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Índice de documentos presentados sobre el Dr. Fernando Altamirano

miércoles, 14 de octubre de 2015

14 de octubre de 1904.

14 de octubre de 1904. Al día siguiente 14, gran número de vecinos del pueblo nos acompañaron a visitar unas cuevas muy profundas, según decían, en los cerros volcánicos próximos a la población. Entramos, en efecto, a una que no era más que una gran grieta de lava volcánica, ancha en la entrada, en la cual fue necesario bajar como en un tiro de mina, descolgándose por una reata, a poco se estrechaba fuertemente y sólo podría dar cabida a un animal pequeño, prologándose indefinidamente. En seguida visitamos un cráter llamado de Harumanganguitiro. Su altura sobre el mar es próximamente de 2,500 metros y la temperatura que teníamos a las 10 a. m. fue de 18° C; todo aquel terrena es netamente volcánico. Por todos lados hay levantamientos de grandes masas de lava, grietas, hundimientos, cráteres, etc. La vegetación es espléndida, tanto arborescente como herbácea, dominando sobre todo pinos y encinas diversos. Mi colecta fue buena y volvimos a San Juan a las 12, a comer.

En la tarde no fue posible partir para Uruapan como intentamos, por la lluvia y las instancias de aquel bondadoso vecindario, para que pasáramos ahí la noche. Accedió el señor Prefecto y para hacer la estancia agradable, le dieron lo que se llama "Canacuas," que en tarasco significa obsequio respetuoso.

Esta ceremonia la ejecutaron como 30 jóvenes de 15 a 18 años, pertenecientes a las principales familias. Unas adornadas con sus trajes especiales, formados por un lienzo de paño finísimo de 20 m., colocado alrededor de la cadera y fajado de un modo especial, otras con grandes listones en las trenzas, otras con su quexquemiles bordados de mil colores, etc. Además, cada una de ellas llevaba en la cabeza una corona de flores y en una mano un azafatito conteniendo dulce, fruta, elotes, o algo, en fin, de obsequio.

Después de bailar todo el grupo al compás de una música que tocaba un son especial, formando un círculo en el gran salón de madera en que tenía lugar la reunión, cada bailadora se dirigía al señor Prefecto, le colocaba la corona en la cabeza y le regalaba el contenido del azafate, que se iba colocando sobre una mesa. La cabeza del señor Prefecto tenía que soportar como medio metro de coronas sobrepuestas que se quitaban y se reponían, y la mesa, fue cubierta de gran cantidad de golosinas, que su dueño repartió entre los chiquillos. Terminados los regalos, una de las jóvenes sacó a bailar al Señor Prefecto, quien se colocó frente a su amable compañera en el centro del círculo de bailadoras. La música comenzó y el Prefecto tuvo que ejecutar aquel baile, que aunque monótono y sencillo al parecer, es bien difícil en la ejecución, pues el compás se debe llevar con el movimiento ejecutado principalmente en la garganta del pie, de manera que los golpes dados alternativamente con el talón y la planta del pie, produzcan un sonido al compás de la música. Ya se comprenderá la dificultad de ejecutar bien este movimiento y el cansancio que resulte después de media hora o menos, de estarlo ejecutando sin interrupción.

Después de esta manifestación de respeto a la autoridad, continuó el baile indiferentemente entre las jóvenes de las ''Canacúas" y el público. A las 11 terminó aquella diversión, y yo quedé agradablemente impresionado, admirando más y más las cualidades artísticas de aquella raza tarasca. En efecto, hay pasión por el cultivo de la música y casi no hay pueblecillo donde no la cultiven; entre ellos mismos se componen las piezas que han de tocar; aman la poesía y la literatura, y frecuentemente leen sus producciones ante una reunión; su idioma esdrújulo, se presta para hacer agradables y especiales las composiciones, y en fin, tienen aquellos habitantes un celo exagerado en conservar su idioma. Una poesía, sobre todo en su lenguaje, los conmueve profundamente al grado de hacerlos llorar y olvidar sus rencores. El señor Prefecto, que bien ha conocido a estas gentes ya, se ha valido de este medio para restablecer la confraternidad entre los pueblos.

Fuente: Fernando Altamirano Carbajal. Anales del Instituto Médico Nacional. 1904.

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