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Índice de documentos presentados sobre el Dr. Fernando Altamirano

martes, 13 de octubre de 2015

13 de octubre de 1904.

El día 13 después del desayuno, partimos de Sicuicho a las 8 ½, para visitar el cerro de las Palmas de la serranía de Tancítaro, donde encontramos unos pinos notables por el tamaño de su fruto, de los que yo tenía ejemplares que me fueron regalados por el señor Córdoba en Abril de este año, en que hice una excursión también a Uruapan; estos árboles eran en aquella época la codicia de los madereros, pero el señor Córdoba tuvo el buen sentido de no permitir que los cortaran hasta que, previa consulta al Gobierno, se dispusiera lo conveniente. El señor Gobernador Don Aristeo Mercado, apoyó al señor Córdoba y se dieron varias disposiciones para evitar la tala de este pinar, pequeño relativamente, y que no se extinguiera la especie.

Llegamos, pues, a las Palmas a las 10, a un punto llamado Sandumba; y ascendimos al pie de la montaña, hasta el punto donde comenzaba el pinar que buscábamos. Estábamos a una altura de cosa de 2,300 metros sobre el nivel del mar y con una temperatura de 19° a las 11 a. m. Aquellos pinos eran dignos de admirarse; de una elevación como de 40 a 50 metros, con un tronco recto y uniforme de 0.60 a 80 de diámetro, presentaban numerosos frutos colgantes, hasta de 0.40 a 50 de largo, de escamas encrespadas, y pendientes de cada una de ellas una gruesa gota de trementina media líquida, transparente y brillante, que descomponían los rayos del sol en los colores del arco-iris, como si fuesen los prismas de cristal de un gran candil. Estas gotas caen de tiempo en tiempo y se reproducen constantemente; algo se escurre sobre el mismo cono y lo cubren, al resinificarse completamente la trementina, de una capa blanca, como si estuvieran conservadas en azúcar; el olor de esta trementina es muy agradable, parecido más al de un bálsamo que al de una trementina. La madera tiene también un aroma muy agradable; su color es rojizo, muy resistente y dura. Las semillas son comestibles (con el sabor de los conocidos piñones), de 20 milímetros de largo por 14 de ancho, elípticas y algo comprimidas, teniendo una cara convexa y la opuesta en parte hundida, de color café claro y bastante duras. En una picadura del tronco, hecha con el fin de recoger trementina, encontré unos 100 gramos de este líquido, cuyos caracteres y componentes veremos cuando se haya hecho el análisis.

Al lado de este pino notable, que es el Pino Ayacahuite, había otras especies, de todas las cuales coleccioné ejemplares, así como de encinas, etc. El Sr. Córdoba quedó admirado también de estos árboles, y en su entusiasmo por colectar ejemplares para el Museo de Morelia, no atendía a otra cosa que a extraer las semillas de los pinos, cubriéndose por todas partes de una gruesa y adhesiva capa de resina. Se podría decir que se embalsamó en vida, de trementina Ayacahuite.

Como comenzara la lluvia, fuimos obligados a abandonar aquel precioso bosque, florido y perfumado, y guarecernos en un ranchito del dueño de esos Ayacahuites, el Sr. Don Marcos M. Méndez, donde está estableciendo un aserradero para explotar metódicamente su monte. Junto al de él hay también en instalación otro aserradero de unos americanos.

Durante la lluvia, se nos preparó la comida, que fue carne al pastor, de un carnero que se sacrificó al llegar nosotros, y además chile y frijoles; fue admirable la violencia con que se dispuso aquella comida en la cantidad suficiente para 80 o, 100 personas que fueron a felicitar al señor Prefecto, llevando música marcial desde el pueblo de Charapo, que distaría como cuatro leguas. Como esta ovación, fueron muchas las que recibió el señor Prefecto, por lo bien querido que es entre los pueblos, debido especialmente a la gran seguridad que les ha proporcionado, a la benevolencia de su trato para con los hombres honrados, y a los beneficios que les ha hecho con sabias disposiciones sobre el corte y la venta de los árboles.

Después de comer, y en medio de la lluvia, salimos para San Juan, a donde pasamos la noche. Fuimos muy bien recibidos en este pueblo. Nos alojó en su casa el Sr. D. José María Ortiz, fuimos atendidos perfectamente por su simpática familia.

Fuente: Fernando Altamirano Carbajal. Anales del Instituto Médico Nacional. 1904.

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