiéndose su bigote y viendo al suelo, pertenecen a la familia de los Cuclillos, género Crotófaga y especie Sulcirrostris; se llama Crotófaga porque se come las garrapatas, para lo cual tiene un pico conformado de una manera especial para peinar el pelo del ganado y alimentarse de los parásitos dichos, íbamos a dar las gracias a dicho señor por sus datos zoológicos sobre las aves citadas, cuando se presentó delante de nosotros la simpática figura del Dr. Govantes, que con las manos en los bolsillos y riéndose de sólo vernos nos dice: “¿Qué les parezco a ustedes? Me ha costado un real y esto es lo mejor para el sol”; todo esto nos lo decía señalándonos un sombrero de paja que acababa de comprar y sobre el cual traía encimado el que le sirvió para el tren. Le pedimos su sombrero y después de haberlo visto por todos lados como para reconocer su clase, le preguntamos: “¿Con que un real?” “Sí señores, un real y nada más que un real: vean ustedes al mayor que también acaba de comprar el suyo y le costó lo mismo”. En efecto, allí junto al Dr. Govantes estaba el Sr. Valle, que es al que le dicen Mayor, muy serio, con una blusa de dril muy larga y mostrándonos su compra, a la vez que nos daba los buenos días; decidimos comprar también para nosotros unos sombreros, pero antes de irlos a buscar entramos en una fonda de la plaza donde nos dieron un buen café y buena leche por sólo un real.

Casi todos fuimos a la misma fonda, pues allí nos reunimos la mayor parte, circunstancia que aprovechó el Dr. Altamirano para decirnos que nos disemináramos a buscar caballos por varias partes y que a las once nos reuniéramos para dar cuenta de lo que hubiéramos conseguido. Todos, pues, nos fuimos por distinto rumbo, quién procurándose uno o dos caballos para sí, quién diez o doce para los demás; pero no sabemos cómo o por qué circunstancia a cada uno de nosotros nos despacharon con una misma persona; de manera que después de mucho andar, de ir y venir, de preguntar y volver a preguntar, nos encontramos reunidos en la casa de un Sr. Rebollar, que luego que vio la urgencia con que insistíamos y los muchos caballos que necesitábamos, no dejó de hacerse del rogar y poner los precios que quiso. Recuerdo que llegamos dos de nosotros a la puerta que cierra la cerca en medio de la cual está la casa que buscábamos, y preguntamos: “¿Esta es casa del Sr. Rebollar?” “No señores”, nos responde muy espacio y como de mala gana un ensarapado que con mucha flojera apenas se movía del lugar en que estaba medio echado. “¿Y dónde lo podremos encontrar?” “¿Pues pa’ qué lo querían?” “Queremos saber si nos puede alquilar unos caballos”. “¡Ah! pues espérese un poco, le voy a hablar”. En efecto, esperamos un buen rato y a poco salió del mismo jacal el Sr. Rebollar, diciéndonos con muy buenas maneras: “Yo no tengo más de seis animales; acabaron de venir unos señores y me tomaron dos; vinieron otros y no nos arreglamos.

“¡Ah! pues esos señores son de nosotros mismos, formamos una sola caravana; de manera que si usted quiere, con nosotros puede arreglarse de sus seis animales y otros que nos consiga; necesitamos cuando menos veinte bestias y cuatro mulas de carga; si usted no las tiene, consígalas con sus amigos del pueblo y eso más puede ganar”. Parece que con esas palabras le despertamos la codicia, pues nos dijo después de pensar un rato y de peinarse las barbas con las uñas: “Bueno, señores, yo les consigo caballos; pero me pagan ustedes a doce reales diarios y me dan adelantado el importe por los días que los han de ocupar. Poco discutimos ya sobre eso y entonces el Dr. Altamirano nos comisionó para recoger de cada uno de los excursionistas el importe de sus cabalgaduras.

Una vez cerrado el contrato, cada uno comenzó a hacer recomendaciones para que escogieran su caballo; quién decía que fuera manso, otro que fuera de freno, cuál otro que le pusieran buenos estribos, en fin, una serie de condiciones, a las cuales Rebollar un poco atarantado nada más decía moviendo la cabeza: “Pierda cuidado, señor”.

Nos volvimos ya para el centro satisfechos de nuestro arreglo y comenzamos a recorrer la población; el Dr. Altamirano con su cámara en la mano fotografiando todo lo que le llamaba la atención; yendo y viniendo pasamos por la plaza y allí encontramos a las señoritas María y Josefina, muy graciosas con sus vestidos de percal y sus rebozos graciosamente echados sobre el hombro, llevaban en la mano un sinnúmero de compras que habían hecho con el objeto de que no nos faltara nada en el camino.

Nos retiramos acompañándolas y fuimos a la botica del Sr. Espinosa, fino amigo de los Dres. Altamirano y Villada; allí nos proporcionó unas sillas fuera del mostrador y estuvimos charlando un rato hasta que llegó la hora de comer. El Sr. Espinosa se portó perfectamente con nosotros, pues por su conducto conseguimos seis de los caballos que necesitábamos y una muía de carga.

Poco a poco nos fuimos acercando a la fonda que está situada en una de las esquinas de la plaza y que es la de mejor aspecto de todas las de la población; encontramos allí ya instalados a muchos de los compañeros, algunos de los cuales charlaban amigablemente con el dueño, que con finas maneras y atentos modales nos ofrecía servirnos con sólo que esperáramos algunos minutos. Deseosos como estábamos de tomar una buena sopa, no tuvimos inconveniente en esperar y nos entretuvimos observando los graciosos movimientos de una ardilla que tenían atada con una cadena a una puerta; el gracioso animalillo subía y bajaba y con ojos picarescos nos veía; uno de nosotros se acercó a darle un pedazo de pan o inmediatamente lo tomó y corrió a la parte superior de la puerta, donde cómodamente sentada en sus patas traseras, comenzó a comérselo esponjando cada vez más su hermosa cola como para dar muestras de júbilo; pero el entretenimiento pasaba y la sopa no llegaba, y lo que era peor, el dueño no cesaba de platicar sin dar señales de apuración; algunos de los compañeros comenzaban a impacientarse. En una de las mesas estaba el Dr. Govantes acompañado del Mayor, y al notar la impaciencia de los compañeros, destapó una botella de coñac y nos invitó a que tomáramos un trago; todos los presentes aceptamos gustosos y esto vino a moderar un poco los ímpetus de impaciencia, tanto más, cuanto que en esos momentos entraban también en busca de alimentos los señores Schwenghagen y García, que se instalaron en una mesa; pero no bien se habían sentado, cuando vimos al Sr. García levantarse de su asiento como empujado por un resorte y con los brazos dirigidos al mostrador, prorrumpir en esta exclamación: “¡Magnífico animal!” Todos creímos por lo pronto que se refería a la ardilla, pero luego que nos fijamos en lo que llamaba su atención, no pudimos menos que echarnos a reír, pues era un pequeño burrito hecho con zompantle, que servía de adorno al aparador mal provisto donde el dueño de la fonda ostentaba su exigua bajilla. En efecto, el tal animal no carecía de chiste, lo que hizo que el Sr. García, al verlo, pensara inmediatamente que podría gustarle a sus niños tener un juguete por el estilo; pues seguramente en aquellos momentos, en medio de las distracciones que nos rodeaban y estando muy lejos de nuestro hogar, consagraba el Sr. García, como padre amoroso, algunos recuerdos a sus tiernos vástagos.

Pero todo pasaba y el tiempo también y no obstante la sopa no llegaba, la impaciencia seguía en creciente y aun algunos comenzaron a retirarse, lo que visto por el dueño lo sacó de su apacible indolencia y entonces dispuso que comenzaran a servirnos algo; pero cuál sería nuestro desaliento cuando vimos que como primer platillo nos servían una revanda de mortadela; nosotros que esperábamos una sopa caliente que tonificara nuestro estómago, no pudimos soportar semejante comida y nos salimos a buscar donde comer mejor y en último caso resueltos a comer de las latas de que nosotros íbamos provistos, pues para comer mortadela, podríamos encontrar en nuestras provisiones cosa mejor.

Al salir encontramos al Dr. Altamirano que con las dos señoritas se dirigía a la fonda; pero tan luego como supo lo que pasaba, se desvió del camino y nos fuimos a la plaza a buscar donde pudieran darnos de comer. Entramos a tres o cuatro jacales provistos al exterior con letreros de fonda, y aun creo que en uno de ellos decía con no muy buena ortografía; Restaurant, pero no obstante no había qué comer, hasta que por fin la suerte nos deparó un figoncillo donde nos ofrecían caldo y otras lindezas por el estilo; no vacilamos, nos metimos de rondón y nos instalamos sobre unos bancos formados por vigas no muy derechas, alrededor de una mesa que le faltaba mucho para ser horizontal. Comimos allí el Dr. Altamirano, las señoritas María y Josefina, los señores Tenorio, Herrera y el que esto escribe; muy sabrosa estuvo la comida y durante toda ella sostuvimos agradable conversación, hasta la una de la tarde que nos levantamos y nos dirigimos a la estación para disponernos a la marcha. Cuando llegamos ya estaban allí algunos de los caballos, y la mayor parte de los compañeros afanados en preparar sus maletas; poco tiempo se necesitó para que cada cual tomara su caballo y lo arreglara convenientemente.



De Jojutla a San Gabriel.

(A caballo, 24 km., cuatro horas y media de camino).

Eran las tres de la tarde cuando todos estábamos montados y dispuestos a partir; dispuso entonces el Dr. Altamirano que todos se formaran y que se pasara lista para saber no sólo si estábamos completos, sino cuántos íbamos por total; a la voz de mando quedaron todos formados. Luego salimos de entre las filas con un libro en la mano y comenzamos a llamar a cada uno por su nombre, respondiéndonos éstos a su vez. Componíamos la caravana todos los excursionistas y mozos que dejamos dicho en otra parte, más cuatro individuos que iban encargados de las bestias; por total 33 caballos y tres muías de carga. Apenas se escuchó el último presente y que nosotros dijimos estamos completos, el Dr. Altamirano dio la orden de marcha.

Con qué alegría emprendimos el camino, todos íbamos risueños y contentos, todos alegres y no faltó alguno que simulando las voces de las cornetas entonara algún toque militar; tuvimos que atravesar algunas de las calles de la población, y como íbamos en tropel y armando gran boruca, la mayor parte de las gentes salían a las puertas de sus casas para vernos pasar y nosotros muy ufanos seguíamos adelante sin preocuparnos por nadie y sintiendo cierta satisfacción cuando creíamos que aquellas gentes adivinaban que íbamos a Cacahuamilpa. Bien pronto dejamos las últimas casas y nos encontramos en el camino que serpenteando por extensos lomeríos conduce a la laguna de Tequesquitengo, punto a donde llegamos después de dos horas de caminar. En verdad que esta parte del camino no presenta mucha variedad en su aspecto, pues las lomas que atraviesa son bastante áridas y no contienen interés mayor, lo cual contristaba un poco a los naturalistas, pues pudimos observar al Sr. Herrera algo taciturno, quizá por no encontrar las aves que él deseaba; en cambio los demás compañeros fueron distribuyéndose poco a poco en grupos según sus afinidades o según el brío de sus corceles; en todos comenzó a reinar la más franca y cordial conversación. Cuánto deseábamos en esos momentos tener un caballo regular para poder haber estado con todos; pero desgraciadamente el animalito que montábamos apenas se movía y sólo después de propinarle fuertes azotes sobre sus carnes enflaquecidas, lográbamos con gran trabajo que formara parte del grupo que iba hasta atrás; pero no hay mal que por bien no venga, pues en ese grupo iba el Dr. Altamirano que con su buena memoria nos explicaba el camino, dándonos los nombres de casi todos los cerros que nos rodeaban e indicándonos las direcciones en que quedaban las principales poblaciones del Estado.

Al llegar a la laguna de Tequesquitengo nos llamó mucho la atención el relato que hizo el doctor sobre el origen de su formación; pues según nos decía, en el lugar que ocupan las aguas existía antes un pueblo, el cual fue inundado por el desvío que hicieron sufrir a las corrientes en algunas de las haciendas de caña que se encuentran al Norte de este punto; todavía hace tres años, nos decía el doctor, se asomaban sobre la superficie del agua, en medio del lago, la cruz de la torre de la iglesia, la que fue desapareciendo progresivamente hasta ya no verse nada por el aumento que diariamente tienen las aguas.



Poco tiempo pudimos seguir observando el camino, pues ya el sol se había puesto y el crepúsculo tocaba a su fin. Espléndidos colores de grana y púrpura tenía el horizonte, destacándose sobre él la luna que en su creciente brillaba como de plata, y un poco más arriba Venus, que cual diamante nos enviaba rayos multicolores. Mucho gozamos contemplando aquel espectáculo y observando los cambios sucesivos que tomaban las coloraciones del cielo, y aun en algunos compañeros causaba verdadero regocijo, sobre todo, en el Sr. García que no podía contener los ímpetus de su corazón siempre entusiasta. Si no hubiera sido por la débil luz de la luna que se hallaba en su cuarto día, difícilmente podríamos haber seguido; poco a poco comenzamos a ver muy lejos tras de unos collados una pequeña lucecita que de tiempo en tiempo se perdía para reaparecer y que según nos dijeron era de Puente de Ixtla. Muy larga se nos hizo la distancia, pues andábamos y más andábamos y la luz siempre la veíamos a la misma distancia y del mismo tamaño. Por fin, después de mucho andar y cuando nuestra luz se perdió tras de una arbolada, comenzamos a oír ladridos de perros; poco después llegábamos a Puente de Ixtla, punto importante, pues es donde se reúnen los caminos que de Jojutla y Cuernavaca van a Acapulco; su nombre lo debe a un gran puente donde en otro tiempo se pagaba peaje y que sirve para atravesar uno de los afluentes del Amacuzac de los que bajan de las serranías del Norte. La población de Puente de Ixtla apenas llega a tres mil almas y la mayor parte de sus habitantes están dedicados a la agricultura. No nos detuvimos en este punto un sólo momento, sino que seguimos de frente por un buen camino amplio y parejo que después de una hora nos permitió llegar a la hacienda de San Gabriel, punto hasta donde habíamos determinado hacer nuestra primera jornada; Al llegar se adelantó el Dr. Altamirano para hablar con el administrador y suplicarle nos permitiera pasar allí la noche; mientras tanto los demás esperábamos fuera de la puerta que sirve de entrada. Pocos momentos permanecimos allí, pues inmediatamente que supieron qué personas iban formando la comitiva, se nos permitió la entrada; llegamos, pues, a una plaza extensa que más que de hacienda parece ser de pueblo, en la que había vendimias y otros puestos y aún bajo un pequeño portal perteneciente a la finca principal había una rifa de objetos, a la que según pudimos notar había mucha gente rodeada; pero sin tomar parte en la diversión. Nos bajamos de los caballos y procuramos recoger nuestros equipajes para ir en seguida al interior de la casa del administrador, que nos proporcionó dos amplias piezas para que pasáramos la noche, teniendo además la amabilidad de llevar arriba a alojar con su familia a las señoritas María y Josefina. Una vez instaladas y distribuidas nuestras camas y demás objetos, salimos como en la noche anterior en busca de algo que pudiera satisfacer nuestra necesidad, pues era imposible que a deshoras de la noche y sin haber tenido aviso anterior alguno, las personas de la finca pudieran habernos dado de cenar a los veintiocho excursionistas; así es que con excepción de las señoritas que cenaron con la familia del administrador, todos nosotros salimos a la placita para ver qué era lo que nos encontrábamos. Escaso era lo que había, pero que tomado entré risas y agradable plática nos supo muy bien: unos vasos de leche con pan no muy de lo mejor habíamos tomado, y ya nos retirábamos satisfechos, cuando al pasar por una vendimia oímos una voz que nos decía: “Aquí hay tamales, señor; aquí hay atole; acérquese usted”. Volvimos la cara y vimos que la persona que nos llamaba era nada menos el Dr. Villada, que rodeado de sus tres chiquillos saboreaba una buena taza de atole, mientras sus tiernos retoños comían tamales hasta por los ojos. No pudimos sufrir la tentación y también tomamos atole que por cierto lo encontramos muy sabroso. Así, pues, muy satisfechos, mucho más que la noche anterior, nos dirigimos a nuestra habitación con las mejores intenciones de dormir; pero ¡oh desdicha! no hicimos más que entrar al corredor que se hallaba iluminado con luz eléctrica, cuando lo primero que se presentó a nuestra vista corriendo sobre el pavimento, fue un enorme arácnido que buscaba donde esconderse; ante aquel animal no pudo menos de soltar una exclamación de horror el Sr. Toussaint, que desde que entró en tierra caliente no pensaba sino en los alacranes y sus efectos. Quiso perseguirlo pero no le dio alcance al animal que metiéndose por entre las hendeduras del enlosado se dirigía con rapidez bajo una mesa junto a la que estaba sentado el Sr. Giovenzzana, preparando las pieles de las aves que se habían colectado en el camino. Cuando el Dr. Toussaint vio que el animal aquel se dirigía al lugar donde estaba el Sr. Giovenzzana, le decía muy apurado que se quitara, que lo iba a picar una araña, y se pintaba en el rostro del buen doctor la angustia que sentía creyendo que su compañero iba a ser víctima de aquel animal; pero aquel señor, naturalista flemático, le contestaba sin preocuparse ni dejar de preparar sus pieles, mitad en italiano, mitad en español, demostrando que no había cuidado, que no tenía miedo. Bastó el encuentro de aquel animal para que el Dr. Toussaint y otros muchos de los compañeros se pusieran en guardia y no dejaran ni un momento de escudriñar con ávidas miradas los pisos y paredes, creyendo ver a cada momento y en cada una de las manchitas de la pared a un enemigo terrible; desgraciadamente el lugar donde esto pasaba estaba como dijimos antes alumbrado por una lámpara eléctrica de incandescencia, cuya luz como se sabe atrae en su derredor a gran número de animales, de suerte que no bien habíamos visto la araña, cuando otro compañero con voz desarreglada por la emoción anunciaba a una enorme cucaracha, y poco a poco fuimos descubriendo tanto animal, que al fin decidimos dejar aquel lugar, aunque a la verdad hasta entonces la mayor parte eran inofensivos y entre ellos no habíamos visto ningún alacrán. Ya nos retirábamos cuando otro hallazgo nos detuvo algunos momentos: era una araña de grandes patas color gris y que corría con suma agilidad. Iban a matarla los compañeros cuando se presentó el Sr. Herrera, que separando al grupo con los brazos, suplicaba dejaran la vida a aquel animal. ¿Qué era lo que motivaba aquellos sentimientos de conmiseración en el joven naturalista, colector furibundo, que en lugar de hundir a la araña en su enorme frasco de alcohol, le perdonaba no sólo la vida, sino que suplicaba se la perdonaran? No estuvimos mucho tiempo con la curiosidad, pues como muchos insistían en matar el animal, el joven Herrera nos dijo: “Esta es una araña estrella, que en lugar de perjudicar al hombre es uno de los animales que lo beneficia, pues tiene la propiedad de alimentarse con alacranes, los que come con verdadera voracidad; y no sólo la debemos respetar, sino que debería procurarse su propagación en todos aquellos lugares que como Durango y otros están infestados de alacranes”.

“Muy bien”, dijo el Dr. Govantes. “Respetamos al animalito; pero fíjense ustedes en que está muy gorda, lo cual prueba que ha comido mucho, es decir, que hay muchos alacranes”.  No dejó aquella observación de producir su efecto en los compañeros que con caras semi - afligidas aprobaron en todas sus partes el raciocinio que entre risas y veras nos presentaba el doctor.

Por fin, todos se retiraron, algunos con la conciencia de que iban a pasar la noche en vela vigilando a los alacranes. Nosotros permanecimos un momento con el Sr. Giovenzzana, admirando la agilidad y maestría con que preparaba sus aves. Nada más se veían moverse sus manos con método y precisión, y en pocos momentos dejaba una piel lista, sin haber lastimado el plumaje ni cometido la menor imperfección; en pocos momentos había sobre la mesa magníficos ejemplares de garrapateros, tordos, verdugos y otros; por fin, a las diez de la noche nos despedimos del Sr. Giovenzzana para retirarnos a nuestra pieza creyendo encontrar a todos dormidos; pero no fue así, pues el cuadro que se presentó a nuestra vista no podía ser más digno de descripción: todos los compañeros agolpados a un rincón con cerillos y velas en la mano alumbrando un hermoso ejemplar de alacrán que con la cola retorcida y el aguijón listo para picar, estaba en acecho del primero que se le acercara. Mucho tiempo estuvimos contemplando al animalito, hasta que uno de nosotros se resolvió a pulverizarlo de un zapatazo, y todavía después, no obstante que veíamos la mancha que había dejado en la pared, lo buscábamos por el suelo con temor de que se nos hubiera escapado. Aquel encuentro nos puso después en movimiento, pues todos transportaron sus catres de campaña al centro de la pieza y hubo alguno que rodeara con mecates las patas del suyo para estar a salvo de que por ellas se le subiera algún animalejo, y por último algunos de los compañeros, no obstante el cansancio, se resolvieron a dormir vestidos y además se envolvieron la cabeza con sus pañuelos. En fin, todos nos dormimos y la noche pasó sin novedad.

Muy temprano nos levantamos a otro día y fuimos a saludar a los compañeros que habían dormido en el otro departamento, encontrándonos con que el Sr. Giovenzzana había dormido en el corredor y no había cenado, así como también supimos que el Dr. Altamirano había tenido algunas dificultades con los arrieros y los de los caballos, que con un egoísmo sin límites no querían hacerse cargo de los caballos que había facilitado el Sr. Espinosa, de Jojutla.

Tan luego como salió el sol fuimos a buscar desayuno y a la verdad que lo encontramos no tan malo, pues una señora que tenía su puesto de café en la plaza nos dio a unos chocolate, a otros café y a otros hojas; después nos fuimos con el Dr. Govantes a visitar las maquinarias que nuevamente han instalado en esta hacienda. Se encuentran éstas en galeras amplias y bien ventiladas, con techo de bóveda y todo alimentado y movido por vapor, con excepción del trapiche propiamente, que está movido por una rueda hidráulica; en pocos momentos pudimos comprender el objeto de todo aquello, pues el Dr. Govantes, como si hubiera sido alguna vez administrador de fincas de azúcar, nos explicaba con precisión el objeto de cada cosa y el uso de cada aparato. Mientras nosotros visitábamos la instalación comenzaron los preparativos de marcha, no sin haber tenido antes ligeros altercados con los arrieros que generalmente quieren hacer su voluntad y en esta ocasión querían cargar a su antojo y sin atender a nuestras indicaciones; pero por fin a las 8h 17m de la mañana, después de una cordial despedida por parte de los propietarios y administrador de la hacienda, salimos rumbo al Poniente ; al pasar por la plaza se formaron en fila los compañeros y el Dr. Altamirano y nosotros sacamos fotografías de la caravana.

De San Gabriel a Cacahuamilpa.

(A caballo, 35 km., seis horas de camino).

Risueños y contentos salimos todos de San Gabriel, formando pequeños grupos en los que dominaban distintas formas en la conversación; cuando queríamos oír risa y plática agradable no hacíamos más que acercarnos al grupo donde el Dr. Govantes con su jovialidad característica entretenía a las señoritas. Si queríamos plática entusiasta y admiración de la naturaleza, no hacíamos más que acercarnos al Sr. García, cuyo corazón en aquellos momentos estaba inundado de felicidad; y por último, cuando nos acercábamos al Dr. Altamirano, siempre encontrábamos motivo para instruirnos en la serie de reflexiones que a cada paso venía haciendo en vista de lo que se encontraba en el camino. La mayor parte habíamos cambiado de traje, poniéndonos blusas o sacos blancos: el Dr. Altamirano se había armado de su herramienta de colector y formaba una figura singular con su gran paño de sol, sus botas hasta las rodillas y rodeado de todos los útiles de caza y colección de plantas, más su aneroide que nunca se desprende de él. El camino en un principio se nos presentó ligeramente accidentado por extensas lomas y collados, todos deformación caliza, donde apenas crecen pequeños árboles de escaso follaje; el campo de las pozas es el primer tramo que recorrimos, rodeado de montes calizos y surcado por barrancas de poca importancia. No obstante, tanto los botánicos como los cazadores comenzaron a hacer colecta. El Sr. Herrera, el Sr. Giovenzzana y Rafaelito, digno hijo del Dr. Altamirano por su afición al campo, fueron los que la emprendieron con escopeta en mano a uno y otro lado del camino en busca de aves, cogiendo en poco tiempo numerosos e importantes ejemplares, entre los que llamó más nuestra atención un quelele de cabeza blanca que lo cogieron casi vivo.



El Dr. Altamirano por su parte comenzó a reunir gran número de ejemplares de plantas, entre los que figuraban algunos que son de importancia, según los datos que nos daba el mismo doctor: el cacahuananchi (licania arbórea), árbol grande de denso follaje y que se encuentra diseminado a las orillas de los barrancos o entre las lomas. El fruto de esta planta, nos decía el doctor, mostrándonos sus lustrosas hojas parecidas a las del encino, producen en gran cantidad un aceite que fácilmente se saponifica, da un jabón duro y con mejores rendimientos que los que se obtienen con otras grasas.

Otras de las plantas que vimos con profusión fue el cuaxiote (desmodinguim perniciosa) y el cuatecomate (crecencia lata), que forman en aquellos lomeríos verdaderos bosques, al grado que a la primera debe su nombre uno de los cerros vecinos que le llaman la cuagiotera.

Vimos tantos de estos árboles, sobre todo, cuando entramos a los llanos de Michapan, que no pudimos menos de preguntarle al doctor algo sobre sus propiedades y aplicaciones, y así pudimos saber que al cuaxiote también le llaman árbol sarnoso, pues de sus tallos se levanta una corteza muy delgada, dejando a descubierto la madera, su jugo es cáustico, sobre todo en la especie roja, pues hay otra blanca que no tiene esa propiedad, y tienen además ambas especies una goma resina con la que se forma un buen pegamento para el cristal y la porcelana, así como para curar los piquetes de alacrán, según la creencia de los indígenas.

Durante estas pláticas y casi sin sentir pasamos el campo de las Pozas, para después de haber atravesado una o dos barrancas, llegar a los llanos de Michapan: extensa planicie, rodeada de montañas lejanas y toda cubierta de unos árboles llamados cuatecomates. Triste se presentaba al principio el aspecto de estos llanos; pero a medida que se penetra en ellos, van haciéndose más y más abundantes los árboles que forman bosquecillos donde se sombrean numerosos toros, vacas y caballos que forman los ganados pertenecientes a las rancherías contiguas. Gozábamos en aquellos momentos de una temperatura agradable, y habiéndose adelantado nuestros compañeros, nos quedamos atrás un grupo formado por el Dr. Altamirano, las señoritas y nosotros; no teniendo que apresurar el paso, íbamos poco a poco en agradable contemplación de lo que nos rodeaba y en instructiva plática. Contemplábamos a lo lejos el cordón de montañas que limitaban nuestro horizonte por el Poniente; todas ellas elevadas y presentando sus picos y puertos en agradable confusión y entre las cuales se destacaba un peñón enorme de límites acantilados y que según las noticias de los del lugar era el Peñón de Cacahuamilpa; después nos pudimos cerciorar que no tenían razón en darle aquel nombre. El nevado de Toluca lo teníamos a la vista y por el Oriente el Popocatépetl, casi perdido entre la bruma que ocultaba lo más lejano del horizonte.

A medida que nos internábamos en los llanos que veníamos recorriendo crecía la agrupación de los árboles y aumentaba también el ganado, causándonos alguna risa el ver cómo se asustaban las señoritas cuando pasaban junto a algún toro, que sombreándose y azorado quizá por nuestra presencia, nos dirigía miradas poco tranquilizadoras, mientras con su cola azotaba sus hijares; no bien dejábamos aquel animal cuando encontrábamos otro que nos ponía de nuevo en sobresalto; pero sustos infundados pues parecen ser mansos todos aquellos animales; de suerte que una vez que las señoritas se hubieron familiarizado con su presencia, comenzaron a preocuparse de otras cosas, y lo que más llamaba su atención eran los frutos de los cuatecomates (crecencia lata). Este árbol se encuentra casi cubriendo todos los llanos de Michapan, su altura es corta pues alcanza un desarrollo de seis a ocho metros, y en la época en que visitábamos aquel lugar estaban cargados de frutos, especie de calabaza pequeña de unos veinte centímetros, cuya pulpa la aprovechan por aquellos lugares para fabricar pastillas y otras formas de pectorales, así como la parte exterior la utilizan para formar con ella jicaritas y pequeños bules. Mucho nos llamó la atención encontrar algunos de estos árboles muy pequeños que sólo se levantaban de uno a dos metros del suelo y con sus tallos enrollados sobre sí mismos; según nos dijo el doctor esa variación era debida a que el ganado se comía las hojas y ramas tiernas cuando comenzaban a nacer, sin dejarlas crecer hacia arriba por aquel procedimiento de poda, que si no seca a la planta seguramente es por las condiciones apropiadas para su vida que encuentra en aquel lugar. Muchos de estos frutos cortamos para las señoritas, que los guardaban con agrado para tener recuerdos del viaje. Muy cerca de medio día comenzamos a sentir deseos de tomar algo, pues el aire puro que respirábamos, el ambiente fresco que nos envolvía y el ejercicio, no pudo menos que despertar en nosotros agradable apetito que afortunadamente pudimos satisfacer casi tan bien como si lo hubiéramos podido hacer en casa de Peter Gay por la forma, pero muchísimo mejor y más agradable por la oportunidad y la compañía con quien lo tomábamos, pues habíamos tenido la precaución al salir de San Gabriel de meter en las cantinas de nuestra montura una mortadela, un pan negro y una botella de coñac; de suerte que cuando se manifestó en nosotros el apetito, hicimos una corta parada bajo uno de los más frondosos cuatecomates, y en momentos confeccionamos unos sandwichs que acompañamos con un trago de coñac.

Muy complacidas y satisfechas quedaron las señoritas, y mucho más nosotros que además de haber saboreado nuestro sandwich recibíamos elogios por su condimentación.

Después de aquella parada seguimos nuestro camino y a las doce y media próximamente pasamos frente al rancho de Michapan, es decir, tres horas después de haber estado recorriendo las llanuras que llevan su nombre. El tal rancho sólo consiste en una casa destruida y unos cuantos jacales alrededor de un gran charco que en una depresión del terreno se ha formado y donde llegan algunas gallinas del agua que generalmente sirven de alimento a los indígenas de aquel lugar. No nos detuvimos nada en este punto, pues lo dejamos a un lado y proseguimos nuestra marcha a fin de alcanzar al resto de la comitiva que ya se nos había adelantado bastante. Casi nada fue lo que tuvimos que apresurarnos, pues a poco comenzó a descender el terreno hasta llegar a una barranca donde nos esperaban la mayor parte de los compañeros. La barranca lleva el nombre de Santa Teresa y sirve de límite natural entre los Estados de Morelos y Guerrero; corre por su cauce un pequeño arroyo y a la izquierda del camino hay un manantial de agua cristalina y pura que nace entre rocas calizas. En esta parte pudimos observar algunas impresiones fósiles sobre las rocas, pertenecientes según el Sr. Villada al género nerinea, por lo que comprendimos que nos hallábamos en pleno terreno cretáceo; además, en el lecho del arroyo vimos dispersos guijarros de mármoles que pueden considerarse semejantes al alabastro y otros de colores obscuros y veteados; todas estas observaciones las hacíamos cuando los compañeros tomaban agua o coñac en los jacales de allí junto y mientras los mozos daban agua a las bestias, concluido lo cual volvimos a montar y nos pusimos en marcha ya sobre terrenos del Estado de Guerrero.

Desde este punto cambia por completo el aspecto del camino, pues ya no va por llanuras sino atravesando las laderas y puertos del núcleo montañoso que forma el distrito de Taxco. Por fin a las dos de la tarde, después de haber subido una cuesta algo penosa, entramos al pueblo de Cacahuamilpa. Al principio sólo encontramos pequeños jacales perdidos entre los matorrales, pero poco después llegamos a una pequeña placita formada por una iglesia y dos casas de teja que son las mejores de la población. Luego que los vecinos notaron nuestra llegada salieron a recibirnos y entre otros el dueño de aquellas casas que era adonde íbamos a pedir hospitalidad. Pronto supimos que la persona que nos hablaba era D. Crescencio Rosas, coronel y encargado por el Gobierno del Estado para vigilar la gruta; acto continuo nos bajamos de los caballos y comenzamos a hacernos cargo del lugar, mientras otros compañeros tomaban algunas fotografías, entre otros el Sr. García, que con el entusiasmo que le caracteriza, armó inmediatamente su cámara y obligándonos a ponernos de pie, sacó un grupo en el que no sólo figurábamos los excursionistas, sino también D. Crescendo, sus hermanos y otros muchos del pueblo. Entró después el Dr. Altamirano en arreglos con dicho señor respecto a nuestro alojamiento, comidas, personas que nos guiaran y lo demás que necesitábamos para entrar a la gruta. Como no le pusimos dificultad alguna ni hicimos observaciones a los precios que nos fijó, comprendió seguramente que éramos gente con quien podía tratar y entusiasmado trabó conversación con nosotros, de la que resultó que los Dres. Altamirano y Govantes serían sus compadres, pues en aquellos momentos iba a soltar el agua a una fuente que acababa de construir en medio de la placita; todos nos dirigimos al centro de ella y rodeamos a la fuente, esperando que los padrinos soltaran el agua y pronunciaran el nombre que debería llevar aquella; entonces el Dr. Altamirano hizo señales de que iba a hablar, a lo que todos permanecimos silenciosos, y dijo: “El nombre de esta fuente será «María Josefina»”, y al pronunciar aquellos nombres una nutrida salva de aplausos resonó, mientras el agua libre ya para salir, brotaba del centro de la fuente en grueso chorro que brillaba agradablemente con los rayos del sol; grande fue el júbilo en aquellos momentos, las campanas repicaban a vuelo, tres o cuatro hombres echaban al aire atronadores cohetes, algunos gritaban vivas, y el entusiasmo llegó a tal grado, que no contentos con aquel bullicio, sacó el Sr. García las escopetas y disparó algunos tiros al aire.



Motivos en todos y muy justos había para que nos regocijáramos así, pues mientras los moradores del pueblo se sentían honrados con que personas que iban de la capital enlazaran con ellos su amistad, nosotros los excursionistas dábamos muestras de satisfacción por el nombre dado a la fuente, pues así quedaba indeleble la memoria de las Señoritas María y Josefina, que fueron para nosotros el alma de la expedición, pues con su figura simpática, su agradable conversación y sus modales sencillos y honestos, inspiraron en todos nosotros sentimientos de profundo cariño y respeto.

Después de concluido lo de la fuente comimos y en seguida subimos a la torre de la Iglesia para formarnos desde allí una idea del terreno, que se nos presentaba muy accidentado e irregular.  Don Crescencio subió con nosotros y muy complaciente comenzó a darnos todas las explicaciones que le pedíamos y así pudimos saber que el pueblo de Cacahuamilpa se halla situado entre tres grandes montañas, cuyos nombres son Jumil, el Tomasol y la Corona, que forman entre sí una profunda cañada cubierta por la vegetación y en el fondo de la cual corre el río Amacuzac que se ha formado por la unión de los ríos de Santiago y de Chontlacuatlan, que nacen al pie del Jumil al iniciarse la cañada y por dos enormes bocas abiertas en la roca caliza que constituye aquellas montañas. En la falda del cerro de la Corona y como a media legua del pueblo, está la boca de la gran caverna y un poco más arriba y a un lado se halla la gruta «Carlos Pacheco».

Nos pusimos en marcha a las cinco p.m. y nos dirigimos por una vereda angosta que sigue las laderas del cerro del Tomasol para después bajar a la barranca que lo separa del de la Corona. En un principio no presentó el camino ninguna dificultad, pero después llegamos a una bajada estrecha y pedregosa que con rápida pendiente conducía al punto a que debíamos llegar. La mayor parte de nosotros nos bajamos de los caballos para poder bajar sin peligro de una caída, que en aquel lugar podría haber sido de fatales consecuencias. El punto donde termina esta vereda, como dijimos antes, es una pequeña glorieta perdida en medio de la barranca y entre frondosa vegetación. Poco a poco fueron llegando todos los compañeros reuniéndose en aquel lugar, mientras nosotros con las señoritas trepamos por entre unas piedras y en medio de zarza y matorrales para llegar a la boca de la caverna que queda de allí como a unos doscientos metros y a la cual queríamos ser los primeros en llegar. Grata impresión causó en nuestro ánimo encontrarnos repentinamente frente a un enorme boquerón, abierto entre grandes acantilados y dentro del cual sólo veíamos la profunda obscuridad; a decir verdad, esta impresión fue causada porque veíamos el término de nuestro viaje, porque estábamos junto a lo que tanta ansia teníamos de conocer, mas no por el aspecto, pues por fuera se presenta como cualquiera otra cueva y no da ni la más remota idea de las maravillas y grandiosidad que encierra. Las señoritas, el Dr. Govantes y nosotros llegamos los primeros, uniéndosenos en seguida todos los demás. Después tuvimos algunos de nosotros que regresar con el Dr. Altamirano a donde habíamos dejado los caballos, pues nos avisaron que los encargados de ellos se los estaban llevando para Cacahuamilpa, dejando tirados y amontonados nuestros equipajes. En efecto, cuando llegamos notamos que la mayor parte de los mozos se habían ido, no quedando con nosotros más que nuestros mozos particulares. Mientras esto pasaba ya el sol se había puesto, la obscuridad comenzaba a reinar en aquellos lugares, y nos encontrábamos con todo lo nuestro tirado a doscientos metros de la caverna donde debíamos pasar la noche.

Por fin, resolvimos que entre todos nosotros, con los mozos y ayudados por unos muchachillos que se nos habían agregado del pueblo, subiéramos nuestros equipajes, y a las seis y media de la noche nos encontrábamos en la boca de la gran caverna. No obstante lo muy cansados que estábamos, inmediatamente comenzaron los naturalistas su campaña contra unos inofensivos murciélagos que asustados con nuestra presencia salían en bandadas por el interior de la gruta. El Sr. Herrera y el siempre entusiasta y alegre Sr. García, ayudados eficazmente por los traviesos chiquillos del Dr. Villada, con grandes varas en la mano azotaban el aire en todas direcciones, maniobra que por lo pronto no comprendíamos, pero que después se nos explicó: tenía por objeto coger a los murciélagos, pues saliendo estos animales quizá deslumbrados, no ven las varas y caen bajo sus golpes; en pocos momentos vimos al Sr. Herrera con una docena de queirópteros en la mano, que nos dijo pertenecían a las especies Mormops megalophylla y Chilonictesis rubiginosa.

El resto de los compañeros se recostaron sobre el suelo para descansar, y a las señoritas tuvimos la precaución de extenderles un sarape y recargadas sobre unas piedras en pocos momentos se quedaron dormidas; hubo un momento en que todos descansábamos, menos el Dr. Altamirano, que infatigable no había podido resistir la tentación de penetrar a la caverna, y con una vela en la mano bajaba ya por los umbrales del primer salón; en vano fueron nuestras súplicas de que no se alejara, pues a poco lo vimos perderse tras de unas grandes peñas, hasta que al fin, después de un momento, lo vimos reaparecer del otro lado y venir hacia nosotros a darnos cuenta de su exploración, manifestándonos que adentro había un magnífico lugar donde cómodamente podríamos pasar la noche.

Durante su ausencia, por lo incómodos que estábamos, lo mal situados entre una barranca y la caverna y lo avanzado de la hora, comenzó a haber distintas opiniones y pareceres sobre lo que debíamos hacer, lo cual, como fácilmente se comprenderá, no aliviaba en nada nuestra situación; por el contrario, venía a establecer entre nosotros diferencias sin objeto; así es que todos de común acuerdo reconocimos la necesidad de nombrar un jefe que fuera el que dispusiera lo que creyera conveniente. Entonces recordamos que en aquellos momentos el Dr. Toussaint decía muy serio al Dr. Altamirano que se declarara autócrata y que fuera el que ordenara lo que se debía hacer. No fue necesario aquel golpe de Estado, pues todos nosotros, reconociendo en el Dr. Altamirano la pericia y experiencia que tiene, gracias a los muchos y largos viajes que ha hecho, por unanimidad lo declaramos nuestro jefe. Increíble parece lo útil y necesario que es en estos viajes la disciplina y el orden, pues de otra manera se tienen disgustos y contratiempos que aparte de lo desagradables que son en sí, estorban para el mejor éxito de la exploración.

Deseoso como estaba el mencionado doctor de penetrar cuanto antes a la caverna y junto con él algunos más, propuso que inmediatamente procediéramos a entrar y que aprovecháramos la noche en su exploración; todos dieron su voto afirmativo, a pesar de lo muy cansados que se hallaban y sólo hubo un voto en contra, quizá el que menos se esperaba que fue el nuestro. Y lo dimos en contra, no porque estuviéramos cansados, ni por falta de deseos para penetrar cuanto antes, sino porque reflexionamos en lo larga y penosa que debería ser la exploración de la gruta, sobre todo para personas que como nosotros estaban mal comidas, sin cenar y con el cansancio de tres días de viaje. Además, en aquellos momentos veíamos a las señoritas que dormitaban agradablemente, dándole reposo a su cuerpo y por otro lado a los chiquillos del Dr. Villada, que no obstante su fogosidad se reconcentraban ya cerca de su padre para buscar un momento de descanso. No sabemos si aquella nota discordante, aquel no que pronunciamos produjo algún efecto en el ánimo de nuestros compañeros; pero lo cierto es que no obstante haber aprobado todos la idea de la marcha, quedó ésta diferida para después.

Una vez que resolvimos pasar allí la noche comenzamos a bajar nuestros equipajes al primer salón para instalarnos. Era de verse el cuadro que presentábamos subiendo y bajando por la rampa en zig-zag que conduce al primer salón, unos con grandes bultos y otros con una vela en una mano y un gran bastón en la otra. Poco tiempo bastó para que trasportáramos nuestros útiles, procediendo inmediatamente a buscar los lugares convenientes para la instalación. Lo primero que preocupó al Dr. Altamirano fue el instalar a las señoritas y afortunadamente encontró un magnífico lugar. En medio del salón se encuentra un gran promontorio formado por grandes trozos de roca de las que se han desprendido de la parte alta de la caverna, y en su parte superior encontró el mencionado doctor un lugar plano y seco donde con facilidad colocó las camas de las dos niñas y la de sus dos niños, compañeros inseparables de las primeras. Por lo que tocaba a nosotros, anduvimos mucho tiempo buscando lugar, pues ninguno de los que encontrábamos nos convenía, hasta que por fin abajo del promontorio y junto al Dr. Altamirano nos instalamos. Ya habíamos armado nuestro catre y dejado listas nuestras cosas cuando aún veíamos a algunos de los compañeros con su cama a cuestas y yendo de un lugar a otro, pues no bien se instalaban en algún lugar cuando notaban que caía agua del techo o que podía haber animales u otras causas que los hacían emigrar; en cambio otros más despreocupados dormían ya a pierna suelta sobre el suelo o recostados sobre algunas piedras.

El Dr. Govantes, el Mayor y alguna otra persona se instalaron en un brasero formado con adobes que se halla a la izquierda de la entrada. Por fin, a las diez de la noche estábamos todos instalados y algunos ya dormidos; no hubo quien pensara aquella noche en la cena y resignados o conformes tratábamos de pasar la noche. Luego que reinó la tranquilidad notamos que nuestra caravana había aumentado con dos señores y una señora que viéndonos pasar por Jojutla y sabiendo que íbamos a Cacahuamilpa, nos siguieron y se juntaron con nosotros para aprovechar la oportunidad que se les presentaba de conocer la caverna.

Silencio profundo reinó por fin bajo aquellas inmensas bóvedas, sólo interrumpido de tiempo en tiempo por la respiración de los que dormían, por el volar de algún murciélago o por el pausado y monótono choque de las gotas de agua que caían sobre el suelo; obscuridad profunda nos envolvía, y solos, bajo las grandes peñas del centro, nos encontrábamos sentados frente a frente con el Dr. Altamirano, platicando en voz baja sobre las impresiones que recibíamos y las que todavía se nos esperaban. Tal parecía que nada vendría a perturbar aquella profunda calma, que no dejaba de tener algo de pavoroso y solemne, cuando muy lejos escuchamos y hacia fuera de la gruta el balido de un borrego que nos llamó mucho la atención; a poco rato vimos aparecer por la boca de la gruta dos hombres que con velas en la mano conducían un manso corderillo. Nos explicó entonces el doctor que aquel borrego se lo había comprado a D. Crescendo y que iba a hacer una barbacoa para que nos la comiéramos a otro día. Acto continuo mandó abrir el doctor un pozo en la boca de la gruta y un poco afuera, donde se colocaron grandes piedras y mucha leña, manteniendo un fuego vivo hasta que se pusieron rojas las paredes y las piedras; inmediatamente después el infeliz animal fue sacrificado y convenientemente aderezado con una salsa picante que el mismo compadre mandó; con todo y zalea se le metió dentro del hoyo envuelto en unos petates y cubriéndolo con tierra. Larga y pesada fue la faena para el doctor, pues a la una de la mañana andaba aún en estos arreglos.

Mientras tanto nosotros no sólo sin haber podido dormir, sino sin habernos acostado siquiera, nos ocupamos en hacer algunas observaciones con nuestro hipsómetro y barómetro, así como en arreglar algo de lo que a otro día podríamos necesitar. Toda la noche nos la pasamos contemplando por la boca de la gruta las estrellas que brillaban en fondo obscuro del cielo y que parecían no moverse; en las primeras horas de la madrugada tratamos de arroparnos, pues la instalación de la hoguera en la entrada de la gruta produjo seguramente tiro y comenzó a colarse sobre nosotros un zefirillo medio desagradable que nos calaba los huesos.

Mucho platicamos a esas horas con el doctor, siempre entusiasta y contento, y formábamos proyectos para otras excursiones y estudios; así pasó el tiempo hasta las tres de la mañana, hora en que determinamos despertar a nuestros compañeros, nos levantamos y fuimos de cama en cama levantándolos, anunciándoles a la vez que tenían a su disposición una taza de café. En efecto, el doctor había sacado dos grandes cafeteras en las que se preparó café para todos, y a poco tiempo de haberles dado el aviso estábamos ya rodeados de la mayor parte, que deseaban cuanto antes llevar a su estómago algo caliente y que los reanimase; todos encontraban la bebida magnífica y no cesaban de darnos las gracias y alabar nuestra manufactura.

Eran las cuatro de la mañana cuando teníamos ya todo dispuesto para emprender la marcha; entonces al Dr. Altamirano como jefe y de común acuerdo con los demás, le pareció conveniente que tomáramos algunas precauciones y medidas para facilitar la exploración y evitar en lo posible accidentes. Y así se convino en que los excursionistas se dividieran en seis grupos, yendo cada uno bajo la vigilancia de un jefe para que éste se encargara de ver que su grupo fuera completo y no se separara alguna persona de la comitiva, pues el objeto era tratar de evitar que alguno fuera a quedarse perdido en medio del laberinto que íbamos a recorrer. Respecto del alumbrado, cada uno de nosotros llevaba una vela de cera y sólo se prendería el magnesio en aquellos puntos que por su importancia necesitaran mayor luz, y en cuanto a los cohetes y fanales se determinó no quemarlos sino cuando viniéramos de regreso, a fin de que el humo que producen no nos molestara.

Una vez que quedaron aprobadas todas estas medidas procedió el doctor al nombramiento de los grupos y sus jefes, los cuales quedaron organizados así:

En el primer grupo nos colocó el doctor a nosotros, favoreciéndonos no sólo con nombrarnos jefe, sino honrándonos al encomendarnos especialmente a la Srita. María.

Del segundo grupo quedó nombrado el Dr. Govantes, a quien el Dr. Altamirano igualmente encomendó a la Srita. Josefina.

Del tercer grupo quedó como jefe el Dr. Toussaint; del cuarto el Sr. Lozano; del quinto el Sr. Espino; y del sexto el Dr. Altamirano que quiso cerrar la marcha.

Antes de partir tuvimos un rato de risa que nos lo proporcionó el Dr. Govantes, quien cuando se le llamó para que ocupara su puesto, se nos presentó totalmente trasformado, al grado de que no lo conocíamos, pues mientras nosotros arreglábamos la comitiva fue a ponerse un traje especial para esta clase de exploraciones y fue llegando a nosotros con un amplio calzón de manta y un camisón cuyas faldas flotaban al aire libre; si se agrega a esto que su sombrero de a real, con la humedad de la gruta se había endurecido y sus faldas arriscado, se tendrá la figura que no pudo menos que despertar en nosotros franca hilaridad; pero él muy satisfecho nos decía: «hay verán cómo envidian mi traje». En efecto, a poco reconocimos lo útil y necesario que es cubrirse la ropa con un calzón y una blusa para precaverla del lodo, de los excrementos de los murciélagos y aun de las rupturas que las rocas pueden hacerle.

Por fin se dio la orden de marcha y comenzamos a desfilar precedidos de uno de los guías que era el que nos daba los nombres de los salones y nos llamaba la atención sobre lo más notable.


Exploración de la gruta, doce horas.

Hemos llegado por fin a tener que relatar lo que tanto deseábamos ver, por lo que tanto ahínco teníamos; pero lo que a la vez se nos presenta más difícil y casi imposible de poder trasportar al papel, pues si hasta aquí sólo hemos relatado hechos que gracias a nuestros apuntes hemos podido retener para exponerlos fielmente, llegamos ahora a un punto en donde no sólo hechos y episodios debemos relatar, sino también el sinnúmero de emociones que experimentamos, para las cuales nuestra pluma es muy torpe; y que a pesar de que se empleen los términos más rebuscados de nuestro lenguaje, sólo nos permitirá formar pálidas pinturas de todo lo que admiramos, de todo lo que vimos y de todo lo que sentimos. Quizá los recuerdos de esos hechos, la descripción imperfecta de algo de lo que vimos y la enumeración de las diversas emociones que experimentamos, sirvan para avivar los recuerdos en nuestros compañeros; siendo inútil para las personas que no han visitado la caverna, pues nunca podríamos dar idea de la grandiosidad en su aspecto, la magnificencia en el natural ornato, y lo solemne e imponente que se presenta recorrer aquellas galerías que se hallan en las entrañas de la tierra. Y aun confesamos que en los momentos de escribir estos renglones, sentimos latir fuertemente nuestro corazón y la excitación nerviosa con dificultad nos permite reunir las frases.

El primer salón está formado por una inmensa bóveda en medio de la cual hay grandes peñas aglomeradas que han caído de la parte superior, dejando en la bóveda un hueco enorme de cuyas paredes cuelgan algunas yerbas. Hacia el Oriente se halla la entrada que como dijimos antes está separada del piso del salón por una rampa que en zig-zag obliga a descender cerca de 25 metros; en el lado opuesto y más allá del promontorio del centro se hallan las primeras estalactitas y estalagmitas, entre las que se halla la que por su forma le ha dado el nombre a este salón. Es esta una pequeña estalagmita de cerca de un metro de largo y que sólo se levanta otro tanto del suelo y por sus contornos y rugosidades figura un macho cabrío. Hay además otras más esbeltas y alargadas y otras que aún están en vía de formación.



El límite de este primer salón lo forman dos robustas estalactitas que bajan desde el techo, muy gruesas e irregulares, de color blanco amarillento.

Sigue después de este primer salón el de las fuentes, del cual difícilmente podríamos dar razón, pues desde este punto comienza tal grandiosidad y tanta variedad, que no halla uno ni en qué fijarse y poco se queda en la memoria de lo mucho que se ve. Apenas recordamos grandes estalagmitas que afectan la forma de muchos elefantes sobrepuestos y que sólo enseñan sus trompas. Concreciones formadas de caliza color blanco mate, que al ser heridas por la viva luz del magnesio destacan con dificultad su enorme masa de la obscuridad profunda que las rodea.

El suelo de este salón está formado por pequeños surcos endurecidos que forman diques que seguramente contienen agua, en las épocas de las mayores filtraciones; se hallan distribuidos alrededor de las estalagmitas o de algunas de las estalactitas que llegan hasta el suelo. Poco a poco van reduciéndose las dimensiones de estos diques hasta quedar pequeñas rugosidades del suelo, dentro de las cuales hay concreciones calizas de formas arredondadas que por sus dimensiones y aspecto parecen confites, por cuyo motivo le dan a este tramo el nombre de salón de los confites. Salón muy extenso, muy amplio, de bóvedas muy altas y todas sus paredes tapizadas de elegantísimas y variadas colgaduras, las cuales apenas se pueden distinguir en medio de los pálidos rayos de las bugías que apenas alcanzan a medio disipar las tinieblas en un radio muy corto; no vale aquí ni la luz de magnesio, pues su lívida luz parece que se difunde en aquel abismo de obscuridad donde difícilmente se distinguen vagas formas, siluetas confusas y sombras irregulares que comienzan a fascinar la visión. Por grados sé van perdiendo los confites y poco después se da vuelta a la izquierda para llegar a un lugar que se llama el salón de la aurora, por ser en este punto donde se ven los primeros rayos de luz cuando se sale de la caverna. Después hay un pequeño pedregal, pasado el cual se llega a un ensanchamiento de la caverna que aunque más bajo en sus bóvedas no deja por eso de presentarse grandioso y con adornos espléndidos; pero entre ellos los que más llaman la atención son el trono y la concha, son éstos, concreciones calizas que afectan la forma del objeto cuyo nombre les dan. Está formado el trono por un pequeño cono de base extensa y truncado en su base superior, sobre el cual y a cierta altura cuelgan formando el dosel hilos de blanquísima caliza que terminan en puntas y ondulaciones como los pliegues de ricos cortinajes; tanto la parte inferior que se puede considerar como el asiento, así como el dosel, están formados según dijimos antes de pequeños cristalitos transparentes y blanquísimos, lo que hace que el trono se destaque de las demás incrustaciones amarillentas como si fuera de filigrana o estuviera formado por rayos entretejidos de luz. Cuando estuvimos en presencia de aquella hermosura no pudimos menos que desear tomar unas vistas de aquel lugar y obligamos a las señoritas a que se sentaran en el trono para poder sacar una fotografía; aún recordamos el trabajo que nos costaba atender a la cámara, por no dejar de ver aquel grupo espléndido de dos niñas con caras sencillas y risueñas, con sus rebozos en la cintura y sus báculos en las manos, sentadas en un trono que la misma naturaleza ha formado ¡oh! qué cuadro tan variado, cuánta belleza ahí reunida. No bien habíamos salido de la admiración de aquel espectáculo, cuando seguimos nuestro camino después de haber reorganizado la comitiva con el objeto de no alejarnos unos de otros, entramos por un pasadizo relativamente angosto y con el piso irregular, para llegar poco después al salón llamado del panteón. En esta parte de la gruta comienza uno a familiarizarse con la luz artificial y como que no se nota ya en los compañeros la indecisión y precauciones al andar, pues al principio casi cada pisada se estudia y en cada paso se palpa primero el suelo para cerciorarse de su firmeza o irregularidad; ya en este tramo entregados por completo a los guías, no sabíamos si adelantábamos o retrocedíamos, pues en este punto, donde perdimos toda noción de lo que habíamos recorrido, estando seguros que si nos hubieran abandonado los hombres que nos guiaban, con seguridad no hubiéramos encontrado el lugar por donde salir. Ya sea por estas reflexiones o por encontrarse en presencia de mausoleos gigantescos cuya masa más o menos confusa se destaca de las tinieblas que reinan en aquellas bóvedas, no deja de sentirse una profunda conmoción en la que se encuentran reunidos sentimientos de admiración y de temor, que se manifestaban en algunos de nuestros compañeros, por hondos suspiros apenas perceptibles por haber tratado de ahogarlos en su garganta.

Poco a poco disminuyen las formas levantadas de las estalagmitas é insensiblemente se llega a un lugar amplio y de piso parejo donde se hallan diseminados grandes depósitos de caliza arredondados: a este salón le llaman de los hornos. En este tramo nos separamos un poco de la comitiva los que íbamos a la cabeza, pues entusiasmados con el espectáculo cada vez nuevo, cada vez más admirable, nos olvidábamos de la consigna de no separarnos; pero apenas nos alejábamos un poco comenzaban a gritarnos los de atrás hasta que lograban que nos detuviéramos, conteniendo nuestro paso hasta que se reunían todos de nuevo para poder proseguir nuestro camino. Cada una de esas paradas que se repetían con frecuencia, no dejaba de impacientarnos un poco, pues sentíamos verdaderos ímpetus de seguir adelante con la avidez del que a cada paso contempla una nueva maravilla, un nuevo espectáculo, o experimenta una nueva emoción.

Sinuoso é intrincado es el camino que se sigue entre los hornos, dejando a cada paso a derecha e izquierda enormes masas de caliza de formas fantásticas e irregulares, entre las cuales sobresale un enorme torreón como fortaleza, por lo que también le dan a este lugar el nombre de salón del torreón. Poco a poco disminuyen las masas que se levantan del suelo hasta quedar reducidas a pequeñas incrustaciones de formas circulares, como discos sobrepuestos, muy brillantes por su cristalización, presentando en su superficie visos aterciopelados que dan juegos agradables de luz; una de estas incrustaciones, larga como de un metro y que se levanta sobre el suelo sólo unos cuantos centímetros, afecta la forma de un perro echado; pero tan perfecto, que poco trabajo de imaginación cuesta el figurarse allí un robusto mastín que agazapado parece vigilar la entrada de sus dominios.

Mucho nos gustó el brillo y matiz de esas incrustaciones, de suerte que procuramos arrancar algunos pedazos con el objeto de guardarlos; pero apenas habíamos partido los primeros ejemplares, cuando los guías nos suplicaron que no cortáramos piedras, que ellos nos darían las muestras que necesitáramos, dándonos como razón el que si cada excursionista se llevaba un pedazo, con el tiempo se perdería la belleza de muchas de aquellas incrustaciones. Consideramos muy justa esta observación y en lo sucesivo cada vez que deseábamos un ejemplar se lo pedíamos al guía que siempre lo sabía tomar de nuestro gusto y de un lugar donde no hiciera falta.

Por estos lugares comenzó a oírse entre los compañeros deseos de descansar, pues comenzábamos a sentirnos fatigados y estábamos además sudando a chorros; no sólo la fatiga comenzaba a sentirse, sino también alguna necesidad, pues como se recordará no habíamos cenado la noche anterior y nuestro desayuno para emprender la exploración había sido sólo una taza de café, de suerte que comenzaron los compañeros a dar señales de impaciencia preguntando a cada momento dónde descansaríamos, tanto más que el piso se presentaba pedregoso e irregular, sembrado por todas partes de enormes peñas que se han desprendido del techo y que con sus aristas vivas o sus superficies lisas y resbalosas ocasionaban caídas o cuando menos dificultad para avanzar.

Apenas habíamos llegado a este lugar, la voz del guía nos hizo saber que llegábamos al pedregal del muerto. Galería larga, poco decorada y cuyo piso entre enormes y desarreglados peñascos sube formando una cuesta para después bajar con pendiente rápida; tal es el pedregal del muerto en cuyo sitio se señala un montón de piedras que según los guías sirven para marcar el lugar donde se encontró el esqueleto de un hombre, junto al cual había un jarro vacío y los restos de un perro; el espectáculo de aquellas piedras, la figura confusa de una cruz de madera colocada entre las grietas de las rocas y el relato de los guías no pudo menos que conmovernos y hacernos pensar en las supremas angustias que debe haber sufrido al encontrarse sin luz, sin alimento y perdido en medio de aquel dédalo, el infeliz que no tuvo más compañero que el animal que lo acompañaba, tipo de fidelidad. Cuando pasamos por aquel lugar donde la caverna no presenta atractivo notable y sólo recuerda una tragedia, un noble recogimiento se notó en todos nosotros y aun pudimos notar que la Srita. María movía suavemente sus labios elevando al cielo sus preces por el infeliz que allí había perdido su existencia. Quizá en esos momentos la Srita. Josefina hacía lo mismo, y casi estamos seguros que en aquel lugar perdido en las entrañas de la tierra, donde sólo se escucha el choque pausado y monótono de las gotas de agua que caen sobre las piedras, eran las primeras oraciones que dos corazones sencillos elevaban a Dios.

Poco duraron en nosotros estas impresiones, pues el descenso del pedregal nos permitió gozar de un espectáculo fantástico a la par que espléndido. Los que íbamos a la cabeza de la comitiva nos detuvimos un momento para ver hacia atrás, pudiendo entonces contemplar todo lo magnífico del cuadro que presentaban nuestros compañeros descendiendo por entre las peñas, con sus velas y grandes bastones en la mano y luchando en cada paso para no perder el equilibrio o no caer al suelo; grandes y enormes rocas nos rodeaban por todos lados, tras de las cuales desaparecían para luego aparecer las luces, provocando sombras y reflejos que le daban al cuadro mayor variedad; ante aquel espectáculo no pudimos menos que figurarnos una cuadrilla de mineros que escudriñaban las profundidades de la tierra para saciar su sed de oro. Cuadro digno era aquel para servir de motivo a Gustavo Doré que tan bien ha sabido interpretar los contrastes de la luz y de la sombra, episodio dantesco que nos recordó las profundidades del averno. No quisimos dejar de tomar una fotografía de aquel espectáculo, de manera que acto continuo se dispuso el Sr. Giovenzzana a operar colocando su cámara frente al grupo; distribuimos entonces entre la mayor parte grandes cintas de magnesio que inflamadas alumbraban espléndidamente aquel cuadro.

El tiempo que se necesitó para montar la cámara, tomar la fotografía y desarmarla de nuevo, lo aprovechamos para descansar unos momentos sentándonos sobre la superficie irregular y húmeda de aquellas rocas; pero apenas dio por terminadas sus operaciones el Sr. Giovenzzana, reorganizamos la comitiva y emprendimos de nuevo la marcha; poco tuvimos que ver por aquellos lugares, pues siguen bóvedas bajas y estrechos pasadizos con el piso sumamente irregular y pedregoso; pero bien pronto otra sensación vino a conmover nuestra imaginación, pues en esta gruta maravillosa no bien acaba uno de admirar una cosa, cuando se presenta otra que de distinta manera es o más grandiosa o más conmovedora o más admirable que todas las anteriores. Caminábamos lentamente y con precauciones por entre las últimas rocas del pedregal del muerto, cuando un sordo y lejano rumor vino a herir nuestros oídos sin que acertáramos a comprender cuál era su procedencia: como zumbido en un principio, como repiques lejanos después, cuyos ecos parecían venir a intervalos llevados por el viento, llegaron hasta nosotros aquellos sordos rumores que parecían salir de lo más profundo de la caverna, en vano nuestros ojos buscaban hacia adelante en medio de la obscuridad profunda algo que pudiera indicarnos la procedencia de aquellos ruidos; en vano hacíamos esfuerzos para oír mejor y poder distinguir la causa, sin conseguir comprender qué era lo que producía aquel ruido que ya después se hacía más perceptible, produciendo en nuestros oídos a intervalos y cada vez más claros ruidos sonoros como los producidos en una catedral por el repique de sus campanas. En aquellos momentos no pudimos menos de recordar la escena terrible y conmovedora de cuando la plebe de París se acercaba lentamente a las Tullerías para pedir pan a Luis XVI.  

Aun no acertábamos a comprender la causa de aquellos ruidos cuando la voz del guía nos anunciaba que entrábamos al salón del campanario.

Bastante extenso se presenta este departamento, de todas sus bóvedas cuelgan grandes e irregulares estalactitas y en el centro se levanta una hermosa estalagmita en forma de piña; sobre las paredes se encuentran multitud de incrustaciones en láminas de espesores variables y que plegadas o vueltas sobre sí mismas forman grandes y espléndidos cortinajes que suspendidos como están por la parte superior y sin ningún apoyo por la inferior, vibran fácilmente cuando se les toca con algún objeto y son las que producían los ruidos que tanto nos llamaron la atención; pues antes de que llegáramos a este punto algunos de nuestros guías se adelantaron sin ser vistos por nosotros y cuando aún nos faltaba mucho por llegar comenzaron a provocar los sonidos que tanto nos impresionaron.

Pasamos pronto de este lugar sin habernos detenido sino lo suficiente para observar las bonitas cristalizaciones que algunas de aquellas láminas presentan, y precipitamos tanto más nuestra marcha cuanto que los guías nos anunciaban que llegábamos al lugar llamado del agua bendita.

Difícil sería pintar con palabras la agradable impresión que causó en nosotros el tener en nuestras manos una botella llena de agua cristalina y fresca y sólo diremos para que se comprenda la avidez con que la tomamos, que no reparamos ni por un momento en si podía sernos o no dañosa, no obstante que nuestro cuerpo estaba cubierto de sudor al grado que ya éste se notaba por el exterior de nuestras ropas y que las gotas en hilos casi continuados corrían de nuestra frente, levantamos la botella al aire y de unos cuantos sorbos la dejamos vacía. De mano en mano pasaban las botellas para volver al manantial donde uno de los guías agazapado y en postura difícil se encargaba de llenar todas las botellas y vasos que le pasaban.

A las señoritas nos pareció conveniente ofrecerles el agua con un poco de coñac para evitar que les fuera dañosa y aun recordamos la cara placentera con que nos daban las gracias, todavía con la voz entrecortada por la respiración que habían contenido para beber con mayor rapidez.

Una vez que hubimos saciado nuestra sed, comenzamos a formarnos cargo del lugar, que es una galería estrecha en cuyo piso se hallan diseminadas gruesas peñas por entre las que se avanza con dificultad; no se presentan en las bóvedas y paredes sino escasos adornos y en una pequeña oquedad que se halla a la derecha es donde se reúne el agua de un pequeño manantial o quizá de las filtraciones superiores. Escasos momentos permanecimos en aquel punto y sólo lo suficiente para tomar algún descanso, durante los cuales no dejamos de estar reflexionando lo adecuado que es el nombre del agua bendita para aquel lugar, pues generalmente se llega a él muy fatigado y con el cansancio consiguiente del que ha caminado cinco o más horas por terreno irregular, desconocido, casi a tientas y con la incertidumbre del que va entre tinieblas.

Irregular y pedregoso sigue después el camino por estrechos pasadizos cubiertos de grandes encajes y cortinajes de caliza hasta llegar a un punto en el que ensanchándose la caverna presenta una amplia bóveda quizá la de mayores dimensiones que descansa sobre altísimos muros; en la parte baja el piso es parejo y sólo surcado de algunos tramos por rebordes semejantes a los que se hallan en el salón de los confites, encontrándose además diseminadas con profusión grandes piedras sobre las que se han reunido incrustaciones de figuras variadas e irregulares y en las cuales la imaginación cree ver momias cubiertas por grandes sudarios o esqueletos que se levantan en grupos como saliendo de las profundidades del suelo y cuyas sombras más o menos recortadas y moviéndose sobre las demás incrustaciones, conforme avanzan las luces aparecen como grupos de cuerpos vagos que flotan en medio de aquel antro obscuro. Tal es el aspecto que se presenta al excursionista cuando entra al salón de las ánimas, sintiéndose además un ambiente húmedo, así como por sus altísimas y grandes bóvedas las luces apenas alumbran en un espacio muy corto y parece más obscuro que los demás, destacándose tan sólo de entre las tinieblas las siluetas vagas e irregulares de fantasmas más o menos grandes que le dan a aquel departamento un aspecto tétrico y aterrador. Después de haber atravesado por entre los diversos grupos que se levantan del suelo salimos de aquellas inmensas bóvedas para seguir de nuevo por un estrecho pasadizo donde vuelven a encontrarse grandes rocas con las señas inerrables de haberse desprendido de la parte alta, de manera que cuando pasamos por este lugar no pudimos menos de imaginar lo terrible que sería el que una de aquellas grandes piedras cayera sobre nosotros y nos privara de la existencia o nos cortara el camino por donde habíamos venido. A medida que avanzábamos encontrábamos más y más grandes peñascos é incrustaciones que subdividen en aquel lugar a la caverna en muchos é intrincados pasadizos, constituyendo un verdadero laberinto en el cual sólo los guías que tienen aquello bien conocido pueden recorrer algunos de sus tramos, pues hay otros que según nos decía el hombre que nos acompañaba nunca los han andado. En medio de aquel pasadizo sólo llama la atención una pequeña cavidad en el centro de la cual se levanta una estalagmita en forma de taza que constantemente contiene agua; por su aspecto, su situación y el agua, le han dado el nombre del bautisterio. A medida que se avanza las bóvedas se hacen más bajas, pues como dijimos antes quizá las del salón de las ánimas son de las más espaciosas, y comienzan a manifestarse señas positivas de que las filtraciones se hacen con más rapidez, escapándose el agua de las grietas superiores, no en hilos tenues que tienen tiempo de depositar su cal, sino en chorros más o menos gruesos que reuniéndose en el suelo forman charcos y depósitos de agua por entre los cuales difícilmente se ha de poder pasar en ciertas épocas del año. Avanzando por un suelo húmedo se llega a un punto donde se forma un pequeño lago en el que según las huellas dejadas por el agua, puede llegar a tener tres o cuatro metros de profundidad. El suelo de este depósito está formado por pequeñas ondulaciones sobre las que se ha depositado una capa gruesa de caliza amorfa mezclada con arcilla y en medio de cuya masa se encuentran varios caracolitos y conchas que según el Sr. Herrera pertenecen a la especie Spiraxis Cacahuamilpensis.

Tanto la existencia de esas especies como el carácter y formación de la toba que tapiza el lecho del pequeño lago, nos hace suponer que los caminos que siguen las filtraciones para de la parte superior de la montaña llegar hasta el interior de la caverna, son bastante amplios para dejar correr el agua en considerable cantidad.

En la época de las lluvias y sobre todo en aquellos años en que adquieren mayor intensidad, debe penetrar a este lugar gran cantidad de agua que impide por completo el paso para el resto de la caverna, y no nos cabe la menor duda que el río que dicen muchos excursionistas haber hallado y más allá del cual no han podido pasar, o el lago que refieren otros les ha cortado el paso, se refieren unos y otros a este lugar.

Recordamos entre otras relaciones la que hace el profesor de pintura Sr. Landesio que visitó la caverna en 1846 y en la que aconseja que se lleven entre los útiles de viaje un bote o chalupa para poder atravesar el lago que le cortó a él el paso.

Cortando por mi lado dejamos a la izquierda la laguna, que así le llaman a aquel departamento, y después de un corto tiempo llegamos a un espaciosísimo salón, cuya magnitud apenas se comprende por la multitud de estalagmitas altas y esbeltas que en agradable confusión se encuentran profusamente diseminadas por todo aquel lugar. Realmente, después de haber pasado el trayecto de la laguna y los pasadizos que conducen a él, que se encuentran sin grandes atractivos, es aquí en donde se vuelve a experimentar un sentimiento de admiración al contemplar altísimas columnas que simulan tallos de palmeros y cuyas cúspides no se distinguen por estar hundidas en las profundas tinieblas que ni aun los cohetes de luz alcanzan a disipar.

Pequeñísimos nos sentíamos ante aquellas grandes moles, perdidos entre columnas majestuosas cuya masa apenas acertábamos a comprender, y debemos haber sentido una emoción semejante a la de la pequeña hormiga que con sus débiles esfuerzos tiene que escalar grandes peñas, montañas enteras, perdida en la inmensidad relativa del camino que recorre. Con paso lento y volviendo los ojos a todos lados recorríamos aquel salón, sintiéndonos todos los de la comitiva, no obstante ser tantos, como solos, pues las largas horas de camino, la igualdad en las fatigas e impresiones nos había unido de tal suerte que ya después casi pensábamos lo mismo, exclamábamos igual y discerníamos de la misma manera, unificándonos de tal suerte que a pesar de ser más de treinta nos sentíamos como uno sólo, de suerte que cuando tropezamos con una enorme piedra sobre la que había grabada una inscripción, no pudimos menos que sentir gran desahogo al comprender que ya por allí habían recorrido otras personas y como sintiéndonos acompañados por sus nombres todos inmediatamente nos apresuramos a leer lo que contenían aquellas letras que grabadas a cincel y encerradas en un cuadro hecho de la misma manera, contienen los nombres de los profesores de la Academia de Bellas Artes que visitaron la gruta el dia 25 de Enero de 1846. Entre los diversos nombres que contiene la inscripción recordamos los de Vilar, Clavé, Tangassi, Landesio y otros.

Después de haber leído aquella inscripción, quiso el Dr. Altamirano que dejáramos también un recuerdo de nuestra visita y se comisionó al Sr. D. Adolfo Tenorio para que grabara sobre la misma piedra una sencilla inscripción que quedó así:

Instituto Médico Nacional.
1892.

Aparte de esa inscripción cada uno de nosotros quiso dejar estampado sobre las rocas un recuerdo, de suerte que hubo un momento que casi todos estábamos entretenidos y silenciosos escribiendo sobre la piedra nuestros nombres o el de las personas de nuestro mayor afecto. Un poco solemne se presentaba entonces la escena, encontrándonos diseminados, y sólo se escuchaban de tiempo en tiempo los pausados golpes del martillo con que el Sr. Tenorio grababa su inscripción, perdiéndose sus ecos muy a lo lejos después de haber repercutido en todas las
anfractuosidades del gran salón. Tratamos después de sacar unas fotografías de las inscripciones, todo lo cual vino a ayudar para que permaneciendo en aquel lugar algunos minutos, hiciéramos un ligero descanso que cada vez se hacía más necesario. Después de unos momentos de reposo seguimos nuestro camino por entre enormes peñascos todos cubiertos de cristalizaciones y que deben haberse desprendido de la parte alta hace ya bastante tiempo, pues una capa gruesa y unida de caliza los cubre a todos ellos, formando una sola con la que igualmente se extiende por el suelo; durante todo este trayecto que es bastante sinuoso y accidentado se van dejando a derecha e izquierda enormes estalagmitas que cada vez van agrupándose más hasta formar grandes obstáculos que casi cierran el paso, hasta llegar a un lugar donde por su agrupación y dimensiones parecen formar el límite de la caverna; este punto es otro en el que generalmente se detienen los excursionistas, ya sea porque a los guías no les place conducirlos más allá, o porque ellos retrocedan, debido al cansancio y dificultades con que se logra llegar hasta él. Este departamento lleva el nombre del imperial por ser hasta el que llegó la Emperatriz Carlota. Y en efecto, a pocos pasos de donde estábamos uno de los guías nos llamó la atención para que viéramos sobre una gran roca que se halla a la izquierda la inscripción dejada por la que fue Emperatriz. Las letras están trazadas con carbón, son bastante grandes, pero la humedad y las incrustaciones nuevas las están haciendo desaparecer; en ellas sólo pudimos leer con dificultad estas palabras : «Hasta aquí se adelantó su majestad Adelaida Carlota;» sin haber podido descifrar ni la fecha ni otras palabras que se encuentran totalmente perdidas.

Es inútil recordar aquí las muchas reflexiones que trajo a nuestra imaginación el ver aquellas letras; hubo un momento en que olvidándonos de nuestra situación y sin recordar que estábamos en el centro de las montañas, pasó ante nuestros ojos toda la historia de aquella mujer; vimos a Miramar, al Vaticano; recordamos los episodios sobresalientes del imperio; contemplamos después el Cerro de las Campanas; y por último, nos pareció ver la figura de Carlota, vagando sin sentido por los salones de Bucarest, como segunda víctima de uno de los períodos de las evoluciones de un pueblo.

Mucho tiempo hubiéramos permanecido en aquellas reflexiones, si la voz de los compañeros no nos hubiera anunciado que debíamos seguir adelante.

Reorganizamos la comitiva y nos pusimos en marcha atravesando pasadizos verdaderamente estrechos en los que había puntos por los cuales con dificultad cabía una persona. Cortos momentos seguimos esa marcha, pues a poco andar se amplió de nuevo nuestro camino y al salir de una anfractuosidad por donde con dificultad podíamos pasar, repentinamente nos hallamos en un amplísimo salón al cual los guías le dan el nombre de salón de los órganos.

Difícil sería poder expresar la impresión tan grata que nos causó el encontrarnos en este salón que como se sabe es el término de la caverna, pues más allá no hay sino grietas angostas e irregulares por las que es materialmente imposible penetrar; a esta satisfacción se añadía el que veíamos el término de nuestro viaje, pues ya las fuerzas nos faltaban y comenzábamos a sentir imperiosa necesidad. No admiramos por lo pronto las maravillas que contiene este salón, sino que nos colocamos sobre unas piedras para tomar descanso mientras se abrían las cajas de los cohetes y fanales que ya iban a comenzar a prender; repartimos algunos de estos entre varios de los hombres que nos acompañaban con el carácter de encendedores y nos dispusimos a contemplar el efecto quo aquellas luces producían al rasgar con sus rayos las profundas tinieblas de aquel abismo; se alejaron de nosotros los encendedores y algunos momentos estuvimos con la incertidumbre de dónde irían a colocarse, hasta que repentinamente y cuando menos lo esperábamos una pequeña explosión se dejó oír, seguida inmediatamente de un vivo resplandor rojizo que inundó de luz aquellas bóvedas; volvimos la cara hacia el punto de donde partían aquellos rayos y un espectáculo soberbio se presentó a nuestras miradas: sobre grandes y blancas aglomeraciones de caliza teñidas de rojo por la luz, se levantaba la figura de un hombre con un hachón en la mano y envuelta en humo denso, empequeñecida su figura por lo colosal de las columnas y formaciones calizas; lo veíamos como una imagen del ángel exterminador que se presentaba en la puerta de sus dominios; todo es ilusorio en esta caverna, todo provoca grandes impresiones, y cualquier episodio queda revestido de cierta solemnidad y grandeza que llenan al visitante de admiración. Con las luces de los fanales pudimos contemplar las mil y mil maravillas que contiene aquel salón, la grandiosidad en las formas y dimensiones de las estalagmitas y demás formaciones y la distribución caprichosa y fantástica en que se hallan colocadas.

El lugar donde nosotros nos habíamos instalado es pedregoso e irregular, pero va elevándose para formar una prominencia que corresponde a uno de los límites del salón y sobre la cual se levantan hasta cincuenta metros de altura tubos de blanquísima caliza que por sus formas recuerdan las bocinas de los órganos, y que uniéndose entre sí forman una robusta columna de algunos metros de diámetro que cual tabernáculo o santuario, rodeada de galerías circulares sobrepuestas y cubiertas a los ojos del observador por riquísimos e incomprensibles cortinajes, formando todo un conjunto cuya belleza y hermosura supera a toda descripción y que sólo se puede comprender cuando se le está mirando.

Los guías que nos acompañaban como ya dijimos antes, procuraban hacernos experimentar las diversas emociones de que se puede gozar en aquellos lugares, de suerte que alumbraban con los fanales en sitios donde causara mejor efecto la luz o donde provocara mejores ilusiones, y así internándose por entre los tubos y cortinajes que dejamos descritos, nos dejaban casi en la obscuridad, pudiendo sólo percibir los rayos que se escapaban por entre los espacios de los cortinajes, presentándosenos entonces el aspecto de un edificio alumbrado por el interior; en aquellos mismos momentos herían además con pequeñas piedras los tubos que estaban suspendidos del techo y que tienen la propiedad de producir sonidos muy semejantes a las voces de los órganos. Aquellos ecos sonoros y graves que con pulsaciones se difundían por la caverna perdiéndose en su inmensidad, aquella luz rojiza que débilmente permitía contemplar los objetos, proyectando grandes y confusas sombras, y por último, el aspecto de la comitiva perdida en aquel dédalo sin fin, contribuían poderosamente para hacernos creer que nos hallábamos trasportados a otro mundo, a otras regiones desconocidas; algunos momentos permanecimos silenciosos contemplando aquel espectáculo, gozando con todos nuestros sentidos y no pudimos menos que dar gracias a Dios por habernos dotado de grande amor por lo bello y lo sublime.

Entonces pudo haberse observado en el rostro de nuestros compañeros las múltiples emociones que experimentaban, no obstante que en ellos se podía reconocer también el cansancio y la fatiga por las huellas que había dejado el copioso sudor que corría de sus frentes.

Después de haber hecho encender luces de diversos colores para gozar de los distintos aspectos que presentaba le caverna alumbrada con vivos rayos rojos, con rayos lívidos de color verde o con los blancos que hacían brillar las cristalizaciones, nos ocupamos en recorrer con espacio el salón, viendo detenidamente sus adornos, la caprichosa distribución de las rocas y estalagmitas y en fin todo lo que llamaba nuestra atención; los naturalistas por su parte comenzaron a buscar y colectaron varios ejemplares de insectos, así como unos pequeños hongos que se forman sobre las gotas de cera que han caído sobre las rocas del piso en excursiones anteriores.

Nosotros por nuestra parte pudimos observar en aquellos puntos donde la roca está libre de incrustaciones, que los mantos de caliza tienen una muy corta inclinación respecto al horizonte, presentando una estratificación concordante. Después que concluimos nuestras observaciones nos reunimos a los demás excursionistas para comunicarnos nuestras impresiones; todos entusiasmados las manifestábamos de distinta manera; quién en aquellos momentos ensalzaba la grandeza de las obras del Supremo Creador; quién admiraba la sencilla a la par que imponente armonía de las leyes naturales que rigen al universo; cuál otro evocaba recuerdos tristes avivados en medio de aquella soledad.

Una vez que nos dimos por satisfechos en la contemplación de este último salón, reorganizamos la comitiva y emprendimos de nuevo la marcha.

Vimos entonces la hora para formarnos idea del tiempo que habíamos empleado en llegar y poder estimar el que íbamos a hacer para regresar, notando entonces que la mayor parte de nosotros habíamos perdido por completo la noción del tiempo, pues nunca nos imaginábamos que pudiera ser la hora que señalaba nuestro reloj, al grado que creyéndolo parado o descompuesto, lo llevábamos varias veces al oído, y por último lo comparamos con los de los demás que marcaban aproximadamente las nueve y treinta de la mañana. Como habíamos salido de las costumbres habituales de dormir a ciertas horas y distribuir los alimentos a otras, no teníamos puntos de referencia y no sólo la hora se nos olvidaba, sino hasta la fecha en que estábamos, y no fue sino después de un buen rato cuando acertamos con ella, recordando que era 4 de Enero el día en que habíamos tenido el gran placer de penetrar a lo más profundo de la caverna de Cacahuamilpa.

Regresamos recorriendo los mismos lugares por donde habíamos venido y organizados de la misma manera, deteniéndonos tan sólo algunos momentos en cada uno de los salones y parajes dignos de importancia, para poderlos contemplar bajo la acción de la luz de nuestros fanales y cohetes. No obstante estas cortas paradas, regresábamos más rápidamente de como habíamos entrado, atravesando por muchos puntos sin volver a fijar en ellos nuestra atención, pues comenzó a predominar en todos el deseo de salir cuanto antes a fin de descansar y tomar algún alimento para satisfacer no sólo la necesidad que ya era imperiosa, sino mitigar el estado de debilidad en que se encontraban algunos de los compañeros.

Muchos de aquellos salones y pasadizos los recorrimos ya sin saber ni cómo y casi arrastrando los pies, habiendo habido puntos en que reuniéndose a la dificultad que experimentábamos para andar, lo pedregoso e irregular del piso ocasionaba el que muchos sufrieran caídas que aunque sin consecuencias nos obligaban a andar con precaución. En varias ocasiones pudimos apreciar entonces los servicios de nuestro mozo Mónico, que iba por delante alumbrándonos el piso y buscando los mejores pasos para indicarnos la manera de pasar, evitándonos el trabajo de llevar nosotros mismos la vela y dejándonos así libres para podernos dedicar exclusivamente al cuidado de nuestra compañera la señorita María, que no obstante su agilidad y destreza algunas ocasiones estuvo a punto de caer.

Curioso era observar en aquellos momentos la fisonomía de nuestros compañeros, en la que se pintaba la mayor fatiga, realzándose más por la lividez del alumbrado, por las pupilas dilatadas para ver mejor en la obscuridad y el desaliento que en algunos se dejaba sentir, Marchábamos silenciosos de aquella manera cuando repentinamente notamos una luz que se movía muy a lo lejos, como en la dirección que debíamos llevar; poco después apareció otra que con la primera se movían de un lado para otro sin que nosotros comprendiéramos cuál sería su origen. Por lo pronto imaginamos que algunos nuevos excursionistas venían hacia nosotros, después pensamos que vendrían algunas gentes del pueblo en nuestra busca y aun llegamos a suponer que podrían ser malhechores que trataran de sorprenderlos en medio de la caverna. No obstante esa incertidumbre seguimos avanzando hacia donde veíamos las luces, "las cuales también se movían como para venir en nuestro encuentro, acortándose así rápidamente la distancia que nos separaba, al grado que pudimos distinguir dos o tres hombres que se dirigían a nosotros. Por fin pocos momentos trascurrieron y nos encontramos nada menos que con Don Crescendo. Nos saludó afectuosamente y una vez que nos hallábamos reunidos todos, con su voz lenta y como sin darle importancia nos anunció que nos traía un poquito de café, enseñándonos a la vez unos grandes canastos de pan que había hecho llevar y unas grandes ollas de las que se escapaban vapores saturados con las esencias del néctar de las Antillas.

Oír aquella invitación, ver el pan y arrojarnos sobre él todo fue uno, manifestándose entonces en varios de los compañeros excesos de alegría que verdaderamente nos hacían reír. Recordamos que el Sr. García con su carácter alegre y siempre festivo, venía no obstante taciturno y agobiado; pero tan luego como se vio en presencia de una gran torta de pan que contemplaba entre sus manos como para cerciorarse que era verdad, no pudo contener los ímpetus de su alegría y sentándose en el suelo agitaba las manos y los pies gritando y palmoteando.

Todos nos esforzábamos en alabar el café y dar las gracias al buen Don Crescendo con más o menos dificultad porque en aquellos momentos nos faltaba boca para comer; pero él comprendiendo el ayuno en que habíamos estado y lo oportuno de su oferta, se concretaba a sonreírse y ofrecernos a cada uno nuevas tazas de café. En pocos momentos hicimos desaparecer todo lo que había llevado; pero en cambio nos sentíamos satisfechos y nos encontrábamos con nuestras fuerzas completas para proseguir la marcha.

Pocos episodios y de escasa importancia se presentaron después, a no ser que habiéndonos llevado los guías por camino distinto en parte del que habíamos seguido a la entrada, no volvimos a pasar por algunos puntos como por el del agua bendita, lo que originó que algunos compañeros se separaran para tratar de encontrar dicho lugar a fin de poder abastecerse de agua; temiendo como era natural que se extraviaran, detuvimos la marcha y estuvimos esperándolos, a la vez que con silbidos y voces les hacíamos señales para que supieran dónde nos encontrábamos- Casi nada duraron en sus pesquisas y pronto los vimos aparecer para reunirse con toda la comitiva. Caminábamos ya con más tranquilidad embelesados y admirando las bellezas sin número que a cada paso se nos presentaban, pudiendo además emprender con uno de los guías sabrosa plática sobre las preocupaciones que tiene, respecto a la caverna, la gente de aquel lugar, pues la creen habitada por un genio maléfico que siempre procura algún mal a los que osan entrar. El hombre que nos refería esto no parece nada vulgar y no sólo criticaba con nosotros las creencias de sus paisanos, sino que eludiendo aquella plática se puso mejor a referirnos detalles de algunas de las caravanas de excursionistas que él había guiado para la exploración de la caverna. Recordaba según nos dijo en la que fue Don Sebastián Lerdo de Tejada acompañado de numeroso séquito, de la cual nos refirió entre otros casos, que un señor de los acompañantes les había dirigido a sus compañeros un discurso desde lo alto de uno de los monumentos que se levantan en el salón del Panteón, cuya persona según hemos podido averiguar después, fue Don Joaquín Alcalde. Nos refirió también haber acompañado a la comitiva que en 1878 acompañó al ge-
neral Don Carlos Pacheco y en 1879 a la comisión científica que fue enviada por el Ministerio de Fomento, y por último estuvo recordando la visita que hicieron los alumnos del Colegio Militar. Con motivo de esta conversación tuvimos después deseos de averiguar cuáles eran las principales excursiones que se habían hecho a la caverna y afortunadamente encontramos ese dato en la Geografía del Estado de Morelos, escrita por el Sr. Róbelo y que a la sazón llevábamos; en ella se puede ver que las excursiones principales han sido:

En Abril de 1835, expedición exploradora compuesta de los señores Barón Gros, Secretarlo de la Legación Francesa en México, Don Manuel Velázquez de la Cadena, Barón Rene Pedreaville y Don Ignacio Serrano.

Eu 1837, Don Mariano Galván, autor de los calendarios.

En 1850, los profesores de la Academia de San Carlos.

En 1855, el Presidente de la República Don Ignacio Comonfort.

En 1865, la Emperatriz Carlota. Al salir de la caverna tuvo la noticia de la muerte de su padre Leopoldo, rey de los Belgas.

En 1869, el general Don Pedro Baranda, primer Gobernador del Estado de Morelos.

En Febrero de 1874, el Presidente de la República Lic. Don Sebastián Lerdo de Tejada.

En 1878, Sr. general Carlos Pacheco.

En 1879, Comisión nombrada por el Ministerio de Fomento.

Además deben agregarse las que han hecho varios extranjeros, principalmente alemanes, y la que en 1887 organizó el Colegio Militar.

Compartíamos amigablemente con nuestro guía, cuando repentinamente nos hicieron detener el paso y nos obligaron a apagar las bujías; por lo pronto quedamos en la más profunda obscuridad, sin percibir más que esos destellos fugaces que conserva la retina por algunos momentos y que pasando por todos los colores del prisma, concluyen por desaparecer para dejar reinar a las tinieblas. No comprendíamos por lo pronto cuál era su objeto, hasta que uno de ellos alzando la voz nos anunció que nos hallábamos en el salón de la aurora; en efecto, es hasta este punto a donde alcanzan las últimas vibraciones luminosas de las que penetran por la boca de la caverna.

Por lo pronto no percibíamos nada a pesar que con nuestras miradas queríamos sondear aquel espacio en todas direcciones, hasta que al último indicándonos los guías la dirección, distinguimos un debilísimo resplandor que como gases ligeramente fosforescentes parecían vagar por las bóvedas de la caverna. Profunda emoción experimentamos entonces, pues veíamos aunque apenas de nuevo los rayos del sol que por contraste con la luz amarillenta de las bujías entre las que habíamos estado durante horas enteras, se nos presentaba con un color azulado que recreaba por completo nuestras miradas.

A medida que avanzábamos iba aumentando aquel fulgor, como si el aire se hiciera luminoso, pero con tanta lentitud y tintes azulados tan hermosos, que más bien que luz parecía un girón del cielo que se extendía debajo de las rocas; en aquellos momentos dejamos que los compañeros se adelantaran quedándonos atrás por consejo del guía y entonces pudimos gozar de uno de los espectáculos más fantásticos y hermosos de los que podamos haber visto.

Contemplábamos a nuestros compañeros desfilando envueltos en aquella bruma luminosa que sólo permitía se distinguieran vagas siluetas que sin punto de apoyo aparente parecían cuerpos que flotaban por la atmósfera. No pudimos menos que recordar algunos de los cuadros de Gustavo Doré, como en los que pinta almas que suben al cielo, a los israelitas guiados por los destellos de la columna de fuego, o a los Reyes Magos cuyo camino estaba envuelto por las emisiones luminosas del astro que los guiaba. No bien habíamos acabado de contemplar aquel cuadro, cuando proseguimos nuestro camino con verdadera ansia para por fin poder ver los rayos del sol; a cada paso que avanzábamos aumentaban aquellos destellos que ya no como fosforescencia sino como pálida luz comenzaban a teñir ligeramente uno que otro picacho de los que sobresalían en las anfractuosidades de las rocas, hasta que hubo un momento en que la claridad fue suficiente para alumbrarnos el piso, lo que nos permitió apresurar más el paso y llegar a un pequeño recodo que forma la caverna al cual hay que rodear para poder seguir. Llegamos a él, volteamos a la derecha y repentinamente, cuando aún no lo esperábamos, nos encontramos con la boca de la gruta; de casi todos a un tiempo se escapó un ¡ah! prolongado, a la vez que admirados permanecíamos inmóviles como fascinados por el panorama que se presentaba a nuestra vista. Las peñas y rocas que forman el gran arco que sirve de entrada, limitaban un marco dentro del cual se hallaba un espléndido paisaje: muy lejos y como envuelto en tenue calina se destacaba majestuoso el pico del Popocatépetl con su cima cubierta de blanquísima nieve y rodeado de pequeñas nubecillas que flotaban en el azul purísimo del cielo; un poco más cerca se presentaba un valle cubierto de verdura é interrumpido por lomeríos y picachos formando una agradable perspectiva en la que se hallaban todos los colores. Desde el esmeralda brillante, que formaba grupos de lozana vegetación, hasta los tintes de sepia y ocre con los cuales estaban revestidos los pequeños accidentes del terreno por entre los cuales se deslizaba un plateado arroyuelo, y por último, sirviendo de primer término a este espléndido paisaje, se hallaban las primeras rocas de la caverna, las primeras estalactitas que forman el arco entre el primer y segundo salón. Tan agradables colores, tan múltiples juegos de luz y distribución tan pintoresca se presentaba a nuestra vista con mucha mayor intensidad por acabar de salir de la luz de la cera, de la luz rojiza de los fanales o de los rayos lívidos del magnesio. Pero a pesar de eso no lo veíamos perfectamente claro y quizá podríamos dar una idea de cómo se nos presentaba aquel paisaje, recordando el aspecto de las vistas proyectadas por una gran linterna mágica.

Con el interés de contemplar mejor aquel espectáculo, procuramos salir cuanto antes, y al llegar al primer salón pudimos reconocer que todo lo que habíamos visto era pura ilusión y aquel paisaje espléndido lo vimos desaparecer como si se hubiera evaporado, quedando en su lugar las peñas abruptas de la entrada y bajo las cuales crecían algunos helechos y otras plantas pequeñas, las que heridas con los rayos del sol y vistas desde el interior, eran las que se presentaban como las llanuras que tanto admirábamos. Quizá esta ilusión es una de las más completas que hemos experimentado, pues cuando nos hallábamos en el interior hubiéramos jurado que era el Popocatépetl el que veíamos y no las rocas que brillaban con el sol, y aun para cerciorarnos, así como para volver a gozar con aquel soberbio panorama, algunos compañeros nos internamos de nuevo en la caverna entre los cuales se contaba el Sr, Tenorio, que con su imaginación de artista había encontrado en aquel asunto vasta inspiración. El cuadro que presentamos al principio es copia del que ha formado dicho señor, en el que agotando por decirlo así los colores de su paleta, ha logrado hacer una pintura bastante perfecta de aquel paisaje, que a la verdad no creíamos que pintor alguno pudiera haber reproducido.



Tan luego como terminó el Sr. Tenorio con sus apuntes, nos reunimos a nuestros compañeros que instalados donde habíamos pasado la noche anterior se disponían ya para comer. El Dr. Altamirano que nunca siente fatiga y que no descansa un momento, acto continuo de haber llegado comenzó en unión de las señoritas a preparar todo lo que traía dispuesto para comen a lo que se unió la magnífica barbacoa con que nos obsequió y las demás provisiones que D. Crescendo nos había traído de su misma casa. Así, pues, teníamos ante nosotros una magnífica comida y como el apetito era más que desenfrenado, no nos hicimos del rogar y en el momento comenzamos a dar cuenta de aquellos manjares que nos parecían deliciosos y que convenientemente remojados con buena cerveza, constituían en aquellos momentos nuestra mayor riqueza.

No obstante el estar diseminados en grupos y por diversos lugares, reinaba entre todos nosotros una cordialidad y alegría que hacía honor al banquete, uniformándose la conversación, que sólo era interrumpida de tiempo en tiempo por el chasquido de las botellas de cerveza.

Por fin tuvimos la fortuna de tomar hasta un poco de café y un buen dulce del que nunca le falta en el bolsillo a Alfonso Herrera.

La sobremesa, es decir el post almuerzo, porque no había mesa, estuvo delicioso, pues mientras unos se regocijaban tendidos en el suelo, otros sentados fumaban tranquilamente su puro y algunos entusiasmados daban vueltas en dirección del interior de la gruta, haciendo resonar las bóvedas con las notas de Carmen o Bocaccio. Los únicos que no descansaban eran el Dr. Altamirano y las señoritas que infatigables, siempre contentas y risueñas, concluían con las últimas tareas del arte culinario, cuales son las de levantar el campo.

Nosotros nos habíamos retirado un poco del grupo para ir a descansar bajo una pequeña estalagmita que se halla a la entrada y sobre la cual han colocado una cruz de madera; el conjunto que forma aquella roca caliza, cuya figura recuerda una ave nocturna y el signo de nuestra redención vistos en medio de la gran cúpula con que principia la caverna, no pudo menos que invitarnos a la meditación, de suerte que pronto quedamos sumidos en un piélago de consideraciones de todo lo que habíamos visto, de todo lo que habíamos experimentado; pero sobre todo lamentando lo pasajeros que son para la humanidad los pequeños goces que suelen encontrarse.



Estábamos en estas y otras consideraciones cuando el Sr. Tenorio vino a sacarnos de nuestra meditación, pues acercándose comenzó a interrogarnos sobre las ideas que podríamos haber adquirido respecto a la formación de la caverna.

Pena nos daba en aquellos momentos el no poder responder al interrogatorio que con muy noble curiosidad nos dirigía dicho señor; pero la verdad es que a pesar de conocer las teorías sobre la formación de las cavernas y no obstante el haber leído la mayor parte de las descripciones que han hecho de la de Cacahuamilpa, poco, muy poco podríamos decir técnicamente, pues las horas que permanecimos dentro cortas se nos hicieron para admirar todo aquel espléndido conjunto. No obstante, algunas observaciones pudimos hacer que son sobre las que versó nuestra conversación.

La caverna debe tener sobre poco más o menos seis kilómetros de longitud y además según nuestras observaciones hipsométricas y barométricas, el piso del primer salón se halla a 178 metros abajo del nivel de la plaza de Cacahuamilpa; la altura de la montaña bajo la cual se extiende la caverna la estimamos en 200 metros sobre el mismo nivel; en consecuencia debe haber de la cúspide de la montaña a la parte baja de la caverna, unos 378 metros por lo menos; si de éstos descontamos 80 o 90 que deben tener las bóvedas más altas, quedan cerca de 288 o
290 metros para el espesor de las bóvedas, a través de cuya masa tiene que atravesar toda el agua que se filtra de la parte superior para salir en la caverna donde ha depositado toda la cal que disuelve en el largo trayecto que tiene que atravesar.

Como las grietas y desquebrajaduras de las rocas tienden a tomar cierta dirección debido a la misma estratificación en que se encuentran las masas que forman las paredes y techos de la caverna, iguales tendencias se notan en las incrustaciones que ha dejado el agua que corre por ellas y así es como se explica el que de trecho en trecho se encuentre mayor número de estas formaciones afectando cortinajes y otras diversas formas cuyas sinuosidades corresponden con las líneas por donde pudo correr el agua. En lo más profundo de la caverna en donde las rocas superiores están totalmente dislocadas y que las filtraciones se verifican no por grietas sino por diversos puntos indistintamente diseminados, es donde se han formado esas agrupaciones de estalactitas, que como en el salón de los Palmeros se hallan en gran cantidad distribuidas sin orden y en confusa agrupación.

Para que todas estas figuras, esas grandes estalagmitas, esas estalactitas se hayan formado, debe haber existido primero la caverna, cuya formación generalmente se atribuye, como a todas las cavernas semejantes, a las acciones del agua que uniendo su empuje y sus acciones químicas, se abre pase en medio de las rocas. Por nuestra parte confesamos que dicha teoría no nos satisface, pues si bien es cierto que de la mayor parte de estas cavernas salen ríos, arroyos o torrentes, provienen sin duda del agua de las filtraciones que se reúne en su interior y que al correr sobre las rocas, saturada como se encuentra de sales de cal, tapizan su lecho con ese barniz agrisado con que están cubiertas todas las rocas que se hallan en el piso y partes bajas.

Examinando atentamente la estratificación que presentan las rocas en Cacahuamilpa, se puede notar una tendencia en los mantos a converger en la línea superior que pasará por todo lo alto de la caverna, pues mientras a la izquierda se hallan en una inclinación de cerca de 13° en dirección de SE a NW; las de la derecha se hallan casi con la misma inclinación, pero sensiblemente con rumbo opuesto; estas observaciones más la de casi corresponder la línea media de la caverna con la línea de mayores alturas de la montaña, nos hace suponer que su formación es debida a que en el momento de levantarse aquellas masas calizas del seno de los mares cretáceos donde se hallaban horizontalmente, para venir a formar lo más accidentado de una parte de nuestras sierras, sufrieron en su masa dislocaciones y doblamientos que semejantes a los que resultan cuando se estruja una hoja de papel entre las manos, no sólo vinieron a originar la formación de las eminencias y de los valles, sino que debajo de esas mismas arrugas deben haber que dado huecos y vacíos que si por algún accidente se ponen en comunicación con el exterior constituyen las cavernas. Por lo demás la geología nos enseña que después de que las masas calizas fueron removidas de donde las habían formado los moluscos que pululaban en los mares mesozoicos, atravesó la tierra por un período en el que predominaron lluvias de tal suerte que aún se le da el nombre de período diluvial. Las no sólo continuas sino abundantísimas precipitaciones que caían sobre toda la tierra en aquella época, están perfectamente caracterizadas por la serie grandísima de los vastos terrenos cuyo origen sólo se debe al agua, y es justamente a la época a que debemos referir la formación de todas esas incrustaciones, de esas estalactitas y en fin, de esa espléndida ornamentación que sin tener orden arquitectónico ni estilo artístico, causan la admiración del hombre y embelesan sus sentidos.

En la época presente en que las precipitaciones atmosféricas han disminuido considerablemente, las filtraciones son relativamente más escasas y sólo puede observarse una que otra gota que desprendiéndose con dificultad cae al suelo donde se forman pequeñas estalagmitas que por su tamaño y lentitud en su crecimiento, contrastan visiblemente con las gigantescas y robustas columnas que atestiguan a su modo la época diluvial.

Entre las diversas grutas conocidas de las que existen en los terrenos calizos, creemos puede figurar la de Cacahuamilpa, si no en primer lugar, sí en el segundo, pues después de la caverna del Mammoth en el Estado de Kentucky, E. U., que tiene cerca de 15 kilómetros de profundidad y en medio de la cual existen ríos, lagos y canales, sólo la de Cacahuamilpa sabemos pase a
6 o 7 kilómetros, pues la de Lucy en Istria sólo tiene 800 metros de profundidad. Además, muy posible es que exploraciones cuidadosas encuentren que nuestra caverna se extiende más allá de donde se cree es su fin y quizá se comuniquen con la gruta «Carlos Pacheco» u otras que se encuentren en el seno de la montaña, aumentándose entonces su longitud considerablemente.

Durante la actual conversación sostenida con el Sr. Tenorio, habían descansado ya la mayor parte de los compañeros, por lo que nos dispusimos a marchar. Trabajo nos costó el trasportar nuestros equipajes al lugar donde nos esperaban las cabalgaduras; pero cuando tuvimos ya que abandonar la caverna, separándonos de las últimas piedras que forman su boca, no pudimos menos que echar una última mirada a lo más profundo como queriendo atravesar las tinieblas para poder ver por última vez las maravillas que quizá no nos sea dado volver a contemplar.

Eran las cinco de la tarde cuando nos dirigimos a la gruta «Carlos Pacheco», a donde llegamos después de corto intervalo. La boca de esta gruta es mucho más pequeña que la de la caverna de Cacahuamilpa y para bajar hay necesidad de precauciones, pues además de lo pendiente que se halla el descenso, las rocas que forman el piso no están muy seguras. No obstante, todos bajamos con intrepidez, pudiendo allí admirar una vez más la agilidad y valor de las señoritas, pues sin dificultad alguna pudieron escalar aquellos peñascos, tan sólo ayudadas por el Dr. Altamirano o nosotros, que procurábamos tuvieran el menor peligro. Inmediatamente después de la entrada se extiende un gran salón próximamente de N. a S., que debe tener de 200 a 300 metros de longitud, por unos 20 de latitud o tal vez 30 o más de altura; sus paredes y sus bóvedas están tapizadas de incrustaciones blanquísimas que como la filigrana sólo dejan pequeños espacios libres por donde con dificultad se cuela la luz para mostrar y hacer brillar las últimas cristalizaciones; del techo penden algunas estalactitas y en el piso se levantan a corta altura algunas estalagmitas; pero sin alcanzar las dimensiones colosales ni la grandiosidad que se observa en las de la otra caverna. Este salón lleva el nombre de los Pebeteros. Siguiendo este salón de S a N y volteando a la izquierda, hay algunos pozos estrechos y un gran depósito de agua: los primeros conducen a otros salones, para llegar a los cuales hay que atravesar por lugares verdaderamente difíciles, en los que se han comenzado a derrumbar grandes masas de la parte superior y que se hallan apenas suspendidas por las mismas incrustaciones, amenazando venirse al suelo en cualquier momento, cerrando así el paso a los últimos departamentos, para llegar a los cuales hay necesidad de bajar, después de este pasadizo, unas grandes peñas. Este último salón es verdaderamente espléndido por la suma variedad que contiene en las mil y mil formas que ha tomado el carbonato de cal al depositarse sobre las paredes; a esto se debe agregar, que como no ha sido tantas veces explorado como los demás, se encuentra en perfecto estado y presentando una blancura notable. En el fondo de este salón existe una lápida que recuerda la fecha en que se visitó por primera vez la gruta y que se dedicó a Don Carlos Pacheco.

Aun cuando la división en salones es menos perfecta en esta gruta, consideran los del lugar los siguientes: el de los Pebeteros, que es el primero, y debe su nombre a la figura que tienen las pequeñas estalagmitas que so levantan del suelo; el de la Dama Blanca, que se encuentra a la derecha de la entrada y en el cual se cree ver una esbelta señora con rico ropaje blanco; siguen a este el del Monje y el del Pabellón, en el último de los cuales se han desprendido las estalactitas dejando solo un estrecho pasadizo por donde con dificultad se puede pasar por entre las agudas puntas de las rocas, y por último, bajando 15 metros por entre grandes peñas se llega al salón de la Virgen de la Silla, en el fondo del cual se halla la placa conmemorativa de la dedicación de esta gruta. Este último salón es verdaderamente espléndido y puede compararse a la nave de un gran templo cuyas paredes mostrando riquísimos artesonados, forman vistosos juegos con las numerosas y variadas colgaduras que penden del techo, presentándose un conjunto grandioso y extraordinariamente bello.

Mucho tiempo después de haberse puesto el sol salimos de la gruta con las mismas dificultades que tuvimos al entrar, pues como dijimos es peligroso el paso que da acceso al interior, y hubo necesidad de que unos a otros nos ayudáramos para poder escalar aquellas rocas que amenazan de un momento a otro rodar y arrastrar consigo al osado viajero que posa en ellas sus plantas. Una vez que estuvimos fuera pudimos, gracias a la luz de la luna, encontrar nuestras cabalgaduras y emprender la marcha rumbo a Cacahuamilpa. Estrecho y sinuoso es el camino que seguíamos, teniendo a un lado lo más profundo de la barranca y por el otro lo más elevado de la montaña, lo cual nos obligó a seguir de uno en uno extendiéndose así considerablemente la caravana, pudiendo apenas los que íbamos al fin alcanzar a ver con los pálidos rayos de la luna creciente los que formaban la cabeza de la comitiva; pero sí pudimos notar que todos íbamos en silencio, quizá rendidos, quizá sumidos en el mar de reflexiones que nos traía a la imaginación la serie de impresiones que habíamos experimentado durante el día que finalizaba; impresiones que, como muy bien nos decía después el Sr. García, sus recuerdos los tendremos durante toda la vida y quizá formen una de las pocas páginas rosadas que se puedan encontrar en el libro de nuestra existencia. No recordamos a punto fijo a qué horas llegamos al pueblo de Cacahuamilpa a la casa de Don Crescencio; pero debe haber sido muy tarde porque apenas pudimos tomar algún alimento, preparar nuestro catre y caer sobre él desplomados, exhaustos por completo de fuerzas. No era sólo el cansancio muscular, era el agotamiento nervioso el que nos había postrado.

Todos quedamos instalados en una galera que sirve a Don Crescencio para guardar el producto de sus cosechas, excepto las señoritas que fueron cómodamente colocadas en una pieza especial de la familia, en la que además se les proporcionó una cama de otates que en aquellas condiciones débeles haber parecido colchón de pluma, no obstante que por su imperfecta colocación sobre dos desiguales bancos de madera, estuvo a punto de dar en el suelo con su preciosa carga.

Una vez acostados no hubo quien se acordara de alacranes ni musarañas, sino todos rendidos de fatiga dormimos a pierna suelta, siendo tan sólo interrumpido nuestro sueño de tiempo en tiempo por los sonoros y poco armoniosos ronquidos de algunos de los compañeros, A otro día muy de madrugada un repique dado a todo vuelo en la iglesia nos sacó de nuestro sueño, sin que por eso nos sacara de nuestra cama, pues todavía permanecimos en ella largo rato escuchando el monótono toque de una tambora que tocada como con máquina no cesó durante toda una hora de estar dando golpes pausados. Luego que nos levantamos pudimos averiguar que había una fiesta en la iglesia acompañada de tambora y chirimía, pero de cuya orquesta sólo llegaba a nosotros el ruido del parche mal golpeado.


Visita del nacimiento del río Amacuzac.

En las primeras horas de la mañana salimos en compañía de los señores Altamirano, Toussaint y Lozano a recorrer un poco el pueblo y a visitar el pequeño manantial que surte de agua a la población. Uno de los hermanos de Don Crescencio nos conducía, dándonos noticia sobre todo lo que le preguntábamos. El manantial está inmediato a los últimos jacales y sale de por entre unas rocas; recogen su agua en gran estanque y de allí la reparten convenientemente para los riegos de las huertas y otros usos, no por tubos ni cañerías, sino por pequeños arroyos descubiertos que corriendo suavemente por entre una alfombra de pasto y bajo las ramas de los chirimoyos, limoneros, platanares y otros árboles, le dan a aquel lugar de la población un aspecto pintoresco y encantador; cuando nos encontramos en uno de aquellos arroyos cuyas aguas cristalinas apenas murmuraban, no pudimos menos que sentir vivos deseos de experimentar su frescura y desabotonándonos la ropa metimos con agrado los brazos y después nos bañamos la cabeza. Muy contentos regresamos a la casa de Don Crescencio, quien nos salió a recibir anunciándonos que ya estaba listo el desayuno y que nos tenía preparada una buena taza de gloriado; cuando oímos aquel nombre no supimos lo que era, pero luego que nos acercamos a la mesa vimos varias tazas humeantes de hojas de naranjo, que es a lo que por aquel rumbo llaman gloriado cuando le han mezclado un poco de aguardiente. No resignados a tomar sólo aquello, pedimos a Don Crescencio una poca de leche; pero no nos la pudo conseguir por ser escasas en el pueblo las vacas. Nos acabábamos de tomar nuestra taza de hojas cuando nos llamaron las señoritas para que pasáramos a su departamento; fuimos en seguida y cuál sería nuestra sorpresa al contemplar sobre la mesa una taza de rico chocolate cuya espuma pugnaba por derramarse; no creíamos lo que nuestros ojos veían y basta que lo probamos y saboreamos nos convencimos de ello. No dejó de admirarse menos Don Crescencio cuando no sólo vio el chocolate, sino también un rico vaso de leche, pues el Dr. Altamirano había destapado uno de los botes de leche condensada que llevaba entre sus comestibles. Cuánto agradecimos esa mañana aquel chocolate, sobre todo cuando vimos a las señoritas que sentadas junto a un fogón, con los ojos llorosos por el humo y las mejillas encendidas por el calor, batían con sus propias manos aquel chocolate que recordaremos siempre.

Poco después del desayuno nos dispusimos para la marcha y a las nueve de la mañana emprendimos el camino que conduce a lo que llaman las bocas, el cual al principio es el mismo que se dirige a la caverna; pero después hay que bajar a la barranca por una vereda angosta, pedregosa y sumamente irregular que no es posible pasar por ella sino a pie, por lo que tuvimos que dejar las cabalgaduras. Por ser unos más ágiles que otros, se dividió la caravana en varios grupos: nosotros permanecimos en el que formaba el Dr. Altamirano y su familia, acompañados del Dr. Govantes y del Sr. García que a cada rato nos hacía reír con sus chistes y buen humor; en cambio nos distrajimos tomando una vereda que no era la que debíamos seguir y tuvimos después que regresar y pasar por puntos verdaderamente difíciles para poder seguir el camino. En esta vez pudimos una vez más admirar la fortaleza y serenidad de nuestras compañeras de viaje, pues no obstante que hubo momentos en que tuvimos necesidad de descolgarlas por medio de cuerdas entre breñales, por entre rocas lisas y acantiladas, ellas siempre imperturbables parecía que no comprendían el peligro o que estaban acostumbradas a él, y sólo se apenaron cuando vieron que una rama armada de espinas había herido al Dr. Govantes en la frente. Después de muchos trabajos y fatigas logramos llegar al lecho del río una hora después de haber comenzado el descenso. Por lo pronto no pudimos ver sino enormes peñascos diseminados sin orden, cuyos bordes arredondados y pulidos acusan la acción que constantemente ejerce el agua sobre ellos; la mayor parte son de roca caliza, constituyendo verdaderos mármoles, que pasando por negro, gris y azulado, llegan hasta el blanco alabastrino; otros hay que sobre su masa se destacan dibujos caprichosos formados por vetas de colores distintos. Todos estos grandes blocks se han desprendido de la parte superior de la montaña para caer en el lecho del río, cuyo cauce accidentado e irregular obliga al agua a correr, formando multitud de accidentes pintorescos en los que no sólo el continuo juguetear del agua convertida en blanquísimas espumas, sino también el rumor que produce al chocar contra las rocas, ayudan poderosamente para deleitar al viajero.



Algún tiempo recorrimos el lecho del río, pasando ya por entre enormes piedras, ya por extensos depósitos de arena, hasta llegar al punto donde se encuentran las bocas. Son estas dos enormes cavernas abiertas al pie de la montaña, cuyos muros acantilados y cortados a pico se elevan majestuosos a más de 200 metros de altura. Dos son las bocas: por una de ellas sale el río de Santiago, cuyas aguas lechosas parecen cargadas de gran cantidad de cal; y la más grande por la que sale el de Chontacuatlán, cuyas aguas cristalinas se reúnen inmediatamente con las del primero para formar el río Amacuzac. La entrada a estas cavernas es sumamente difícil, pues a medida que se interna uno en ellas se presenta el agua más impetuosa, las rocas menos accesibles y llega un momento en que verdaderamente se hace el paso imposible; no obstante, pudimos entrar en la mayor de ellas como unos 50 metros, pudiendo contemplar desde allí y hacia el interior, varias estalagmitas y otras formaciones calizas que dejan suponer que en el interior deben existir salones y toda la variedad y hermosura en los adornos que caracterizan a estas cavernas, pudiendo quizá ser esta mucho mayor y más espléndida que la de Cacahuamilpa que tan sólo se halla de allí a unos cuantos metros. Mientras visitamos la entrada de esta caverna, todos los compañeros se alejaron del lugar donde nos encontrábamos, de suerte que cuando salimos sólo pudimos ver muy arriba y por entre la enramada a uno de ellos; quisimos seguirlo comenzando a encumbrar por un paso verdaderamente difícil; pero llegó un momento en que perdimos la vereda y perdimos igualmente la idea de dónde podrían estar los compañeros; no obstante, seguimos subiendo, pero cada vez con mayores dificultades, pues ya no era solamente lo penoso del terreno, sino lo espeso del follaje que casi no nos permitía dar un paso; por fin llegó un momento en que encontrándonos muy fatigados tuvimos que recostarnos en el suelo para descansar, sin dejar de pensar que mientras los compañeros se alejarían más de nosotros; luego que tomamos aliento tiramos algunos chiflidos para poder saber dónde se hallaban y seguir nuestro camino; pero no fue sino después de un largo rato cuando obtuvimos contestación, escuchando un lejanísimo silbido que más bien parecía eco de los nuestros; acto continuo nos dirigimos en la dirección en que los habíamos escuchado no sin grandes trabajos, pues además del cansancio, llevábamos a cuestas una cámara fotográfica, una bolsa de viaje y una escopeta, añadiéndose a todo esto que en aquellos momentos hacía efecto en nosotros una dosis de quinino que habíamos tomado en la mañana por habernos sentido ligeramente indispuestos: después de muchos trabajos y de habernos arañado las manos y la cara con las espinas, llegamos a un punto por donde se veía el fondo de la barranca en donde creíamos ver a los compañeros; apresuramos el paso y por fin llegamos a la orilla de unas enormes peñas que se levantan como a unos 80 metros de altura y que se encuentran cortadas a pico; estando allí pudimos ver al Sr. García que desde abajo nos hacía señas indicándonos por dónde habíamos de bajar, pues el lugar donde nos encontrábamos era enteramente peligroso; tuvimos todavía que dar un gran rodeo para descender por una pendiente en la que más bien caíamos que bajar, pues hubo un momento en que faltándonos todo punto de apoyo, rodamos basta llegar a la arena que forma el lecho del río; ya nos esperaba el Sr. García, quien nos manifestó lo muy apurado que se encontraba por nosotros, ofreciéndonos a la vez una botella con agua y mezcal, de la cual nos bebimos la mitad.

Descansábamos apenas sobre la arena de las fatigas anteriores, cuando una exclamación del Sr. García nos llamó la atención, haciéndonos volver la cara justamente a los lugares por donde pocos momentos antes habíamos andado casi perdidos; y cuál sería nuestro asombro cuando contemplamos al Dr. Altamirano con las dos señoritas brincando peñas y salvando los pasos más difíciles y peligrosos; hubo un momento de verdadera angustia para nosotros y no pudimos menos de admirar por centésima ocasión la intrepidez y fuerza de ánimo de nuestras compañeras de viaje. Por fin cerca ya de las dos de la tarde nos reuníamos de nuevo en el lugar donde habíamos dejado las cabalgaduras y regresamos a Cacahuamilpa, donde un almuerzo apetitoso preparado por Don Crescencio nos esperaba ya sobre la mesa.

Cuando estuvimos todos sentados pudimos notar que faltaba uno de nosotros, el Sr. Morales; en vano se le buscó por todas partes; se preguntó a los guías por él y no pudieron dar razón, hasta que quedamos convencidos que debería haberse extraviado en la barranca que habíamos recorrido; acto continuo se mandaron dos guías que fueran en su busca; fue notable la impresión que causó en nosotros este accidente, sobre todo en las dos señoritas que ya se imaginaban al Sr. Morales víctima de alguna desgracia mayor.

Concluimos de comer cuando llegó el Sr. Morales casi jadeante y explicándonos cómo había quedado perdido, sin que le hubieran valido los gritos que daba para que supiéramos dónde se hallaba.

Regreso.— De Cacahuamilpa a Tetecala.

Inmediatamente después se procedió al arreglo de los equipajes y a ver que se ensillaran y cargaran las bestias, de tal suerte que a las cuatro de la tarde pudimos salir rumbo al Norte.
Cuando ya todos estaban en sus caballos y que la comitiva comenzaba a desfilar, no pudimos menos de sentir una viva impresión al dejar aquel paraje pintoresco donde tanto habíamos admirado y al cual tanto trabajo nos había costado llegar; pero fuerza era volver, y no obstante que habíamos ya saciado nuestra curiosidad, que habíamos realizado todos nuestros deseos, sentíamos con pena el que tocara a su fin la expedición.

Durante un trayecto bastante largo seguimos el mismo camino que habíamos traído a nuestra llegada, acompañados por Don Crescencio que quiso ir con nosotros hasta los linderos de su distrito. A las cuatro y cincuenta llegamos a la Barranca de Santa Teresa donde se despidió de nosotros tan amable persona y a la que estamos muy agradecidos por sus bondades; seguimos después frente a la hacienda de Michapan a un lugar donde se bifurca el camino, siguiendo una de sus derivaciones hacia la hacienda de San Gabriel y era el que se había hecho para llegar a Cacahuamilpa; y el otro que conduce a los pueblos de Coatlán y otros que se hallan al norte; por iniciativa del Dr. Altamirano seguimos el segundo y comenzamos a recorrer un terreno desconocido. Después de haber atravesado algunos collados y lomas que forman la vertiente NW de los llanos de Michapan, llegamos a las seis de la tarde a una pequeña población que se denomina Chavarría; no nos detuvimos nada y dejándola a un lado seguimos de frente. No se crea que durante este viaje por ser ya de regreso se nos había acabado el buen humor, pues por el contrario veníamos animados del mismo contento que cuando comenzó la excursión, y sólo uno que otro, cansado o enfermo, venía quizá algo triste. A las seis y media de la tarde, precisamente a la hora en que nos faltó por completo la luz del sol, llegamos a la orilla de una gran barranca muy amplia que tuvimos que seguir en sus bordes para poder bajar y pasar del otro lado; casi una hora empleamos para llegar al fondo, donde nos encontramos con un caudaloso río cuyas aguas corrían impetuosas bajo un mal puente formado de otates que tan sólo tiene dos metros de ancho; uno por uno pasamos para encumbrar del otro lado y comenzar a penetrar al pintoresco pueblo de Coatlán del Río, cuyo nombre que es mexicano quiere decir lugar de víboras; pero la verdad, es que no obstante su etimología a nosotros nos pareció primoroso, pues tuvimos que recorrer una de sus calles que se encuentra formada de uno y otro lado por frondosos fresnos de tupido follaje, confundidos y mezclados con platanares cuyas amplias hojas brillaban a la luz de la luna y otra multitud de arbustos y árboles frutales que forman de aquel lugar un verdadero vergel, cuyo ambiente estaba saturado de los diversos aromas que emanan de aquella exuberante vegetación; a todo esto debe agregarse que por entre el follaje podíamos ver hacia un lado el río que acabábamos de pasar, cuyas aguas quebrando los pálidos rayos de la luna, enviaban hacia nosotros destellos opalinos y argentados que nos permitían percibir a la corriente en medio de la obscuridad, como una cinta de plata diversamente contorneada y constantemente móvil. Ante aquel paisaje espléndido todos enmudecimos y cada cual sumido en sus propias reflexiones, gozaba de la hermosura de la noche; hubo momentos en los que en medio del ligero rumor de las hojas y del lejano murmullo del río, sólo se podían escuchar las pisadas de nuestras cabalgaduras; no fue sino después que pasamos aquel lugar cuando comenzamos a comunicarnos nuestras reflexiones, precisamente en los momentos en que muy a lo lejos se nos presentaron unas luces. Por lo pronto creíamos que ya era el punto de llegada, pero luego que nos acercamos supimos que era la hacienda de Actopan, cuyas máquinas estaban en aquellos momentos en actividad; no paramos ni un sólo momento pues temíamos que la luna se ocultara y quedáramos en tinieblas; de suerte que seguimos de frente hasta llegar a la población de Tetecala, habiendo dado ya las nueve de la noche.

Gran sorpresa causó en la población nuestro arribo, pues ya a aquellas horas todas las gentes estaban recogidas, de suerte que no sin alguna dificultad conseguimos alojamiento en un mal mesón, donde nos proporcionaron dos cuartos pequeños en que nos pudimos instalar; una vez hecho lo cual salimos a buscar que cenar, encontrando por fortuna una fonda cerca de la plaza que aún no cerraba sus puertas y en la que aunque malo pudimos cuando menos satisfacer nuestras necesidades.

Habíamos concluido ya de cenar y estábamos en la plática de sobremesa, cuando un accidente vino a impresionarnos bastante.

En la mesa contigua a la que estábamos instalados cenaban otros de nuestros compañeros, uno de los cuales se levantó repentinamente como para retirarse extendiendo los brazos en el aire y calló al suelo completamente sin sentido; acto continuo, los Dres. Altamirano y Govantes fueron a atenderlo, evitando que los señores García y Schwenghagen lo levantaran del suelo como querían, creyendo así poderlo aliviar. Determinó el Dr. Altamirano que permaneciera acostado, y sólo después de un larguísimo intervalo comenzó a entreabrir los ojos y pudo pasar una cucharada de agua que se le ofrecía.

Júzguese de nuestra mortificación y pena en aquellos momentos, en una fonda, en un pueblo desconocido y con un accidente que revestía caracteres alarmantes.

Luego que hubo recuperado un poco las fuerzas el enfermo, se le acomodó en uno de los catres de campaña que habíamos hecho traer y se le condujo en él a nuestro alojamiento. Sin mayor novedad se pasó la noche.


Tetecala.

Eran las seis de la mañana del día 6 cuando comenzamos a recorrer las calles de la población, después de haber hecho nuestras observaciones de hipsómetros y después de haber tomado un magnífico desayuno con el cual nos obsequiaron nuestras siempre amables compañeras de viaje.

Para formarnos mejor idea de la población nos dirigimos a la plaza principal, a la cual llegamos después de haber atravesado tres o cuatro calles algo irregulares y mal empedradas; la plaza es un gran rectángulo, en el centro del cual hay un jardín con su consabido kiosco, formando las aceras que la limitan el palacio municipal, la parroquia, algunas casas de comercio y las fincas de los principales del lugar. Después de haber recorrido la plaza penetramos a la iglesia que presenta en su interior un aspecto bien pobre, pudiendo notar que la mayor parte de sus santos son de lo más desfigurados, de esos que en lugar de inspirar devoción provocan hilaridad, y no queriendo dejar de ver nada, recorrimos el cementerio leyendo la serie de epitafios que nos permitieron conocer los apellidos de las principales familias y los alcances literarios de la población.

De regreso ya para nuestro alojamiento con el fin de arreglar la marcha, pasamos frente al palacio municipal donde se hallaba el jefe político Sr. D. Pablo Ruiz que era del Dr. Govantes un antiguo amigo y acto continuo se puso a nuestras órdenes y nos ofreció su casa; desde ese momento no se desprendió ya de nosotros y aun nos ofreció acompañarnos hasta la hacienda de Miacatlán, a la cual mandó avisar que llegaríamos como a medio día.

El haber trabado amistad con el Sr. Ruiz nos permitió el que tuviéramos algunos datos relativos al distrito de Tetecala, que es uno de los más importantes del Estado de Morelos. El número de sus habitantes es de 31,000, dedicándose la mayor parte a las labores del campo.

Los principales productos de sus fértiles tierras, colocadas todas entre 800 y 1,000 metros sobre el nivel del mar, son la caña de azúcar, café, frutas y algunas gramíneas y leguminosas, pudiéndose considerar que los productos anuales alcanzan a la suma de 947,000 pesos.

Los terrenos de este distrito están casi todos bañados por abundantes corrientes de agua que en su mayor parte lo recorren de N W a S W o de N a S, entre los cuales debe citarse el Amacuzac que recoge las aguas de casi todos los demás.

La ciudad de Tetecala en sí no presenta un bonito aspecto, pues además de encontrarse en medio de grandes lomas calizas sin vegetación, sus casas son bajas, irregulares y de no buen aspecto, la mayor parte de teja, no obstante que el nombre de Tetecala, que es de origen mexicano, quiere decir, lugar donde hay casas de techo de bóveda. El número de sus habitantes es de 1,600 y es un punto de tránsito importante entre Cuernavaca y las demás poblaciones principales del Estado.

De Tetecala a Jojutla, 29 kilómetros.

Salimos de Tetecala a las nueve de la mañana, rumbo al Poniente y por un camino que no presentaba nada de agradable, pues se encuentra abierto entre los extensos lomeríos áridos y secos que forman esta parte del Estado; no obstante, no nos faltaron puntos de estudio de y agradable conversación que nos permitió pasarnos el rato casi sin sentir, hasta que llegamos a la hacienda de Miacatlán que sólo dista de Tetecala unos cuatro kilómetros.

Como el Sr. Ruiz había mandado avisar, ya nos esperaban, y apenas nos presentamos en la puerta de la hacienda nos hicieron entrar al amplísimo patio de la ñuca, obligándonos inmediatamente a subir a la habitación del Sr. administrador Don Sixto Sarmina, quien nos recibió de la manera más franca y cortés.

Luego que consideró el Sr. Sarmina que habíamos descansado, nos condujo a que visitáramos la finca, enseñándonos de una manera detallada todos los departamentos y maquinarias de la hacienda: desde el trapiche donde se muelen las cañas entre dos grandes cilindros movidos por una rueda hidráulica, hasta el lugar donde cristalizan los grandes panes de azúcar y los alambiques donde destilan el aguardiente.

Mucho nos agradó a todos nosotros el poder observar el arreglo y limpieza que reina en toda la finca, notándose en todas sus labores y departamentos una hábil dirección. Después que hubimos recorrido las enormes galeras atestadas de piloncillos de azúcar blanquísima y de haber visitado los grandes depósitos de melaza donde existen millares de metros cúbicos de miel próximos a convertirse en alcohol, vimos también las máquinas de vapor y en seguida nos retiramos a la habitación del Sr. Sarmina, donde nos esperaba ya un suculento almuerzo que nos fue servido con todas las reglas de la buena educación, haciéndonos los honores de la mesa dicho señor y sus hijos que no dejaron de .atendernos y llenarnos de sus finezas y atenciones. Después de siete días, era el primero en que comíamos en forma.

Durante toda la mesa reinó la mayor franqueza y poco tiempo después de haber concluido nos retiramos a los corredores donde unos en sillones mecedores, otros en una amplia hamaca, procurábamos tomar fresco y gozar de la hospitalidad tan espléndida de que éramos objeto.

Como era natural no dejamos de pensar en tomar fotografías de la hacienda, así como de la familia del Sr. Sarmina, que bondadosamente se prestó a formar un grupo en el que, acompañado de los señores sus hijos y de las señoritas sus hijas, formaban el núcleo de todosl os compañeros de viaje colocados en su derredor.

A las tres de la tarde resolvimos emprender la marcha y después de una cordial despedida, no pudimos menos que prorrumpir en entusiastas hurras por la hacienda de Miacatlán y de su digno administrador, el que rodeado de su familia y desde los corredores nos daba el último adiós.

El camino que conduce de Miacatlán a Jojutla no presenta mucha variedad, a no ser por el lugar donde se halla la pequeña lagunita de Cualtetelco, en cuyas aguas revolotean multitud de gallinas del agua, blanquísimas garzas y otras muchas aves acuáticas que forman graciosos grupos diseminados ya en los tules que crecen a la orilla, ya en el centro de las aguas. Pasamos por este lugar a las cuatro de la tarde, y no pudieron menos de bajarse de sus caballos los cazadores y tratar de coger algunas de aquellas aves; pero con fan mala suerte, que después de haber hecho varios tiros volvieron a nosotros con las manos vacías. Luego que hubimos pasado este lugar comenzamos a recorrer lomas áridas y extensas; pero que no por eso disminuían nuestro buen humor y regocijo, pues a falta de observaciones o de colectas que hacer, buscábamos entretenimiento en hacer galopar a nuestras cabalgaduras. No obstante esto llegó la noche sin que pudiéramos llegar a Jojutla y tuvimos que seguir maestro camino alumbrados tan sólo por la luna que apenas dejaba pasar tenues rayos por entre las nubes que la cubrían; pero afortunadamente el Sr. García había guardado algunos de los fanales que habían sobrado en la caverna y cuando menos lo esperábamos nos alumbró el camino con una espléndida luz roja, poco después una verde y así continuamos hasta las nueve de la noche que vimos las primeras luces de la población, a la cual llegamos pocos momentos después, encontrándola ya en la más profunda tranquilidad. Acto continuo nos dirigimos a la estación, donde hallamos nuestro vagón y procuramos instalarnos de la misma manera que cuando habíamos llegado de México, y la única dificultad que hubiéramos tenido era la de los alimentos precisos, a no ser por las provisiones del Dr. Altamirano y la amabilidad de las señoritas que nos prepararon un buen atole de pinole, nos la hubiéramos pasado sin cenar, pues en la población no había una sola puerta abierta y reinaba ya la tranquilidad de media noche.

Pasamos ésta sin más novedad que sentir mucho frío en la madrugada, pues en estos lugares de la tierra caliente hay mañanas en las que el termómetro baja muy cerca del punto de congelación, para en cambio subir a medio día 33 o 34° centígrados, provocando variaciones que perjudican notablemente a la salud.

A las cuatro de la mañana nos levantamos despertados por el silbato de la locomotora y comenzamos a disponer nuestras cosas para la marcha.


Regreso a México.

Eran las seis de la mañana cuando se puso el tren en marcha rumbo a la capital; todos nosotros estábamos alborotados por llegar cuanto antes a nuestras casas, a la vez que con sentimiento veíamos que concluían los días que habíamos tenido llenos de regocijo y contento.

La mayor parte del día la pasamos haciendo comentarios sobre nuestra expedición y admirando de nuevo los paisajes que sucesivamente se presentaban por segunda vez a nuestra vista; y realmente el camino hubiera sido para nosotros largo y cansado, si no hubiera sido porque aprovechamos algunos momentos para poder platicar con los naturalistas y sacar de ellos los datos y noticias que habían recogido durante la expedición; así es que primero con el Dr. Altamirano, después con el Sr. Víllada, y por último con Alfonso Herrera, nos entretuvimos la mayor parte del día.

En la tarde después de comer nos preparábamos para dormir una buena siesta arrullados por el balanceo y ruido acompasado del tren, cuando las señoritas recordaron que el día anterior había sido la fiesta de los Santos Reyes y que nosotros no la habíamos celebrado, proponiendo además que aun cuando fuera un día después y antes de que se separaran los excursio-nistas, hiciéramos la consabida rifa: a falta de la rosca que se acostumbra repartir, escogieron unos grandes panes que habían comprado en Ozumba para introducir en uno de ellos una moneda que substituiría a la haba.

Se partieron tantos pedazos como personas había en el coche y le tocó al Dr. Altamirano hacer el reparto; es por demás el decir aquí que todo aquello lo hacíamos entre risa y alegría, y sobre todo que estalló el entusiasmo en todos cuando vimos que el Dr. Govantes trataba de ocultar la moneda que acababa de encontrar en el pedazo que le tocó; todos inmediatamente lo proclamamos rey, y entre los súbditos que le hacían presente sus homenajes no faltó el Sr. García que de rodillas y con su burrito en los brazos, pedía a su majestad protección y amparo para él y su tierno animalito.

Con este y otros chistes que resultaron después, pasamos la mayor parte de la tarde hasta llegar a la estación de los Reyes, después de la cual la mayor parte de los compañeros comenzaron a reunir sus cosas y preparar sus equipajes para desembarcar; por fin, a las cinco y treinta de la tarde del día 7 un silbato de la locomotora anunció que llegábamos a México.

Había concluido nuestro viaje y acto continuo nos dispusimos para llegar a nuestros hogares, despidiéndonos con efusión de todos los compañeros, manifestándoles a cada uno de ellos nuestros sentimientos de gratitud y aprecio por los ratos tan agradables que de diversa manera nos habían proporcionado durante toda la expedición. 


APÉNDICE. 

Datos, observaciones y ejemplares recogidos durante la expedición a Cacahuamilpa. 

Conforme al programa que había formado el Dr. Altamirano de los trabajos y observaciones que deberían ejecutarse durante nuestro viaje, procuraron los comisionados reunir el mayor número de datos y formar colecciones relativas a sus diversos ramos, habiendo logrado muchos de ellos adquirir datos y ejemplares importantes, no obstante la rapidez con que se hizo el viaje y el poco tiempo que permanecimos en los lugares que visitamos.

Al principio había sido nuestra idea intercalar en los lugares correspondientes de la crónica, los resultados obtenidos por cada uno de los profesores que se propusieron hacer investigaciones; pero posteriormente pensamos sería mejor recopilar en un sólo lugar todos los datos, tanto más que contamos con la buena voluntad de los profesores, que nos han proporcionado apuntes bastante completos de sus memorias y con los cuales hemos formado este apéndice que quizá sea lo más útil de la crónica que se nos encomendó.

Viene en seguida la lista de las memorias o trabajos que presentaron los excursionistas, los cuales se hallan publicados íntegros en el periódico «El Estudio» órgano del Instituto Médico, y de los cuales liemos extractado lo que ponemos más adelante.

1º. Datos geográficos y geológicos por el Sr. Dr. Altamirano y el que esto escribe.

2º. Noticias sobre la flora del camino de México a Cacahuamilpa, por los señores Doctores Altamirano y Villada.

3º. Noticias sobre la fauna cavernícola, por el Sr. Profesor D. Alfonso L. Herrera.

4º. Estudio histológico de algunas de las plantas recogidas en el camino, por el Dr. D. Manuel Toussaint.

5º. Análisis de las aguas de Cacahuamilpa y de los lugares de tránsito, por el Sr. Prof. D. Mariano Lozano.



Datos geográficos y geológicos. 

Gran parte de la región que recorrimos es ya conocida por estar atravesada por la línea del ferrocarril de México a Jojutla, cuyos estudios de trazo y nivelación han permitido formar un plano suficientemente exacto en una zona con más de 196 kilómetros de extensión; por lo tanto, de esta región sólo nos limitamos a recordar las alturas que tienen sobre el nivel del mar los principales puntos de la línea, con cuyos datos hemos formado el perfil adjunto y sobre el cual procuramos dar también una idea de la distribución de algunas especies vegetales, ya silvestres, ya cultivadas, que caracterizan los principales climas por los que pasa la línea.

En la segunda izarte de nuestro viaje de Jojutla a Cacahuamilpa, sí procuramos tomar informes sobre las principales poblaciones que atravesamos, su situación, el número de sus habitantes y otros datos entre los que procurábamos siempre comprender la etimología de su nombre, pues habiendo pertenecido la mayor parte de estos pueblos a nuestros antepasados los Mexicanos, casi todos sus nombres son de origen azteca; y como se sabe muy bien dichos nombres que estos ponían procuraban que indicaran alguna de las particularidades, propiedades o situación del punto que denominaban, sirviendo así en muchas ocasiones conocer la etimología de un cerro, un río o una población para formarse desde luego idea de su situación, aspecto o relación que guarda con los lugares que lo rodean.

Para proceder con método, antes de poner de manifiesto las alturas de los puntos por donde pasamos, insertamos las observaciones barométricas y termométricas que hicimos durante la expedición:

Enero 1º de 1892.

LOCALIDAD.                               Horas.  Barómetro mm.  Termómetro.  Hipsómetro

México.                                          8.00 am.         588.00.            12°.              ....

Nepantla.                                        1.00 pm.         606.00             25°.              ....

Cuautla.                                          3.15 pm.         660.00.            30°.              ....

Jojutla.                                            6.30 pm.         690.00.            25°.           97.4

Enero 2.

Jojutla.                                            2.57 pm.         695.00.            30°.              ...

Río Apatlaco.                                 3.10 pm.        695.00.              ..                 ...

Laguna Tequesquitengo                5.02 pm.         689.00.              ..                 ...

Puente de Ixtla                               6.43 pm.          692.00.              ..                ...

Hacienda de San Gabriel               7.30 pm.          695.00.            18°.             ...

Enero 3.

Hacienda de San Gabriel.              6.00 am.          696.00.            15°.          97.3

Campo de las Pozas.                      9.21 am.          697.00.            ..               ...

Llanos de Michapan.                   11.47 am.          678.00.             ..              ...

Rancho de Michapan.                  12.27 „.             673.00.             ..              ...

Laguna de Michapan                   12.30 „.             673.00.             ..              ...

Barranca de Santa Teresa.           12.56 „              677.00             27°.          ...

Cacahuamilpa.                              2.00 pm.           664.00.            26°.         ...

Entrada de la Caverna.                10.37 pm.          671.00.            17°.          96.6

Enero 4.

Primer Salón de la Caverna.          3.30 am.          670.00.            15°.          96.62

Salón de los Órganos                     9.35 am.          680.00              ..              ...

Enero 5.

Cacahuamilpa                                 8.40 am.         696.00.            16.5°.         ...

Las bocas del Amacuzac               11.08 am.         684.00.              ..             ...

Cacahuamilpa                                  3.47 pm.        661.00.            25.8°.       95.7

Barranca de Santa Teresa                4.50 pm.        674.00.             ..                ...

Laguna de Michapan                       5.03 pm.         667.00.            ..                ...

Chavarría                                         6.07 pm.         670.00.            ..                ...

Río Tetecala (cerca de Coatlán)      6,22 pm.         676.00.            ..                ...

Coatlán del Río                               7.35 pm.         680.00.            ..                ...

Actopan                                           8.50 pm.        683.00.             ..               ...

Tetecala                                           9.15 pm.        683.00.             ..               ...

Enero 6.

Tetecala                                           7.30 am.         687.00.            ..              96.75

Miacatlán                                        10.40 am.        686.00.            ..               ...

Miacatlán                                          3.07 pm.        680.00.            ..               ...

Laguna Cualtetelco                           3.48 pm.        685.00.            ..               ...

Texocotla                                          6.25 pm.        680.00.            ..               ...

Jojutla                                                9.00 pm.        695.00.            ..              ...


Con los datos anteriores son con los que se han calculado las alturas de los puntos comprendidos entre Jojutla y Cacahuamilpa. En cuanto a las distancias, las hemos estimado aproximadamente por el tiempo empleado en recorrerlas, conociendo poco más o menos el andar de nuestras cabalgaduras, de suerte que tanto en el perfil como en el itinerario que va en seguida, sólo deben verse como exactos los datos de México a Jojutla, y como aproximados los de Jojutla a Cacahuamilpa.



Itinerario de México a Oacahuamilpa.

LOCALIDAD    Distancia entre sí   Distancia a México  Altura s.n.m.

México                       ...                               ...                    2239.30

LosReyes                    18                             18                    2240.0

Ayotla                           7                             25                    2243.0

LaCompañía                 9                             34                    2244.0

Tenango                      13                             47                    2324.0

Amecameca                13                             58                    2466.5

Ozumba                      12                             70                    2324

Nepantla.                    23                              93                   1968

Yecapistla                   27                            120                   1570

Cuautla                       16                             136                  1216

Calderón                       8                             144                  1258

Yautepec                    14                             158                  1154

Tlaltizapan                 27                              185                   934

Tlaquiltenango             8                              193                   900

Jojutla                           3                             196                    890

Laguna de Tequesquitongo. 8                     204                    950

Puente de Ixtla             7                              211                    970

Hacienda de San Gabriel  4                         215                    990

Las Pozas                     4                              219                  1010

Rancho de Michapan  13                             232                  1170

Barranca de Santa Teresa 2                         234                  1030

Pueblo de Cacahuamilpa  4                         238                  1180

Caverna de Cacahuamilpa  2                      240                   1002



Itinerario del regreso,

LOCALIDAD    Distancia entre sí   Distancia a Cacahuamilpa  Altura s.n.m.

Cacahuamilpa                  ...                                ...                       1180

Barrauca de Santa Teresa  4                                 4                      1030

Michapan                           2                                 6                     1170

Chavarría                           4                               10                     1131

Coatláti del Río                 7                                17                    1226

Actopau                             4                               21                     1187

Tetecala                             2                               23                     1000

Miacatláu                          4                               21                     1040

Cualtetelco                        3                              30                        975

Texcocotla                       11                              41                      1037

Jojutla                              14                              55                        890

Respecto a la etimología de algunos de los nombres de los puntos por donde pasamos, la liemos tomado de la Geografía del Estado de Morelos, escrita por el Sr. D. Cecilio Róbelo, y otros los hemos tomado en el mismo lugar con algunas de las personas que conocen el Mexicano. Para que puedan presentar alguna utilidad estas noticias, nos ha parecido conveniente el llamar la atención sobre los puntos en que se hallan de acuerdo los nombres con las condiciones o circunstancias de los lugares:

Nepantla. — Medianía. En efecto, estando colocado este punto a 1968 metros de altura sobre el nivel del mar y además sobre ladera Sur de las vertientes australes del Popocatépetl, se le puede considerar como el lugar en que se encuentra un clima intermedio entre el de las planicies de Morelos y el de las montañas que rodean al Valle de México.

De Nepantla para arriba se encuentra una vegetación en la que predominan las coníferas, caracterizando la tierra templada y más allá la fría; de Nepantla para abajo comienzan a predominar los amates, los huisaches y otras muchas especies que paulatinamente se van mezclando entre sí o apareciendo otras hasta llegar a las alturas de Cuautla y Yautepec, donde los platanares, los cafetos y la caña de azúcar dominan y cubren campos extensos.

Yacapistla. — Yacapitztlan. He aquí lo que el Sr. Róbelo cita a propósito de este nombre, tomando su derivación de la obra sobre Historia de México del Sr. Orozco y Berra:

«Esta villa de Acapiztla se llamó así porque antiguamente se llamaba Xihuitzacapitzalan, porque los señores que la gobernaban traían unos chalchihuites atravesados en las narices, y que eso quería decir y como agora está la lengua corruta se dice y le llaman Ayacapiztla».

Interpretando el jeroglífico el Sr. Orozco y Berra dice que la lectura directa puede sacarse de yacatl, nariz; pitztli, cuero o hueso de cierto fruto y la posposición tlan. Yacapitztlan, los de narices aguzadas o afiladas.

Cuautla. — QUAUHTLA. Arboleda. Viene de quahuitl árbol y la terminación tla que significa abundancia.

Puede también significar lugar abundante en águilas.

Uno u otro significado están enteramente de acuerdo con lo que se observa en Cuautla, pues si es el primero, se encuentra perfectamente comprobado por la frondosa y corpulenta vegetación que crece en este lugar, la que hace que desde muy lejos se destaque por un manchón de verde obscuro sobre los diversos tintes de los campos cultivados que la rodean.

Si es el segundo significado, está también de acuerdo por la existencia en los alrededores de la población de aguiluchos del género Falco.

Yautepec. — Yauhtepec. En el cerro del yauhtli, por existir en el cerro, cerca del cual está la población, mucha de esta planta.

Tlaltizapan. — Sobre la tierra blanca del tlalli, tierra; tizatl tierra blanca y pan sobre encima de.

Y en efecto, Tlaltizapan se halla en medio de una vasta formación caliza y se ha formado sobre aquellos lugares una toba que tiene color blanco, por lo cual seguramente le dieron el nombre que lleva.

Tlaquiltenango. — Tlaquiltenanco. De traquilli, encalado; tenamitl muro y co en. En los muros encalados o pintados de blanco. Quizá este nombre se refiera a que todas las montañas que rodean a la población están formadas de caliza cuyas piedras casi desnudas de vegetación blanquean desde lejos, dándole a aquellos lugares un aspecto triste por su aridez y como que parece que el calor peculiar de aquellos climas aumenta con la reverberación que sufren los rayos casi verticales del sol sobre aquellas piedras blanquecinas o cenizas.

Jojutla. — Xoxotla. Donde hace mucho calor. De xoxotla arder, aumentativo xoxotla, ardiente.

Siendo Jojutla no sólo uno de los puntos más bajos del Estado de Morelos, sino encontrándose también donde principian los extensos lomeríos y llanuras que forman los llanos de las Pozas y Michapan, es uno de los puntos en donde sube más la temperatura, al grado de que los habitantes del Estado, no obstante estar acostumbrados a lo excesivo del clima, temen a Jojutla por lo exagerado de su temperatura, que reuniéndose a la circunstancia especial de estar la población situada entre dos ríos, contribuye para formar un clima húmedo, caliente y malsano, donde reinan constantemente las calenturas y fiebres palúdicas.

Tequesquitengo. — Tequixquitenco. En la orilla del salitre o tequezquite. Existe en realidad en las orillas de la población y en los terrenos humedecidos por el lago o los ríos, depósitos e inflorescencias de sesquicarbonato de sosa.

Istla. — IXTLA. Llanura, vega, llano. Aun cuando realmente el Puente de Istla no se halla en una llanura sino pequeña, quizá por el contraste que forma esa corta planicie con el resto y lo más accidentado de la sierra, se lo haya dado ese nombre; pero en realidad es uno de los que encontramos poco adecuados.

Michapan. — Río donde hay pescados. De michin pescado y apan río. Nosotros no pudimos ni intentamos comprobar si realmente había pescado, pero posible es que exista.

Cacahuamilpa. — De Cacahuatl cacahuate y Milli sembrado. Seguramente debe haber existido en esta localidad sembrado de cacahuates, a lo que debe su nombre; en la actualidad no existe allí tal planta.

Coatlán. — Lugar de víboras. De coatl víbora y tlan lugar de. Existiendo este pueblo en la orilla de un río caudaloso en un terreno pedregoso y húmedo, posible es que abunden estos reptiles, cuyo hecho no pudimos comprobar ni por la observación ni por noticias, al haber pasado por aquel lugar en horas ya de la noche y no haber trabado relación con ninguna persona.

Actopan. — Atocpan. Tierra fértil o sobre el agua enterrada.

Tetecala. — Donde hay muchas casas de bóveda de piedra. Como se comprende seguramente este nombre se refiere a época muy anterior a la actual en la que tal vez las casas tenían bóvedas; pero actualmente no corresponde pues las construcciones modernas en su mayor parte son de tejado.

Miacatlan. — Miacatla. Lugar cerca de las flechas. De mitl flecha, acatl caña y tlan cerca de. Seguramente este nombre se refiere a que cerca de este pueblo existen algunos vegetales de los que tomaban los indios varas para formar sus flechas.

Cualtetelco. — Quautetelco. En el templo de madera. De quahuitl árbol, madera, tetelli, contracción de tlatelli, montón de tierra, pirámide y co en.

Los datos relativos a la configuración y geología son bien escasos y la mayor parte los hemos dejado ya consignados en la descripción del camino y de las cavernas, por lo que para no caer en redundantes tan sólo nos limitaremos a enumerar algunos de los ejemplares recogidos:

Mármol blanco de grano fino de la barranca por donde corre el río Amacuzac.

Mármol gris con vetas negras del mismo lugar.

Caliza compacta de color azulado de la misma barranca, formando las paredes de la caverna de la que sale el río Chontalcuatlan.

Caliza apizarrada en lajas muy delgadas del cerro del Tomasol, uno de los que rodean a Cacahuamilpa.

Caliza compacta con incrustaciones fósiles apenas conocibles de la barranca de Santa Teresa, límite natural de los Estados de Morelos y Guerrero.

Las calizas que forman las montañas de Cacahuamilpa parecen pertenecer al tiempo cretáceo, como ya dijimos en otra parte.

Del interior de la caverna se recogieron diversos ejemplares, no porque sean distintas especies-de roca, pues todas ellas están formadas por la caliza estilaticia, sino por las diversas formas y coloraciones que afecta en los distintos salones.

Respecto a las rocas y formaciones que constituyen el camino de México a Jojutla, apenas pudimos formarnos idea de ellas, de suerte que el perfil adjunto sólo manifiesta de una manera aproximada su constitución geológica.



Noticias sobre la flora de Cacahuamilpa y plantas colectadas por el Dr. Fernando Altamirano.

La flora de Cacahuamilpa es la de la tierra caliente seca análoga a la de los Estados de Morelos y Michoacán. Triste y escasa respecto a la del Estado de Veracruz, por ejemplo, se le ve confinada casi a las barrancas para poder resistir la sequedad ardiente de aquellos terrenos calizos. Por esta causa seguramente encontramos una flora más variada y delicada entre el grupo de montañas donde está la gruta, particularmente en las laderas de la barranca llamada las Bocas. Mientras que en los terrenos que habíamos recorrido de Jojutla a Cacahuamilpa, formados de llanuras y lomeríos extensos, sin abrigo del aire y sin agua, sólo encontramos vegetales arborescentes, de gruesas cortezas, de troncos pequeños y resinosos, en una palabra, con condiciones apropiadas para resistir los rayos de un sol ardiente y la sequedad prolongada. Aunque en corto número las especies de estos árboles, cada una de ellas formaba bosque y caracterizaba perfectamente el terreno y condiciones climatológicas de esos lugares, por eso nos parece útil consignarlas aquí, así como por sus aplicaciones. En primer lugar nos llamó la atención el cuautecomate, bignoniácea del género Crescentia o Parmentieria. Son árboles corpulentos de seis varas y más de altura, de tronco grueso y recto. Sus ramas erguidas, largas y muy delgadas las últimas, le dan un aspecto particular que lo hace distinguir a lo lejos. Produce una madera fuerte y propia para construcciones. Sus frutos más grandes que una naranja y abundantísimos, sirven de alimento al ganado y se usan también en medicina como purgantes y pectorales. Han llamado últimamente la atención de los químicos europeos que han extraído de la pulpa el ácido crescénico, de propiedades drásticas.

Conviene no olvidar las propiedades de esta pulpa para evitar su uso a los caminantes que como los soldados, fatigados por el hambre y la sed, comen con demasía esta especie de conserva halagadora por su jugo y su sabor dulce, pero que causa graves trastornos intestinales y aun la muerte. Se registran muchos de estos casos desgraciados entre los que han atravesado las extensas llanuras de Antunes en Michoacán, donde vegeta también el cuautecomate con profusión.

En los lugares de que hablábamos los cuautecomates forman bosques que cubren y se limitan a los llanos de Michapam, en una extensión como de cuatro leguas que recorrimos. La altura de este plano sobre el nivel del mar es de 1,170 metros, como la que encontramos también para los llanos de Antunes en Michoacán.

Otra especie notable que vive próxima al cuautecomate es el cuagiote, terebintácea que el Dr. Urbina ha identificado botánicamente. Es el Pseudosmodíngium perniciosa; forma bosque, contiguo puede decirse al de los cuautecomates y como con tendencia a extenderse en terrenos opuestos. El cuautecomate ocupa lo plano, el cuagiote lo inclinado y lo escabroso, así es que éste sólo cubre el cerro de la Cuagiotera, próximo a los llanos de Michapam.

El cuagiote alcanza la altura de cinco a seis varas, de ramas muy extensas y torcidas, corteza gruesa lisa y con colgajos grandes de epidermis, hojas compuestas de foliólos coriáceos que desaparecen durante la sequía. Produce en las incisiones de la corteza abundante jugo lechoso, irritante, que se concreta después de tiempo, formando masas irregulares, duras y que constituyen entonces lo que se llama goma archipín. Esta goma resina se usa mucho para pegar tiestos de porcelana y para curar los piquetes de alacrán. Para este último fin llevan consigo constantemente los trabajadores de Miacatlán, un pedazo de goma y en el acto de ser picados se frotan con ella, humedeciéndola con saliva. Se dice que basta que esa masa de goma impregne eL cutis en el lugar picado para evitar los accidentes de la ponzoña. La madera es muy fuerte y la emplean con especialidad como combustible en la fundición del cobre en grandes hornos; produce más calor que otras leñas debido a la gran cantidad de resina que conserva.

Además de estas dos especies forestales encontramos varios copales y leguminosas asociadas a las anteriores en lugares muy restringidos. Las leguminosas dominan sobre todo hacia Jojutla y entre ellas predominan el Brasil, y el huamúchil. Encontramos igualmente una alvaradoa que ha sido identificada por el Dr. Villada. Su porte es muy especial, de poca altura, muy ramosa y sus ramas adelgazadas y flexibles y con hojas compuestas, le dan el aspecto del Tlalocopetate. Es de esperarse que los estudios químicos emprendidos sobre esta corteza permitan llegar a descubrir en ella algunos principios activos útiles para la medicina.

Hasta aquí la flora arborescente de Jojutla a Cacahuamilpa, caracterizada por sólo cinco o seis especies principales. Volvamos a la de Cacahuamilpa comparándola con esta.

Encontramos desde luego el Anacahuite, árbol que llega a seis metros de altura, de tronco grueso, corteza igualmente gruesa y apretada, ramos extendidos, hojas coriáceas y escasas por haber caldo; pero en cambio la encontramos en plena floración. Es probablemente del género Cardio, como el uso en lo general en las boticas. Bien conocidas son por otra parte las aplicaciones médicas de la madera y de la flor para que las recordemos aquí, y tan sólo nos lamentamos de su escasez por poder ser un producto de explotación.

Otro de los árboles que encontramos en Cacahuamilpa es el Girocarpus amerícanus, llamado allí vulgarmente palo hediondo.

Respecto a esta especie se puede asegurar que es exclusiva de la América y se le llama girocarpus por la particularidad de que sus frutos tienen unos pequeños apéndices que como cortas alas lo obligan a moverse constantemente bajo la acción del viento.

El bonete, los pochotes, el ojite, los copales, los cacahuates, las tebetias y muchas especies silvestres y otras cultivadas, forman la flora de Cacahuamilpa. Entre dichas especies deben hacerse notar como importantes el bonete y la thebetia ovata o yoyote: el primero, que se usa para comerlo en dulce y tiene abundante jugo lechoso, y el segundo, por contener un principio activo sumamente venenoso.

De regreso encontramos en Tetecala un árbol ornamental llamado guayacán y en Mexicano tlamahuatl. Es una bignoneácea del género tecoma y que es enteramente distinta del guayacán propiamente dicho.

Como el guayacán verdadero es usado en medicina, podría creerse que éste también era susceptible de las mismas aplicaciones; pero aún no nos dicen sobre esto nada los estudios que de él se están haciendo.

El tlamahuatl o falso guayacán es árbol que llega a tener cinco o seis metros de altura, con sus ramas extendidas y cargadas de follaje, entre las cuales se hallan inmensos racimos de flores moradas que forman del árbol un sólo ramillete de aspecto sumamente agradable y hermoso. La madera de este árbol se busca para emplearla en toda clase de obras en que se necesita gran resistencia, sobre todo en los trapiches, y los antiguos que ya le conocían esta propiedad de suma dureza le llamaron tlamahuatl, que quiere decir árbol correoso.

En Xoxocotla, punto próximo a Jojutla, hay dos árboles característicos de allí que son el ciruelo y el piñoncillo: el primero es una especie de la familia de las terébintácea y el segundo una euforbiácea Curcas multifidae.

Los ciruelos son útiles por sus frutos muy usados en la alimentación y por su madera ligera y suave que se usa para construir, entre otras varias cosas, artesas, etc.

Los piñoncillos crecen o una altura de tres a cuatro metros, muy aglomerados y rectos, lo que permite se les utilice para formar con ellos, cercas. Producen muchas semillas grandes parecidas a las de ricino y cuyo aceite es muy drástico y puede substituir al de croto.

Entre las diversas plantas colectadas se halla la Breiveria mexicana, Hemsley, cuyo estudio ha permitido reconocer en ella una variedad aun no descrita, por lo que el Sr. Dr. Villada ha publicado en «La Naturaleza» un estudio completo de dicha planta, del que hemos tomado la descripción que va en seguida, así como la lámina adjunta que nos fue proporcionada por el mismo Sr. Villada:

«Sus ramas son largas y delgadas, casi lampiñas, estriadas y rojizas. Las hojas alternas, elíptico- acuminadas, algo ondulosas, mucronadas e igualmente lampiñas. Sus numerosas flores se hallan distribuidas a lo largo de los ejes foliares en fascículos racimosos y axilares más cortos que las hojas, hasta once en cada raquis; de pedicelos largos, pubescentes, algo rígidos y flexuosos, provistos de su inserción de dos o tres brácteas pequeñas, lineal -agudas; el cáliz de cinco sépalos, dos exteriores opuestos, que son los mayores y bastante desarrollados, ocultan al principio en gran parte, el segundo verticilo floral, de forma ovada, algo ondulosos en el ápice, claramente mucronados y verde -amarillentos; un intermedio del mismo color, en prefloración imbricada con los anteriores, de tamaño algo menor, también mucronado y reducido casi a la mitad lateral del limbo; dos interiores pequeñísimos, opuestos como los primeros, subavitelados, uno simplemente orbicular y otro orbicular acuminado; la corola blanca, infundibuliforme, algo pubescente en el exterior, con cinco lóbulos ovales y estaminífera; los cinco estambres un poco salientes, de anteras anchas, elípticas y amarillas, y filamentos blanquizcos, dilatados y pelosos en su mitad inferior; ovario ovoide, bilocular y cuadriovulado, velloso (excepto en la base), de estilo delgado, desigualmente bífido y estigma capitado; fruto desconocido.

«Los caracteres principales de esta planta convienen perfectamente con los del género Dufourea, de H. B. K., o Prevostea, de De Candolle, incluidos ambos por Bentham y Hooker en el Breweria.

«En cuanto a la especie la considero como una simple variedad de la B. mexicana, de Hemsley, »

Plantas de Cacahuamilpa colectadas por el Sr. Dr. Manuel Villada.

Palo hediondo, Gyrocorpus americanus.

Palo prieto. Cordia sp ?

Barbas de chivo. Clematis sericea.

Cuautlahuac. Heliocarpus americanus.

Copal. Bursera sp ?

Veneuillo. Asclepias obstusifolia.

Codo de fraile. Thevefia iccotli.

ídem. Id. ovalifolia.

Guayacáu . Tecoma ginisguefolia.

---------        Lerjania racemosa.

Cacahuanauche. Lycania arborea.

Capulín cimarrón. Ardisia revoluta.

Cabellos de ángel. Collandria anómala.

Picosa. Crotón ciliatus glandulosus.

Guáyuma. Guayuma pólybotsia.



Fauna Cavernícola, por el Profesor D. Alfonso L. Herrera.

Animales recogidos en la caverna de Cacahuamilpa.

Mamíferos. — Dos especies de murciélagos, el Mormops megalophylla y el Chilonycteris rubiginosa (figs. 1, 2 y 3, lám. II). Es notable la abundancia de la primera, así como los apéndices táctiles que rodean su boca. En la obscuridad absoluta del salón de los Órganos adonde se ven aún a estos Queirópteros, es seguro que no se guían por su vista, sino probablemente por el tacto: bien conocido es un experimento de Spallanzani, que sacó los ojos a un murciélago y éste siguió volando con facilidad sin chocar con los obstáculos que hallaba a su paso. ¿Cómo tienen noción del tiempo estos animales en aquel lugar perfectamente obscuro, adonde quizá no se resienten ninguno de los efectos del paso de las horas? ¿Tal vez se trata de una sensación fisiológica relacionada con el principio y fin de la digestión? En ambas especies existen parásitos del género Ixodes.

Moluscos. — El Dr. Altamírano recogió dos especies en el salón de la Laguna. Una de Lamelibranquio, que no pudo estudiarse por haber llegado a México enteramente despedazada; la otra pertenece al orden de los Gasterópodos y la hemos llamado Spiraxis cacahuamilpensis (figs. 4 y 5, lám. II). Presenta una aparente contradicción con ciertas leyes biológicas, pues no obstante la abundancia de sales calcáreas en la caverna, sus dimensiones son inferiores a las de otras especies mexicanas.

Coleópteros. — Choleva cacahuamilpensis. Se colectó un solo ejemplar cerca del Agua Bendita (figs. 7, 8 y 9, lám. II).

Dípteros. — Pholeomyia cacahuamilpensis. Mosca interesante por su similitud con las colectadas por el Sr. Puga en las grutas de Ixtapalapa (figs. 10 y 11, lám. II).

Ortópteros. — Phalangopsis cacahuamilpensis, gran grillo de larguísimas antenas que abunda en el salón del Chivo ( figs. 13, 14 y 15). Polyphaga cacahuamilpensis, cucaracha común en varios lugares de México, encontrada en el primer salón (figs. 17, 18 y 19): cuando se ve perseguida permanece inmóvil, fiada en su coloración protectora que le hace confundir con la tierra. Lepisma cacahuamilpensis, el más interesante de los invertebrados de la caverna por carecer totalmente de ojos: fue colectada por el Dr. Altamirano en el salón de los Órganos; es blanca, tiene grandes antenas, palpos muy desarrollados y tres cerdas caudales (fig. 16); parece que en estos animales el tacto se encarga de recibir y transmitir ciertas impresiones luminosas.

Arácnidos. — Phrynus cacahuamilpensis, el invertebrado más grande de la caverna; está provisto de unos apéndices flageliformes compuestos por más de noventa pequeños artejos que sirven como perfectísimos órganos de tacto (figs. 1 a 5, lámina III ). Varias otras arañas se encontraron en la caverna (Drassus cacahuamilpensis (fig. 7 ), Pholcus cacahuamilpensis)  y un miriápodo nuevo (Scutigera cacahuamilpensis), muy afine a un Cienpies del mismo género común en el valle de México.

Crustáceos. — Dos Cochinitas (Armadillo cacahuamilpensis y Porcellio mexicanus que viven bajo las piedras en el primer salón (figs. 14 a 20, lám. III).

Bilimek, naturalista alemán que ha muchos años visitó la caverna, dice haber encontrado un Coleóptero (Tachys cacahuamilpensis) y un Lepidóptero ( Ornix cacalmamilpensis ).


Animales recogidos en el camino, especies características

De Jojutla a san Gabriel

Falco sparverius.
Collinus pectoralis.
Sceloporus horridus.

De San Gabriel a Cacahuamilpa

Mormops megalophylla.
Chilonycteris rubiginosa.
Momotus ruficapillus.
Icteridos.
Cyclura articulata.
Scaphorhynchus mexicanus.


Lámina II

Lámina III

Análisis de las aguas de Cacahuamilpa y lugares de tránsito, por el Prof. D. Mariano Lozano. 

Composición del agua recogida en el salón llamado del "Agua Bendita" en la Caverna de Cacahuamilpa. 
Caracteres físicos y organolépticos.
Ligeramente turbia.
Por el reposo incolora.
Sabor de agua potable.
Densidad 1,000208 a 150 c.
Olor nulo. 1 Reacción ligeramente alcalina.
Cantidad de materias fijas obtenidas por la evaporación de 1000 Ve y desecados a la temperatura de 180 o C. 13 centigramos.
Un litro de agua contiene:
Carbonato de cal 0,0515
Sulfato de cal 0,0250
Carbonato de magnesia 0,0500
Cloruro de sodio 0,0042
Siliza 0,0034
Materia orgánica 0,0050
Carbonato de fierro Indicios
Acido carbónico libre O"*' 003.
Total de las principales substancias 0,1391

Composición del agua que gotea en el salón denominado del "Chivo." 
Caracteres físicos y organolépticos.
Transparente.
Incolora.
Sin olor.
Sabor de agua potable.
Densidad (?)
Reacción francamente alcalina.
Cantidad de materias fijas por litro 28 centigramos.
Un litro de agua contiene :
Carbonato de cal 0,1133
Sulfato de cal 0,0560
Carbonato de magnesia 0,0750
Siliza 0,0260
Acido carbónico libre O '''02.
Total de las principales substancias.. . . 0,2703
Por su composición estas aguas entran en la categoría de las aguas dulces potables de buena calidad.

Composición del agua del pueblo de Cacahuamilpa. 
Caracteres físicos y organolépticos.
Limpidez completa.
Color nulo.
Olor nulo.
Sabor de agua potable.
Densidad 1,000283 a 14oC.
Reacción ligeramente alcalina.
Cantidad de materias fijas por litro 26 centigramos.
Un litro de agua contiene :
Carbonato de cal 0,1442
Sulfato de cal 0,0070
Carbonato de magnesia 0,0125
Cloruro de sodio 0,0350
Siliza 0,0240
Acido carbónico libre O "'005.
Fierro y materia orgánica Indicios
Total de los principales componentes. . 0,2227

Agua de la fuente pública de Tetecala. 
Caracteres físicos y organolépticos.
Transparente.
Incolora.
Sin olor.
Sabor de agua potable.
Densidad 1,000208 a 14 o C.
Temperatura en la fuente a las
9 a. m. 160C.
Reacción poco alcalina.
Cantidad de materias fijas por litro 0,15 centigramos.
Un litro de agua contiene :
Carbonato de cal 0,0618
Sulfato de cal 0,0140
Carbonato de magnesia 0,0350
Cloruro de sodio 0,0225
Siliza 0,0250
Acido carbónico libre O"* 0075.
Fierro Indicios
Total 0,1583

Agua de la fuente pública de la plaza de Jojutla. 
Caracteres físicos y organolépticos.
Ligeramente turbia.
Después del reposo, transpa-
rente.
Incolora.
Un litro de agua contiene :
Sin olor.
Sin sabor especial.
Densidad 1,000521 a U^C.
Residuo por litro 49 gr.
Carbonato de cal 0,07725
Sulfato de cal 0,021 00
Carbonato de magnesia 0,06250
Cloruro de sodio 0,05000
Siliza 0,08350
Alúmina 0,00050
Materia orgánica ^0,00100
Acido carbónico libre O '"• 03.
Total de las principales substancias 0,29575

La composición principal de estas aguas hace ver que son potables y por consiguiente propias a los usos a que están destinadas.

La mejor es la de Tetecala, la que toma el segundo lugar respecto a su calidad es la de Cacahuamilpa, y en cuanto a la de Jojutla, se le puede considerar como un agua potable de las malas: se precipita mucho por la ebullición, deja un residuo por litro de 0,49 centigramos y contiene substancias orgánicas.

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