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Índice de documentos presentados sobre el Dr. Fernando Altamirano

martes, 17 de septiembre de 2019

28 de marzo de 1901. Discurso «A la memoria del profesor Don Alfonso Herrera».

28 de marzo de 1901. El Dr. Fernando Altamirano compuso este discurso «a la memoria del profesor Don Alfonso Herrera», que presentó en la velada en honor y memoria del profesor, farmacéutico y naturalista, Don Alfonso Herrera Fernández (1838-1901), que se llevó a cabo en el local de la Cámara de Diputados el jueves 28 de marzo de 1901, a las 8 p.m.  En su discurso, el Dr. Altamirano expresó con entusiasmo:

«¡Oh querido amigo! ¡oh ilustre profesor! a ti debo haber recibido en los albores de mi carrera los primeros estímulos para el estudio de la flora del país. Tu ejemplo y tu palabra producían en todos los que te escuchábamos las más gratas impresiones, y los más fervientes deseos de realizar tus consejos. Jamás olvidaremos, cuando lleno de fe y entusiasmo nos comunicabas lo que podría explotarse de nuestros productos naturales, y nos representabas con un lenguaje poético y sencillo la grandiosidad de nuestros bosques, la esplendidez de nuestra flora, y nos hacías conocer prácticamente los productos forestales que remitían tus amigos de lejanos puntos de la República. A ellos enseñabas también, dándoles consejos sobre explotaciones o descubriéndoles el misterio de lo desconocido».

Este discurso sería publicado de manera completa en el periódico La Farmacia, Tomo X, Número 3 (curiosamente con fecha del 15 de marzo de 1901).

Fuente: Altamirano, Fernando. 1901. A la memoria del profesor Don Alfonso Herrera. La Farmacia, Tomo X, Número 3 . p. 113-120.


A LA MEMORIA 

DEL SR. PROFESOR 

DON ALFONSO HERRERA

SR. MINISTRO: 
SENORES Y SENORAS: 

Prestadme vuestra benévola atención. Permitidme que venga a ocupar este puesto de honor que pertenece a los campeones de la literatura. Ellos sí describirían la vida científica de nuestro sabio con expresión galana y estilo correcto. A ellos sería dado presentaros en hermoso cuadro quién fue el sentido profesor cuya memoria venimos a honrar esta noche. 

Sin pretensiones pues por mi parte, vengo a cumplir el honroso cometido que me confirieran los señores delegados de las agrupaciones científicas a que perteneció el Sr. Herrera. Me impulsa también la veneración que tengo por ese apóstol de las ciencias naturales, y mis sentimientos de gratitud para el amigo afable, para el hombre virtuoso, para el que fue mi maestro. Sí, mi maestro he dicho, y en efecto lo fue; mas no como alumno de farmacia sino como su preparador en la cátedra de drogas de la Escuela Nacional de Medicina. Principiaba mi carrera cuando fui honrado con el nombramiento de ese puesto, y desde entonces tuve la satisfacción de escucharlo en cátedra, de recibir sus consejos, de cultivar su amistad, y de acompañarle en sus excursiones botánicas por nuestros campos cubiertos de flores. 

Muchos como yo tienen estos sentimientos de cariño y admiración por el Sr. Herrera; por eso también muchos le han consagrado ya sus recuerdos en páginas bien escritas. Unos han publicado su biografía; otros han recordado sus virtudes filantrópicas; otros lo han comparado a los sabios de la Grecia que enseñaban con su palabra, con su ejemplo, y sus virtudes; otros en fin han hecho notar su influencia en la enseñanza de las ciencias naturales y en la instalación y progresos de la Escuela Nacional Preparatoria. 

¡Después de estas bellas y sentidas producciones, qué me quedaría que comunicar a tan selecta concurrencia en honor de nuestro sabio compatriota?... Para imaginaciones fecundas mucho habría y les dejo esta grata tarea, pero para mí, permitid que me concrete à hablar de él como maestro que fue de historia natural médica y como profesor de farmacia. Bastará para ello que os refiera algunos rasgos de su vida de enseñanza, y os dé a conocer dos obras principales que ocuparon casi toda su vida laboriosa. Una de ellas se refiere a las Drogas Medicinales, especialmente las de nuestro país; y la otra a la Farmacopea Mexicana, ese código medicamentario que editó tres veces y que ha regido como treinta años la marcha de nuestras farmacias. 

Con respecto a la primera no tuvo tiempo de darla a luz porque, según yo, no pudo vencer dos grandes obstáculos que se oponían a ello: su modestia y su rectitud científica. No quería publicarla por sólo tener la vana satisfacción de figurar en las librerías; ni quería tampoco, consignar en ella copias de otros autores o sus trabajos originales incompletos aún. Así es que, no obstante que año por año acumulaba materiales nuevos, perfeccionaba lo reunido, recargaba su memoria de tantos descubrimientos y adelantos en las ciencias naturales, no llegaba sin embargo al complemento de su tarea. Y este nuevo cúmulo venía a dificultar, más bien que a facilitar la publicación de su obra. Tenía, pues, que limitarse a transmitir sus conocimientos de viva voz en las cátedras que desempeñaba. Sus discípulos eran los únicos que se aprovechaban de aquellas sabias lecciones. Uno que otro las conservaba en apuntes, los más, las llevaban grabadas en su memoria para recordarlas después útilmente en las cuestiones comprometidas de su profesión, o transmitirlas entusiastas a sus amigos o discípulos. 

Alfonso Herrera constituía así un manantial de instrucción; brotaba de él una corriente de ciencia fecunda que fertilizaba los campos de la juventud farmacéutica. Era él, como bien lo comparó uno de sus inteligentes admiradores, el verdadero sabio griego en el sentido técnico de la palabra. que enseñaba con sus discursos y con su ejemplo. Así fue en efecto, a mí me consta, y me consta, y me es grato repetirlo para trasmitir de esta manera su memoria a las nuevas generaciones como un título de honra merecida. 

¡Oh querido amigo! ¡oh ilustre profesor! a ti debo haber recibido en los albores de mi carrera los primeros estímulos para el estudio de la flora del país. Tu ejemplo y tu palabra producían en todos los que te escuchábamos las más gratas impresiones, y los más fervientes deseos de realizar tus consejos. Jamás olvidaremos, cuando lleno de fe y entusiasmo nos comunicabas lo que podría explotarse de nuestros productos naturales, y nos representabas con un lenguaje poético y sencillo la grandiosidad de nuestros bosques, la esplendidez de nuestra flora, y nos hacías conocer prácticamente los productos forestales que remitían tus amigos de lejanos puntos de la República, A ellos enseñabas también, dándoles consejos sobre explotaciones o descubriéndoles el misterio de lo desconocido. He aquí al verdadero maestro: su enseñanza se desbordaba de los recintos augustos de la cátedra para ir à penetrar hasta los rincones apartados del país iluminando así el camino de los industriales y abriéndoles nuevos horizontes.

Pero hay más todavía, a él se debe el mayor número d tesis profesionales si no todas, que se han ocupado de plantas mexicanas. Cada año inspiraba a sus discípulos, y aun a los que no lo eran, asuntos para desarrollarlas; les ayudaba personalmente en sus labores, los llevaba a los campos al jardín botánico de Palacio, les animaba con su presencia les complacía con la afabilidad de su trato, y les inspiraba en fin, con su exacta asistencia a la clase, su perseverancia en el estudio y sus rectas resoluciones científicas, el noble sentimiento al cumplimiento del deber. 

A su vez los discípulos, con esa mirada escrutadora propia de ellos, penetraban al través de aquella espléndida vestidura de ciencia que cubría al maestro, y encontraban entonces un corazón lleno de sentimientos nobles, un virtuoso filántropo y un padre de familia que hacia la felicidad del hogar que era el esposo fiel y amoroso y el autor de una prole obediente y cariñosa que fue su alegría y la corona de su vejez. 

He aquí al buen ciudadano, al buen amigo, al verdadero sabio, al excelente maestro, cuya muerte deploramos. Su voz no la volveremos a escuchar, pero su ejemplo quedará viviente y sus consejos los encontraremos en la obra que tengo el placer de presentaros. 

Está formada con las lecciones orales que daba en la cátedra de drogas. Los apuntes fueron recogidos por el Sr Troncoso, alumno entonces, y por el que habla, en los años de 1877 a 1879. Las he recopilado todas en un tomo, según el plan de la historia natural de las drogas simples por Guibourt, que era la obra de texto. 

Encierra las descripciones de las drogas provenidas de los tres reinos: mineral, vegetal y animal. Se procuró escribir lo principal de las drogas extranjeras, especialmente los caracteres de diagnosis, los fraudes de que son objeto, y el medio de descubrirlos; y a continuación, lo relativo a las drogas del país. Se ha consignado de ellas la clasificación botánica de muchas, su lugar de origen, sus caracteres y medios de reconocerlas, las explotaciones de que son susceptibles, y en fin, otros muchos datos instructivos. 

Los productos dados por cada reino están ordenados por familias según el método natural, y al fin de cada una de ellas se agregó lo relativo a nuestro país. 

No deberá sorprendernos, que tomadas estas lecciones hace más de veinte años, se recientan un tanto de las clasificaciones anticuadas, dudosas o erróneas tal como se iban recogiendo en aquella época. Igualmente encontraremos que hay mucho nuevo que agregarles, pero que cualesquiera que sean sus defectos, serán siempre para nosotros un precioso legado de nuestro sabio profesor, y que con él le formaremos una corona científica que perpetúe su memoria. 

Forman ya la base para una nueva obra que podría ser escrita por una comisión, reuniendo todas las notas esparcidas entre los discípulos del Sr. Herrera, todos los apuntamientos que hubiere dejado a su familia o a sus amigos, y los numerosos trabajos que publicó en los periódicos científicos. Esta obra, redactada convenientemente y publicada bajo los auspicios de las sabias agrupaciones que hoy se reúnen aquí, sería el mejor homenaje a la memoria del que fue su miembro esclarecido. 

Él trabajó para todas esas corporaciones. En cada una de ellas se conservan producciones suyas y gratos recuerdos. Por eso todas vienen ante la imagen del sabio maestro a depositar una corona como ofrenda de su cariño. 

Yo bien quisiera enumerar lo que hizo para cada agrupación y todos los trabajos científicos que dio á luz, pero esta ardua tarea no podría haberla cumplido en el tiempo seña. lado para presentar esta Memoria, y por eso me he concretado a referir lo que ha pasado ante mis ojos y no se ha publicado por otra persona. Es un contingente que traigo para el monumento literario que la posteridad sabrá formarle al naturalista insigne. La otra obra de que se ocupó el Sr. Herrera con rara asiduidad y con gran beneplácito de sus comprofesores de farmacia, fue la nueva farmacopea mexicana, de la que han salido a luz tres ediciones. 

Figura el nombre del Sr. Herrera desde la primera edición publicada en 1874, siendo miembro de la comisión que presidia el Sr. D. Leopoldo Rio de la Loza. 

El Sr. Herrera se ocupa de la parte relativa a los productos naturales, pero no sólo dedicaba su tiempo a ese estudio, sino muy especialmente contribuía a llevar a feliz término la conclusión de la obra. ¿Cuántos sinsabores le causó este libro? ¿Cuántas decepciones y cuántos trabajos para lograr la impresión? 

Mas debido a su empeño y fuerza de voluntad llegaba a dotar periódicamente a nuestras farmacias de su indispensable código. 

Ciertamente que este libro representa los trabajos de una Comisión y los laudables esfuerzos de la Sociedad Farmacéutica para publicarlo, pero también es cierto que uno de Jos miembros más activos y eficaces para ello fue el profesor Herrera. 

No es mi objeto ahora analizar esta obra, pero si debo decir que debido a ella se produjo una verdadera revolución farmacéutica que dio origen a la independencia científica de nuestras farmacias. Sus procedimientos y fórmulas quedaron separadas de las antiguas farmacopeas españolas que habían regido en su mayoría hasta mediados del siglo pasado. No habían sido suficientes los esfuerzos de Mociño y de Cervantes, de Cal y de otros, desde el principio del siglo XIX, para quitar de las farmacias formulas anticuadas de nuestros conquistadores, para introducir sucedáneos apropiados que hubieran sufrido el examen de la ciencia para extirpar, en fin, tantas vulgaridades con que se explotaba la credulidad de nuestro pueblo. No, jamás se les oía y no se admitía un código que prescribiera los cambios que debían hacerse sino hasta que a pareció la nueva farmacopea mexicana. 

Dignos son, pues, de aplauso, los hombres que formaron este libro. Ha sido debidamente apreciado por las comisiones de farmacopeas de los Estados Unidos y de otros países. He visto las felicitaciones que recibió el Sr. Herrera alabando el orden en que se habían colocado las materias y manifestándole su beneplácito por la sección dedicada a las drogas del país. He visto también en un informe de los Estados Unidos, que en América, hasta el año de 1883 no más la República Americana y la de México, tenían farmacopea propia, pues que casi todas las otras Naciones Americanas se reglan por farmacopeas extranjeras o formularios diversos. 

Con lo dicho se puede comprender el mérito que cabe al Sr. Herrera en la participación que ha tenido para que se publique la Farmacopea Mexicana. Desgraciadamente es un libro de los que no llaman la atención del público. Es como un objeto de los de primera necesidad que, si siempre preocupa el conseguirlo, no interesa quien lo haya descubierto o analizado. Si agrada al consumidor compra el efecto y lo alaba sin dirigir jamás un recuerdo al que lo preparó. 

Los autores de la Farmacopea han quedado así olvidados del público, pero nosotros no debemos hacer lo mismo, y esta es la oportunidad para hacer resaltar los méritos de aquellos que han sido arrebatados por la muerte. Debemos darlos a conocer a la sociedad, en general inteligente y transmitir su memoria como acreedores que son a la gratitud pública. 

Tócale hoy especialmente al Sr. Herrera este recuerdo. Su vida la pasó tranquilamente alejado del ruido humano, de la política y de las ambiciones del oro. Desde muy joven adquirió el título de farmacéutico y se consagró al ejercicio de su profesión. Estuvo al frente de la Botica del Hospital de Jesús, donde tuvo oportunidad de conocer multitud de productos naturales que le traían sus clientes de fuera de la Capital. Amigo íntimo del profesor Mendoza, que cultivaba la química con especialidad, le ayudaba en los análisis; y además estimado predilectamente del Sr. D. Leopoldo Río de la Loza, lo estimulaba y le impartía su protección para que cultivara las ciencias naturales. Sus conocimientos especiales lo llevaron bien pronto a ocupar un puesto en la Escuela N. de Medicina, donde fundó la cátedra de Historia Natural de las drogas simples. Sus méritos se realzaban más y más por su modestia y su desinterés y toda su ambición era proseguir y ensanchar los problemas de la ciencia de las drogas del país. Sus conocimientos se ensanchaban más y más, y conocedor a la vez de la farmacia, de la química, de las ciencias naturales, de la fisiología y aun de la medicina y de las necesidades de nuestro país, reunía en una fecunda síntesis, como se ha dicho del eminente Guibourt, todos los conocimientos necesarios para la enseñanza de la materia médica. 

Los sabios se encargarán de apreciar sus obras y de rendirle el homenaje que le sea debido, A sus amigos y admiradores nos toca ahora descubrir los tesoros encerrados en aquella alma virtuosa y a la Sociedad formada a cuya iniciativa debe esta solemne conmemoración, les tocará la dulce satisfacción de haber cumplido con un deber, y de haber dado a la juventud un precioso ejemplo de que la sociedad honra y respeta la memoria de un sabio y que ha venido a colocar flores perennes sobre su tumba. 

México, Marzo 28 de 190I. 

F. ALTAMIRANO.













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