Después de hechas estas observaciones, desde el picacho de la Cruz, con la ayuda de las personas que me acompañaban, conocedoras de esas regiones, descendimos a la Salitrera, a donde comimos. Hice en mi trayecto una buena colecta, especialmente de encinas. En cuanto a los pinos, ya estaban sin frutos, y sólo de uno pude recoger ejemplares completos.
El bosque es verdaderamente hermoso en este cerro. Los pinos son muy elevados, muy rectos, y tan numerosos, que sus ramas forman una cúpula de verdor que no deja penetrar el sol. En otros puntos bajos dominan las encinas tan abundantes y conglomeradas como los pinos, y entre ellos, cosa curiosa, hay muchos nopales. El límite de latitud de estas cácteas, más arriba del cual ya no se encuentran en sociedad con las encinas, es de 2,700 metros.
A las 4.45 p. m. partimos para Acámbaro. En un punto del camino se separó de mí Alejandro, para irse a la Encarnación, y yo continué velozmente mi derrotero, hasta llegar a Acámbaro.
Fuente: Fernando Altamirano Carbajal. Anales del Instituto Médico Nacional. 1904.
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