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Índice de documentos presentados sobre el Dr. Fernando Altamirano

viernes, 19 de agosto de 2016

19 de agosto de 1905. Entre San Juan del Río y la Hacienda del Ciervo. Memoria acerca de una Excursión Botánica al Estado de Querétaro.

19 de agosto de 1905.  Entre San Juan del Río y la Hacienda del Ciervo.

Partimos de San Juan a las 10 y 15 mininos, y llegamos al Ciervo a las 7 de la noche, en medio de una fuerte tempestad. Ya llevábamos como una o dos horas de sufrir la lluvia intensa que acompañada de viento Impetuoso y algo de granizo se había desatado sobre nosotros al comenzar a subir la loma llamada del Ciervo. Aquella Hacienda fue nuestro refugio y nuestro consuelo, y comenzó desde que leímos al llegar a las puertas de la Tienda "La Providencia." El dueño de la Hacienda, Don Margarito Reyes Ugalde, tan pronto como fue informado de quiénes éramos, mando abrirnos el zaguán y nos recibió con tanta amabilidad y buena voluntad, que jamás olvidaremos sus finezas, especialmente para el Dr. Rose y sus ayudantes, que iban provistos solamente de sus impermeables, y por sombrero, de unas cachuchas, excepto el Dr. Rose, por lo que se habían mojado de la cabeza a los pies. Yo al menos, estaba cubierto por polainas, impermeable, y cubierta de hule para el sombrero. Además, me había prevenido, para el caso de pasar la noche a la intemperie, de un cobertor de lana y de un sobretodo, lo que hacía mucha falta a mis compañeros. Yo supuse, cuando salimos de San Juan, que irían prevenidos para estos accidentes de viaje, y por eso no hice ninguna advertencia en tiempo oportuno. Pero en fin, fuimos hospedados y alimentados confortablemente, y tanto el Sr. Reyes como su familia, nos colmaron de atenciones, no solo en esta vez, sino también a nuestra vuelta, ocho días después. Nos complacemos en hacer aquí una pública manifestación de nuestra gratitud al Sr. Reyes y a su bondadosa familia. 

Como este tramo del camino lo recorrimos dos veces, y en la segunda ocasión, que fue el sábado 26 del mismo mes, recogimos varias observaciones, reuniremos aquí, para evitar repeticiones, todo lo relativo a las dos veces que lo recorrimos. 

Entre estos dos puntos, San Juan y el Ciervo, se encuentra una población de importancia, Tequisquiapan. A sus orillas pasa la vía del Ferrocarril Nacional Mexicano, y se detiene para recibir pasajeros y carga en la Estación llamada de Bernal, qué dista muy poco del centro de la población. Está en construcción muy avanzada un hermoso puente de mampostería sobre el río que atraviesa por en medio de la población, que es el mismo río de San Juan. Hay otro puente, además, ya antiguo, construido sobre unos gigantescos sabinos que sirven de pilastras, inamovibles por el agua. Unos largos y robustos troncos que sirven como polines, colocados de árbol a otro árbol, y fuertes tablones de sabino, atravesados sobre estos polines, constituyen aquel rústico, pero utilísimo puente por el que pudimos pasar cómodamente sin bajarnos de nuestras cabalgaduras. Esta población es notable por sus abundantes manantiales de agua tibia y transparente, que son la delicia de las familias que habitan y visitan aquel lugar pintoresco, con sus corpulentos y siempre verdes ahuehuetes, sus frondosas huertecillas y praderas de alfalfa, fertilizadas por el río, y en fin, por sus fincas recientemente pintadas, todo lo cual le da una vista agradable, que contrasta notablemente con los alrededores, formados por colinas tepetatosas blancas, y reverberantes de un sol ardiente, en las que vegetan, con profusión característica, las Cactáceas y arbustos espinosos. 

El señor Prefecto Político de esa población, D. N. Olloqui, se prestó bondadosamente a suministrarme un guía que nos condujo al lugar que yo buscaba, donde, según me había informado el Sr. Reyes Ugalde, existían unos huesos que llamaban Espondio, y unos bancos de Tiza. Encontré, en efecto, las dos cosas y recogí ejemplares para el estudio respectivo. Los del llamado Tiza los tomé de un banco que está a descubierto en la calle de Betti, palabra otomí que significa Jis o Tiza. Varias etimologías de palabras de dicho idioma me las comunicó el Juez del barrio de la Magdalena, que es en donde está situado ese callejón de Betti Ese indígena sabe con perfección, según me dijeron y pude ratificar, mi idioma otomí. Me mostró el Diccionario que tiene de esta lengua y algunos escritos que ha hecho en ese idioma. 

En el mismo barrio de La Magdalena, y a corta distancia de la Tiza que recogí, nos enseñó nuestro guía lo que ahí llaman Espondio. También se lo designa en otomí con la palabra que significa huesos de gigante. Lo extraen de una excavación poco profunda y lo venden a precios íntimos, como medicamento para las enfermedades de los nervios, como ellos dicen. Este Espundio está formado por maderas o huesos fósiles casi triturados, sumamente blancos y pulverizares, que unidos a una arenisca gruesa y negruzca, juntamente con fragmentos de rocas de basalto, constituyen el terreno de aquel lugar, formando una capa como a un metro de la superficie del suelo. Recogí ejemplares de todo para que en México hiciesen los estudios respectivos las personas peritas en esos conocimientos. 

El tiempo que tardamos en recorrer el tramo de San Juan a Tequisquiapan, fue de tres y media a cuatro horas, y entre Tequisquiapan y el Ciervo, de unas tres horas. Calculamos que caminaríamos cuatro kilómetros por hora. La Flora entre San Juan y Tequisquiapan es muy escasa y faltan enteramente las arboledas. Los únicos tipos arborescentes son los sabinos que se concretan al curso del río que se divisa a más o menos distancia del camino. Las plantas dominantes fueron una Mimosa llamada en otomí Chaxni, que significa espino, y que tiene mucho parecido con la leguminosa que en otros lugares llaman Uña de Gato: otra es un nopal de poca altura, de pencas casi redondas, de color aplomado, y con espinas largas y amarillentas, que se llama Cuixo. Su fruto es rojo amoratado, de sabor desabrido, pero de poder colorante muy intenso. Según el Sr. Rose, este nopal es La Opuntia elegans. Es muy parecido al que se llama Bondote, distinguiéndose en el mayor tamaño que tiene este último. 

Al Llegar a Tequisquiapan, entre tres y cuatro de la larde, nos detuvimos frente a una fonda, donde comimos. Entretanto nos servían, el Dr. Rose, hombre metódico y trabajador, se puso a escribir inmediatamente la lista de las Cactáceas que había observado en el camino recorrido, y que llevaba anotadas en su libro de bolsa. Doy a continuación esa lista, como una prueba del trabajo y del saber de este sabio. 

Nombres botánicos. Nombres vulgares. 
(Dr. Rose.)                         (Dr. Altamirano.) 

Echinocactus cornigerus …. Biznaga. 
      “              multicostatns ….
Mamillaría cornifera ….
      “            sp? ….
      ”            angularis ….
      “            clava ….                      “
Cereus marginatus …. Órgano. 
Myrtillocactus geometrizans …. Garambuyo. 
Opuntia altamirani …. Nopal Chamacuero. 
      “      leuchotricha …. Duraznillo. 
      “      elegans …. Guixo. 
      “      grande …. Bondote. 
      “      dendroidea …. Negrito. 
      “       imbricata …. Cardón. 
      “       Klainae …. Tasajo. 

Al comunicarme su lista el Dr. Rose, le hice notar lo siguiente: Que según había yo observado ahora y en otras ocasiones, el nombre de Biznaga se aplicaba por el vulgo generalmente a toda 
Cáctea más o menos esférica, provista de costillas o mamelones, y que estas Cácteas parecía que estaban comprendidas en los géneros Echinocereus, Mamillaría, etc.; que el nombre de Nopal correspondía a las Opuntias que tienen pencas anchas; que el de Órganos correspondía a los Cereus, y el de Cardón, en lo general, a las que tenían numerosas espinas, largas, pungentes y tupidas, comprendidas más comúnmente en los géneros Opuntia y Echinocereus; y en fin, que el nombre de Pitayo correspondía a ciertos Cereus, de los que producían frutos comestibles, cubiertos éstos de espinas largas. Le parecieron justas mis observaciones, y nos propusimos confirmarlas en el transcurso de nuestro naje. 

Para terminar con lo relativo a este primer tramo del camino, sólo me falta decir que la Flora que seguimos observando entre Tequisquiapan y el Ciervo, fue algo más abundante que antes de esta población, y que yo encontré un arbusto de frutos trígonos, que a primera nata parecía una Euforbiácea, pero que era del género Colubrina de la familia de las Ramnáceas. Se le llama Café cimarrón. 

En cuanto al terreno que atravesamos y la naturaleza de las rocas observadas, solo debo decir, no dedicándome yo a estos estudios, que es tepetatoso casi en todo el camino: que hacia la izquierda (nosotros marchábamos hacia el Norte), se veía el extenso Plan de San Juan del Río, cuya inclinación general es hacia Tequisquiapan; que en esa misma dirección están los correspondientes a las colinas que nos quedaban hacia la derecha; además, los terrenos que forman la serie de pequeñas colinas cuyo conjunto forma casi un plan también, de la región de Axuchitlán, están inclinados hacia Tequisquiapan. De esta inclinación general de toda esa región hacia Tequisquiapan, resulta que todas las aguas afluyen a este punto, lo que hace comprender por qué tienen allí a brotar tan abundantes manantiales, y que esta población está situada en el fondo de una cuenca, a donde deben haber sido arrastrados por las aguas todos los limos circunvecinos, con los restos orgánicos que contenían. Es, pues, una región digna del estudio de los geólogos, para quienes traigo los fósiles que recogí en Tequisquiapan, y que pongo a su disposición. 

Para que se le pueda dar mayor extensión a estos estudios geológicos, recogí también algunas rocas de diversos lugares de este tramo de nuestro camino. Unos especímenes fueron de un punto llamado "San Nicolás." Casi al llegar a él, está cubierta la vía de fragmentos de obsidiana, de la que existen grandes rocas en la montaña situada hacia nuestra derecha, según los informes del indígena que nos acompañaba. Los demás especímenes tienen marcadas Las localidades en que fueron colectados, y están marcados con números. 

Fernando Altamirano Carbajal: Memoria acerca de una Excursión Botánica al Estado de Querétaro. Anales del Instituto Médico Nacional. 1905.





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